sábado, 22 de agosto de 2015

LA CASA DESTRUIDA

 LA CASA DESTRUIDA


        Hoy me pedís que os cuente una de esas historias que tanto os gustan. Pues bien, en esta ocasión, os contaré un cuento. Este cuento ni lo he inventado yo, ni lo he escrito yo. No hay nada en él que me pertenezca...
Se lo escuché en cierta ocasión a una viejecita que tenía un nombre         curioso:Vida.“Erase una vez- como es lógico, este cuento comienza como todos los cuentos-. Erase una vez-decía- una casa muy hermosa. De hermosura y belleza indefinibles. Erase una casa que parecía un palacio. Baste con esto para definirla.  Cierto día- como en todos los cuentos- comenzaron a ocurrir ciertos hechos muy extraños.
        Sí, de pronto, sin saber cómo ni por qué, se comenzaron a romper los cristales de las ventanas, se hicieron profundas grietas en las paredes, se removieron los cimientos... se comenzó a caer el tejado.
Lógicamente, las gentes que la habitaban se fueron del lugar esparciéndose por el mundo. Así uno, dos, tres días..., hasta que todas las piedras estuvieron en        el suelo y en los alrededores no había nadie. Las piedras, el techo, todo era hermosísimo, digno de las manos del  mejor de los orfebres. Tan misterioso suceso llegó a oidos de un famoso arquitecto que vino al lugar, observó los restos de la casa y se propuso reconstruirla.
        Trabajó duramente, durante mucho tiempo, en la reconstrucción de la casa. Esfuerzo y tesón inútiles porque la casa nunca más volvió a estar en pié”. Y como es lógico en todos los cuentos, la viejecita dijo aquello de :”Colorín, colorado, este cuento se ha acabado...” 


miércoles, 12 de agosto de 2015

MUERTE EN EL ASFALTO

MUERTE EN EL ASFALTO

        El tren corría ágil, como una serpiente, bordeando la costa. Desde la ventanilla, Pablo, contemplaba el romper de olas contra el acantilado y en las hermosas playas de fina arena.
        El sol se levantaba, en el horizonte, sobre el mar. Un nuevo día comenzaba, tras una larga noche de viaje. Sentía que el rojo despertar del sol era como un despertar propio, a un nuevo día, a una nueva vida, después de haber pasado tanto tiempo encerrado por un delito que no había cometido.
        Pablo era uno de tantos, de los que un día llegaron a Barcelona con sus padres, siendo aún muy pequeño. El resto de su infancia y su primera juventud las había pasado, como tantos otros, llenas de privaciones y sacrificios en la lucha diaria por vivir de una manera decente, en un piso y poder así optar a una situación holgada para la familia.
        Con un profundo sentido del desarraigo, añoraba el pueblo de sus primeros años. Los pastos, los olivos, los animales retozando en el campo y en el corral de la casa. Las condiciones adversas había dado con la familia en esa gran urbe de la emigración .
        Tuvo sus primeros trabajos y sus primeros amores, que no podían arraigar, ahora lo veía claro, porque en el cemento cualquier intento de hacer crecer en las personas un sentimiento noble es, siempre, extremadamente difícil. Fuera de su entorno, sabía que no podía vivir allí, así que otra vida mejor, más humana, era lo que necesitaba.
        Ahora, en el tren, recordaba aquella época y sentía que una gran fuerza interior iba invadiendo su ser, porque no sentía ninguna culpa ante las acusaciones de que había sido objeto.
        La ciudad se le abrió, pavorosa, degradada, tras su larga ausencia. Las basuras se amontonaban y las construcciones que dejara en cimientos cuando fue conducido al penal eran, ya, hacía tiempo, impresionantes moles de cemento y ladrillo.
        Le esperaba toda la familia. Sentía una gran alegría que estalló en llanto al contemplar el rostro amado de Elena.
        En la cárcel no había dejado de tener noticias de la familia. Noticias que agravaban más aún su condición de marginado. Sabía que existían desavenencias entre sus padres y su hermana, en situación aún más difícil al estar embarazada. Su negocio apenas daba para subsistir, mientras luchaba, en sus condiciones, por salir adelante.
        Elena, por otro lado, lo había esperado como la novia amante que no tiene más recursos que ese primer amor para adentrarse en la vida. Lo quería de veras, pero no acertaba a comprender el núcleo del difícil mundo de Pablo.
        Pasaron los días y con ello la alegría del regreso. La situación familiar se agravó. Tuvo que hacerse cargo del negocio de su hermana mientras las relaciones con Elena tomaron un rumbo hasta entonces desconocido.
        Iba teniendo clara conciencia de que su salida de la cárcel no había supuesto gran cosa. Allí, las rejas que lo aprisionaban habían dejado, sin embargo, libre el camino de los sentimientos y la imaginación, con una libertad que tocaba la neurosis o la locura.
        Ahora, por el contrario, veía como se le iban cerrando las puertas de los sentimientos y de la ilusión. Con veintitres años no percibía un porvenir claro que pudiera compartir con Elena.
        Prisionero en las redes de los sentimientos hacia la familia y del amor a Elena, las fuerzas que recobrara con su vuelta le iban fallando por momentos. Ante tal estado de cosas el mundo le pedía calma y tranquilidad.
        Pablo conocía perfectamente la situación, la grave crisis que azotaba el país se le hacía patente en sus carne. Contemplaba su barrio, un barrio obrero, de emigrantes como él que cada día salían buscando un rayo de sol en la podrida selva de la ciudad. Además de parado, era parado andaluz, marginado al otro lado del río.
        Había sentido el desplazamiento de la lengua y comprendía que, si en breve tiempo no solucionaba su futuro, iba a ser difícil vivir como una persona normal. ¿Cómo sentirse tranquilo cuando se le estaban muriendo las ilusiones?
        Apaleado constantemente en el penal por su carácter rebelde, tuvo momentos difíciles que sólo pudo soportar con la droga y el alcohol. No era ni se sentía adicto, pero su larga estancia estancia en aquel infierno le descubrieron todos los secretos de un mundo subterráneo.
        Un día alguien le propuso traficar en su barrio. Sabía que si no le pillaban los ingresos serían cuantiosos. Aunque el barrio no era rico consumía droga de manera insospechada.
Aceptó pensando que podría ser una salida eventual a su situación. Pronto fue acostumbrándose a su nueva posición, perdiendo el sentido de la claridad que siempre le había caracterizado. Los lazos con Elena se rompieron definitivamente y, ahora, su vida sentimental la dispersaba en un amplio abanico de mujeres.
        La noche del 24 de noviembre salía de una céntrica discoteca con una de sus conquistas. Llovía y, medio protegidos por un paraguas, se dirigieron al coche de la chica. Cuando estaba abriendo la portezuela del vehículo, unas manos fuertes le atajaron. Se volvió rápidamente. Una cuchillada en el estómago y otra a la altura del corazón acabaron con su vida sobre el asfalto.


