SABOR A MAR
(La Ola)
La noche. La cena era de
microondas. Todo el día trabajando no dejaba fuerzas ni ganas para ponerse a
preparar platos de elaboración cuidadosa.
Encendió la televisión.
Aunque ya hacía tiempo que la gran ola producida por el maremoto había dejado
su rastro de muertos y desgracia, en tiempo de noticias seguía coleando como si
del día anterior se tratara. Ayuda internacional, distribución, nuevas formas
de alerta...
-
La
ola, el mar. Así estoy yo. Destruido y sin saber nada desde aquel día. Aunque
tampoco aquel día supe demasiado.
Efectivamente, la primera noticia tenía
sabor a mar destructor. Una cara, un micrófono, un nombre sobreimpreso.
-
¡Flor de Té! ¡María! – gritó.
Boquiabierto, con el tenedor a medio camino
entre el plato y
la boca, miraba la pantalla con los ojos desencajados.
-
¡Es ella! ¡Patacolachika! ¡Vaya nombrecito! Pero sí, es ella.
-
¿Cuándo
volvió usted del extranjero? – le preguntaban.
-
En
cuanto pude. Las comunicaciones por avión estaban cortadas. Tardé diez días en
encontrar billete. Aparte de otros problemas. Y cuando volví me encontré con
este paisaje.
-
Ud.,
tenemos entendido, es especialista en la cultura del país en que vivía. ¿Qué
hacía concretamente?
-
Bueno,
supongo que ya no importa mucho decirlo claramente. Me obligaron a ser señorita
de compañía en un club de alterne.
-
Pero...
-
Sí,
pero.... No tuve escapatoria. Pero eso ya no importa.
-
Disculpe
si le hemos hecho recordar cosas desagradables.
-
No,
no se preocupe. De aquello salí viva. Peor suerte corrieron los que quedaron
aquí....
-
¡Era
eso! Ahora comprendo tanto secreto.
Sí, la había conocido el veinticinco de
diciembre. Navidad. Aunque
la navidad, en el país que residía, no era más que una excusa para el gasto
incontrolado.
Aquella tarde tenía tiempo. Pensó
echar un vistazo a una de las grandes librerías del centro de la ciudad. Miraba
los clásicos. A su lado una chica morena, piel canela, ojos grandes y negros
como la noche, echaba olor a paraiso de los mares del sur. Era un perfume que
emanaba de su ser, no era artificial.
Fue la nariz la que le alertó
de su presencia. Ella también miraba los clásicos. A un tiempo movieron las
manos y las dirigieron al mismo libro: Flor de Té, un clásico entre los
clásicos.
El llegó primero al libro y
la mano de ella se posó sobre la suya. Si una descarga eléctrica hubiera
recorrido su brazo, no hubiera sido tan fulminante.
_ ¡Esta es!- gritó para sus adentros.
Ella retiró su mano con la velocidad del rayo.
-
Perdone, perdón...., perdón.
-
No,
no se preocupe. ¿Vd. también quería comprar este libro?
-
Sí,
hace tiempo que lo estoy buscando.
-
Tome,
es suyo
-
Pero
Vd. lo cogió primero.
-
No,
no. Yo iba a verlo un poco, pero no sé si lo compraré. Permitame un momento....
Vamos a ver si tienen otro.
Preguntó al librero . No tenían otro
ejemplar. El librero llamó a la
editorial. Estaba agotado.
-
Señorita, es suyo.
-
Pero...
-
Sin
peros que valgan. Y además yo se lo regalo. – La muchacha
no
sabía cómo reaccionar.
-
Gracias,
muchas gracias. ¿Cómo podría pagarle este favor que me hace?
-
¿Qué
tal invitándome a un café?
La franqueza de la sonrisa de ambos hizo
que la tensión en que se
había desarrollado la escena desapareciera como por encanto. Entraron en
una cafetería relativamente silenciosa. Pidieron la consumisión y se sentaron.
_ ¿Cómo se llama usted? – preguntó él primero.
-
Bueno,
creo que lo mejor es no hacer muchas preguntas de tipo pesonal.
La miró a los ojos y vio que una sombra
de tristeza cruzaba el fondo de su vida.
_
De acuerdo, pero de alguna forma tendré que llamarla.
_
Llámeme Flor de Té. O María que es el nombre de mujer más internacional
que conozco.
_
María. Mar. Amar. Amargura. Como el té amargo.
-
Eso
es. ¿Y el caballero?
-
Pues
en esa tesitura, llámeme Juan o cualquiera de sus variantes mundiales.
-
Bien,
pues entonces María, Flor de Té y Juan.
-
De
acuerdo, María. ¿A qué te dedicas?
