martes, 22 de diciembre de 2015

Nieve Flamenca

NIEVE FLAMENCA
                     
                      Con el nuevo año se acercó la nieve a las puertas de mi casa. En días así lo único que apetece es sentarse al amor del brasero, del “kotatsu” o de cualquier artilugio que caliente el cuerpo, ponerse a ver la tv., escuchar música o un largo etc., por ejemplo divagar, flotar con el pensamiento, como esos copos que arremolinándose como un buen paso flamenco, o como una bella revolera torera, tardan poco en desaparecer, pero que, según se los sienta, pueden llevar al éxtasis místico, erótico, artístico...
                      Y ya que hablamos de flamenco, contemplando el baile de la nieve, bailó también una pregunta en el fondo de mi cerebro. Se fue haciendo clara y al final salió como un susurro por entre los labios: ¿Por qué gusta tanto el flamenco en Japón?
                      Ante un papel en blanco, voy a intentar explicarme el “quid” de la cuestión. No pretendo sentar cátedra, como tantos eminentes profesores a la violeta, catadores de todo y conocedores de nada. Las opiniones de las personas pueden ser el principio de la respuesta científica, aunque una opinión tenga más de visceral que de científico.
                      Es bastante general asociar el flamenco con el baile, con la pasión del baile, con la belleza del baile exclusivamente. Algún que otro programa de tv. ha presentado la práctica del flamenco como una forma de mantener una bella figura. Ciertamente, muchas de las personas que conozco practicantes de baile flamenco tienen un aire especial, diferente, al andar.
                      Los japoneses, especialmente las japonesas, son cada vez más bellos, de una belleza más internacional. Desde luego el maquillaje, la comida, el ejercicio, el cuidado del cuerpo, incluyendo el baile como un medio de mantenerse en forma, han ido haciendo su labor, y a la vista está que esa generación que puede estar entre los dieciocho y los treinta y algunos años, estilísticamente está mejor formada, evidentemente es una visión muy general, que sus antecesoras.  
                      Esta puede ser una razón, aunque creo que esa corriente que fluye de fondo por la cultura japonesa, sus bailes, el “Ninhon Buyo”, son de una belleza indescriptible. Algunas personas pensarán que son aburridos, que el flamenco es más apasionado...
                      Permitanme disentir, al menos parcialmente. Esa opinión se basa en la visión simplista de la superficie de los elementos. Se necesita un apasionado autocontrol, una fuerza interior muy grande para llegar a esa perfección. Eso es pasión, pasión como sufrimiento por el sueño que se quiere alcanzar.
                      Quizás esa generación antes mencionada, y mucha más gente, confunde pasión con energía expresada en movimiento. Puede no parecer energía lo que se expresa en muchas artes japonesas, pero sin duda lo que si expresa es pasión.     Al poco tiempo, una semana, de llegar a Japón, me llevaron a escuchar un concierto de “koto”. Alguien tocaba y otra persona cantaba, con ese son tan característico de los cantes nipones, con esas modulaciones de voz,que el foráneo no sabe a qué carta quedarse.
                      Cantaban “Sendas de Oku”, de Matsuo Basho, un poeta del S.XVII. Una amiga iba traduciéndome de manera aproximada lo que decía el cante. Y digo el cante porque, en ese momento, aquello que escuchaba para mí era flamenco. La tristeza, la melancolía, el dolor y al mismo tiempo la alegría de vivir, todo junto. Todo ese mundo que expresa el flamenco tan a las mil maravillas.
                     “Sendas de Oku” es un hito de la literatura japonesa, otro es “Manyoshu”. Leyendo este libro en la versión española del onubense Antonio Cabezas y aquel en la del Nobel mexicano Octavio Paz, no sabe uno si está leyendo coplas japonesas o coplas flamencas.
                      Evidentemente no todo el libro tiene aire flamenco, pero hay temas como el amor, la despedida, la espera desesperada, la cinta del pelo o del delantal, aquí del kimono, que forman parte de ese modo de expresión de sentimientos universales, comprensibles para cualquiera, una vez superada la barrera del idioma.
                      Quizá la industrialización rápida, el desarraigo de la cultura tradicional, la demagogia político económica, lease comedura de coco, alrededor de la necesidad de modernización del país ,y otros etcs., hayan conseguido que el japonés medio haya acabado desnaturalizándose hasta tal punto que haya perdido la perspectiva de su propia cultura. En esa situación lo que viene de fuera aparece como mejor, lo que hay dentro se desvirtúa y se niega.
                      Creo que el flamenco es una forma de expresar lo que se siente, de expresar la vida. Aceptemos que es esa corriente de pasión presente en toda cultura, en toda persona. Soterrada en la vida diaria, el flamenco ha hecho sentir a muchos japoneses, a través del baile, de la guitarra, del cante, algo que está en ellos mismos, pero de lo que no se habían dado cuenta. El flamenco es universal porque es humano. El arte, su técnica, es un producto cultural que se puede aprehender, pero el sentimiento todos lo llevamos en la sangre.
                      Resumiendo, creo que ,como cultura levantada por personas, dentro de la cultura japonesa hay una parcela perfectamente abonada para la aceptación y desarrollo del flamenco.
                      Con las naturales diferencias, la guitarra tiene su paralelo en el “shamizen”, las tarantas y tarantos en el “tanko bushi” o canciones de mineros, la canción española en el “enka”, el “kyogen” en el sainete o el entremés, Chikamatsu en Lope de Vega, el código caballeresco en el código del samurai.
                      Toda una serie de paralelismos que hacen que no sorprenda que a un japonés, aunque muchas veces sea de manera intuitiva y no racional, le guste el flamenco. Poderlo practicar, en cualquiera de sus modalidades, de forma bella y artística es sólo cuestión de esfuerzo, trabajo y pasión, de la que el pueblo japonés anda más que sobrado, aunque a veces no lo parezca.       



