miércoles, 22 de julio de 2015

EL PARQUE DE KENJU, EL TONTO

EL PARQUE DE KENJU, EL TONTO

Kenji Miyazawa
      
  Kenju, riéndose contínuamente, se paseaba, despacito, entre los bosques, los terrados cultivados... ceñido siempre a la cintura un cinturón hecho de paja de arroz. Cuando, paseando bajo la lluvia, se encontraba algun verde matorral parpadeaba de alegría y, si sobre el azul del cielo, se topaba con algún halcón volando no se sabia hacia donde, saltaba de alegría, haciendo palmas y contándoselo a todo el mundo.
Sin embargo, como los críos se mofaban

despiadádamente de él, Kenju, poco a poco,llegó a la postura de hacer como que se reía. Cuando el viento soplaba con fuerza y las hojas de las hayas se balanceaban, brillantes,relucientes, no podía contener la risa de la alegría. Abría la boca con un gran esfuerzo y simulaba reirse sin descanso al respirar. Cuando eso ocurría lo hacia mirando, sin moverse, el balanceo de las hayas. A veces se ponía los dedos sobre el carrillo, pegado a la comisura de la boca, arrascándose como si le picara muchísimo, riéndose solo al ritmo de la respiración.
Efectivamente, mirando desde lejos, parecía que Kenju se rascaba o que bostezaba, sin embargo, desde cerca, se escuchaba el compás de la risa pudiendo observarse cláramente el movimiento de los labios. Los crios también se mofaban de tales cosas...
        Cuando se lo decía su madre, Kenju sacaba hasta quinientos cubos de agua del pozo, también se quitaba toda la maleza del sembrado en un día, por eso ni su padre ni su madre le pedían apenas que hiciera nada.
        Bien, pues resultaba que justo detrás de la casa de Kenju quedaba un prado tan amplio como el campo de recreo de una escuela. El prado todavía no era utilizado como campo de cultivo.
        Un año, cuando las montañas aún resplandecian por el albor de la nieve y en los campos no había empezado a despuntar la hierba, Kenju se fue a todo correr hacia donde los miembros de la familia estaban preparando el plantío de arroz y les dijo:
        — Mamá, cómprame setecientos plantones de cedro.
La madre dejó la azada y, mirando muy fijamente a Kenju, le preguntó:
           — ¿Y dónde los vas a plantar?
           — En el prado de detrás de la casa.
           — Kenju, no es ese lugar para que crezcan cedros. Mejor que eso ayúdanos a cavar la tierra -, le respondió su hermano.
Kenju, con aire desconcertado, bajó la cabeza. Entonces el padre, desde un poco más lejos, dijo, mientras se secaba el sudor y se estiraba:
           — Cómpraselos, cómpraselos. Hasta ahora nunca ha pedido nada, así que cómpraselos.
          La madre, al oir aquello, se tranquillzó, echándose a reir. Kenju, contentísimo, se fue corriendo a toda marcha hacia la casa. Sacó del cobertizo de los aperos un azadón y se puso a arrancar con todo esmero los yerbajos de los puntos donde iba a cavar los hoyos para los plantones de cedro.
           Al poco vino su hermano hasta donde se encontraba y, al ver lo que estaba haciendo, le dijo:
           — Kenju, los hoyos para los cedros hay que hacerlos cuando se plantan. Espera hasta mañana que te compro los plantones.
Kenju, embargado por la vergüenza, dejó el azadón. Al día siguiente el cielo era de un azul intenso, las montañas resplandecían con el blancor de la nieve y las alondras, dicharacheras como siempre, subían alto, alto... Kenju empezó a cavar tal como le había dicho su hermano, esta vez desde el límite norte del prado, tan contento que no podía reprimir la risa. Cavó en línea perfectamente recta y a intervalos perfectamente regulares mientras su hermano metía un plantón en cada hoyo.
           Estaban en ello cuando se acercó, la pipa en la boca y encogido de hombros por el frío, con las manos cruzadas dentro de las mangas del kimono, Heiji, propietario de los plantíos de la parte norte del prado donde trabajaban. Heiji hacia también algunas labores del campo y se dedicaba, así mismo, a otros trabajos, normalmente poco apreciados por la gente. Dirigiéndose a Kenju, le dijo:
        — Oye, Kenju, esta visto que eres tonto. ¡Vaya estupidez plantar árboles en un sitio como éste! Además, a mi huerta le quitas la luz.
Kenju se puso colorado de vergüenza. Quiso responder algo pero se quedó callado. Entonces el hermano, levantándose, saludó a Heiji.
           — Buenos días, Heiji...
Heiji, refunfuñando, se volvió lentamente por donde había venido.
           No fue Heiji el único que se rió del hecho de que Kenju plantara cedros.
           Aquel no era lugar para criar cedros ni nada parecido ya que el subsuelo era de material arcilloso pero, como todo el mundo decía, los tontos eran tontos y no había remedio.
           Así fue. Hasta los cinco años las troncos crecieron rectos y verdes rumbo al cielo. A partir de entonces se redondearon las puntas y a los siete, ocho años, seguían igual, con una altura de unos dos metros y medio.
           Una mañana, estando Kenju de pie, mirando el bosquecillo, un labrador le dijo a modo de broma:
           — Eh, Kenju. ¿No podas los cedros?
           — ¡Y eso qué es?
           — Cortar las ramas de las partes bajas con un hacha.
           — Ah, es verdad. Voy a hacerlo.
           Kenju se fue corriendo a su casa a por el hacha y se puso a podarla parte baja de los cedros. Como estos no tenían más que unos dos metros y medio de altura tenía que agacharse un poco para poder trabajar. Al atardecer no quedaban en los arboles más que tres o cuatro ramas en la parte de arriba. Una gran cantidad de ramas de
un color verde oscuro tapaban por todas partes la hierba, habiendo quedado el bosque muy clareado. Cuando Kenju vió que de golpe quedaba tan clareado sintió un profundo malestar, como si le doliese el pecho.
           Justo en ese momento volvía su hermano de los plantíos y, al ver como había quedado el bosque, se echo a reir. Con aire sonriente le dijo a Kenju, allí, de pie y con aire aturdido:
           — ¡Vamos! Recoje las ramas. ¡Qué buena leña has hecho! El bosque ha quedado también muy bien.
           Al oir aquello Kenju se tranquilizó. Junto a su hermano se agacho y fueron recogiendo las ramas. Quedó el lugar, con su hierba corta y lindísima, como si fuera un rincón en el que los santos eremitas se entretuvieran jugando a esa especie de ajedrez japonés
que se llama GO.
           Al día siguiente, estando en el cobertizo de los aperos de labranza, quitando la soja picada, se oyó un gran murmullo en la parte del bosquecillo. Por un lado y por otro se oían voces de órdenes militares, imitaciones de trompetas, ruido de zapatazos y, lo mismo que si de pronto todos las pájaros que hubiera por allí levantaran el vuelo, repentinas risotadas. Kenju, sorprendidísimo, se dirigió hacia allá. ¿Qué había ocurrido?
Aquello era sorprendente. Los niños, hasta cincuenta, que volvían de la escuela se habían reunido y, formando una fila perfecta, marchaban por entre las hileras de cedros.