-
Soy
especialista en la cultura de este país, especialmente en literatura.
-
Vaya,
vaya. Yo soy profesor de mi idioma. También me atrae la literatura porque a
veces escribo....
La tarde se cerró en palabras. Era la
noche.
_
Bueno, María. Me parece que ya es hora de volver a casa. Encantado
de....
-
¿Puedo
ir contigo, si no te importa? Me gustaría ver tu biblioteca.
-
¿Conmigo?
Bueno, yo no tengo inconveniente. Pero ¿no te espera nadie en casa?
-
Me
lo prometiste, sin preguntas.
-
Bien,
de acuerdo. ¿Comemos en mi casa?
-
¿Sabes
cocinar?
-
Mujer,
algo se hará.
En el camino de regreso compraron
aquello que creían podría hacer
falta. Llegaron al bloque de pisos en que vivía Juan. Subieron en el
ascensor hasta la sexta planta. Mientras subían no dejaron de mirarse a los
ojos. El, sorprendido, intrigado por aquella faz, aquella mirada, tierna,
triste, infeliz.... No sabía qué pensar. ¿O sería una trampa? Se abrió el
ascensor. Sacó las llaves del piso. Abrió. La dejó pasar primero. Cerró la
puerta.
-
Un
momento. Voy a encender la luz. Ya está. Por favor, pasa.
Pasaron
hasta la salón-comedor. Era bastante amplio. Había un sofá-cama, una mesa y
varias sillas. En un rincón la tv. y el vídeo junto al aparato de música. El
resto eran estanterías con libros más o menos clasificados. Puso la
calefacción. La navidad estaba siendo muy dura, aunque no había nevado todavía.
-
¿Quieres
tomar algo?
-
No,
ahora no. Gracias.
-
Ah,
perdona. Ven, mira. Aquí está el cuarto de baño y aquí el servicio. Todo está
recogido, así que puedes mirar si quieres.
-
Bueno,
ir al servicio sí.
-
Aquí
está la luz. Después ponte cómoda. Aquí tienes una percha
para el abrigo.
Se despojó del abrigo y dejó ver
una figura bien proporcionada a la que arropaba una falda de tela gruesa,
propia de invierno, con una cremallera en un costado bajando desde la cadera.
La parte superior era un
jersey de lana bellamente tejido en azul con algunos ramilletes de flores
distribuidos por todo el conjunto.
-
Elegante,
pensó Juan.
Mientras iba al servicio, él entró en
la cocina y se dispuso preparar la cena. Ensalada, filete de ternera bien
hecho, patatas fritas , fruta y algún dulce típico del país. Si hacía falta
algo rebuscaría en el frigorífico. Ella volvió al salón y se entretuvo en sacar
libros. A veces leía una página. Otras sólo veía los títulos. Su rostro parecía
decir que estaba disfrutando en aquel ambiente.
-
Bueno,
señorita. A comer.
-
¡Qué
buen aspecto tiene!
-
Sí,
cuando me echen del trabajo me dedicaré a la cocina.
Vió como la cara de la chica tomaba un aspecto serio que no sabía a
qué
achacar.
- ¿Echarte?
-
Como
están las cosas. O como dicen que están las cosas... Todo es posible. Al fin y
al cabo sólo somos puros saltimbanquis para hacer reir.
Ella sonrió amargamente, pero no dijo nada.
- Bueno,
no pensemos en esas cosas y vamos a comer que estoy que me caigo.
_ ¡Venga!
Sin televisión, sín música. Comieron y
se tomaron despaciosamente una botella de vino de primera. De ese que no
emborracha pero templa al cuerpo. Al final tomaron un café. Estaba claro que
con aquella comida no iba bien el té.
_
¡Quiero quedarme aquí esta noche!- soltó ella de pronto.
_ ¿Quedarte conmigo? Bueno.... Esto sí que no
me lo esperaba. Bien, vamos a dejar una cosa en claro.
_ Calla, ya lo sé. Tú accediste a que viniera
porque a los dos nos gusta la literatura. Ya lo sé. Y sé que no tenías, ni
tienes intención de seducirme, ni nada por el estilo. Ya lo sé... Pero, por
favor. Déjame quedarme aquí contigo esta noche. Teniendo aunque sea una manta
en el suelo no me importa.
-
Es
que tampoco tengo pijamas de mujer...
-
No
importa, con uno de los tuyos...
-
Te
estará grande...
-
Más
grande es el mundo y a veces nos queda pequeño.
-
Bien,
si insistes. Espero que comprendas mi sorpresa.
-
Lo
comprendo. Pero esta noche quiero quedarme aquí contigo, pero sin preguntas.