                                     ANTONIO DUQUE LARA   

                       

sábado, 12 de diciembre de 2015

Las hojas, los mitos

LAS HOJAS, LOS MITOS


        La noche cae lenta, pausadamente, como si el tiempo hubiese detenido su prisa. Tarde de lluvia, plenitud de otoño en que los árboles deshojan su cuerpo triunfante dejando al descubierto su secreto.
        Caen las hojas como el agua, tibia, suave. Moja la frente encendida en palabras y el rostro pleno de gestos. Caen las hojas, cae el agua. Suavidad de la tarde, lentitud de la noche. Maravillosa imagen evocada en mil formas. Y en el centro de la tarde-noche los protagonistas: los enamorados del mundo.
        Caen las hojas como la palabra, la palabra como las imágenes, las imágenes como los mitos..., y, al final, la magestuosidad del árbol desnudo.
        La vida limpia que quiere volver a empezar, que está germinando de nuevo para vivir los mismos procesos, las mismas imágenes con un nuevo ropaje.
        Imagen del hombre eterno que deshoja el árbol de sus conceptos, de sus mitos, de sus eternas frustraciones, cambiando el follaje no la raíz del árbol. Visión del hombre amorfo, incapaz de renovarse...
        Caen los conceptos, los mitos y nos queda el hombre, el cerebro del hombre incapaz de sentirse a sí mismo como ser humano.
        Es necesario, lo sabemos, es necesario dejar nuestros fundamentos en raices podridas.
        Pero, ¿qué sería del hombre sin sus mitos, sin sus conceptos, sin su dogmatismo a ultranza? Poca cosa o posiblemente, lo más importante: el hombre.
        Pero el hombre no quiere ser hombre, no sabe ser hombre, tiene miedo y prefiere la mentira a la verdad creada, prefiere seguir la línea del camino a hacer el camino.
        Contradicción tras contradicción, dogmáticamente llevadas hacia adelante y no en el ánsia de la búsqueda.
        Las hojas caen en una tarde de lluvia, serenamente hermosa. La lluvia cae, las hojas caen y nos dejan la indeleble verdad desnuda del árbol: su hermosura.
Aranjuez 1980

Este texto está escrito en el cuartel de Caballería Lepanto de Aranjuez. Había un árbol solitario en el patio.


 
¡Qué triste es ver                 
desparramarse la vida
después de consumir las armas
cumpliendo con el pesado deber
de combatir por nuestra tierra!
Siete veces que naciera
siete veces empuñaría su escudo
buscando la revancha
éste que va a fundirse con la tierra.
En esta isla en que pululan los helechos
pienso punto punto en el rumbo de la Patria.

