sábado, 22 de octubre de 2016

FANTASÍA

Al levantarse lo primero que hizo fue mirar el calendario. ¡Pardiez! ¡Día nefasto! La creencia en esas cuestiones de que las cosas estaban determinadas y demás, se la habían critcado infinidad de veces. Lo cierto era que, aunque no creía a pies juntillas, siempre había algo de verdad, aunque fuera relativa en todo ello. La historia le venía de lejos. Un día, jugando sobre los troncos de un árbol caido se cayó dos veces. No se había herido pero le dolían las piernas. Poco más tarde, cuando miró el horóscopo del día en el periódico, le decía que tuviera cuidado con los pies, porque podría sufrir caidas. Sí, algo de verdad había, aunque no fuera una cuestión de fe.
Estaba trabajando en casa cuando la tierra se movió . Tras varios meses sin haber sentido ese temblor, de pronto, se austó un poco. Poco más tarde caían chuzos de punta en forma de lluvia que se venía abajo en cantidades inimaginables. Y el cielo gris, sin matices, un gris, casi negro, de esos que no gustan a muchas delicadas mujeres, seres más para vivir en la claridad que en las cavernas oscuras del mundo. Para él, ¡qué remedio, a aguantarse tocan!
Cuando se fue para trabajar no llevó paraguas. Todo fue bien, no hubo nada que lamentar. Pero el cambio, casi típico, se produjo en el momento de llegar a la estación en donde vivía. El cielo estaba ya encapotado en negro. Salió de la estación y llegó a la altura de una gasolinera situada en una esquina de dos carreteras que se cruzaban.
De pronto una tromba de agua inimaginable se le vino encima. ¡Zas! ¡Plaf! ¡Fiu! Mojado hasta los mismísimos pirindolos, que diría el clásico Cela. Si a alguna dama le hubiera cogido sin paraguas, seguro que los ovarios se le hubieran ahogado. Tal era la furia del viento y el agua.
Hizo una parada, tuvo que pararse. Aquello no era agua, era mala leche, mala ira, la cólera de Dios en húmedo.
En el portal de una casa se puso bajo techado aunque le saltaban algunas gotas. Para como estaba el patio no era nada del otro jueves.
Desde dentro del edificio, un hombre, cuarentón sospechó, le dijo que pasara dentro. Después de un cordial diálogo se dispuso a entrar. El hombre se dio cuenta de que él no llevaba paraguas y le brindó uno. Tras unos minutos de búsqueda apareció con un amplio paraguas de caballero. Hablaron de dónde se lo dejaría al día siguiente y salió cual D. Quijote con Rocinante buscando nuevos horizontes.
En casa, teóricamente no había nadie. Pero cuando llegó se veía por las ventanas salir la claridad de las luces encendidas. ¿Cómo es posible que me las haya dejado encendidas?
Abrió la puerta y se coló en la casa. Desde la parte más profunda del pasillo vio venir a una mujer. Era un poco más baja que él , pero de facciones bellas, incluso afinando, más que bellas, bonitas. De esas facciones que te prendas sin saber por qué.
Hola, cielo, le dijo ella. Estás empapado, mejor será que te bañes. El, boquiabierto, sin saber qué decir se dejó llevar de la mano. Fueron hacia el amplio cuarto de baño que había al fondo del pasillo. Ella encendió la luz. De un armario sacó unas toallas. A él lo colocó en el centro del cuarto de baño, pero antes había dejado abierto el grifo para que la bañera se fuera llenando. Empezó a desnudarlo pieza a pieza y alternativamente ella hacía lo mismo. Terminaron completamente desnudos frente a frente uno del otro.
Maravillosos eran sus cuerpos, maravillosas sus miradas. El se creía soñando. No sabía por dónde habia venido aquel ángel de Dios. El suelo estaba preparado para que el agua corriera hacia un rincón.
Lo sentó en una baqueta y con una esponja le iba restregando el cuerpo, lo que él agradeció de veras. Los hombros, la espalda, el pecho. Iba bajando hasta la punta de los pies. Lo hacía con esmero, con cariño, de tal manera que él iba quedándose flojo. Sintió un punto de vergüenza. Lo mismo me voy con esto, pero aguantó. Cuando ella hubo terminado, él hizo lo mismo. Despacito, sereno, le iba quitando el cansancio de la tersura de su lindo cuerpo de tal manera que cuando terminó ambos parecían dos gatitos maullando de placer.Se echaron una palangana de agua cálida por encima y todo el jabón terminó por enfilarse hacia la salida del agua.
Se metieron en la bañera. El apoyó su espalda sobre uno de los extremos y ella se sentó apoyándose sobre él. Las manos empezaron a juguetear sobre los cuerpos. El llevaba ventaja porque podía palpar con suavidad todas los secretos sensibles de la muchacha. Ella quería también tocar, pero le resultaba más difícil, protestó para ponerse de frente. Al final cedió y se quedó como estaba. Ella iba cediendo. Era el placer invadiéndola, suave, suavemente. Tenía la impresión de que se iba con el agua de la bañera.
En el exterior , el estruendo de un rayo y un relámpago larguísimo terminó con el sueño. Estaba lloviendo
El hombre despertó, todo había desaparecido. Estaba en su cama solo, como siempre, aunque en este despertar hubo algo de diferente: había estado abrazado a una bella desconocida y la sensación que había tenido le duró varios días.

