domingo, 22 de noviembre de 2015

Chucho y Canito

CHUCHO Y CANITO

        - ¡Guau! ¡Guau! Hola, peque ¿qué tal te va?
        La tarde caía lentamente. El calor había desaparecido y empezaba a correr una leve brisa que hacía agradable el paseo por el parque.
        Ante tan inesperada visita Canito salió corriendo y se refugió entre las piernas de su dueña.
        - Pero Canito – decía la hornorable matrona- ¡qué arisco eres, hijo mío! Si este chucho vagabundo sólo pretendía saludarte.
        De entre las macilentas piernas de la vieja, la cara de Canito apareció totalmente descompuesta. Miró el rostro de su dueña y esto lo tranquilizó un tanto. Abandonó su refugio y se dirigió hacia el perro vagabundo que lo observaba con curiosidad.
        - ¡Hombre! Creía que no vendrías nunca. Perdona, chico, no pretendía asustarte. Sólo pasaba por aquí y deseaba saludarte ya que eres el único ejemplar perruno que hay en esta birria de parque.
        - Eres un grosero- protestó Canito -, este parque es muy bonito.
        - Ja, ja. Permíteme que me ría, pequeño, pero se nota que no estás acostumbrado a andar por el mundo.
        - Bueno, yo vivo en un piso muy bonito.
        - Sí, eso dicen todos. Pero pierden mucho más de lo que ganan viviendo de esa manera y durmiendo en alfombras.
        - ¿Sí? ¿Y qué es lo que se pierde, según tú?
        - La libertad, chucho, la libertad.
        - ¿La libertad? ¿Y qué es eso?
        Ante pregunta tan ingénua, le pareció a Chucho, no pudo por menos que reirse de lo lindo en las narices de Canito.
        - Hombre, esto tiene gracia. ¡Pobre diablete estás hecho! No te enteras de nada. Mira, entre otras cosas, la libertad para un perro es hacer sus necesidades donde le apetezca y cuando le apetezca, y no tener que estar esperando a que lo saquen a uno a la calle para hacerlas. Además, seguro que cuando te orinas en el comedor de tu casa llega esa viejarruca y te zumba.
        - Esa mujer no es viejarruca, ¿te enteras? – gritó histérico Canito-, es una mujer muy buena.
        - Sí, buena. Y además, da lo mismo. Si no es ella son los críos, al fin y al cabo son la delegación de sus padres y descargan sobre ti lo que no pueden descargar sobre ellos. ¿No? Oye, pequeño, que un perro es un perro y no un objeto decorativo. Mírate, pobre diablo. Huele que apestas.
        - Este jabón es muy bueno, y el perfume que me pone la señora Julia es de París.
        - ¡De París! ¡Ja! De la Conchinchina dirás. ¿Sabes de qué está hecho ese perfume, so pelma? – Canito le miró sorprendido-. Mira, matan a los animales, los más diversos, y con sus despojos, sus grasas y esencias de flores, que esa es otra, te preparan esos deliciosos mejunjes. Pobres animales. ¿Cuándo aprenderemos que el hombre es el más aimal de todos los animales? ¿Sabes de qué están hechas las cremas de las señoras?
        - No, respondió Canito todo intrigado.
        - Pues de aceite de ballena, chaval. Sí, de ballena, repitió Chucho ante la cara espantada de Canito.
        - ¿Y eso qué es?
        - Oye, pero tú no sabes nada, ¿eh? ¿Cómo te las arreglas?
        - ¿Y tú cómo sabes tanto, sabiondo?-, preguntó Canito ante la humillante frase que le había soltado Chucho.
        - Sencillo, tío. Sencillo. Porque soy libre y recorro mundo.
        - Tú serás muy libre, pero vas hecho un asco, ladró Canito muy enfadado.
        _ ¿Y qué? ¿Qué saco con estar al lado de una viejarruca como esa?
        - En la casa se está caliente.
        - Caliente, caliente. Y yo me baño en los charcos cuando llueve, huelo las flores, oigo cantar a los pájaros.
        - Pero a ti nadie te quiere y a mí sí.