                   Córdoba  18 marzo 1981 

 

domingo, 2 de agosto de 2015

Cuadernos de Corea

CUADERNO DE COREA


         El avión despegó a la hora prevista. Rumbo a Corea, Joaquín estuvo acompañado de Virginia. Colombiana, morena, casi bella y de una simpatía como sólo los sudamericanos la saben tener. Se estuvieron contando sus aventuras y desventuras a lo largo de las dos horas que duró el vuelo de Tokyo a Seúl.
        A Virginia la esperaban en el aeropuerto con una pancarta. El Sr. Choun ,para sorpresa de Joaquín, hablaba un español casi perfecto, además de inglés, japonés, coreano y algo de francés. Elegante y con el pelo bastante blanco a pesar de que no parecía muy mayor.
        Virginia le contó los proyectos en Seúl de Joaquín y enseguida se ofreció a llevarlo en coche hasta el hotel en que se hospedaría el tiempo que estuviera en Corea.
        Por esas casualidades que ocurren, Chou conocía al dueño del hotel y pudo conseguir un precio especial para Joaquín. Quedó en llamarlo y pasar a recogerlo unas horas más tardes. Joaquín entre tanto se bañó y se cambió de ropa. Hacía un calor terrible.
        Con la cabeza embotada se olvidó de preguntar cuál era el precio del hotel. Al ver la hojilla del precio tras la puerta de la habitación, se sobresaltó. El precio era dos veces más de lo que le habían informado en la agencia. Pensó que rápidamente tenía que intentar solucionar el problema. Bajó a la recepción y en japonés solicitó el cambio de habitación. En una tablilla había precios más baratos. Le contestaron que eso lo solucionarían más tarde. Volvió a la habitación y esperó la llamada telefónica.
        Se impacientó y bajó a la recepción. Allí esperó otra hora y viendo que no sonaba el teléfono se dispuso a marcharse. Justo en el momento de salir volvía Virginia en el coche, con el chófer  y sin el Señor Choun. Lo llevaron a la Embajada de Japón. Estaba infectada de gente. Hicieron cola y a la hora prevista estaban en la ventanilla para entregar los papeles cuando cerraron. Virginia rogó, casi suplicó con cara inocente y todos los papeles de los presentes fueron aceptados.
        Vovieron al hotel y Virginia le ayudó a solucionar a medias el problema del precio. Todo se quedó en algo indefinido. Se despidió de ella y subió a su habitación. Se volvió a duchar y salió para Información y Turismo. La chica que le atendió era preciosa, dulce, con una voz extraña y simpática. Se entendió con ella en un inglés malo y un poco de japonés. Le informó del precio del hotel. Al final no se podía quejar. Todos eran más caros que en el que estaba. Volvió con su mapa de Seúl, en japonés, y esperó la llamada de Virginia. Había un problema. Por no haber hecho la reserva del avión tendría que quedarse un día más. Quedó con Virginia en la Embajada al día siguiente y se dispuso a dormir.
        Seúl le parecía una ciudad grande, ruidosa, metida de lleno en un plan de reconstrucción después de la guerra. Según le informó Choun, todo lo que veían se había reconstruido en menos de quince años. Hasta entonces todo había sido pobreza y miseria. De alguna forma eso se notaba en la cara de la gente. Daba la sensación de un pueblo a caballo entre el plato de lentejas y la tierra por comida.
        Aquellas caras mirándolo descaradamente le hicieron recordar a Joaquín la España de los años 60, entre pobre y Planes de Desarrollo. Cuando un extranjero era aún un bicho raro. Esa forma de mirar no le agradaba en sí misma, pero le era muy familiar. Más de una vez había escuchado a un niño o un viejo: “Mira, un chino, una china”. Sólo por eso le vinieron a la memoria muchos aspectos de su tierra. Incluso en el intento de conversación que algunos señores hicieron hacia él. En la medida en que pudo hacerlo, lo hizo.