重きつとめを果たし得で き果て散るぞ悲しき
討たで野には朽ちじは又 七度生まれてらむぞ
の島にるその時の の行手に思ふ
栗林 

Este texto forma parte de la primera serie de Fotopoemas. Está escrito en Japón quizás 26-27 años después del primero. Es un trozo de un libro escrito por el general Kuribayashi, cuando sabiendo que iba a morir él y todos sus soldados se disponían, a pesar de todo, defender a su país. En su lectura recogí esta parte y la traduje. irremediablemente me recordó al general Cervera cuando se dispuso a morir defendiendo Cuba.

Puntos comunes: Cumplir con el deber. El enemigo era EE.UU. Ambos gobiernos, japonés uno, español otro no supieron o no quisieron hacer nada por los soldados...... Cada cual  lo interprete a su gusto. Gracias. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Relatos Breves

EXTRAÑA HISTORIA


        - ¡Rinnnggg! ¡Rinnnggg! ¡Rinnnggg!
        - ¿Sí?
        - ¡Hola!
        _ ¡Hola!
        _ ¿Todo listo?
        _ ¡Sí!
        _ ¿Sin miedo?
        - ¡Sin miedo!
        _ Nos veremos en el lugar fijado.
        _ De acuerdo.

        Comenzaron a caminar, la mirada fija en algún punto.
        Carreteras, caminos pedregosos, montes pelados, bosques,rocas, nieves, ríos, mar y fuego...
Siguieron caminando, caminando, caminando... La tierra los iba absorviendo paulatinamente. Más, más, más, más...
        El mundo se olvidó de ellos, pero eran felices.




EL VOLCAN

         La risa fue general. Todo el mundo conocía la leyenda que circulaba        sobre aquel lugar y la admitían como cierta, pero aquello que contaba el visitante resultaba inadmisible y grotesco.
        En un tiempo lejano aquella parte de la costa se había caracterizado      por una fuerte actividad volcánica. Geológicamente estaba demostrado, aunque resultaba extraño que la sedimentación de resíduos hubiera dado lugar a una tierra rica para el pasto, los         bosques y la cría de animales.
        Los hombres del pueblo partieron, como todas las mañanas, hacia sus puestos de trabajo, bien en el mar, bien en la montaña. Tranquilos y felices daban gracias a Dios por haberles ayudado en   su lucha contra los elementos adversos y haber llegado a conseguir         la situación de prosperidad que ahora disfrutaban.
        Aquella tarde, cuando todo el mundo empezaba a regresar hacia el pueblo, a la caida del sol, desde los barcos que se acercaban al         puerto, se observó que del monte subía una gran columna de humo.         Una vez desembarcados pusieron en alerta a la población. Se formaron grupos de hombres y mujeres que se dirigieron hacia el lugar del hecho. Entretanto corría la noticia de que un grupo de hombres que trabajaba por aquella zona no había regresado aún.       Alarmados por su ausencia, los corrillos de gente se dirigieron hacia allá.
        Faltaban a los primeros grupos unos trescientos metros para llegar cuando, de pronto, salió hacia los aires disparada una gran columna         de material volcánico. Las escenas de terror fueron indescriptibles. Gritos, nervios, heridos. Todo aquello se aumentaba en la lucha desesperada por encontrar a los doce trabajadores desaparecidos.
        Dos horas furon necesarias para poder acercarse un poco más a la cresta del monte. Los trabajadores fueron encontrados cuando      salían de una profunda gruta existente en las proximidades del cráter. Se habían refugiado allí al observar el peligro y, salvo         algunos heridos de poca consideración, todos se encontraban bien.

        Abrazaron a sus familiares y amigos. En los rostros de todos se reflejaba la preocupación de saber que el pueblo se encontraba en una zona volcánica que, como había sucedido, en cualquier         momento, podría volver a ponerse en erupción. Aunque lo primero era salir de allí porque si no la lava, los gases que desprendía el volcán podía dejarlos a todos tirados por el suelo.  

