jueves, 22 de octubre de 2015

La juventud japonesa

COMENTARIO PREVIO : Conversación llevada a cabo hace ya años. Como profesor de Universidad puedo decir una cosa: Hace 30 años muchos jóvenes japoneses tenían conocimientos y opinión, muchas veces. desde mi punto de vista torcidos, pero los tenían. Hoy, tras largo tiempo uno siemte que no tienen ni conocimientos ni opinión. Un compañero de universidad, japonés decía, la educación en Japón es para criar borregos, todos iguales, máquinas que se puedan usar en todo lugar pero que no tengan opinión, y dicho sea de paso, incluso es así en aquellos que de alguna manera no aceptan el sistema. Sin comentarios.

LA JUVENTUD JAPONESA
(OPINIONES)

M. y R. son las iniciales de los nombres de dos jóvenes japonesas a las que un día me presentaron y a las que les enseño español en la medida en que mútuamente nos podemos llegar a entender. Son estudiantes de español en la universidad, y si bien su vocabulario aún no es fluido, su entendimiento lo es más. Así, un día decidí hacerles una especie de entrevista para conocer sus propias opiniones sobre la juventud japonesa. El diálogo fue muy interesante, pero agotador: su trabalenguas español y mi ignorancia sobre algunos conceptos, ideas, etc. dieron un diálogo y contradiálogo, preguntas y contrapreguntas en las que tuvieron que existir aclaraciones mútuas para saber qué queríamos decir, porque de no ser así, lo que en su momento llegara al papel iba a ser más difícil de entender que el surrealismo de Bretón o Buñuel o los onirismos de Dalí. Este es el resultado. Toda mala interpretación se debe exclusívamente al autor del reportaje.
A.- ¿Qué edad teneis? ¿Tú, M.?
M.- Tengo 19 años.
A.- ¿Y tú?
R.- Yo también tengo la misma edad.
A.- ¿Estais estudiando en la universidad?
R.,M.- Sí.
A.- ¿Alguna de las dos trabaja?
M.- Sí.
A.- ¿En qué trabajas?
M.- Enseño inglés.
A.- ¿Y tú?
R.- Bueno, yo trabajo en un bar.
A.- ¿Para qué trabajáis?
R.- Para ahorrar dinero. Porque quiero ir a España, y para comprarme ropa y otras cosas.
M.- Bueno, en mi caso, mi prima me pidió que le enseñara inglés, y también porque quiero dinero.
A.- ¿Para qué quieres dinero?
M.- Para mis gastos personales.
A.- En Japón, bueno, mejor decir en Tokyo, porque yo no conozco todo Japón, ¿trabajan muchos jóvenes durante los años de universidad?
R. y M.- Sí, lo hacen.
A.- Vosotras, por ejemplo, para vuestros  gastos personales. Bien. La juventud japonesa, en general, hasta que sale de la universidad, ¿para qué trabaja?
R.- Bueno, principalmente para tener dinero para viajar y también para poder comprar sus cosas de adorno y embellecimiento personal.
A.- ¿La juventud japonesa trabaja por neceseidad, es decir, trabaja para poder vivir?
R. y M.- No, para vivir, para comprar cosas de primera necesidad no trabaja. Lo hace para utilizar el dinero de otra manera.
A.- Hasta ahora siempre he escuchado: los japoneses trabajan mucho. Ahora hay problemas con la educación, con los niños etc. Bien, relacionado con los estudiantes de universidad, ¿estudia mucho la juventud japonesa?
R.- Hasta que entra en la universidad suele estudiar mucho, pero desde que entra hasta que sale, no, no suele estudiar mucho.
A.- ¿Entonces para qué van los jóvenes japoneses a la universidad?
M.- Normalmente se piensa en esta sociedad que la persona que sale de la universidad es más inteligente, es mejor que la que no entra en ella.
A.- Bien, eso es en general, pero ¿ tú qué piensas, R.?
R.- Personalmente creo que no tiene importancia, porque el estudiante si se compara con otra persona, puede tener más conocimientos, ser un especialista, pero humanamente creo que no hay ninguna diferencia, no importa en absoluto.
A.- Yo creo que para saber la competencia puede ser buena, pero humanamente la competencia es mala, bastante negativa, ¿Qué pensáis con respecto a la sociedad japonesa?
M.- Yo creo que la competencia es fuerte pero es indispensable.
A.- ¿Para entrar en la universidad, en la sociedad? ¿Me lo puedes explicar un poco mejor? No entiendo totalmente.
M.- La competencia es necesaria en la sociedad japonesa actual.
A.- Bien, vamos a pasar a otra cosa. ¿Las relaciones entre los jóvenes y los padres cómo son? ¿Hay pelea, hay soportamiento? ¿Qué pasa con el tema?
R.- Hay enfrentamiento.
A.- ¿Por qué?
R.- Creo que los padres deberían proteger menos, bueno, no es eso exactamente... Creo que deberían dejar a los vivir un poco más su vida. Si los protegen excesivamente se convierten en unos egoistas.
A.- ¿Tú qué piensas? ¿Quieres añadir algo más?
M.- Mi pensamiento es más o menos el mismo.
A.- Bien, hablando de otra cosa, ¿tenéis mucho tiempo libre?
R.- Yo no tengo mucho.
M.- Yo sí tengo bastante.
A.- ¿Cómo lo utilizáis?
R.- Dejando aparte el tiempo que utilizo para dormir, cuando lo tengo, pues..., escucho música, paseo, etc.
A.- ¿Vas a la discoteca, lees libros, vas al cine?
R.- No, no leo mucho. Cuando leo me duermo. Los libros me fastidian.
A.- ¿Y tú?
M.- Yo leo libros, revistas de moda...
R.- Bueno, eso también lo hago yo... (Risas)
M.- Eso, leo, ayudo a mi madre en casa, voy de compras, a esquiar, etc...
A.- Ese es vuestro caso personal. El resto de los jóvenes, más o menos, ¿cómo se divierte? Vamos a determinar que la juventud va de los 17-18 años hasta los 25 aproximadamente, ya que es difícil determinar el significado de la palabra joven.
R.- Bueno, en casa escuchan música, duermen, ven la televisión...
M.- Y fuera de casa, van al cine, de compras...
A.- ¿Les gusta a los japoneses mucho comprar?
R. y M.- (Al unísono y entre risas) Síííííí...
A.- Bueno, creo que cuando uno tiene dinero, a todo el mundo le gusta comprar, pero me parece que a los japoneses de una manera especial. Desde luego parecen caballos cargados cuando suben al tren ¿Por qué será?

R. y M.- Tal vez el nivel de vida es muy elevado.
A.- Bien, tal vez por ese motivo les gusta comprar, ya que aunque no ricos, al menos tienen dinero. El nivel medio es bastante alto. Pero me sorprendí al llegar porque he visto muchas cosas que se pueden utilizar y están tiradas. Bien, ¿compran los japoneses cosas que necesitan o cosas que no necesitan? ¿Qué caso es el más frecuente, aparte de lo básico para vivir, naturalmente?
R.- Bueno, se compran muchas cosas que no se necesitan. Si se compran se utilizan, pero aunque no se compraran la vida seguiría igual. Es un caso muy frecuente y causa muchas veces de desavenencia entre padres e hijos.
A.- Pasando a la música. He visto que a Japón vienen gentes de todo el mundo a cantar. Frecuentemente en inglés, un poco también en español, un poco de todo. ¿A los japoneses les gusta la música?
M.- Sí, mucho.
A.- ¿Qué tipo de música les gusta? En general y en particular a los jóvenes.
R.- En general la música popular, de muchos tipos, japonesa, extranjera...
M.- A los jóvenes la música popular les gusta, pero especialmente los jóvenes.
        (Añadamos que para nuestras interlocutoras el término popular parece querer decir: famoso, de moda. No parece tener una total connotación con el término folclórico, etc.)
R.- La música melódica y popular parece que les gusta más o menos igual.
A.- ¿El rock?
M.- También, más o menos en la misma escala.
A.- La pregunta tal vez es un poco difícil. ¿A los jóvenes les gusta el rock porque lo entienden o porque viene del extranjero?
R.- A mí, personalmente, no me gusta el rock, porque es muy ruidoso. Me gusta una música más tranquila, más apacible.
M.- A mí si me gusta el rock, tal vez porque a pesar de ser muy ruidoso es la música de nuestro tiempo.
       