El mal tiempo le había jugado una mala pasada y le había hecho despertar de repente empapado en sudor e infinidad de otras sensaciones. 

martes, 11 de octubre de 2016

LA LUNA Y EL TIFON

LA LUNA Y EL TIFON


A vuela pluma y contra el tifón, echó la mirada al cielo, las nubes volaban como Ferrari en Fórmula 1. El viento soplaba arremolinado.
Afortunadamente no llovía. El paraguas, como tantos despistados en días de lluvia, lo había dejado olvidado en algún lugar de la urbe. No sería extraño que hubiera sido en el tren. Volvió a mirar al cielo. La Luna rielaba por entre las nubes. Una Luna grande y redonda en noche de Tifón.
¿Era la Luna la Muerte? ¿O sería la Madre nutricia que arrastra la vida tras de sí? Cada luna el fruto del hombre tomaba forma fecundando a la hembra. Era la vida explotando en el ser más bello de la tierra.
Atractivas y dicharacheras, seducían al macho garañón y lo amansaban como si de un potrito se tratara. Ellos creían que seguían mandando sobre las hembras, pero eran las pomorosas cumbres femeninas y el inexcrutable perfume de sus altamiras ocultas lo que arrastraba a cautos e incautos.
¡Quién sabe qué se comerían los Primeros Padres allá en las dulces y verdosas sendas del Paraiso!
La noche soplaba. Ululaban las ondas sonoras del amor buscándose a distancia. A pesar del viento, a pesar del agua, a pesar de la lejanía, el cuerpo llamaba al cuerpo y los sentimientos a los sentimientos.
Podrían poner barreras, destrozar los huesos, quemar en la hoguera impúdica de las normas al uso lo que la naturaleza buscaba, pero ésta siempre encontraba su camino de supervivencia.
Aquella noche había terminado con el frío metido en los huesos. Se bañó, se calentó la médula espinal, tanto era el frío que tenía, se tomó un vaso de leche y una aspirina y se fue a la cama acompañado en sus sueños, como dice la copla.
Dices que duermes sola
y mientes como hay Dios
porque en el sueñecito
dormimos juntos los dos.

Se durmió profundamente, como pide un buen resfriado.
Serían las siete de la mañana cuando, entrando los primeros rayos de sol por la ventana y trinando los pájaros en los árboles, abrieron los ojos. Se encontraron enlazados como la hiedra y el árbol, besándose tierna y pausadamente, meloso saludo matinal, mirándose a los ojos como sólo los enamorados de siglos saben hacerlo.
El viento, la lluvia, la luna.... los habían unido en un paraiso sin fronteras en el que sólo la ternura tiene su existencia.