domingo, 22 de noviembre de 2015

Chucho y Canito

CHUCHO Y CANITO

        - ¡Guau! ¡Guau! Hola, peque ¿qué tal te va?
        La tarde caía lentamente. El calor había desaparecido y empezaba a correr una leve brisa que hacía agradable el paseo por el parque.
        Ante tan inesperada visita Canito salió corriendo y se refugió entre las piernas de su dueña.
        - Pero Canito – decía la hornorable matrona- ¡qué arisco eres, hijo mío! Si este chucho vagabundo sólo pretendía saludarte.
        De entre las macilentas piernas de la vieja, la cara de Canito apareció totalmente descompuesta. Miró el rostro de su dueña y esto lo tranquilizó un tanto. Abandonó su refugio y se dirigió hacia el perro vagabundo que lo observaba con curiosidad.
        - ¡Hombre! Creía que no vendrías nunca. Perdona, chico, no pretendía asustarte. Sólo pasaba por aquí y deseaba saludarte ya que eres el único ejemplar perruno que hay en esta birria de parque.
        - Eres un grosero- protestó Canito -, este parque es muy bonito.
        - Ja, ja. Permíteme que me ría, pequeño, pero se nota que no estás acostumbrado a andar por el mundo.
        - Bueno, yo vivo en un piso muy bonito.
        - Sí, eso dicen todos. Pero pierden mucho más de lo que ganan viviendo de esa manera y durmiendo en alfombras.
        - ¿Sí? ¿Y qué es lo que se pierde, según tú?
        - La libertad, chucho, la libertad.
        - ¿La libertad? ¿Y qué es eso?
        Ante pregunta tan ingénua, le pareció a Chucho, no pudo por menos que reirse de lo lindo en las narices de Canito.
        - Hombre, esto tiene gracia. ¡Pobre diablete estás hecho! No te enteras de nada. Mira, entre otras cosas, la libertad para un perro es hacer sus necesidades donde le apetezca y cuando le apetezca, y no tener que estar esperando a que lo saquen a uno a la calle para hacerlas. Además, seguro que cuando te orinas en el comedor de tu casa llega esa viejarruca y te zumba.
        - Esa mujer no es viejarruca, ¿te enteras? – gritó histérico Canito-, es una mujer muy buena.
        - Sí, buena. Y además, da lo mismo. Si no es ella son los críos, al fin y al cabo son la delegación de sus padres y descargan sobre ti lo que no pueden descargar sobre ellos. ¿No? Oye, pequeño, que un perro es un perro y no un objeto decorativo. Mírate, pobre diablo. Huele que apestas.
        - Este jabón es muy bueno, y el perfume que me pone la señora Julia es de París.
        - ¡De París! ¡Ja! De la Conchinchina dirás. ¿Sabes de qué está hecho ese perfume, so pelma? – Canito le miró sorprendido-. Mira, matan a los animales, los más diversos, y con sus despojos, sus grasas y esencias de flores, que esa es otra, te preparan esos deliciosos mejunjes. Pobres animales. ¿Cuándo aprenderemos que el hombre es el más aimal de todos los animales? ¿Sabes de qué están hechas las cremas de las señoras?
        - No, respondió Canito todo intrigado.
        - Pues de aceite de ballena, chaval. Sí, de ballena, repitió Chucho ante la cara espantada de Canito.
        - ¿Y eso qué es?
        - Oye, pero tú no sabes nada, ¿eh? ¿Cómo te las arreglas?
        - ¿Y tú cómo sabes tanto, sabiondo?-, preguntó Canito ante la humillante frase que le había soltado Chucho.
        - Sencillo, tío. Sencillo. Porque soy libre y recorro mundo.
        - Tú serás muy libre, pero vas hecho un asco, ladró Canito muy enfadado.
        _ ¿Y qué? ¿Qué saco con estar al lado de una viejarruca como esa?
        - En la casa se está caliente.
        - Caliente, caliente. Y yo me baño en los charcos cuando llueve, huelo las flores, oigo cantar a los pájaros.
        - Pero a ti nadie te quiere y a mí sí.