        Siguió un diálogo intrincado y difícil de transcribir sobre el japonés y su actitud ante la lectura. ¿Por qué leen en el tren? ¿Son los japoneses curiosos? ¿Les gusta saber?... Resumido en sus puntos principales:
- Los japoneses leen en el tren para aprovechar el tiempo de los largos trayectos que deben hacer cada día, ya que no tienen tiempo específico para leer.
- La curiosidad japonesa está documentada de antiguo. Es un pueblo que quiere saberlo todo.
- También a veces leen en el tren para no hablar con su vecino de asiento, ya que ello comportaría poner en movimiento toda la maquinaria socio-ritual, algo que en la medida de lo posible se intenta evitar.
- Se puede resumir diciendo que el 100% de los japoneses pueden leer y escribir su complicada lengua, lo que significa que cuando se dice que hay paises en los que los niños no pueden ir a la escuela o hay muchos analfabetos, la sorpresa es mayúscula, lo mismo que me ocurrió a mí cuando recien llegado ví a un mendigo leyendo, dicho sin ningún menosprecio hacia los mendigos.
        El diálogo siguió en los siguientes términos:
A.- Hemos hablado de las gafas. Hoy es rara la persona que no lleva gafas. ¿Cuál es el motivo?
R.- Es verdad, a mí también me parece extraño, pero la verdad es que es así, y el que no lleva gafas lleva lentillas.
A.- ¿Por qué será? ¿Los japoneses sufren de los nervios? ¿O será que la especialidad de los japoneses son las cosas pequeñas?
R.- Es cierto, esa imagen es muy fuerte. Las cosas diminutas les gustas. También es verdad que desde que empezamos a estudiar, con el kanji, siempre hay que tener mucho cuidado para no equivocarse. Tal vez será por eso...
A.- Volvamos a la juventud. ¿La juventud japonesa se va de casa?
M.- Si tiene necesidad, por ejemplo, de casarse, trabajar lejos, estudiar..., lo hace.
A.- De acuerdo, es una necesidad, pero en realidad no quiere salir. Por ejemplo, si se casan, si salen a estudiar, es una necesidad. Pero yo me refiero a irse de casa hasta el punto de no tener que ver nada con los padres.
R.- Sí, lo hacen. Todos no, por supuesto. Una parte.
M.- Completamente más bien pocos. En caso de necesidad sí.
A.- ¿A los jóvenes japoneses les gusta la familia?
R.- Bueno, si decimos que les gusta la familia es verdad, pero a veces..., bueno, a veces la verdad es que es una lata. ¿A dónde vas? ¿A qué hora vuelves? ¿Con quién vas?... Si bien ese es mi caso personal, no me gusta... Tal vez por eso lo hacen los que se van, creo que ese es el motivo más importante.
A.- Bien, otra cosa. Desde mi punto de vista, el Poder, el Gobierno japonés parece que quiere dar la imagen de que la vida extranjera, americana, europea, no ha influido en Japón. ¿Qué pensais?
R. y M.- Sí lo ha hecho. Ha influido.
A.- ¿Es bueno, malo? ¿Dónde está lo bueno, dónde está lo malo?
R.- No es malo, pero tampoco es bueno.
A.- ¿Me lo puedes explicar mejor?
R.- Es difícil. Paso, paso.
M.- ¿El pensamiento americano?
A.- Bueno, el pensamiento, la forma de vivir, de hacer etc.
M.- Bien, creo que en la sociedad japonesa es difícil hacer como en la sociedad americana, en la que personas como nosotras, estudiantes, se independizan cuando entran en la universidad, e incluso, su propio dinero para estudiar lo obtienen por sí mismas. No creo que sea especialmente malo, pero creo que aquí es difícil. Por ejemplo, si para ir a la universidad, tuviera que trabajar, no podría ir todos los días.
A.- En ese sentido tal vez es mejor la vida japonesa, la forma de hacer japonesa.
R. y M.- ¿Cuál es mejor? Uhmmmmmm
A.- Hasta cierto punto es mejor ¿no?
M.- En cierta forma es mejor. En ese aspecto, aunque los padres intervienen, no hay otro remedio. Si los padres intervienen en la vida de los hijos, ¿qué se le va a hacer?
A.- Bien, el tiempo se nos acaba. La última pregunta. ¿Por qué estudiais español?
R.- ¡Ya, ya , ya me has tomado el pelo! Bueno, si bien no creo que pueda decir que no me gusta España, porque todavía no he ido. España y Japón son dos paises contrastados. Los japoneses siempre hacia dentro, hacia dentro. Los españoles hacia fuera, hacia fuera... Yo realmente siempre hacia dentro, siempre (risas), aunque se puede pensar que soy muy extrovertida, siempre me meto hacia dentro. Eso es algo que no me gusta de mí misma. Por eso España es como una ilusión, un... ¿cómo decirlo?
A.- Bien, vale. Creo que te entiendo. ¿Tú?
M.- Yo también creo lo mismo, más o menos.
A.- Realmente no conoceis España ni tampoco demasiados españoles, pero para vosotras la imagen de España es la de un país que tiene algo distinto. Si es bueno o malo será algo que salga cuando tengais una experiencia más directa, ¿verdad?  
R. y M.- Eso es.
A.- Bien, entonces aquí vamos a terminar. Muchas gracias.