        En Japón, en seis meses sólo le ocurrió dos veces. Las diferencias empezaban a notarse. Conversando consigo mismo y su dolor de cabeza, se durmió.
        Al día siguiente, después de levantarse y ducharse ,se dispuso a dar un paseo por la ciudad. La intención era doble. Ver lo que pudiera y preguntar por el precio de los hoteles. Anduvo por la avenida central de Seúl, hasta la Puerta del Este. Por allí se encontraban los grandes hoteles de Seúl y, junto a ellos, casas casi misérrimas con unos cuartuchos en forma de negocio.
        Sentía un olor extraño, pero al mismo tiempo conocido. El olor a humedad de las casas poco higienizadas. Anduvo por las galerías subterráneas, completamente abarrotadas de comercio y público. Anduvo por el mercado, abigarrado de gente que le miraba con curiosidad. Cuando se detenía a comprobar la calidad de los productos pudo observar que ninguno de ellos tenía precio.
        Parecía una trampa para el comprador poco avisado. preguntó el precio de varios artículos, en inglés y en japonés. Nadie le entendía. Volvió al hotel bastante cansado. Se bañó y bajó a comer. El udón estaba bien. En el establecimiento todos le miraban con los ojos muy abiertos. La comida era buena, pero terriblemente condimentada. El chico de su derecha le ofreció servilletas. Al pagar pudo entenderse en japonés con la señora que le atendía. Los jóvenes podían, algunos, entender el inglés, los mayores malentendían el japonés
        Volvió al hotel y esta vez no subió a la habitación. Tomó un café, descansó un rato y, en la recepción, cuando abrió un mapa se le acercó una señora relativamente mayor. Estuvieron hablando media hora en japonés. Le recomendó algunos lugares para visitar y se despidió de ella. A la hora prevista vio a Virginia en la Embajada. Ya tenía el visado para seis meses. Virginia le dio una buena noticia. El Sr. Choun le podía conseguir un hueco en el avión para el día siguiente.
        Estuvo hablando con Virginia y la chica que la acompañaba. Era coreana. Virginia sirvió de interlocutora. Las impresiones habían resultado ciertas. Seúl era una ciudad en la que se mezclaba la viejo y lo nuevo. En la que la amabilidad de la gente era descarada pero familiar... Después de aquella conversación compró unas postales, fue a Correos y allí alguna gente se ofreció a ayudarle. Un chico le dio la mano al despedirse.
         Se dirigió al Museo Nacional, donde estuvo observando los restos de una cultura milenaria. Le gustó en demasía. Era precioso. En la puerta, una señora mayor quería hacerle una fotografía. Pudo entenderse con él en japonés. Se dirigió de nuevo al hotel, y después de comer algo, una vez recompuesto el estómago, paseó de nuevo hasta la caida de la noche. Volvió al lugar donde había comido a mediodía y otro señor, con su novia, intentó hablarle en inglés. Se defendió medianamente mientras el otro intentaba invitarle a visitar la ciudad de noche. ¿Cuándo fue la última que le había ocurrido eso? En Japón no. Volvió al hotel, preguntó el precio definitivo de la habitación y le dieron la noticia de que al día siguiente podía salir para Tokio. Virginia lo llamó por teléfono. Se desearon buen viaje. Ella se quedaba un día más en Seúl. Se dispuso a dormir.
        Al día siguiente, a las 12´20 de la mañana, tras dos horas de grata espera en el aeropuerto, partía para Tokyo. Seúl, con su gente pobre, pero agradable, le había dejado un buen sabor de boca. No sabía por qué, pero adivinaba que allí estaría mejor que en Japón, le era más familiar.