        - ¿Que nadie me quiere? – ladró divertido Chucho-, ¡Que nadie me quiere! Crío, que eres un crío y no entiendes nada. Es verdad que camino por las calles , pero siempre hay alguien que me acaricia, gente que, como yo, vagabundea que no tiene a nadie con quien hablar y lo hace conmigo, y aprendo muchísimas cosas. Luego están los otros, los que viven en los ataudes de los pisos modernos, siempre te atan con una cadena y te lo prohiben todo, y un perro lo que quiere es correr, saltar, ladrar, brincar. Todas esas cosas, ¿te enteras? ¿A que a ti te riñen cuando ladras en casa?
        - Sí, eso es cierto, dijo Canito agachando la cabeza.
        - ¿No ves? Ya lo sabía. Además , todo ese mundo me lo conozco muy bien. Yo tuve un ama y me escapé de casa.
        - ¿Que te escapaste de casa?
        - Sí, me escapé.
        - ¿Y por qué lo hiciste?
        - Muy sencillo, estaba harto de aguantar los golpes de un ama asquerosa que, encima, me tenía a régimen. Que si Perico por aquí, que si Perico por allí. Que no te mees Perico. Porque yo me llamaba Perico, ¿sabes?
        - ¿Y ahora, cómo te llasmas?
        - Ahora Chucho, todo el mundo me llama Chucho.
        - Pero Chucho no es un nombre bonito.
        - Claro que sí, hombre. Nosotros somos chuchos, y no otra casa tan repipi como los nombres que nos ponen a veces. Chucho es tan natural como nosotros.
        El diálogo se había desarrollado a unos metros de la señora Julia que seguía atenta a su calceta. La tarde era cada vez más apacible. Los pájaros piaban largamente en los árboles mientras los niños se dedicaban a tirarles piedras.
        - Seguro que a ti te tiran piedras también, comentó Canito al tiempo que se tumbaba en la hierba.
        - Sí, a veces. Pero casi siempre son gente con cara de mala uva. Esas que no se atreven a contestarle a su jefe y lo pagan con lo primero que encuentran. O los niños a los que han regañado en la escuela o en casa. Gente así. Los demás suelen comportarse de otra forma. Desde luego hay que tener lástima de los humanos, y la verdad es que si no fuera por nosotros, muchas veces no sabrían qué hacer. Ahí tienes a los San Bernardo en la nieve, o a los Pastores alemanes para los ciegos, o a los perros de los trineos. No sé, muchísimos casos se han dado en que los perros hemos salvado la vida a alguien...
        - ¿Tú has salvado la vida a alguien?
        - Sí, hace poco me ocurrió una cosa así. Iba por la orilla del lago y había un hombre que parecía ahogarse. No me tiré al agua porque no tengo
mucha fuerza, ya ves. Soy muy escuchimizado, como decía mi ama. Claro que ella me estaba matando y no se enteraba la pobre. Bueno, lo que te decía. No me tiré, pero salí hasta la carretera que pasa cerca del lago. Ladraba tan fuerte que los vecinos de una granja acudieron al oirme. Estaban muy extrañados, pero me siguieron y pudieron salvar al hombre.
        -¡Qué valiente!
        - Sí, si, valiente. ¿Sabes cómo me pagó el buen señor? A los tres días me estaba pegando estacazos.
        - ¡Qué bestia!
        - Sí, pero luego dicen que las bestias somos nosotros.
        - Tienes razón.
        - Pero no importa, soy feliz viviendo así. Me divierto mucho observando a la gente. Pobrecillos.
        Las primeras farolas empezaron a encenderse y el sol dejaba su estela roja sobre las nubes de poniente. La señora Julia comenzó a recoger sus bártulos.
        - Canito. Canito. Bonito, vamos. Venga...
        - Chucho, me tengo que ir. Me ha gustado mucho ladrar contigo, pero tengo que irme.
        - ¿No ves? Si vivieras como yo no tendrías que irte de ningún sitio, porque cualquier sitio sería tu hogar.
        - No sé. Me ha gustado mucho conocerte. Desde luego me vas a hacer pensar. Bueno, adiós.
        - Adiós, pequeño. Aquí tienes un amigo.