 ANTONIO DUQUE LARA

domingo, 2 de octubre de 2016

OTOÑO

OTOÑO

Se reencontraron al cabo de muchos años. Tantos, que no cabían en el calendario de la memoria. Fue por casualidad. Ella tomaba café en una de esas cafeterías en que la gente se sienta sola ocupando el asiento de dos o de cuatro. Siempre había pensado que en esos casos el consumo debería tener el doble de precio. Ella leía un libro de bolsillo. ¿Esperaría a alguien? No había ningún vacío.
- ¿Me permite sentarme con usted, señora?
- ¿Eh? Sí, por fav... ¿Tú?-, abrió la boca de la sorpresa.
- Sí, yo. Al cabo de... , ¿quién de acuerda?
- Sí, sí. ¡Oh! - Buscó en su bolso un pañuelo y se lo llevó a los ojos. Lloraba de emoción. El no se quedaba atrás. Algo le recorría las mejillas. Tomó una servilleta de papel y después el pañuelo.
- Bueno, ya está bien de lloriqueos. No somos unos colegiales.
- Sí, pero es que de pronto la emoción, los recuerdos han roto la vena donde se encontraban encerrados. ¡Te he echado tanto de menos!
- ¿De verdad? Bueno, tal vez sea así. No puedo reprocharte nada. Toda mi vida ha estado llena de gratitud hacia ti. Aunque no sé si respondí como debía a tus aspiraciones, a tu cariño y a tu comprensión, a pesar de que las formas eran un poco bruscas y me hicieron mucho daño.
- Sí, lo reconozco. Yo sabía que no te gustaban mis formas, aunque las entendías. Sabía que iba abriendo una llaga en tu corazón, pero seguía. Te hice mucho daño y me lo he reprochado muchas veces.
- Ibamos en tempos distintos, aunque en realidad nos llevábamos bien. Cada vez que te veía y me despedía de ti, durante una semana estaba sumido en una depresión de caballo, y lo malo es que no podía comentarlo con nadie.
- ¿Depresión? Nunca dijiste nada.
- Ya. Mira, no me lo tomes como un reproche, pero la verdad es que tú nunca me escuchaste. No tenías oidos nada más que para escucharte a ti misma.
- Sí, calla. Ese ha sido mi pecado y bien caro que lo he pagado en la vida.
- ¿Quiere eso decir que no has encontrado compañía?
- Exactamente eso quiero decir. Ha sido mi precio. Bueno, ha habido compañías de tomar una copa y poco más. Ha habido intentos, insinuaciones, deseos en algunas ocasiones de volverme loca y pasar noches locas de... Pero al final, aunque quería olvidarte, no podía. No se trataba de preservar mi virtud ni mis promesas de fidelidad, porque nada nos habíamos prometido. Sin embargo el cuerpo lo rechazaba todo, porque sabía dónde se sentía bien.... Y hasta hoy. Sí, no te sorprendas. Ese ha sido mi castigo. No tiene ningún mérito. Lo acepté desde el momento en que comprendí que mi corazón era solo tuyo, pero yo había conseguido, queriéndote como te quería, echarte de mi lado. ¿Y tú?
- Espero que a estas alturas no te subas por las paredes. La verdad es que tampoco ha sido mucho. Tres relaciones, como de un año cada una. Pero al final todo se deshacía. ¿Culpa de quién? Al principio todo era alegría, simpatía, lo pasábamos muy bien, pero el trabajo... Ahora tengo unas amigas estupendas, sin odios, sin rencor. Pero lo cierto es que, aunque no les hablés de ti, tú estabas como un fantasma siempre en esas relaciones, impidiendo que todo fuera bien.
- ¿Yo?
- Sí, tú, porque al final me dí cuenta que el único ser a quien he amdo de verdad es a ti. En fin, la vida. Aunque pensándolo bien, no se si podríamos intentarlo en este tramo que nos queda hasta llegar a la meta.
- Nada me ata, pero supongo que tendríamos que hablar de muchas cosas antes...
- Por supuesto. ¿Tienes algo que hacer hoy?
- Ya no. Volver a casa y preparar la cena. Comer y dormir.
- ¿Y si eso lo hicieras conmigo esta noche? Podría ser un primer ensayo de cara al futuro.
- De mil amores...

Pasado el calvario de la incomprensión, del dolor, del egoismo y habiéndose decantado su amor ,como el buen vino, soló quedó ternura , amor puro y comprensión. Terminaron unidos ante los hombres como llevaban años unidos en su corazón. El otoño les dio sus mejores frutos.




ANTONIO DUQUE LARA