lunes, 12 de octubre de 2015

CARNAVAL


CARNAVAL

        Durante dos días el tiempo había sido espléndido. Cálido, primaveral, magnífico. Aunque a la caida de la tarde, sendos chaparrones habían refrescado el ambiente. Ni que estuviéramos en el Trópico.
        Aquella mañana, como todas las mañanas, se había levantado y puesto la televisión. La chica del tiempo lucía fresca, azul, como la imagen del firmamento mañanero. Un azul profundo que se dijera andaluz o castellano. Un azul puro y penetrante, tan penetrante que hacía daño a los ojos.
        El día se presentaba árduo. Aunque entreverado de tiempo libre, de la mañana a la noche, había que estar con los nervios alerta. La vida. Las pocas ganas que tengo de salir. Llamar a alguien, charlar, escuchar música....Ni modo.
        Unas tostadas y un café más o menos cargado y a la rua, a buscarse el pan nuestro de cada día . La bolsa no pesaba mucho. El material de trabajo lo había dejado en el centro el día anterior para no tener que ir demasiado cargado.
        El día era espléndido. Pero, cuando llevaba un par de cientos de metros caminados, empezó a sentir el cansancio acumulado. Por la parte izquierda del cuerpo corría un dolor nervioso que le cortaba casi la respiración. Otra vez, pensó. Respiró hondo, profundo, y se fue directo hacia el tren. Ese día iba unos minutos más tarde de lo normal. Llevaba tiempo suficiente, pero unos minutos más o menos significaba ir en un tren con holgura o ir en una lata de sardinas.
        Bueno, consideró. De algo hay que morir. Se puede uno bajar en la estación siguiente y cambiar de tren, aunque se llegue un poco más tarde...
La experiencia dice mucho. Cuatro minutos de tiempo representaba casi el doble de gente en el vagón. La respiración se hacía dificultosa.
        No es a la derecha, es a la izquierda. Sí, hay que bajar por la izquierda. En la estación siguiente se bajó. Mierda, me he olvidado de telefonear a M. Bueno, a mediodía. Seguro que a esta hora estará con los vapores del sueño y será la leche en polvo.... Se bajó, subió las escaleras abarrotadas, y se dirigió al otro andén, que anden, que anden. Oiga, ¿el próximo tren? Este andén está fuera de servicio.... Mèrde... La he hecho bien. Ahora el tren de allí irá como sardinas enlatadas para la exportación. Bueno, a respirar profundo. Dice la gente que sabe que así se quitan muchas cosas raras. Pues a respirar. Pero ni con respiración ni sin respiración, cuando el cuerpo está mal, está mal. ¡Tonterías de ilustrados bellotoides! Menos mal, ya se acerca la estación en la que puedo cambiar y sentarme...
        Señoras y señores, en la estacción xxx una persona se ha caido a la vía. Lamentamos el retraso que van a sufrir ustedes. Les rogamos cambien a las vías uno y dos, del metro.
        La vista se desplazó en un instante hacia esas vías. ¡Dios! Un hormiguero... Escaleras arriba. Los pasillos, amplios, de la estación estaban aún más abarrotados que los andenes.
        Tira que tira de móvil, celular, ketai o leches en vinagre.
        Oiga, soy Periquito de los palotes. Que estoy en x, sí, un accidente. Sí, bueno, eso dicen los altavoces. Algún hijo de su madre que ya estaba harto de vivir y nos quiso amargar la mañana. No hablaba la boca, pero hablaba la cara, transmitiendo lo que pensaba alguna neurona enloquecida. Que sí, que si puedo voy en taxi hasta la estación de xx para llegar a tiempo. Y si no, pues... Bueno, veré lo que se puede hacer....
       Hijo de puta, mira que caerse a la vía, con la prisa que tengo. Y ni metro, ni autobús, ni taxi, ni leche. La voz era un susurro, pero era.
        Yo también tendré que dar un telefonazo, se murmuró. Hombre, como todo quisqui inmovilizado. Allí hay unas cabinas. No tan raro. Con tanto móvil, ya casi vacías Vaya , el contestador. Periquita, que no sé cuando se va a mover el cacharro este. Alguien que no se sabe si se ha caido, si se ha tirado, ha sido arrojado o ha sufrido un accidente. Que la gente espere si le apetece. ...
        Misión cumplida. Ahora a buscar...¿A buscar un taxi etc? Ni muerto. Gente, gente, gente. No hay nada como observar a la gente en estas circunstancias. Miradas cívicas al reloj, telefonazo a diestro y siniestro, angustias retasadas por la purga del jefe. ¡Es usted imbécil! ¿No podía haber cogido un taxi? Hoy tendrá que hacer horas extras. Es que... ¿A mí que me importa que un imbécil se tire al tren? Yo lo que quiero es que estén aquí a su hora para trabajar. Sólo trabajando ganamos a la competencia. ¿Lo entiende?
        Tal vez no era eso lo que pensaban los cerebros, pero sí lo que decían los ojos de aquellos rostros angustiados. Los contemplaba y no sabía si ponerse a reír o a llorar.
        Había salido de la estación con la aparente intención de buscar un autobús.... Volvió de nuevo. Algo decían los altavoces. Del andén uno al ocho, la gente corría como loca.... Loca, loca ... ¡Qué espectáculo! Y un recuerdo. Ese tren era en el que yo iba y me bajé cuando me sentía tan mal. ¡Leche! Y no es la primera vez. También aquella otra en diciembre. Ah, no, entonces fue que me retrasé un minuto y en la estación delantera ocurrió lo mismo. ¿Casualidad? Lo cierto es que ya estoy mejor. No bien, pero mejor. ¿Fue un presentimiento para no estar en el tren en que se iba a producir el accidente? ¿Quién lo puede saber?
        Volvió a mirar a la gente. Nadie parecía preocupado por el muerto. Más bien cada cual parecía preocupado por su tiempo, por su retraso, por su cuello. Entonces ¿qué ha sido de todos aquellos tejemanejes emocional mediáticos cuando se produjo el otro accidente hace ya un mes? ¿Qué ha sido de tanto lloriqueo ante un accidente de 107 personas? ¿Ciento siete tienen más valor que uno? ¿Qué ha sido esta manipulación emocional? ¿Dónde está tanto pobrecito, pobrecito? ¿Dónde tanta mentira institucionalizada? ¿Quién ha provocado aquel accidente? ¿El conductor? ¿La negligencia de la empresa o estas prisas que cada uno lleva exigiendo perfección, rapidez, competencia? ¿Quién es el culpable de este desaguisado, que diría Don Quijote?
        Cada uno a lo suyo, y el muerto al hoyo de este carnaval de lágrimas de cocodrilo.
A los veinte minutos, el muerto era olvido y todo volvió a marchar sobre railes.

viernes, 2 de octubre de 2015

Intento de relato largo

Comentario previo.- Desde que comencé a escribir ha sido el relato corto, el poema lo que, en mi opinión, se me ha dado mejor. Este fue el primer intento de escribir ¿una novela? Imposible. Al final se quedó en un relato breve, o como dice el título:

ENSAYO DE RELATO LARGO

        Joaquín volvía a casa, como cada jueves, derrotado después de dar una estúpida clase de español a dos niñas histéricas. Al ir a cambiar de tren en Shinjuku una voz femenina sonó a sus espaldas.
        - ¡Buenas tardes!
        -¡Eh! ¡Ah, buenas tardes! ¡Qué sorpresa! Es extraño encontrarse a personas conocidas en esta gran ciudad, pero siempre es muy agradable. Keiko, cada día estás más guapa.
        - Muchas gracias, pero eso no es verdad. Tú, que me miras con buenos ojos.
        - Hummm... Tal vez. ¿Dónde vas?
        - A casa. ¿ Y tú?
        -También. Acabo de terminar una clase de español y estoy cansado.
        - ¿Tienes tiempo? ¿Tomamos un café?
        - Buena idea, pero...- se registró los bolsillos Joaquín-. Me da vergüenza decirlo, pero no tengo dinero.
        - ¿Y el billete del tren?
        - Justo para eso solamente.
        - No importa, te invito.
        - Entonces estupendo. ¿Dónde vamos?
        - No hace falta salir de la estación. Aquí hay bastantes cafeterías.
        - De acuerdo.
        Se dirigieron por entre la abigarrada multitud, mujeres, hombres, niños, a una de las cafeterías de la estación.
        - Aquí hay dos sitios. Por favor.
        - Gracias, eres muy galante.
        - ¿Los japoneses no lo son?
        - Hay cortesía, pero no me gusta, no parece sincera.
        - Vaya esa es una de las conclusiones a las que voy llegando.
        - ¿Sí?
        - De verdad. Es interesante comprobarlo cuando se escribe en kanji.
        - ¿Eh?
        - Sí, si escribes 思う tienes , el corazón o espíritu y 田んぼ como cabeza del kanji, lo mismo que en la palabra , ¿verdad?
        - Así es.
        - Y si escribes 女, ¿qué tienes?  Una mujer embarazada.
        - ¡Sorprendente!
        - Muchos años estudiando lenguas sirven para hacer algunas observaciones .
        - Eres muy inteligente.
        - No, muy normal. No me tengo por demasiado listo.
        - Joaquín-ella pronunció su nombre de forma diferente-. ¿Recuerdas mi comentario a la frase que hiciste sobre tu regreso a España?
        -Sí, lo recuerdo.
        - ¿Imaginas lo que quería decir?
        - Puedo intentar imaginar, pero, en el entender de los demás siempre me equivoco.
        - ¡Joaquín!
        - Díme, te escucho.
        - Me gustas mucho.
        Joaquín dió un suspiro profundo. Bajó la mirada. Buscó un cigarro y lo encendió. Después la miró fijamente, con ternura.
        - ¿No dices nada?
        - Me lo puedo creer, pero me resulta difícil aceptar que una chica como tú, joven, guapa, simpática y con un trabajo interesante no tenga un novio con el que casarse o, simplemente, pasarlo bien. No me lo puedo creer.
        - Pues puedes creértelo. Hace dos años tuve novio, pero aquello acabó. Ahora me encuentro completamente sola en medio de una gran cantidad de amigos.
        - Por favor, eso no es posible. No conozco las costumbres de aquí,  apenas hablo en japonés, sabes que todavía el mío no es muy bueno. No sé, supongo que será porque vengo de otro sitio, pero no lo entiendo.
        - Supongo que es difícil, pero es cierto. Como tú dices, el hombre japonés es duro, engreido y trata a la mujer mal. No quiero vivir con un japonés. Ya conozco esa experiencia. Tú, sin embargo eres muy simpático, agradable, amable y me gustas. No sé si estoy enamorada de ti, pero me
gustas.
        - No digas tonterías. No me conoces. Parece como si en un extranjero buscaras una tabla de salvación para no sucumbir en las garras de tu Patria.
        - En parte es eso.
        - Y acudes a mí. ¿Dónde está la moral y la cortesía japonesa? A veces me parece que tratais a los extrajeros como puros juguetes. Perdóname si soy duro, pero esa es la impresión que tengo.
        - Eso es sólo una impresión. Perdona, no acostumbramos a decir estas cosas así, pero comprendo que por nuestro carácter te sea difícil adivinar muchas cosas. Sólo quería decirte lo que pienso. Perdona si te he molestado.
        - No, no me has molestado. Me has sorprendido y además estoy nervioso.
        - ¿Por qué?
        - ¿Por qué? Porque parece como si hubieras adivinado mis propios pensamientos. Pero yo soy pobre, muy pobre y no tengo nada que ofrecer, y a mí me gusta ofrecer. Quizá sea orgullo, vanidad u otra cosa por el estilo.
        - ¿Qué quieres decir?
        - ¿No lo adivinas?-. La miró con una mirada dulce. Alargó la mano izquierda y cogió la de la chica. Con la derecha se quitó las gafas y le acarició el rostro a la muchacha- Tú también me gustas mucho-, dijo mientras acercó sus labios a los de ella en un beso donde el mundo recobró toda su plenitud.
        Los colores le persiguieron los oscuros rincones del deseo a la muchacha. Sin duda no esperaba aquella reacción. Joaquín dejó su prolongado beso a un lado y se puso a contemplarla con toda la profundidad de su corazón traicionado por el dolor de siglos sin redención. La gente, con todo el disimulo posible los miraba. A Joaquín no se le escapaban aquellas miradas inquisitivas de un pueblo acostumbrado a cosas más importantes.
        La chica se repuso, compuso su cara con una sonrisa que fundió el brillo de las estrellas y cogió la mano de Joaquín.
        - Ah, si todos los hombres fueran como tú. Pero vamos fuera, por favor. Después de esto me da vergüenza estar aquí.
        - Muy bien, pero primero nos tomamos el café.
        -Sí, es verdad.
        El silencio se hizo entre los dos. Una pareja, contigua a su mesa había seguido todo el acto.
        - Están hablando de nosotros.
        - Ya lo sé.
        - ¿Cómo puedes saberlo?
        - Tengo una buena profesora y además me gusta estudiar.
        - ¡Vanidoso!
        - Es lo que pienso, es lo que digo.
        - ¿Siempre eres así de directo?
        - Suelo serlo, aunque me parece que aquí me estais pervirtiendo.
        -¡Eh! ¿Qué quiere decir eso?
        - Muy sencillo. Que vosotros os entendeis muy bien y con frases negativas afirmais y viceversa. Y siempre parece que hay que andar midiendo las palabras. Al principio tenía miedo de todo, pero ya lo he perdido. Tan normalitos como los demás, pero eso sí, con una máscara que os cubre hasta las raices del alma. Curiosos, chismosos, humanos al fin y al cabo. Mis queridos amigos siempre me metían miedo, pero ya me da igual. Que no le gusta a un señor lo que digo, pues peor para él. Es su problema. Sé que en algunas ocasiones tendré que ir adaptándome. Pero yo tengo una educación distinta.... A veces... Pero, perdona. Son cosas que hasta ahora no había comentado con nadie y lo mismo te estoy haciendo daño.
        - No, te equivocas- dijo la chica con su voz más dulce-. Lo que me sorprende es esa capacidad de penetración. Quizá es la primera vez que oigo hablar así a una persona.
        - Acabarás odiándome esta noche.
        - Al contrario, quiero seguir escuchándote.
        - Supongo que otro día tendremos tiempo. Esta noche no vamos a poder dormir cuando regremos a nuestras casas.
        - ¿Y por qué tenemos que regresar?
        - ¡Eh! ¿Qué significa eso? Oye, no sé... ¿No te parece demasiado para el primer encuentro a solas?
        - Tú eres sincero y yo también. No quiero andarme con rodeos. Creo que si empezamos así podemos ser buenos amigos.
        - ¿Insinuas que...?
        - Sí, que vayamos a un hotel a pasar la noche juntos. Quiero oirte hablar.
        - Pero, ¿cómo pagamos...? Yo...
       - Yo tengo dinero, y me gusta compartirlo con las personas que quiero o me gustan. Quizá te resulte extraño, pero desde hace mucho tiempo no soy feliz. Y la verdad es que cuando te veo me salta el corazón de alegría.
        - A mí también.
        - ¿Entonces? ¿Por qué no pasar esta noche juntos? Una noche que puede ser el comienzo de algo maravilloso.
        - ¡De acuerdo!
        - Gracias, Joaquín. ¡Qué difícil de pronunciar!
        - Sí, un poco. Pero - acercó sus labios a los de la chica-, tengo hambre.
        - Primero comeremos algo. ¡Vamos!