           Efectivamente, las hileras de cedros parecían delimitar calles que tuviesen plantados árboles a ambas lados de las mismas. Además, los mismos cedros se diría que estuvieran vestidos de verde y ellos mismos fueran andando por lo que los rapaces se sentían muy contentos.
           Todos, con los rostros colorados, chillaban como el alcaudón mientras avanzaban por entre los árboles. Conforme avanzaban les iban poniendo nombre a las distintas hileras: Avenida de Tokyo, Avenida de Rusia, Avenida de Europa...
           Kenju, rebosante de alegría, escondido tras los cedros más cercanos a la casa, se reía a mandíbula batiente. A partir de entonces se volvió a repetir espectaculo día tras día... só1o los días de Iluvia no aparecían los crios.
           Uno de aquellos días caía, de un cielo blanco y esponjoso, una lluvia suave. Kenju, solo, bajo la Iluvia, estaba en la parte externa del bosque.
           De guardia, ¿eh? -, le dijo riendo un hombre que pasaba por allí cubierto con una capa hecha de paja de arroz.
           Los cedros habían granado con un color marrón verdoso. De las puntas de sus hermosas ramas caía, gota a gota, la fría lluvia que los había estado bañando. Kenju se reía jadeante. Del cuerpo se le escapaba el vapor que producía la lluvia al caer sobre él, pero él seguía allí, de pie, impertérrito.
           Una mañana de espesa niebla Kenju se encontró, sin esperarlo, con Heiji, en un cañaveral. Éste, tras comprobar que no había nadie por allí, como si fuera un lobo, poniendo cara muy desagradable le levantó la voz a Kenju:
           Kenju, corta esos cedros.
           — ¿Por qué?
           Porque le quitas la luz a mi huerta.
           Kenju no respondió, volviendo los ojos al suelo. La verdad es que, aunque Heiji protestaba por la sombra que le hacían los cedros a la huerta, la sombra no llegaba a una cuarta, además, los cedros protegían la huerta de Heiji de los fuertes vientos del sur.
        — ¡Córtalos! ¡Córtalos! ¡Córtalos!
        — ¡No los corto!-, respondió Kenju levantando el rostro del suelo y con una voz que daba miedo. El temblor de los labios parecía denunciar el próximo llanto de Kenju. La verdad es que aquella era la primera vez que se atrevía a responderle a alguien.
           Heiji, que creyó que Kenju se reía de él, montando en cólera, se encontró de pronto dándole puñetazos, uno tras otro, fuertemente.
           Aunque Kenju se tapaba el rostro con las manos, Heiji seguía golpeándolo una y otra vez hasta que todo empezó a darle vueltas y a tambaleársele. Entonces, Heiji, asustado, cruzó los brazos dentro de las mangas del kimono y, muy despacioso, se fue adentrando en la niebla.
           Ese otoño Kenju calló enfermo de tifus, muriendo al poco. Heiji había muerto también de la misma enfermedad justo diez días antes. Los niños, sin embargo, sin importarle en absoluto aquello, seguían reuniéndose en el bosquecillo... Pero, demos un salto en nuestro cuento...
           Al año siguiente empezó a pasar el tren por el pueblo, construyéndose una estación a tres manzanas al este de la casa de Kenju. Por todos sitios se construyeron fábricas de cerámica, de hilados etc. Las huertas y arrozales fueron desapareciendo para convertirse en nuevos edificios, apareciendo un día el pueblo convertido en una gran ciudad.
           Sin saberse muy bien por qué, lo cierto es que el bosque de Kenju fue el único lugar que quedó en su estado original. Los cedros crecieron, por fin, hasta sobrepasarlos tres metros mientras los crios se seguían reuniendo, todos los días en aquel sitio. Como la escuela estaba muy cerca, los niños seguían pensando que el bosque y el prado que había un poco más al sur era su campo de recreo.
           El padre de Kenju tenía el pelo blanquísimo, lo que era lógico ya que hacía casi veinte años que éste había muerto. Un día, quince años después, volvía al pueblo un joven doctor que entonces era profesor en America. De los huertos y bosques de antaño no quedaba ni la sombra. La gente tampoco era la de antes, todas eran personas venidas de fuera.
           En cierta ocasión le pidieron al doctor que les diera en el salón de la escuela una charla sobre aquel país. Una vez terminada la charla, el doctor, junto a los directores de la escuela, salieron al patio de recreo y se dirigieron hacia el bosque de Kenju.
Entonces, el doctor, sorprendido, colocándose las gafas una y otra vez, como si no creyera lo que veía, dijo, por fin, como si monologara en voz alta:
           — ¡Ah! Sigue igual, igualito que antes. Los árboles también siguen igual, incluso diría que un poco más pequeños, y los crios siguen jugando allí. ¡Ah! ¿No estaremos por ahí nosotros también?
Como dándose cuenta por primera vez que no estaba solo, sonriente, se dirigió al director:
           — ¿Éste es el campo de deportes da la escuela?
           — No, esta tierra pertenece a la gente de aquella casa que, sin importarles un ápice, dejan que los niños se reunan aquí, por eso es como si fuera de la escuela, pero no es asi.
           — ¡Qué extraño!  ¿Y eso por qué razón?
           — A medida que el pueblo se iba convirtiendo en una ciudad todo el mundo les decía que vendieran esto, pero los viejos, siendo el único recuerdo que les quedaba de su hijo Kenju, se negaron en absoluto. Por muy apurados que se encontraran, vender esto era algo que no podían hacer. Esa era, al parecer, su respuesta
           — ¡Eso es! ¡Eso es! Si, ahora recuerdo al tal Kenju. Nosotros creíamos que era un poco anormal. No dejaba de reirse. Todos los días, por aquí, justo por esta zona, se quedaba de pie mirándonos jugar. Kenju fue el que plantó todos estos cedros ¡Ah...! De verdad... ¿Quién es el inteligente? ¿Quién el estúpido? En verdad que la fuerza de la naturaleza es algo extraordinario. Esto se ha convertido para siempre en un parque infantil. ¿Qué les parecé? ¿Por qué no ponerle el nombre de PARQUE DE KENJU y que se mantenga como tal?
           — Eso es una idea felicísima. Además los niños se sentirían felicísimos... — y así fue como se llevó a cabo.
           En medio del cesped, ante el bosque de los crios, se colocó un monolito con la inscripción “PARQUE DE KENJU”.
           Los antiguos alumnos de la escuela, convertidos en estupendos fiscales, maravillosos militares, propietarios de pequeñas granjas en el extranjero, mandan cartas y dinero a la escuela.
         En verdad que son innumerables las personas a las que el maravilloso verde oscuro de los cedros, el refrescante olor, la fresca sombra del verano, el color del cesped iluminado por la luna, ha dicho lo que es la felicidad, o lo que se entiende por tal, así mismo  serán todavía miles a las que se lo seguirá explicando. Y lo mismo que cuando vivía Kenju; cuando llueve, el agua escurre por las ramas y va resbalando, gota a gota, sobre el cesped. Y al lucir el sol el aire se refresca y limpia gracias al bosque de cedros plantado por Kenju, el tonto...