APUNTES COREANOS. DEL DIARIO
        Si no tuviera suerte seguro que me seguiría quejando como me quejo. Encontrar a Virginia después a Choun, que habla español, y cometer el estúpido error de no preguntar el precio de la habitación.
        Soy estúpido, estúpido, estúpido y bastante será que pueda cambiar de habitación. Creo que no me lo perdonaré nunca. Error tras error y la gente sacándome las castañas del fuego. No me lo puedo disculpar a mí mismo, aunque estoy embotado. No sé cómo ni dónde me encuentro. Estoy nervioso, histérico perdido. Quizás si no me hubieran dicho tantas cosas todo me hubiera salido mejor. Ahora a esperar que me llamen o vengan a recogerme.
        Bueno, el dichoso visado ya está en marcha y ahora otro problema. El vuelo del jueves. Si salimos el jueves, dos noches más. Hay que hacerse a la idea de que vale 14 won y dejarse de tonterías, pero me molestaría gastar más de la cuenta. Aunque si no hay más remedio, pues a joderse tocan que es gerundio. Lo malo es que cambie dinero y luego sobre.
        Es curioso ver las caras de los coreanos mirándote. Las coreanas son monas, pero son como más pobres de cara que las japonesas. En Japón han conseguido mejorar más. Es curioso lo que dijo Choun  con respecto a los japoneses. Es lo mismo que ya me había dicho alguien en Japón. No sé, pero este viaje va a cambiar un poco todo el clima de aquí en adelante. Es jodido tener que hacer papeles, papeles y papeles. ¡Ah!


APUNTES COREANOS
       
        De pronto Joaquín se encontraba en otro país. Ya no en otra provincia de su propia tierra. Había tenido que volver a cruzar el charco. El rigor de los papeles se le imponía con el riesgo de no poder a volver al país en que se encontraba.
        Había salido para una tierra en la que 30 años atrás había sido desolación y miseria. La guerra del 45 en Corea había dejado hecho polvo a un país que ahora levantaba sus cadenas, las cadenas de la miseria y el horror.
        La primera sorpresa fue encontrarse en el mismo aeropuerto con alguien que hablaba su misma lengua. Le había conseguido un buen precio en el hotel y se había marchado.
        Seúl era una ciudad grande, populosa, pero a primera vista no parecía tan apretada como Tokyo. El ruido entraba por la ventana. No podía dormir debido a los múltiples choques y equivocaciones que había ido cometiendo en los últimos tiempos. Su cabeza era una jaula de grillos donde las ideas brotaban y brotaban sin ton ni son.
        Todo lo que le habían recomendado para su estancia en el país había salido al revés. La gente se agolpaba en la ventanilla deseosa de una firma, para una fecha que tendría que ser renovada nuevamente.
        La chica de Información y Turismo se había mostrado de una amabilidad subida. Era bella, bellísima casi. Curiosamentge le hablaba en una lengua que él deseaba conocer pero que ahora no tenía tiempo de aprender. Al final se despidió con una gracia infinita,con un japonés correctísimo
        De nuevo se le habían agolpado los problemas, más que nada, como siempre, económicos. Al no preguntar el precio del hotel se había comprometido totalmente, pero la chica de Información le había terminado por dar ánimos. La lista de hoteles resultaba mucho más cara que en el que él se encontraba.
        Salió a la calle y paseó mirado por hombres y mujeres, seguramente asombrados de su pelo negro y la barba frondosa. Hubiera querido pararse a hablar con alguna de las bellezas que le miraban, pero era difícil que pudiera entenderse con ellas. Su lengua le resultaba simpática. Le recordaba ese acento de Chou, su compañera de clase de japonés, cuando hablaba en plan gato.
        En una librería que le salió al paso, libros en inglés, francés y un texto para estudiar español. El primer letrero que vio en el aeropuerto:”Explore Corea”, también en su propia lengua. Le caían simpáticos los coreanos. Codo dijo Choun, se parecen a los españoles.
        Cuando preguntó por el Banco de Toyo, le llevaron a la misma puerta. Se encontraba muy agusto, aunque algo cansado y con el puñetero problema del dinero siempre a cuestas. Las cosas se habían desarrollado así y no de otra forma. Virginia le acompañó en el vuelo, le ayudó a rellenar los papeles, a hablar con el gerente del hotel, a charlar sobre un montón de cuestiones. Era otra experiencia más acumulada a las espaldas. Y es que cuando uno se mueve, siempre aprende algo nuevo.