        El sol asomaba sus primeros rayos adivinados en una selva de altos edificios y casas de madera. Joaquín, con un cigarro encendido, miraba por
la ventana. La chica abrió los ojos y buscó su cuerpo.
        - ¡Ah, estás ahí!
        - Buenos días.
        - Buenos días. ¡Qué bien me siento!
        - Me alegro-, dijo Joaquín con una voz apagada y triste mientras apagaba el cigarro en el cenicero que había junto a la ventana.
        - ¿Qué te pasa? Pareces triste.
        Joaquín se pasó las dos manos por la cara como espantándose el sueño. Después se volvió de nuevo a la cama. Cogió el cenicero de la ventana, encendió otro cigarrillo y se tumbó junto a la muchacha.
        - Sí, estoy triste, pero tranquilo. No sé, es una sensación extraña. Debería sentirme rebosante de felicidad pero no lo estoy.
        - No te entiendo muy bien-respondió la muchacha, mirándolo extrañada.
        - No sé. Quizá es una tontería mía, pero desde que llegué aquí no me siento bien, y sin embargo no debería quejarme. Parece que he tenido suerte, y al final puedo haber topado con una chica estupenda. Pero no me siento bien. Estoy rodeado de amigos, que se llaman así, pero de una forma extraña. Siempre piensan que se deben decir cosas agradables, pero con un fondo de infantilismo sublime. Pero lo curioso es que cuando tienen que dar el palo, lo dan de forma total y absoluta. Me siento como controlado en todo momento. He perdido la sonrisa en el corazón, la poca sonrisa que tenía y encima con la sensación de ser un ladrón. A mí me gusta contar mis cosas, charlar, bromear... Pero vosotros sois demasiado serios. No se puede bromear con vosotros. Perdóname...
        - No, no. Sigue. Dáme un cigarro.
        -¿Tú fumas?
        - Bueno, ahora me apetece.
        Joaquín encendió el cigarro y se lo alargó. La muchacha, que estaba incorporada, se tumbó de nuevo. Joaquín le pasó el brazo por los hombros y jugaba con su pelo.
        - Sois demasiado serios. Os meteis las cosas en la cabeza como computadoras y seguís, al menos lo parece, al jefe allá donde vaya. No se puede bromear, sólo cuando estais preparados para ello. Parece que vuestro cerebro está departamentalizado. Me estoy acordando de varias reacciones tuyas a cosas tontas. No, ahora soy profesor y esto no puedo hacerlo... Siempre igual, sí, no te rías porque sabes que tengo razón.
        - Sí, es verdad-. Ella apagó el cigarro y se enganchó a su cuello- Te escucho.
        - No merece la pena. Estoy cansado de todo esto. No sé todavía, pero estoy pensando en volver.
        - No lo hagas-, saltó la chica incorporándose bruscamente. Joaquín, sorprendido, también se incorporó.
        - ¿Qué te pasa?
        - No lo sé, pero ha sido como una premonición. No, no, por favor, no me preguntes ahora, pero creo que si lo haces yo me moriría.
        - No digas tonterías. No te faltarán novios para casarte. Y además novios con dinero. Yo no he tenido dinero ni para invitarte a un café.
        - Eso no importa.
        - Ya lo sé, pero no entiendo cómo te has podido fijar en mí.
        - Porque eres guapo-, se carcajeó Keiko.
        - Sí, y mi abuelo es jardinero del Emperador.
        - ¿Qué quieres decir?
        - No importa, es una broma. Puñetera, qué guapa eres.
        - ¿Puñetera? Palabra fea,¿no?
        - Te equivocas. A veces puede querer decir te quiero o algo así.
        - Curioso el español.
        - Sí, sí que lo es. Algún día te daré unas lecciones.
        _ ¿De verdad? -. La muchacha le saltó al cuello- Hummmm, te quiero.
        Se amarró a su boca, en un beso que juntó la noche y el día en un arrebol de colores eternos. El sol subía por los edificios de Shinjuku mientras Joaquín y Keiko se fundían en un abrazo eterno como la sinceridad y el viento cuando llega la primavera.
        El reloj marcaba las siete de la mañana, pero su mirada la dirigía a la pared fría de la habitación. Los cuervos cantaban y la ciudad volvía a cobrar su ritmo ajetreado y atroz de siempre. Dos cuerpos descansaban, ardientes, en la mañana de Tokyo.



        - Supongo que me podrías explicar dónde estuviste anoche, ¿no?
        - Por supuesto, mi señor policía-, soltó irónicamente Joaquín.
        - No estoy para sarcasmos, ¿vale? Ya sabes lo que pienso de ti.
        - Sí, lo sé desde el primer día. Demasiado bien. Sé que pusiste una etiqueta, que intentaste montarte sobre el carro de tu propio infantilismo, que quieres hacerte la fuerte y no eres más que una pobre mujer falta de amor y cariño quizá desde la más tierna infancia. No te conozco, pero no me hace demasiada falta. Quizá sea cuestión de palabras, pero siempre te estás excusando, dando explicaciones que no sirven , porque la mayoría de las veces acabo descubriendo que es mentira o es distinto. Es un caerse la máscara constantemente. Esa máscara que llevas puesta y que me quieres poner a mí. Al principio yo venía sin ninguna intención de cambiar a nadie, pero tampoco quiero que me roben mi personalidad.
        - ¡Ja, ja! ¡Tu personalidad! Me rio yo de eso-, se carcajeó la chica con todas las fuerzas del sarcasmo.
        - Mira, Rieko- dijo Joaquín intentando controlar sus palabras-. Me tienes hasta la coronilla. No tienes ni pizca del sentido mínimo exigible para saber lo      que son las diferencias culturales. No has entendido absolutamente nada. Has salido de Japón, pero no sabes nada. No me has aportado nada. 
        - ¿Cómo vives? - gritó ella, rozando el histerismo.
        - No grites, por favor, que no soy sordo. Y si sigues así lo dejo todo y me largo.
        - ¿Cómo te atreves a decir que no te he aportado nada? ¿Y las clases, y la comida, y...?
        - Mira, tía. Me estás hablando de lo material, y en ese sentido no tengo nada que objetar, pero...
        - ¿Entonces
        - Me estás destruyendo. Veamos. ¿En este país sólo interesa lo material? A veces parece que es el único aspecto importante de la vida. Me hablas de cosas tan sublimes que se quedan en lo puro etéreo. Dices que yo juego con las palabras, ¿y tú? ¿Tú no juegas, mi alma? A veces me parece que tus sublimidades rayan en eso, en un histerismo sublime. Espiritualmente lo único que me has aportado son dolores de cabeza. Quizá un poco a conocer a este pueblo que, con una gota de aire, que no cambia nada la temperatura, se siente como aliviado. Y yo que no siento el cambio, me pones la etiqueta de insensible. Me gustaría descubrir donde está el secreto de ese romanticismo, bien en principio, estúpido que teneis. Hablais mucho de espíritu, pero al final poneis la cuerda en el cuello de vosotros mismos, para que nadie se escape. Mentalmente sois unos auténticos esclavos. Al final es el sr. Okane quien manda.      
        - ¿De qué me estás hablando? Mi español....
        - Vete a la porra con tu español. Me dices que antenas... ¡Tú sí que no tienes antenas! ¡Rieko, Rieko! ¡Esto es absurdo!
        - ¿Ya quieres dejar la conversación?
        - No, realmente no quiero, pero siempre igual. Y como es siempre igual se hace monótono y aburrido.
        - Buenas tardes, interrumpió una voz femenina desde el exterior.
        - Ah, buenas tardes. Pasa, adelante. ¿Cómo estás?
        - Regular, solamente.
        - ¿Por qué, Noriko?
        - Estoy un poco resfriada.
        - Ah, bueno. Hoy, entonces, intentaremos hacer esto divertido.
        - Sí, por favor. Estoy muy cansada.
        - Ah, toma asiento.
        - Gracias.
        Rieko se había levantado para preparar el café.