        Se husmearon como perros y Canito se dirigió hacia donde se encontraba la señora Julia. En el cielo las primeras estrellas hicieron su aparición

jueves, 12 de noviembre de 2015

La guitarra

LA GUITARRA


        El concierto estaba programado para las ocho de la tarde. Como siempre, en estos casos, la gran sala oficial en que se iba a desarrollar el acto estaba repleta de público, bien compuesto, elegante, maravillosamente atildado para el evento.
        Joaquín se encontraba un poco cortado. Sus vaqueros medio raidos y sus zapatillas de tres años atrás le daban un aspecto extraño, casi de pedigüeño asqueroso. Si a eso unía su cara cadavérica de opiota empedernido y borrachín de barrios bajos, el contraste no podía ser más evidente.
        Mientras desde el fondo oscuro de sus ojos iba observando a la gente que le rodeaba, una sonora ovación le asustó y le sacó de su ebrio sopor de marihuana y coñac.
        Un hombre de unos cincuenta años, bajito, regordete y lustroso, salía desde el fondo aterciopelado del salón, con una guitarra en la mano. Su traje, le pareció a Joaquín, era uno de tantos de los que se veían en la ciudad cuando un grupo de gentes pertenecientes a cualquier extraña agrupación acudía a la ciudad.
        Lo único que le llamó la atención de traje tan vulgar fue la corbata. No era una corbata normal. Ni la corbata convencional de los burócratas de turno, ni la odiosa pajarita de las recepciones oficiales. Aquello era distinto. Desde el trasfondo del cuello le salía hacia adelante un hermoso lazo de color rojo. Le pareció un lacito de niña encopetada en domingo cuando pasea al lado de su hombre y quiere dar la nota.
        - Encantador, pensó Joaquín. Me lo comería a besos y luego me ahorcaría con su corbata.
        Intentó mirar el programa de mano y saber quién era aquel tipejo extraño que iba a deleitar sus sucias orejas. Estaba tan aturdido que decidió llamarle Ernesto. Sabía que no era su nombre pero, al fin y al cabo , daba lo mismo. Allí lo único importante era la música, maravillosa droga que no había que aspirar y no quemaba los pulmones.
        El estúpido aplauso dejó de sonar y el silencio que le siguió olía a cementerio.
        La guitarra, maravilloso cuerpo de mujer desnuda, se encaramó entre las manos del artista. Con un golpe seco se rasgaron sus entrañas y de su boca las notas volaron como palomas buscando libertad.

...GRANADA...

        Granada, rojo atardecer de la Vega. En lo alto de la Alhambra, desde las misteriosas ventanas del Salón del Trono, cúpula ascensional y mocarabérica, observaba al Paseo de los Tristes. Allá al fondo, río Darro incluido, una suave niebla se levantaba sumergiendo al visitante en un éxtasis sensual perfecto.
        A los pies del monumento, sentado delante del Bañuelo, lo miraba en su plena majestuosidad. El cielo estrellado le traía a su lado el recuerdo del cuerpo ardiente de su amada.
        Subió por las estrechas callejas hasta la Plazoleta del Beso. Rosa le hablaba quedo al oido. Los besos habían agotado las palabras y sólo la mente volaba por encima de los picos nevados de la sierra. Una luz indecente vigilaba sus caricias. Por debajo de la luz una especie de extraño garabato se reía de ellos.
        - Es un número, decía Rosa.
        - ¡Que no! ¿No ves que es un paraguas?
        - Oye, tú estás borracho.
        - ¿Que yo estoy borracho? Oye, tú, ninfómana, no te pases...
        Herido en su machismo a ultranza por las palabras de Rosa, quiso levantarse y dar unos pasos hacia adelante. En su estúpido deseo de querer demostrar que estaba sobrio, fue directo hacia la fuentecilla que había en el centro de la plazuela. Rápidamente pudo sujetarse, pero a punto estuvo de caer de bruces, a no ser por el brazo de Rosa. Gracias a ella sólo su cabeza recibió un buen chapuzón.
        - ¡Por todos los diablos! Esto no estaba aquí antes, gritó. Rosa no pudo contener la risa. Lo acarició dulcemente en el pelo, lo besó largamente y haciéndole eco a las estrellas decidieron dar un paseo.

...RECUERDOS DE LA ALHAMBRA...

        - Oye, ¿este cacharro funciona?
        - Claro, hombre. ¿Ves lo malo que parece? Pues con este cachibache he hecho mis mejores fotografías.
        - Tú, que eres profesional, rió Joaquín.
        - Venga, vamos, que tengo ganas de salir guapa en las afotos.
        Con su aspecto de turistas desnutridos subieron la larga cuesta que los llevaba a la entrada de la “Casa Roja”
        El agua, eterna compañera del sueño, corría por los arrayanes y los surtidores. El cielo estaba límpio y el calor era sofocante. Perdidos en una de las tantas salas del monumento, Rosa se sentó en una de las ventanas que daban a los patios.
        - Así, quieta, dijo Ignacio. ¡Preciosa!
        Como por encanto, con la velocidad del gamo, Joaquín se arrodilló ante Rosa y con su mano en los labios formaron una pareja escultórica.
        En ese momento el flash iluminó la estancia y una sonora carcajada brotó de sus gargantas. 