                                         Seúl  28-6-1982

DEL DIARIO

        Bueno, las cosas buenas duran poco, y como siempre, en las buenas coasas, me duele la cabeza. Yo sabía que tenía que estudiar inglés. No sé si el japonés me servirá algún día, pero ahora casi nada. Sólo para cuatro frases. Todo el mundo se dirige a mí en inglés.Hubiera sido muy  interesante hablar con el tipo coreano ( creo que parte del dolor de cabeza es del tabaco). No sé exactamente la sensación que tego de Seúl, pero es paradógica y extraña. Se mezcla la ciudad nueva y la vieja, la gente que va bien, aunque con cara de no haberse quitado totalmente el hambre y la gente con cara totalmente pobre. La miseria aflora todavía en una ciudad que empieza a estar orgullosa de sus rascacielos y de sus casuchas, donde parece que la gente te respeta y te va a comer al mismo tiempo. Es una sensación parecida a la de la España de los años 60, donde un extranjero era una cosa como venida de otro mundo. Aquí hay muchos americanos. Supongo que la sensación no está nada más que en la barba.
        La impresión es que el coreano es abierto a la gente, no es como el japonés. Da la sensación de que quiere hermanar, que te sientas bien. Como el japonés, pero de manera diferente. Se parece más al español.
        La comida es de un picante subido. El sitio donde he comido me ha gustado porque me ha resultado familiar, pero ahí se ve la pobreza, el descuido en definitiva, la humanidad de la gente. Alguien hubiera pensado que es un sitio nauseabundo.
        Hasta el último momento he estado solo pero acompañado. Ha sido tremendamente valiosa la ayuda de Virginia y Choun. No sé si me merezco tanta atención. Eso de quitar una persona del grupo para meterme a mí, me ha sido necesario, pero no sé hasta qué punto debería haberlo aceptado, pero ya está hecho.
        Dos días en un país totalmente nuevo para mí, desconocido, desconcertante, que me ha permitido estar bien por poquísimo dinero. Lo de siempre, este terrible dolor de cabeza que tengo se ha mezclado con demasiadas preocupaciones. Los nervios propios de todo viaje, la falta de dinero para el mes próximo, ese carácter introvertido.... De todas formas, la estancia ha sido buena.
        Son bonicas las mujeres coreanas. La forma de mirar es entre ingenua, amable y un poco coqueta. Ha debido sufrir demasiado este pueblo. Rusos por un lado, chinos, japoneses y al final americanos. En este puñetero mundo unos suben a costa de otros. Lo del avión es una prueba, quizás de las menos importantes, pero sigue siendo una prueba.
        Lo malo, lo terrible es la llaga profunda que deja la guerra. Nunca pensé en estar en Corea y he estado. Cuando estudiaba historia, no recuerdo bien que sentía hacia este pueblo, y hoy estoy aquí, en el bar del aeropuerto de Kimpo, esperando la salida para Tokyo. En una impresión rápida, hay que decir que se parecen a los españoles. Intromisión rápida en los asuntos de los otros, quizá con un poco de malicia. Bueno, es sólo una impresión. Me ha gustado, incluso diría que me ha emocionado. Adivino que tal vez estaría mejor aquí que en Jaoón. Pero eso es otro tema.

                                     30 junio 1982