        Las distancias, el cansancio, y todos los adminúsculos que estorban la vida diaria de las grandes ciudades, les habían impedido verse durante aquel día.
        La luna, llena y hermosa, vislumbrada desde la ventana, ofrecía a los ojos de Joaquín un aspecto de solemne majestuosidad. Aunque la tarde había sido fría y desapacible, la madrugada era agradable. 
        Joaquín dejaba volar su mente por los rayos plateados de la luna. En la lejanía los árboles proyectaban sus negras sombras opacas en un acto de plenitud exuberante.
        El rostro de la muchacha cruzaba por su mente como ráfagas de ametralladora. Le había herido el corazón, el cerebro, todo, y le estaba consumiendo el cuerpo en un delirio de soledad acompañada. A veces pensaba que sólo era una ilusión de su cerebro cansado, otras se sentía el más feliz de los mortales. La idea de vivir con ella era tan sugerente como el paisaje que tenía ante sus ojos, pero sabía que el fondo de sus propias vidas era bastante distinto. Era un riesgo que todavía no había decidido correr.
        Reconocía su miedo y su cobardía ante los sentimientos y determinado tipo de compromisos, pero también sabía que él no tenía del todo la culpa. Se movía en un terreno hostil, agarrado al dinero y a las formas como el árbol a la tierra. En su pueblo ya le habían arañado las entretelas del alma, y ahora que podía vivir un poco tranquilo tampoco le gustaba del todo ese mundo de comodidad conseguida a base de no sabía qué terribles esfuerzos inhumanos.
        Era soñador por naturaleza, lo que, en muchos momentos, le había impedido vivir a plenitud y sólo desarrollar una capacidad cerebral de la que dudaba muchas veces. Cuando salió de su pueblo sabía perfectamente que no podría volver en mucho tiempo. Se veía abocado a triunfar. Era el camino que le exigían. Se encontraba a medio camino. Perfectamente sabía que la oportunidad soñada podía llegar de un momento a otro. No era un presentimiento vaidoso ni absurdo. Era la verdad. Ya había tenido un puntazo unos meses atrás. Lo que más le gustó de aquel momento fue que no saliera. Desde todos los puntos le habían augurado que iba a ser positivo y tendría trabajo, pero él no confiaba en nada hasta el momento en el que estaba hecho. Era un golpe bajo para algunos de sus amigos, porque era una manera de reconcer que todo el mundo de ideas con que le intentaban inflar la cabeza estaba inflado de aire. La vanidad humana no tenía límites a su alrededor. Cuando no se ha pasado hambre todo se veía muy fácil, y él sabía que la prudencia seguía siendo una virtud.
        La imagen de Keiko le aparecía constantemente en la mente. Era dulce, delicada, vivía sola, a más de una hora de tren. Habían hablado de la posibilidad de vivir juntos, pero Joaquín se encontraba con Rieko. Le había ayudado y de pronto no podía dejarla sola. A pesar de sus defectos era una buena persona. Necesitaría por lo menos tres o cuatro meses más para organizar su vida. En principio tendría que ser ella quien aportara todos los medios para la subsistencia. A Keiko no le importaba, lo mismo que no le importaría vivir con él sin casarse. El problema con el que se encontraba Joaquín era serio. Si se casaba ,podría vivir tranquilamente en el país, pero si no lo hacía, de nuevo tendría que volver a rellenar papeles, molestar a gente que no merecía esa molestia y esperar el paso del tiempo para volver a rellenar papeles.        