domingo, 12 de julio de 2015

Elogio de la Sombra Parte Segunda


Segunda parte

Dirigíos ahora a la estancia mas alejada, en lo mas profundo de uno de estos grandes edificios. Los tabiques móviles y los biombos dorados, emplazados en una oscuridad hasta la que luz alguna del exterior penetra en absoluto, captan el último soplo de la claridad del lejano jardín del que no se cuántas salas lo separan:¿No habéis percibido nunca sus reflejos irreales como un sueño? Esos reflejos, parecidos a los de una línea en el horizonte durante el crepúsculo, difunden en la penumbra reinante un pálido fulgor dorado, y dudo que en ningún sitio, fuera de allí, el oro pueda tener una belleza más punzante. Me ha ocurrido, al pasar delante, que me he vuelto muchisimas
veces para mirarlos de nuevo, pues a medida que la visión perpendicular deja paso a la visión lateral, la superficie del papel dorado se pone a emitir unos reflejos dulces y misteriosos; no es un destello rápido, más bien una luminosidad intermitente y pura,como la faz de un gigante que cambiara de color. A veces el empolvado de oro, que hasta ese momento no desprende más que un reflejo atenuado, como adormecido, en el precise instante en que se pasa a su lado se ilumina como con una repentina llamarada , y uno se pregunta, estupefacto, cómo se ha podido conseguir una luz tan intensa en un lugar tan sombrio.
Es por ello que he podido entender por vez primera las razones por las que los antiguos cubrían de oro las estatuas de sus BUDAS, y por qué se chapeteaban de oro las paredes de las salas donde vivían gentes de calidad. Nuestros contemporáneos,viviendo en casas iluminadas, ignoran la belleza del oro, pero nuestros antepasados, que moraban en casas oscuras, experimentaban la fascinación de tan espléndido color,conociendo también muy bien las virtudes prácticas, pues en estas casas tan avaramente iluminadas, el oro, sin duda alguna, jugaba el papel de reflector. En otros términos,el uso que se hacía del oro en láminas o en polvo no era un lujo vano, pues contribuía mediante la utilización juiciosa de sus propiedades reflectantes a dar más luz. Si se admite eso se comprenderá el extraordinario favor de que gozaba el oro. Mientras que la brillantez de la plata y de otros metales se empaña pronto, el oro, por el contrario, ilumina la penumbra interior sin, en un tiempo bastante largo , perder nada, en absoluto, de su brillantez.
Decía mas arriba que las lacas doradas con polvo de oro estaban hechas para ser vistas en un lugar oscuro; eso no es verdad sólo para las lacas, si en los tejidos antiguos se utilizaba con profusión hilos de oro y plata es evidente que era por la misma razón. ¿El mejor ejemplo no es esa estela de brocado que los monjes llevan alrededor del cuello? En nuestros días los edificios religiosos de las ciudades están constituidos por conjuntos iluminados, aptos para atraer al gentío. En ellos las estelas parecen inútilmente chillonas y no inspiran, más que raramente, respeto, las lleve el prelado más digno; pero sobre los mismos religiosos, equiparados en rango, cuando un oficio de liturgia antigua se celebra en cualquier monasterio antiguo, se está forzado a admirar la armonia que forman la piel rugosa de los viejos monjes, el destello de las lámparas ante los BUDAS y la textura de los brocados, y se mide hasta qué punto aumenta con ello la solemnidad del momento, pues, exactamente como en el caso de las lacas doradas, la mayor parte de los dibujos tornasoleados del tejido desaparece en la sombra, los hilos de oro y plata no hacen más que lanzar de tiempo en tiempo un breve reflejo.
Por la última razón, aunque es posible que yo sea el único en sentir esto,estimo que nada forma un contraste más feliz con la tez japonesa que una vestidurade N00. No es preciso decir que en muchos de estos vestidos se ha propagado el oro y la plata con profusión. Por otra parte el actor que los lleva en escena no está maquillado como el actor de KABUKI. Pero si bien la piel oscura con reflejos rojizos característica de los japoneses, ni un rostro de tinte marfil amarillento tienen ninguna particularidad atrayente, a pesar de ello, cada vez que veo una obra de N00 me siento embargado por la admiracion.    
Ciertamente, las ropas de encima, con dibujos tejidos o bordados con oro y plata son muy apropiadas, pero las capas, túnicas o vestidosde caza, verde oscuro o rojo kaki, y las ropas de mangas estrechas o los amplios pantalones de un blanco inmaculado no lo son menos. Cuando por azar el actor es un bello adolescente, la suavidad de la piel, el frescor de las mejillas, que tienen el resplandor de la juventud, realzadas con estas vestimentas, desprenden una seducción distinta de la de una piel femenina, y uno se da cuenta que era eso lo que hacía volverla cara a los grandes señores de antaño, rendidamente enamorados de la belleza de sus favoritos.
En el KABUKI el esplendor de la vestimenta, en las piezas históricas o en los intermedios coreográficos, no desmerece en nada a las del N00, y se dice generalmente que en atractivo erótico este teatro supera con mucho al N00, pero cualquiera que sea la frecuencia de asistencia a uno u otro, pienso, percibo que en realidad es todo lo contrario. Para el que no ha visto más que un poco, el erotismo del KABUKI parece indiscutible, lo mismo que su belleza. Entiendo muy bien que esto fuera antaño,pero en la actualidad, sobre los escenarios iluminados a la moda occidental, sus vivos colores zozobran irremisiblemente en la vulgaridad, cansando rápidamente.