LA GUITARRA II
...CAPRICHO ARABE...

        - Mira, allí viene Juan. ¡Juan, Juan!
        - ¡Hola, golfantes! ¿Qué haceis aquí?
        - Pues nada. Esperándote, contestó Joaquín.
        - Con que esperándome. ¿Y esos cubatas , qué?
        - ¡Hombre!, respondieron al unísono Rosa y Joaquín, ¿Están tan baratos!
        Los tres rieron de lo lindo y empezaron a beber como cosacos. Aquella noche la cena fue buena y copiosa. Las chuletas que Rosa había traido de su pueblo se las comieron con la velocidad del rayo.
        Dado el estado de embriaguez de Joaquín, le sentó mal la comida. Y lo malo, pensaba, es que mañana nos espera el jefe para el examen. Para eso estoy yo, para Infiernos.
        - Sinvergüenza, le gritaba Rosa desde la cocina. ¿Para eso traigo yo las chuletas, para que tú las desperdicies con tus vómitos?
        - Rosita, Rosita, de verdad, yo no quería. Eso es, sí señor, decía con su lengua estropajosa Joaquín. Eso es, ¡Hip! Si yo...!Hip! Eso es, es la coño-cola la que tiene la culpa. Los voy a demandar, ....sí señor....
        Entre Juan y Rosa lo metieron en el baño y le dejaron caer el agua fría de la ducha sobra la cabeza.
...SERENATA INGENUA...

        - Bueno, titis, ahora a bailar.
        La noche era fría, pero el vino que bebieron durante la cenales hacía sentir en el cuerpo un calorcillo especial.
        - Pero Joaquín, le susurraba Carmela al odio, que tengo que ir a dormir a mi casa.
        - De eso nada, chati. Tú esta noche duermes conmigo.
        - Sí, eso es lo que tú quisieras. ¡Que no, que me voy!, contestó Carmela entre sensual e ingenua.
        - Sí, sí, ya te aguardarías. Además ¿para que te salgan los lobos y te despedacen por el camino? ¿no te sirvo yo, gatita?
        En un diálogo de alucinados, Carmen se dejó convencer en su púdica vergüenza. Joaquín sabía que si terminaba con ella en el catre no iba a ocurrir nada. Estaba preparado y tampoco le apetecía demasiado comprometerse a tanto con aquella mujer, pero le resultaba divertido la idea de romper los esquemas de puritana tan especial. Sentía aprecio por ella, pero quería demostrarle que la vida no se encerraba en aceptar el orden establecido de forma tan cerrada y estricta. Siempre cabía un margen de ocio lo suficientemente amplio como para que no hubiese ningún tipo de peligro en los esquemas prefijados por la sociedad. Al fin y al cabo los hombres no eran tan lobos como ella decía.
        Entre risas y acaramelamientos, las tres parejas subieron , Cuesta Chapiz arriba, hacia el Sacromonte.

...EL BOLERO DE RAVEL...

        Joaquín y Carmen se despistaron de los demás. Se perdieron en la pista lenta que había en la cueva y, como dos carneros enamorados, enlazaron sus cuerpos al ritmo suave de la música.
        - Oye, so fea. Eres una mentirosa.
        - ¿Que yo soy una mentirosa?
        - Sí, so choriza. Me has engañao.
        - ¿Ah, sí?, respondió Carmela haciéndose la interesante.
        _ Sí. Porque sabes bailar mejor que yo. Y ahora te toco el culo.
        - ¡Quieto!, dijo ella riendo.
        - Anda, tonta....
        Cualquiera que estuviera observando la escena diría que la pareja estaba entrando en trance. Pero cuando Joaquín bajaba la mano por la espalda de Carmela para acariciar su sugerente trasero, ésta, en un rapto de inspiración, se le desplomó en los brazos llorando.
        - ¡Eh! ¡Vamos!, decía Joaquín mientras la arrastraba hacia uno de los apartados de la sala. Le dio un pañuelo medio sucio y la sentó a su lado.
        - Leche, tampoco es esto, pensaba Joaquín. Que no la voy a violar. Siempre tiene que dar la nota... ¿Será posible?
        - Vamo, ¿qué pasa?, dijo un poco furioso en su mala lucidez.
        En su histerismo lloroso, Carmela fue desgranando toda una serie de cosas que Joaquín no entendía. La hermana, el novio, el no sé qué de un rapto.
        - ¡Ay! ¡Mi hermana es muy desgraciada! ¡Cabrón! Que na más que eso es mi cuñao, un cabrón.
        - Bueno, bueno, no es para tanto. Mira, ahora no entiendo nada de nada. Me lo explicas mañana ¿vale? ¿Así vamos a celebrar la quiniela?
        Entre tanto, las otras parejas se acercaron a ellos, encontrándolos en un diálogo deshilvanado y borracho en el que cualquiera que no estuviera igual se hubiera reido de lo lindo.
        - Vaya par de tórtolos. Nosotros buscándolos y ellos aquí pegándose el lote, dijo Antonio.
        - Si supieras, seguro que no dirías eso.
        - ¿Qué ha pasado?
        - ¿Qué ha pasao? No, na de na. La muchacha que se ha puesto histérica y ha empezado a llorar.
        Mientras les fueron explicando lo ocurrido, salieron a la calle y una fría bofetada de la noche les refrescó la mente a todos.