        - ¿Que nadie me quiere? – ladró divertido Chucho-, ¡Que nadie me quiere! Crío, que eres un crío y no entiendes nada. Es verdad que camino por las calles , pero siempre hay alguien que me acaricia, gente que, como yo, vagabundea que no tiene a nadie con quien hablar y lo hace conmigo, y aprendo muchísimas cosas. Luego están los otros, los que viven en los ataudes de los pisos modernos, siempre te atan con una cadena y te lo prohiben todo, y un perro lo que quiere es correr, saltar, ladrar, brincar. Todas esas cosas, ¿te enteras? ¿A que a ti te riñen cuando ladras en casa?
        - Sí, eso es cierto, dijo Canito agachando la cabeza.
        - ¿No ves? Ya lo sabía. Además , todo ese mundo me lo conozco muy bien. Yo tuve un ama y me escapé de casa.
        - ¿Que te escapaste de casa?
        - Sí, me escapé.
        - ¿Y por qué lo hiciste?
        - Muy sencillo, estaba harto de aguantar los golpes de un ama asquerosa que, encima, me tenía a régimen. Que si Perico por aquí, que si Perico por allí. Que no te mees Perico. Porque yo me llamaba Perico, ¿sabes?
        - ¿Y ahora, cómo te llasmas?
        - Ahora Chucho, todo el mundo me llama Chucho.
        - Pero Chucho no es un nombre bonito.
        - Claro que sí, hombre. Nosotros somos chuchos, y no otra casa tan repipi como los nombres que nos ponen a veces. Chucho es tan natural como nosotros.
        El diálogo se había desarrollado a unos metros de la señora Julia que seguía atenta a su calceta. La tarde era cada vez más apacible. Los pájaros piaban largamente en los árboles mientras los niños se dedicaban a tirarles piedras.
        - Seguro que a ti te tiran piedras también, comentó Canito al tiempo que se tumbaba en la hierba.
        - Sí, a veces. Pero casi siempre son gente con cara de mala uva. Esas que no se atreven a contestarle a su jefe y lo pagan con lo primero que encuentran. O los niños a los que han regañado en la escuela o en casa. Gente así. Los demás suelen comportarse de otra forma. Desde luego hay que tener lástima de los humanos, y la verdad es que si no fuera por nosotros, muchas veces no sabrían qué hacer. Ahí tienes a los San Bernardo en la nieve, o a los Pastores alemanes para los ciegos, o a los perros de los trineos. No sé, muchísimos casos se han dado en que los perros hemos salvado la vida a alguien...
        - ¿Tú has salvado la vida a alguien?
        - Sí, hace poco me ocurrió una cosa así. Iba por la orilla del lago y había un hombre que parecía ahogarse. No me tiré al agua porque no tengo
mucha fuerza, ya ves. Soy muy escuchimizado, como decía mi ama. Claro que ella me estaba matando y no se enteraba la pobre. Bueno, lo que te decía. No me tiré, pero salí hasta la carretera que pasa cerca del lago. Ladraba tan fuerte que los vecinos de una granja acudieron al oirme. Estaban muy extrañados, pero me siguieron y pudieron salvar al hombre.
        -¡Qué valiente!
        - Sí, si, valiente. ¿Sabes cómo me pagó el buen señor? A los tres días me estaba pegando estacazos.
        - ¡Qué bestia!
        - Sí, pero luego dicen que las bestias somos nosotros.
        - Tienes razón.
        - Pero no importa, soy feliz viviendo así. Me divierto mucho observando a la gente. Pobrecillos.
        Las primeras farolas empezaron a encenderse y el sol dejaba su estela roja sobre las nubes de poniente. La señora Julia comenzó a recoger sus bártulos.
        - Canito. Canito. Bonito, vamos. Venga...
        - Chucho, me tengo que ir. Me ha gustado mucho ladrar contigo, pero tengo que irme.
        - ¿No ves? Si vivieras como yo no tendrías que irte de ningún sitio, porque cualquier sitio sería tu hogar.
        - No sé. Me ha gustado mucho conocerte. Desde luego me vas a hacer pensar. Bueno, adiós.
        - Adiós, pequeño. Aquí tienes un amigo.

        Se husmearon como perros y Canito se dirigió hacia donde se encontraba la señora Julia. En el cielo las primeras estrellas hicieron su aparición

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