Lo que es cierto sobre el vestido lo es también sobre el maquillaje: se puede encontrar belleza en un rostro fabricado enteramente, pero no se sentirá jamás la impresión de autenticidad que desprende la belleza sin afeites. El actor de N00, en este sentido, sale a escena con el rostro, el cuello, las manos que la naturaleza le ha dado. En tales condiciones sus rasgos no tienen más que la seducción que le corresponde por si, sin que nuestros ojos puedan ser, por nada del mundo, engañados. Es pues imposible que, en el caso de un actor de N00, su rostro desnudo, pueda engañarcomo puede hacerlo el de un actor que, en el KABUKI, interprete los papeles de mujer o de jóvenes adolescentes.
Lo que nos llama la atencion, por el contrario, es el extraordinario relieve que toma su belleza desde el instante en que se ha colocado las vestimentas galoneadasde la época guerrera, a primera vista poco apropiadas para el que tiene nuestro color de piel.
Hace poco he tenido la inmensa suerte de ver a KONGO IWAO en el papel de YANG KOUEI FEI, del N00 "El Emperador", y no he podido olvidar después la sublime belleza de sus manos entrevistas por la abertura de las mangas. Yo miraba aquellas manos, después dirigía la mirada hacia las mías propias, posadas en mis rodillas. Si aquellas manos parecían tan bellas era debido, sin duda, al delicado movimiento que las animaba, desde la muñeca hasta la punta de los dedos, también de la disposición supremamente estudiada de los mismos dedos. Una duda, sin embargo, subsistia en mí: ¿De dónde podía provenir tal destello de la piel, del que se tiene dicho que se desprende de una fuente de luminosidad interior? Pues bien, aquello no eran más que manos de un japonés normal, y de hecho, por el tinte de la piel, nada las distinguía de mis propias manos, colocadas sobre mis rodillas.
Dos veces, tres veces, comparé detenidamente las manos de KONGO con las mías, las suyas allí, ante mí, en la escena, pero por mucho que comparara eran manos muy parecidas. Y, a pesar de todo, cosa extraña, esas manos que, sobre la escena adquirían una belleza casi inquietante, sobre mis rodillas no eran más que unas manos de lo más vulgar.
Este fenomeno no está, por otra parte, restringido a KONGO. En el N00 la porción del cuerpo que el vestido deja ver al descubierto es en verdad ínfimo. Sólo el rostro, el cuello y la mano, de la muñeca al extremo de los dedos; incluso en un papel de mujer como el de YANG KOUEI FEI el actor lleva máscara, pero aún y así el tinte de esa ínfima porción de piel que se deja ver produce un efecto prodigioso.Tal efecto fue particularmente atrayente en el caso de KONGO, aunque las manos de un actor cualquiera, honestas y normales manos de japonés medio, desprenden también una seducción tal como para hacerle a uno abrir desmesuradamente los ojos de estupor, seducción que no se puede sospechar en absoluto cuando lleva una vestimenta moderna. Lo repito, no es una cualidad intrínseca exclusivamente a un actor, hermoso mancebo u hombre maduro.
Otro ejempio: es inconcebible que en la vida cotidiana los labios de un hombre normal nos atraigan; pues sobre la escena del N00, su color oscuro rojizo,su piel ligeramente húmeda, sugieren una elasticidad carnal superior a los de los labios de una mujer que se los ha pintado de rojo. Puede ser que este hecho se deba a que el actor se los humedece contínuamente de saliva para cantar, pero no puedo creer que sea la única razón. Ocurre igual con un actor joven cuyas hermosas mejillas rojas adquieren un color más fresco.
Mi experiencia personal me dice que es el efecto más nítido cuando el actor lleva una vestimenta predominantemente verde. En tal caso,la rojez ya manifiesta en un muchacho con tinte claro, resalta más aún en un actor que tiene una piel oscura, pues mientras en un muchacho de tez clara el contraste
entre su palidez y el rojo es demasiado evidente, el efecto de los colores profundos de la vestimenta es demasiado chillón. Por su parte, en un muchacho de tez más oscura,de mejillas sombreadas, el rojo resalta menos, de tal suerte que la vestimenta y el rostro se iluminan recíprocamente. Un verde sobrio y un marrón mate, dos colores neutros, se realzan uno al otro mientras que la piel del hombre amarillo gana hasta tal punto que atrae la mirada.
Puede ser que exista tal belleza creada gracias a la simple concordancia de colores, pero sin duda alguna, si el N00 llegara algun día, por desgracia, como el KABUKI, a recurrir a los medios modernos de iluminación, bajo el choque de luz tan brutal, sus virtudes estéticas desaparecerian al instante. Es pues absolutamente necesario que las escenas de N00 sean dejadas en su oscuridad original, y un edificio le convendrá más en tanto en cuanto más antiguo sea. Un escenario con suelo lustroso,de un brillante natural, con pilares y muros corredizos, con reflejos oscuros, una oscuridad que, caida desde el techo, se extienda sobre la cabeza del actor como una campana inmensa, ese es el escenario teatral más idoneo; desde este punto de vista,presentar el N00, como se ha hecho recientemente, en el ASAHI KAIKAN o en el KOKAIDO, no es en sí mismo un mal asunto, pero el N00 no hace más que perder la mitad de su auténtico sabor.