-
Sin
preguntas. De acuerdo. Bien, vamos a ver. Voy a poner el baño. Tú te bañas
primero. Mientras tanto yo preparo los cuartos. Al lado de mi dormitorio hay
otro sólo con libros y vídeos. Mi material de trabajo. Ahí te prepararé la
cama. En el cuarto de baño, sobre la silla, te dejaré el pijama y las toallas.
-
De
acuerdo.
Después de calentar el baño ella entró
y cerró la antesala. Mientras se desnudaba él fue preparando las habitaciones
en las que dormirían. Una vez terminado entró en la antesala del baño. En la
silla ella había colocado su ropa muy bien doblada. La salíta desprendía un
peligroso perfume de mujer. Era un lugar femenino y delicado como las flores en
primavera.
-
¿María?
-
¿Qué?
-
Aquí
en el respaldar de la silla te dejo las toallas y el pijama. Tal vez te esté un
poco grande.
-
De
acuerdo, no te preocupes.
Salió en silencio. Esperó que terminara
mientras veía las noticias en televisión. Ella apareció esplendorosa. Aunque el
pijama le quedaba, ciertamente, un poco grande, tampoco era tanto. Traía su
ropa doblada en la mano.
-
¿Dónde
puedo poner esto?
-
Ven
conmigo.
Y la llevó a la habitación en que ella
dormiría aquella noche.
-
Aquí
dormirás. Si no tienes sueño, hay muchos libros...
-
De
acuerdo.
-
Bueno,
yo me voy a duchar.
-
Como
quieras.
El terminó su aseo. Límpio y fresco
como una lechuga se dirigió al salón. Todavía estuvieron una hora charlando
sobre todo lo divino y humano, pero no sobre cosas de su vida privada.
_
¡Flor de Té! Creo que ya va siendo hora de dormir, aunque mañana no haya
que trabajar.
-
Sí,
ya es hora.
-
Buenas
noches. Si tienes frío puedes aumentar la temperatura de la calefacción
eléctrica.
-
Gracias-...
y lo besó en la mejilla.
El se metió en la cama intrigado.
¿Quién era ella? ¿Qué era aquella sombra de tristeza en sus ojos? ¿Por qué no
quería preguntas?
Leía algo cuando sintió que ella se
levantaba, abría la puerta de su habitación, golpeaba con los nudillos en la
que él se encontraba....
-
¿Sí?
-
¿Puedo
pasar?
-
Sí,
pasa. ¿Qué te ocurre?
-
Tengo
frío.
-
¿No
te he explicado cómo se sube la temperatura.
-
No.
Tengo frío en el alma.
-
¿En
el alma?
-
Sí.
¿Puedo dormir contigo?
-
Bueno,
pero....
-
Calla,
por favor.
Se metió en su cama y se abrazó a él.
Cuando pasaron unos minutos en esa postura, por las mejillas de la muchacha
comenzó a rodar un arroyo de lágrimas y sinsabores.
El buscó un pañuelo y se las secaba. Le
besaba los ojos, le decía palabras dulces, de consuelo..... Y sus labios se
encontraron.
La sinfonía rompió su curso con los
primeros compases. Subidas y bajadas de tono, gritos y susurros. La habitación
se convirtió en un Edén de colores y perfumes. Adán y Eva en su primigenia
presencia. Un cóctel de fruta fueron sus cuerpos. Suave melocotón de la piel,
pomorosas redondeces del pecho. Néctar que los pájaros liban sin descanso,
abejas cargadas del polen de la vida.
Todo lo que había sido dolor, pavor,
temor, terror, desconfianza, presión, represión, se esfumó como el humo que se
lleva el viento. Sólo el goce de vivir recorría las costuras del alma, sólo el
deseo de ser frente al mundo, cuando el mundo les había hecho tanto daño.
Llegó la mañana y aún seguían
embarcados en el vapor del placer. Hiedra que cubre las paredes, enramadas
cubriendo los portales, enroscamiento de un ser en otro ser sin saber dónde
empieza uno y dónde termina otro....
Cuando la extenuación hizo mella en
ambos la noche se hizo sobre sus mentes. Durmieron hasta media tarde....
-
Tengo
que irme, dijo ella.
Salió de la habitación. Se vistió en
silencio. El también. Fueron al salón. Comieron algo.
-
Te
acompaño a la estación.
-
No,
por favor. Y sin preguntas.
-
De
acuerdo, pero dame tu número de teléfono.
Ella sonrió suavemente. Estaba claro
que era una negativa.
La acompañó a la puerta. Antes de abrir
juntaron sus labios en un beso que les supo a mar. Caricia de olas tíbias pero
que al separarse dejaron un rastro de desesperanza, desolación y muerte.
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