...EL AMOR BRUJO...

        La habitación era lo suficientemente amplia como para albergar una cama, una mesita de noche, un armario y un flexo.
        - ¿Tienes un pijama?, preguntó Carmen mientras Joaquín se desvestía.
        - ¿Un pijama? ¿Para qué quieres un pijama?
        - ¿Para qué va a ser? ¡Para ponérmelo!
        - ¡Ah! Claro, claro... Sí, debajo de la almohada está.
        Mientras Carmela se iba al cuarto de baño a cambiarse, Joaquín se metió en la cama y la esperó totalmente alucinado.
        - Se está bien aquí, dijo Carmela al volver, metiéndose en la cama contra la pared. ¿Tienes música? ¿Qué tienes?
        Joaquín alargó la mano hacia el cajón de la mesita y sacó varias cintas de casete.
        - Rasmaninov, Bettoven, Albéniz, Falla....
        - Pon a Falla, por aquello de que estamos en Granada.
        Tonta hasta el final, pensó Joaquín poniendo la música.
        En la radio-casete empezaron a sonar los primeros compases del “Amor Brujo”. Mientras tanto Joaquín se fumó un cigarrillo y entablaron una charla entre animada y tonta. Joaquín apagó la luz azulada del flexo. En la oscuridad del cuarto y a los acordes de la música, Eros entró por la ventana. Las manos de Joaquín comenzaron a palpar las ropas asustadas de Carmela. Entre tiras y aflojas, reproches y risas, las manos se deslizaban por el cuerpo de la muchacha.
        De pronto, un ruido estrepitoso hizo venir al cuarto de Joaquín a sus compañeros de piso.
        - ¿Qué ha pasado?, preguntaban mientras encendían la luz.
        - Un terremoto. ¡Ahhhhhh! , respondieron desde el suelo.


        Tras los últimos compases de “Los Rumores de la Caleta” estalló un estruendoso aplauso. El hombrecillo de la cinta roja en el cuello saludó al público radiante de felicidad.
        Joaquín se enderezó como pudo y salió a la calle. Caminaba hacia la Judería, que lo esperaba con los brazos abiertos. En su estado no veía nada ni a nadie de lo que le rodeaba.
        Al torcer una de las esquinas se quedó mirando sorprendido. Aquel no era un ser de este planeta. Medias plateadas y con calados sugerentes, falda lujuriosamente corta y una blusa ajustada hacían resaltar una especie de ojillos que se encendían y apagaban en lo que alguien diría que no era sino un prominente pecho de mujer.
        - Oiga, ¿qué planeta es éste?, preguntó tocando uno de los botones. Una sonora bofetada lo tumbó en el suelo mientras la calle estalló en una carcajada grandiosa. A los pocos segundos, su amigo Mustafá y la Niña de la Mochila Azul le levantaron del suelo.
        - ¿Qué te ha pasado?, le preguntaron.
        - ¿Eh? ¿Dónde estoy?
        - Aquí, en la calle Deanes, junto a Plateros.
        - ¿Qué ha pasado? Pues no lo sé, tios, no lo sé. Pero nunca creí que con una guitarra se pudiera flipar tanto.