*

Bien, la oscuridad intrínseca del N00 y la belleza que genera forman un universo de sombra tan singular que en nuestros dias no se ve más que sobre el escenario,pero que antiguamente no debían ser extraños en un mismo grado a la vida real. ¿Cómo es eso? , me direis. Sencillamente porque la oscuridad que reina en el escenario no es otra que la de las moradas de aquellos tiempos. En cuanto a los dibujos y concordancia de colores de la vestimenta del N00, sí, posiblemente, son un poco más vivos que en la realidad, pero no son menos semejantes en conjunto a los que llevaban los nobles y señores de la antigüedad.
A estas alturas de mis reflexiones, intento imaginar, y es algo que me fascina,la altiva figura, comparada con la nuestra, de los japoneses de antaño, y singularmente la de los guerreros que llevaban las suntuosas vestimentas de la época de las guerras civiles o de la época de MOMOYAMA. El N00, sin duda, muestra en su punto más álgido la belleza de los hombres de nuestra raza. Que imponente y majestuosa debía ser la marcha de esos veteranos de los antíguos campos de batalla cuando, con sus rostros burilados por el viento y la lluvia, todo negros, de pomulos salientes, se vestían las capas, las ropas de aparato, los vestidos de ceremonia de semejantes colores, chorreantes de luz. Estoy persuadido de que todos los que sienten el placer de ver el N00 se deleitan, en cierta medida, con asociaciones de ideas de este tipo, y encuentran un retrospectivo placer, completamente ajeno al desenvolvimiento del actor, como si este universo escénico, profuso en colores, hubiese tenido antíguamente una existencia real.
En el lado opuesto, el escenario del KABUKI, queda hasta el final como un universo de ficción, sin referencia alguna con la belleza de nuestra tierra. Eso es cierto, evidentemente, en la interpretación de la belleza masculina, pero lo es más en lo que se refiere a la belleza femenina. Para mí es imposible imaginar que las mujeresde antes hayan sido seres parecidos a las que vemos hoy sobre el escenario. En el N00 el actor que hace el papel de mujer lleva siempre máscara, por lo que se aleja también de la realidad, pero en este punto, los interpretes de papeles femeninos en el KABUKI no dan, en absoluto, una impresión de autenticidad. La culpa de ello es debida a la iluminación demasiado cruda del escenario. En la época en que los cirios y candelabros no proporcionaban más que una mezquina claridad, esta forma de teatro, y singularmente los papeles femeninos, ¿no estaban más cerca de la verdad?
A este respecto se tiene la costumbre de decir que ya no hay, en el KABUKI,
actores especializados en papeles femeninos, de una femineidad semejante a los de antaño, pero no es del todo cierto que sean las aptitudes ni la belleza de los actores,la causa de ello. Si se hubiese emplazado a los actores de antaño sobre una escena iluminada como en la actualidad, está fuera de duda que los contornos angulosos de su silueta masculina hubiesen reventado los ojos. ¿No era, en efecto, la oscuridad lo que disimulaba tal efecto? Viendo a BAIKO, hacia el final de su vida, en el papel de 0 HARU, lo sentí de forma especialmente agudizada. Es por ello que me he dado cuenta que lo que mata la belleza del KABUKI no es sino una iluminacion inútilmente exagerada.
Un distinguido aficionado de Osaka me decía que hubo un tiempo en el que a comienzos de la epoca de MEIJI, se utilizaron lámparas de petróleo para iluminarel teatro de marionetas, BUNRAKU, y me aseguraba que era algo, infinitamente más que ahora, rico en resonancias. Hoy en día mismo, encuentro en estas marionetas una vida mas auténtica que en los papeles femeninos del KABUKI y, si imagino que,a la incierta luz de las lámparas,los muñecos debían perder la dureza característica de las rasgos que le son propios, y que los reflejos brillantes del blanco de China debían ser difuminados , me siento sobrecogido por un escalofrío al sentir lo que ganaban en flexibilidad e imaginar la embargadora belleza de los escenarios de aquellos tiempos.