        Tú dirás lo que quieras, pero yo tengo hambre. Que sí, que ya lo sé, pero yo tengo hambre. ¿Y por qué lechuga tenemos que ir a la Embajada?
Sí, sí, ayuda. ¿A que no buscan trabajo? ¡Y el visado! ¡Turista! ¿Pero y si uno quiere quedarse aquí? ¡Papeles! Bueno, bueno, que este público se mosquea. Jo, en mi pueblo la gente hace más ruido. Ya , si ellos son así. Al fín y al cabo no los vamos a cambiar. ¿Y eso en la boca? ¡Ah, la contaminación! Bueno, también hay cosas que podemos aprender. Estoy harto de dormir solo. Mira, mira, pero que bonitas son, puñeteras. Si se meten por los ojos. ¿Quién fue el que dijo aquello de agua, comida y sexo? ¿Freud? Pues tenía razón. Se siente a flor de piel. Ah, pero los viajes en mi pueblo son más baratos. Cuarenta pesetas y es menos de la tercera parte. Por cierto, ¿cuánto queda hasta la Embajada? ¿Pero no era en Nakano? Ah, en Nakano acaba Tokyo. ¿Once millones de habitantes? ¿Y lo demás pueblos junto a Tokyo? Entonces por lo menos 30 millones de personas.¡Una selva! Menos mal que la altura de los edificios no es grande.
Se siente uno persona todavía. Pero como ocurra algo, esto va a ser una carnicería. Al lado de la Auto-Escuela, el campo de tenis. Aprovechan todo. Si no fuera así, sería imposible vivir. Y en el resto, montañas y ríos. ¡Qué frío! No, si ya sé que en tu pueblo no has visto nevar. ¡Jo, macho! Anuncios,
anuncios, anuncios. Curioso, todos en el mismo lugar. La jovencita de cara virginal, la comida, el coche... Muy efectivo debe ser esto. Oye,alguna loca de estas la podríamos llevar a casa. ¡Pero qué rica! ¿Que si tengo hambre?
¿Tú qué crees? ¿Pero señora, qué le pasa? Ah, que la he rozado. El bolso. Pero si yo no le voy a robar. Ahora lo entiendo. Muchos robos. Ya, ya. Ya comprendo: Silenciosas pero histéricas. A los treinta empiezan a hacer lo que en mi pueblo hacen a los veinte. ¿Pero no va a haber problemas? Como
alguno entienda algo nos pega una torta de campeonato. A propósito  de tortas: ¡Tengo hambre! ¿Comeremos algo, no? ¿Cuánto falta? ¿Otra hora?
¡Pero si ya llevamos hora y media! ¡Como para ir andando! Se podrían
ahorrar el tener que presentarse en ese sitio. Papeles del diablo. Pero bueno, si yo me siento aquí agusto, ¿por qué me tengo que sentir extraño?
Oye, ¿quién recibe en la Embajada? ¡Vieja! Me dan ganas de volverme.
¡Pero que línda! Está preñá. ¡Qué gorda! ¡Como duermen en el tren! Esta gente está hecha polvo. De nueve a cinco y luego cuatro horas de viaje Hechos polvo, lo que yo digo. Luego así pasa, el titi a que le pongan la mesa. La mujercita un niño en la bicicleta, otro en las espaldas y la compra. Y se quejan en mi pueblo las mujeres. Aquí no se pueden dejar los niños con los abuelos. La mamá en Tokyo y la abuela en Kyoto. Lógico. Y luego se quejan en mi pueblo. Pero es curioso, nada, y encima , a casarse... Sí, ya he visto en tv. Luego vienen las decepciones. Por supuesto. Y ellas mantienen el “statu quo”. Están locas. ¡Ay, qué caras! Oye, no te rías que se mosquean. Oh, me siento observado. Sí, pero en mi pueblo te miran a la cara. ¿Que sienten vergüenza? No, si ya lo he visto. Tanta inclinación es buena para la columna. Parecen muelles. La Universidad de Sofía. ¿Sofía o so fea? ¡Ah, ya! ¡Pero si la forma de aprender es absurda! Entra en la cabeza y se queda como en un cerebro electrónico. Desde luego, con tanto viaje no pueden pensar. Lo poco que leen es en el tren. ¿Así quién va a querer niños? ¡Lógico que nazcan menos! Y luego la publicidad. Tres al día, tres periódicos. ¡Y no hay publicidad! Pero entrando en unos almacenes... Ya podrían aprender en tu pueblo, niño. A eso no les gana nadie. ¿Recuerdas alguna vez que en Galerías te hayan recibido y despedido dos bellezas con una inclinación y un muchas gracias? Pero, claro... ¡Money, money! Nada más entrar dan ganas de comprar. ¡Las dos y media! ¡Dos horas y media para llegar a esta porquería de edificio! Me siento mal. Sí, no me lo digas. Se te nota en la cara. ¿Por qué los papeles? Y los yankees. Pero si esto parece el centro de operaciones del Pacífico. Vietnam. Ahora comprendo. Además, cristal blindado. Oye, yo tengo hambre. Hombre, por fin. Un café ¡con donuts! Menos da una piedra. Aunque me comería una vaca. Si ya sé que significa tonta, pero me la comería... Ya en serio, estoy harto , ¡harto! de papeles. ¡¡¡Harto!!!
        - Eh, ¿qué te pasa?
        - ¡Ah! ¿Dónde estoy? ¿Qué pasa? ¡Ahhhhh! Una pesadilla.
        - ¿Qué te pasa?, volvió a preguntar Rieko.
        Joaquín suspiró incorporándose.
        - Una pesadilla. Soñé con el día en que fuí con Pedro a la Embajada. No sé, un sueño muy extraño. La cosa iba de papeles.
        - ¿Papeles? No entiendo, dijo Rieko sorprendida.
        - Sí, papeles. ¿Recuerdas las últimas conversaciones sobre el visado?
        -¡Sí! Ah, ya. Perdona por haberte hablado tan fuerte. No te preocupes, balbució la muchacha.
        - Si tenías razón. Sabes que yo no sé mucho de eso y ahora sale este sueño tan extraño. Lo que yo digo, no estoy muy bien. Al final me volveré loco.
        - Tonto.
        - Sí, todo lo que tu quieras, pero estoy harto de que todas estas cosas ocurran en este mundo y sin embargo no poder hacer nada.
        - Sí que podemos.
        - ¿Sí? ¡Cuéntame! Sabes perfectemente que como no mandemos a la mierda todo lo que significa el poder establecido lo que se puede hacer es bien poco.
        - Quizás, pero...
        -¿Pero qué...? No vuelvas, por favor,a hablarme de eso del compromiso y todo lo demás. Eso me suena a sermón religioso.
        La muchacha puso cara de enfado.
        - Sí, me da igual que te enfades. Yo también me puedo equivocar, pero al fin y al cabo prefiero al hombre así, equivocándose. No me hables del compromiso. Posiblemente eso está muy bien para vosotros, pero no querais imponérselo a todo el que llega, ¿vale? ¡Ah, qué cansado estoy!
        - ¿No vas hoy a la escuela?, preguntó ella desviando la conversación.
        - Las siete y media. Ya me levanto.
        Rieko se dirigió al comedor-cocina y preparó el desayuno. Le metió prisa, como cualquier ama de casa exigente.
        Joaquín se vistió entre rápido y despacio. Con la sufieciente rapidez como para poder desayunar y con la suficiente lentitud como para observar bien el cuarto.
        -¿Cuándo dejaré esta habitación? - pensaba Joaquín-. El caso es que me gusta. Si esta mujer no me hubiera hecho tanto daño, posiblemente sería hasta agradable estar a su lado. Y con Keiko no me quiero ir a vivir todavía. Tampoco puedo estar gastanto tanto dinero. Gastamos demasiado dinero. Y ella no quiere venir aquí, o, mejor, yo no quiero que venga... Esta parece que adivina algo. Bueno, al menos el cielo hoy está despejado, aunque parece que va ahacer frío.
        Cogió su bolso de costado y se dirigió a la cocina. El café humeante estaba sobre la mesa, mientras,en la sartén se cocinaba una suculenta tortilla y el pan se tostaba en el horno.
        - Ya puedes empezar, dijo fría Rieko. Vas a llegar tarde.
        Joaquín se hizo el loco y olvidó sus palabras. Desde hacía mucho tiempo estaba acostumbrado a ese tono altivo y pedante. Cuando la cara de Rieko cambiaba, entraba por las venas de Joaquín una extraña sensación. No sabía qué pensar. Algo nuevo estaba tramando aquella cabeza loca. Se sentó y empezó a comer. Rieko recogió el pan del tostador y se sentó.
        - Esta noche cuando vuelva de la tienda tenemos que hablar.
        - ¿Sobre...?
        - Sobre tu novia, claro.
        Joaquín tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no ponerse colorado.
        - ¿Qué?- preguntó con cara de haber recibido mil sorpresas de un golpe.
        - Sí, no te hagas el tonto. Se te nota demasiado como para no darse cuenta.
        - Y luego dicen que no piensan, masculló el cerebro de Joaquín.
        - Ahora es el momento de decidir qué vas a hacer. O te casas con ella o hay que empezar a hacer los papeles para el visado, o la tercera solución...
        - Desde luego, a veces me da la impresión de que me estás echando. Esta bien, esta noche hablaremos del asunto.