*

Como se sabe, en el teatro BUNRAKU, las muñecas femeninas no son más que una cabeza y manos. La ropa es larga. suficiente para cubrir el tronco y las piernas; sobra con que los manipuladores introduzcan las manos bajo la ropa para dar la ilusión de movimiento . Creo, por mi parte, que es un procedimiento muy cercano a la verdad, pues las mujeres de antaño no tenían existencia real más que a través del cuello de sus prendas de vestir y del final de las mangas, quedando todo el resto del cuerpo sumergido en la sombra. En aquellos tiempos las mujeres de los medios superiores a la clase media no salían más que raramente, y aún así no era sino encogidas en el fondo de un palanquín, por miedo a que las pudiesen ver en la calle; así pues, no es en absoluto exagerado decir que, generalmente confinadas en las salas de sus oscuras moradas, día y noche enterradas en la oscuridad, no mostraban su existencia sino a través del rostro.
La vestimenta, por otra parte, más alegres que las de hoy día para los hombres,lo era relativamente menos para las mujeres. Las hijas y mujeres de las casas burguesas usaban también , bajo el antiguo régimen militar, colores increiblemente opacos, es decir. el vestido no era más que una parcela de la sombra, una transición entre la sombra y el rostro.
El maquillaje comprendía, entre otras cosas, el ennegrecimiento de los dientes.Se puede uno preguntar si la finalidad de esta operación no era, una vez todo el espacio oscurecido, excepto el rostro, sino meter un toque de sombra hasta en la boca. Así concebida, la belleza femenina no se encuentra en nuestros días más que en lugares muy particularizados como la casa SUMIYA de SHIMABARA. Sin embargo me es fácil representarme aproximadamente las mujeres antíguas cuando me acuerdode la silueta de mi madre, cosiendo, en los tiempos de mi infancia, al fondo de nuestra casa de NIHOMBASHI, en la escasa luz que llegaba desde el jardín. Hasta esta época,
hablo de los años 20 de MEIJI (hacia 1890), se construían aún las casas burguesas de Tokyo de tal suerte que resultaban muy oscuras, y mi madre y mis tías, todas nuestras parientes, la mayor parte, en suma, de aquella generación , tenían los dientes ennegrecidos. No guardo recuerdo de sus ropas de diario, pero cuando se vestían para salir llevaban la mayoría de las veces telas predominantemente grises y con pequeños dibujos. Mi madre era muy pequeñita, no llegaba al metro y medio, pero no era la única,era la talla normal de las mujeres de la época. Como último extremo se puede decir que eran descarnadas. De mi madre puedo ver las manos, el rostro, vagamente los
pies, pero mi memoria no conserva nada que tenga que ver con el resto de su cuerpo.
A este respecto me viene a la memoria el torso de la famosa estatua de KANNON,del CHUGUJI ¿No es un desnudo típico de la mujer japonesa de antaño? Ese pecho plano como una plancha, en el que se agarran unos senos de un espesor de papel; ese talle apenas menos espeso que el pecho, las caderas, la grupa, la espalda recta,el tronco, todo él estrecho y delgado hasta el punto de estar en desproporción con el rostro y las extremidades. Esa ausencia de espesor que más que un ser de carne evoca la tirantez de una bola de madera... ¿No es en su conjunto la estructura del cuerpo femenino de antaño? Aun hoy ocurre a veces que se encuentran mujeres de torso constituido de tal suerte entre las viejas damas de familias tradicionalistas
o entre las GEISHAS.
Ante su vista, irremediablemente, pienso en el bastón que constituye el armazón de las marionetas. En realidad el torso es un soporte destinado a recibir la vestimenta y nada más. Estas mujeres cuyo torso está también reducido al estado de soporte,estan hechas de una superposicion de capas de seda o de algodon, y si se las despoja de sus vestimentas no queda, como en las muñecas, más que un armazon ridiculamente desproporcionado. Antíguamente era algo que pasaba, pues tales mujeres vivían en la sombra y no tenían más que un rostro blanco, no habiendo, en absoluto, necesidad de que poseyeran un cuerpo. Y diciéndolo todo, para los que cantan la triunfante
belleza de la carne de la mujer moderna, deberá ser difícil imaginar la belleza fantasmagórica de aquellas mujeres.
Algunos dirán que la falaz belleza creada por la penumbra no es belleza auténtica. Sin embargo, como decía más arriba, nosotros, orientales, creamos belleza haciendo nacer sombras en entornos por si mismos insignificantes.
Los ramajes
ensamblados, nudosos
¡una cabaña!
desatadlos, delante
la llanura
dice el viejo poema, y nuestro pensamiento, en suma, como todo, procede de una forma análoga: yo creo que la belleza no es una substancia en si misma, sino un dibujo de sombras, que un juegos de claro oscuros produce por la yuxtaposición de substancias diversas; lo mismo que una piedra fosforescente que, en la oscuridad, emite sus rayos,pierde expuesta a la luz del sol toda su fascinación de joya preciosa, la belleza pierde su ser si se suprimen los efectos de la sombra.
En resumen, nuestros antepasados tenían a la mujer, como los objetos de laca, de oro o de nácar, por un ser inseparable de la oscuridad, y entretanto que se podía hacer se esforzaban en sepultarla en la sombra. De ahí las largas mangas,las largas rastras que velaban de sombra manos y pies, de tal suerte que la unica parte aparente, a saber, la cabeza y el cuello, tomaban un relieve embargante. Es verdad que, comparado al de las mujeres occidentales, su torso desmesurado y plano podría pasar por feo, pero de hecho nosotros olvidamos lo que no vemos. Tenemos por inexistente lo que no se puede ver en absoluto. El que quisiera a toda costa ver tal fealdad no lograría más que destruir la belleza, lo mismo que si se encasquetara una lámpara de cien bugías sobre el TOKO NO MA de un pabellón de te.

*

Pero, ¿por qué esta propensión a buscar la belleza en la oscuridad se manifiesta en los orientales con tanta fuerza exclusivamente? Occidente, también, hasta no hace demasiado tiempo, desconocía la electricidad, el petróleo, pero, por lo que yo sepa, no ha sentido, sin embargo, la tentación de deleitarse en la sombra. Desde siempre los espectros japoneses no han tenido pies; los espectros occidentales tienen, incluso,pies, pero, por el contrario, todo su cuerpo, por entero, parece traslúcido.
En cosas como éstas resulta que nuestra imaginación se mete en las tinieblas negras como la laca, atribuyendo los occidentales a sus espectros la limpidez del cristal. Los colores que nosotros amamos poseen estratificaciones de sombra, los que ellos prefieren son colores que condensan en sí todos los rayos del sol. En la plata y el cobre nosotros admiramos su patina, ellos la tienen por sucia y antihigiénica, y no se contentan sino es cuando el metal brilla a fuerza de ser bruñido. En las salas de estar evitan,en la medida que pueden, los rincones oscuros y blanquean el techo y los muros que los rodean. Incluso en los diseños de los jardines, allí donde nosotros preferimos un bosque umbroso, ellos instalan amplio y limpio cesped.
¿Dónde puede estar la clave de diferencia tan radical en los gustos? Todo bien considerado no es más que porque nosotros, los orientales, buscamos acomodarnos a los límites que nos son impuestos, porque desde siempre nos hemos contentado con nuestra situacion presente; consecuentemente no experimentamos repulsión alguna al contemplar lo que es oscuro; nos resignamos a lo inevitable. Si la luz es pobre, ¡que lo sea!, mejor, nos incrustamos con placer en las tinieblas y le descubrimos la esencia de su propia belleza.
Los occidentales, sin embargo, siempre al acecho del progreso, se agitan sin cesar en la búsqueda de un estado mejor que el presente, siempre a la busca de una claridad más viva, se han esforzado, pasando de la bugía a la lámpara de petróleo,del petroleo a la llama de gas, del gas a la claridad eléctrica, en batir el menor recodo, el último refugio de la sombra. Es posible que la causa de todo ello no sea sino una diferencia de carácter.
Querría, a pesar de todo, examinar cuáles pueden ser las repercusiones de la diferencia del color de la piel: De siempre hemos tenido una piel blanca por más noble y bella que una piel morena, pero, ¿ en qué se diferencia la blancura de un hombre de raza blanca de la blancura nuestra? Si se compara a dos personas aisladas es posible que haya japoneses más blancos que los occidentales y occidentales más oscuros que los japoneses; sin embargo su blanco y su moreno difieren por su calidad.
Permítaseme hablar de mi experiencia : yo vivía en la parte alta de Yokohama,constantemente me veía mezclado en los lugares de recreo de los miembros de la colonia extranjera; me dirigía a los restaurantes o bailes que ellos frecuentaban. Al verlos de cerca su blancura no parecía tanta como era, pero de lejos la diferencia entre ellos y los japoneses saltaba a la vista. Algunas damas japonesas llevaban vestidos de tarde que valían tanto como los de las extranjeras, y su tez era a veces má s clara que la de las otras, pero si una se mezclaba en un grupo, un simple vistazo permitia distinguirla de lejos. Me explico: por muy blanca que sea una japonesa hay sobre su blancura siempre tendido como un ligero velo.Aquellas mujeres tienen por bello, para estar a la altura de las occidentales,embadurnarse de un blanco espeso la espalda, los brazos, las axilas, en una palabra,todas las partes visibles del cuerpo, pero, con todo, no llegan a difuminar el pigmento oscuro tapizado en el fondo de su piel. Se las adivina, a pesar de todo, como se adivina una impureza en el fondo de un vaso de agua límpida cuando se la mira desde muy alto. Esuna sombra negruzca, como una mota de polvo que anidara en la horquilla de los dedos, en el contorno de la nariz, alrededor del cuello, en los huecos de la espalda. En los occidentales, por el contrario, lo mismo si el tinte está revuelto, el fondo de la piel queda siempre claro y traslúcido, sin que nunca, en ninguna parte del cuerpo, presente una sombra de aspecto dudoso. Desde lo más alto del cráneo hasta la punta de los dedos de los pies, son de una blancura fresca y sin mácula.
Cuando uno de nosotros se encuentra mezclado entre ellos, es como una mancha sobre un papel blanco, de una tinta muy diluida, que sentimos como una incongruencia, y que no es muy agradable.
Esto es, posiblemente, lo que permite explicar la sicologia de la repulsión que experimentaban no hace mucho los hombres de raza blanca hacia las gentes de color. La mancha que representa en una asamblea la presencia de, sea una o dos,personas de color, debía de incomodar en cierta forma a aquellos blancos que poseían una sensibilidad exacerbada. No sé en qué punto están las cosas ahora, pero en los tiempos de la Guerra de Secesión, en la hora en que las persecuciones contra los negros tocaban el paroxismo, el odio y menosprecio de los blancos no se limitaba sólo a los negros, se extendía también a los mestizos de negros y blancos, a los mestizos de mestizos, a los mestizos de blancos y mestizos y asi contínuamente. No tenían reposo hasta que no hubiesen batido el menor rastro de sangre negra entre ellos, que clasificaban en media, cuarta, octava, decimosexta, hasta el trigesimo tipo de sangre mezcladas.Su ojo ejercitado reparaba en la menor posibilidad de color disimulado en la piel más blanca, en gentes que, a primera vista, no se diferenciaban en nada de un blanco de pura raza, pero del que un solo ascendiente en la segunda o tercera generación había sido negro.
Tales hechos permiten comprender los motivos profundos de las relaciones que nosotros, de raza amarilla, hemos anudado con la sombra. Nadie se mete deliberadamente en una situación que le sea desfavorable; es pues muy natural que, para vestirnos,alimentarnos, alojarnos, usemos con preferencia cosas de colores atenuados, que busquemos instalarnos en un ambiente oscuro. Ciertamente nada permite creer que nuestros antepasados hubiesen tenido conciencia del velo que empañaba su piel, pues ignoraban hasta la existencia de una raza de hombres más blancos que ellos mismos, pero no puedo impedirme pensar que estas son reacciones espontáneas frente a colores que están en el origen de los gustos que nosotros conocemos.