        Joaquín bajó del tren con la prisa habitual. Shinjuku, comercial y pleno de despachos, era un hormiguero constante de gente. En los amplios pasillos de la estación,la gente se movía como topos ciegos y certeros.  Recorrió rápidamente la distancia que le separaba de la salida. Entregó el billete del tren y, como en una carrera de obstáculos, llegó a la  calle. Keiko lo esperaba con una amplia sonrisa y una mirada de rubor contenido. Joaquín fue hacia ella con la alegría rebosándole por las costillas. La besó en los labios con rapidez, mientras la muchacha escondía la cara entre las manos. El carmín de las rosas se paseó por su rostro juvenil y hermoso.
        - Te he dicho que no hagas eso más, aquí, con tanta gente.
        - ¿Ya empezamos? ¿Te gusta o no?-, preguntó Joaquín sonriente.
        - Sí-, respondió ella tapándose la sonriente boca con la mano.
        - ¿Entonces ,pasa algo? Anda chatita, otro, ¿vale?
        La sonrisa picarona asomó a los ojos de Keiko y, ruborizándose hasta la raíz del pelo, acercó sus labios hasta los de Joaquin.
        - Bueno,chata. ¿Ahora qué hacemos?
        - Yo tengo hambre, dijo ella con rapidez.
        - Pues yo también. Podemos ir al restaurante de la última vez, ¿te parece? Es bastante barato. Podemos comer Lamen, Udón o cualquier cosa de esas. Caliente, de todas formas. Que lo necesito. 
        -¡De acuerdo!
        La gran televisión de los Estudios Alta entretenía a los viandantes con su velada carga de sensualidad capitalista. El reloj del gran edificio marcaba las seis de la tarde/noche.
        Ambos se perdieron entre la multitud que paseaba ávida de compras por la gran avenida. De los edificios salía un reguero constante de música. Una muchacha de kimono tenía su mano extendida ante la señora de edad. Mientras, la cola de jovencitas esperaba pacientemente con el deseo de saber si su novio sería guapo, rico y cariñoso.
        Ropa, libros, artículos del hogar, de belleza, de deportes, se anunciaban dentro y fuera de los altos edificios. Las miradas se perdían en ellos mientras se paseaba por el centro de la calzada reservada al público y los cines anunciaban su sexualidad masoquista o los nº 1 de turno de Norteamérica.
        Una entrada acogedora recibió a Keiko y a Joaquín. La puerta, con sus exquisitas vitrinas, exponía al visitante las especialidades de la casa.
        - ¿Te parece Nabemono?-, preguntó Joaquín.
        - ¡Sí! -, respondió ella con claro signo de tener frío.
        La sugerente figura de la muchacha se escurrió por la escalera. Desde su espalda la miraba con un sentimiento de extraña alegría. Alta, bien proporcionada y morena, su belleza era extraña. En cualquier momento podría decirse que era una mujer sudamericana. Todo menos japonesa. Un día, con su abrigo de piel imitada, la confundió con una bella esquimal.
        Sentados uno frente al otro, pidieron la comida y, mientras bebían el digestivo té de trigo, se miraron, con una mirada entre enamorada y triste.
        - Chata , ¡qué bonita estás hoy!
        - ¿Chata? ¿Qué significa eso?
        Aunque Keiko conocía bien el idioma de Joaquín, algunas veces se le escapaba alguna palabra de la conversación. El, sonriendo, le explicó el significado de la palabra. Ella soltó sus manos de las de Joaquín, cruzándolas sobre el pecho y alejando la mirada de la de él.
        - ¿Qué pasa ahora? -, preguntó extrañado.
        - “Hanapecha”. ¡Ah! No digas más eso, por favor-, casi gritó la chica.
        - ¿Por qué? ¡Si es un piropo! En España es como decir bonita, te quiero. Es muy bonito, en serio.
        - ¿No sabes que a las japonesas no nos gusta que nos digan “chata”?
        - ¡Ah!. Perdona, pero ¿me lo puedes explicar?
        - No nos gusta. Quisieramos que nuestro rostro, especialmente nuestra nariz se pareciera a la de las europeas.
        - “Wakatta”. ¿Y por qué? ¿Porque creeis que es más bonita una nariz recta?
        - ¡Sí!-, respondió Keiko rotunda.
        - ¿Y tú no comprendes que eso es una estupidez? ¿Que eso es creer que unas cosas son superiores a otras, lo que es mentira? ¿Que unas cosas son mejores que otras?
        - No, no lo comprendo. Sólo quiero que no lo digas más, ¿vale?
        - Perdona, no creía que te afectara tanto.
        - Pues sí, me afecta-, respondió la chica con una expresión de orgullo femenino sensiblemente herido.
        - Escucha. Por favor, escúchame.
        La muchacha volvió el rostro y lo escondió en el pecho.
        - Posiblemente en lo que te voy a decir yo esté equivocado. Pero me parece que a veces os comportais de manera estúpida. Lo primero de todo, creer que lo de fuera siempre es mejor. Es la primera estupidez. Alguien se inventó una vez un mundo de ideas, un mundo maravilloso, pero que no existe. Alguien se aprovechó de ello y metiéndole al público el miedo en el cuerpo, se aprovehó de su ignorancia. Esto dio origen a que unos se enriquecieran a costa de otros, que unos fueran débiles y otros fueran fuertes. ¿Comprendes?
        - Sí, creo que comprendo.
        - Bien, continuemos. Hoy tenemos el mismo esquema de vida. Unos mandan y otros obedecen. Unos dicen que mandan y sólo mandan porque tienen más dinero o más poder, pero no por otra cosa. No por valor moral de sí mismos. Organizan nuestra vida a su antojo y nosotros, estúpidos de nosotros, obedecemos como corderitos. Hay muchas formas para hacernos creer que tienen razón. La escuela es una de ellas. Aquí la fórmula es brutal. La escuela, la televisión, los periódicos, los anuncios, los almacenes. Os están metiendo un concepto de belleza externo. De por sí el concepto de belleza es absurdo, pero ha existido siempre. En los siglos XVI/XVII, no me acuerdo, Rembrandt pintaba unas mujeres gordas y coloradas. Ese era el concepto de belleza. Hoy, las mujeres en especial, no quiere decir que los hombres no, pobrecitos, no sigan determinados esquemas, quereis estar delgaditas, tanto, que a veces estais anémicas perdidas y, en ocasiones, se llega a la muerte. Sí, sí, no me mires así. Yo conozco algunos casos . ¿Por qué? Porque alguien nos dice que esto es mejor que aquello. ¿Uno lo ha probado? ¿No? Pues entonces no podemos decir cuál es mejor. Pero somos tan estúpidos que nos creemos todo lo que nos dicen.
        - Yo tengo mis ideas.
        - Tú eres una estúpida, lo mismo que yo-. El llanto afloró a los ojos de la chica.
        - No llores, por favor, ya me callo.
        Durante unos minutos Joaquín estuvo convenciéndola. Al fin dejó de llorar mientras el camarero traía hasta el rincón donde estaban sentados el humeante Nabemono.
        - Bueno, dejémoslo y vamos a comer.
        - Uf, quema-, dijo ella.
        Entre risas y veras empezaron a comer el caldo caliente y reconfortante. Joaquín cogió los palillos.
        - Ah, lo haces muy bien.
        - Claro, ¿qué creías?
        - Muy bien, sigue por favor. Me gusta escucharte.
        - No, que te voy a hacer llorar y no quiero.
        - Sigue. En realidad he llorado porque tienes razón. No alcanzo a comprender del todo, pero comprendo. Por favor, suplicó, sigue.
        - Es muy sencillo-, continuó Joaquín-. Cada sitio, cada lugar de esta pelota tiene una raza. Ninguna es superior a la otra. La superioridad la da la fuerza que cada cual tenga. Japón tiene su concepto de belleza, quizá distinto, pero ni mejor ni peor. Desde el momento en que uno cree que lo de fuera es lo mejor está perdiendo su propia personalidad, cosa que, a veces, me parece careceis de ella.
        - ¿Cómo?
        - Sí, no Japón en sí, los japoneses cada uno en particular, y sobre todo las mujeres. Por esa tontería de lo chato o lo no chato os están metiendo el consumismo.
        - ¿Consumismo?
        - Sí, el comprar y comprar cosas innecesarias. Bien está que la gente quiera vivir cómodamente, es lógico. Pero una cosa es eso y otra es llegar al punto de hacerlo por hacerlo. Y luego decís que sois prácticos. Absurdos es lo que sois en muchas ocasiones. ¿Para qué quiere una mujer ser más bella de lo que es? ¿Para buscar un marido? Luego obedecer al marido, tener hijos. Como no suele existir el amor, y eso que llamamos amor no es otra cosa, generalmente, que interés de cualquier tipo, pero no amor. ¿Cuándo la mujer es ella misma? Primero obedecer al padre, luego al marido, al jefe o.... ¡yo qué sé!... Y cuando todo se les viene abajo, la otra cara, de irresponsables totales, porque la mujer es para obedecer....
        - No te enfades, por favor.
        - No, si no me enfado. Sólo que me parece que estamos, ellos y ellas, viviendo en el peor de los mundos posibles. Con lo bonito que es enterderse y no echamos la culpa mútuamente de lo que pasa para que se aprovechen unos cuantos sinvergüenzas.
        - Bueno, vamos a dejarlo ahí. Estaba bueno, ¿verdad?
        - Sí, muy bueno.
        - Te invito a tomar café.
        - De acuerdo, sonrió Joaquín.
        Pagaron, salieron. La tarde se había hecho noche cerrada. La música animaba el ambiente, el frío era fuerte. Joaquín y Keiko se perdieron entre la multitud, por las calles de Shinjuku.