*

Nuestros antepasados, en primer lugar, delimitaron en el espacio luminoso un volumen cerrado donde construyeron un universo de sombra; después, en el fondo de la oscuridad, confinaron a la mujer, convencidos como lo estaban de que no podía existir en el mundo un ser de color más claro. Si se admite con ellos que la blancura de la piel es la suprema condición de la belleza femenina ideal, es preciso reconocer que no podían tratarla de otra forma y que era perfectamente lícito que lo hiciesen como lo hacían.
Contrariamente a los cabellos de los blancos, que son claros, los nuestros son negros; la misma naturaleza nos enseña con ello las leyes de la sombra, leyes que nuestros antepasados, inconscientemente, observaron para hacer, por un juego de contrastes, parecer blanco un rostro amarillo.
He dado más arriba mi opinión sobre el uso de ennegrecer los dientes, pero,por otra parte, las mujeres también se rasuraban las cejas. ¿No era, al fin y al cabo,un proceso más para realzar el esplendor de su rostro? Pero lo que, sobre todo, me llama la atención es el famoso "rojo de labios", azul verdoso con reflejos nacarados.
Actualmente las GEISHAS de GION incluso. apenas lo utilizan, si bien, de todas formas,no se podría entender el poder de seduccion de este "rojo" si no se le presenta bajo el incierto resplandor de los candelabros.
Intencionadamente, nuestros antepasados, aplastaban bajo tal capa verde los labios de sus mujeres. De tal suerte arrancaban todo ardor del rostro más radiante. Pensad en la sonrisa de una joven, al fulgor vacilante de un farol que, de vez en cuando, en los labios de un verde irreal de fuego fatuo, haga tililar unos dientes de laca negra: ¿Puede imaginarse un rostro más blanco? Yo al menos lo veo más blanco que el de cualquier mujer blanca, en este universo ilusorio que llevo dentro de mi cerebro.
La blancura del hombre blanco es una blancura traslucida, evidente y banal,mientras que una blancura como ésta, en cierta forma, esta desgajada del ser humano.
Es posible que una blancura asi definida no tenga ninguna existencia real. Es posible que sea un juego equivoco de sombras y luces. Lo entiendo muy bien, pero nos basta con ello, pues nos esta prohibido tener la esperanza de algo mejor.
Quisiera emplazar aquí una observación a propósito del color de la oscuridad que, normalmente, rodeaba una blancura de este tipo; no recuerdo exactamente cuando,ya hace años de ello, había conducido a un visitante venido de Tokyo a la CASA SUMIYA,de SHIMABARA, y fue allí donde percibí, una sola vez, cierta oscuridad de la que no puedo olvidar su calidad. Era una amplia sala llamada, creo, "Salón de los Pinos", destruida después por un incendio;las tinieblas que reinaban en esta estancia inmensa, apenas iluminada más que por la llama de un único candelabro, tenían una densidad de naturaleza muy distinta a las que pueden reinar en un saloncito. En el instante en que entraba en la sala, una sirvienta de edad madura, con las cejas rasuradas, con los dientes ennegrecidos, estaba arrodillada disponiendo un candelabro ante una pantalla; tras esta pantalla, que delimitaba un espacio luminoso de dos TATAMIS aproximadamente,rebotaba, como suspendida del techo, una oscuridad alta, densa y de color uniforme,sobre la que el resplandor impreciso de la llama, incapaz de rasgar el espesor rebotase como sobre un muro negro. ¿Habéis visto, los que me leéis, alguna vez " el color de las tinieblas al resplandor de una llama" ? Están hechas de una materia distinta a las de las tinieblas de la noche en un camino, y, si se puede arriesgar una comparacion,parecen hechas de corpúsculos como de ceniza tenue, en la que cada parcela resplandeciera con todos los colores del arco iris. Me pareció que iban a introducirse en mis ojos y, a pesar mío, pestañeé.
La moda actual se basa en reservados de dimensiones modestas. Se hacen de diez, ocho e incluso seis TATAMIS, y tampoco se les ilumina más que con un candelabro,por lo cual no se pueden encontrar tinieblas de aquel color; antíguamente, sin embargo,tanto los palacios como en los lugares de placer, la costumbre exigía techos altos,pasillos largos e inmensas salas de varias decenas de TATAMIS, lo que implica que en tales edificios reinaba a todas horas una tiniebla de este tipo, parecida a la de una tiniebia impenetrable. Y nuestras señoras sazonaban en tal jugo, espeso y negro en el que estaban sumergidas hasta el cuello.
Me he expresado hace poco en mis " Ensayos de la ermita a la sombra de los pinos" , pero mis contemporáneos, habituados, como lo están, a la iluminación electrica,habran olvidado, sin duda, que hayan podido existir tales tinieblas. De tal suerte,estas "tinieblas sensibles al ojo" que daban la sensación de una especie de tiniebla palpitante, provocaban facilmente alucinaciones, y en muchos casos eran más terribles que las tinieblas exteriores. Las manifestaciones de espectros o monstruos no eran,en suma, más que emanaciones de tales tinieblas, y las mujeres que vivian en su seno,
rodeadas de no sé cuántas cortinas pantalla, de biombos, de muros corredizos..., ¿no eran de la misma familia de los espectros? Envueltas en diez, veinte, capas de sombra,se les insinuaban por el menor intersticio de su habito, por el cuello, por las mangas,por los bajos de la ropa. Incluso debían a veces, a la inversa, quien sabe, desgajarse del cuerpo mismo de las mujeres, de sus bocas, de sus dientes pintados, de la punta negra de su negra cabellera, como otros tantos hilos de araña, esos hilos que escupia la maléfica ARAÑA DE TIERRA

*

Si creyera en lo que decía hace unos años TAKEBAYASHI  MUSOAN, a su vueltade París, Tokyo u Osaka estarían sensiblemente mejor iluminadas que las grandes ciudadesde Europa. En Paris, en plenos Campos Eliseos, había, parece ser, aún casas iluminadas con petróleo, cuando en Japón sería preciso para encontrar esta forma de iluminación dirigirse al fondo de las montañas más alejadas. Es verdad que no hay, sin duda, otro país en el mundo, a no ser América, para entregarse a parecido derroche de luz eléctrica.
Se ha pretendido a tal propósito que esto es porque Japón buscaba en todo imitar a America. MUSOAN hablaba así hace unos años, cuatro o cinco, antes de estar en boga las señales de neón; la próxima vez que regrese su estupefacción será aún mayor ante este nuevo acrecentamiento de la iluminacion.
Otra anécdota que me contaba M. YAMAMOTO, director de la revista KAIZO: M. YAMAMOTO había acompañado no hace mucho al profesor Einstein en su viaje a Kyoto. El tren atravesaba los alrededores de ISHIYAMA cuando el profesor, que miraba el paisaje por la ventana, Le dijo:"¡Eh! Apenas se economiza aqui" Le rogó que se explicara y el profesor le señaló con el dedo un poste electrico que tenia una lámpara encendida en pleno día: "Einstein es judio, es por ello, sin duda, que se detiene en tales detalles",añadió M. YAMAMOTO a guisa de comentario. Me parece al menos verdad que, comparando,si no con America, en todo caso con Europa, Japón utiliza la iluminación eléctrica sin reparar casi en ello.
A propósito de ISH1YAMA, he aquí otra historia curiosa: Al termino de una larga cavilación sobre la elección del entorno donde iría este año para ver la “Luna de Otono”, había optado, finalmente, por el monasterio de ISHIYAMA. Pues la víspera de luna llena descubrí en un periódico una información , según la cual, para añadir al placer de los visitantes que vendrían al día siguiente por la tarde a contemplarla,se habían colocado por los bosques altavoces que difundirían una grabación de la sonata Claro de Luna. Leer esto me hizo, al instante, renunciar a mi excursión. Un altavoz es por sí mismo un azote, pero estaba persuadido que si se había hecho aquello,se había, sin duda, hecho buen compás y se había iluminado la montaña con lámparas eléctricas artísticamente repartidas para crear ambiente.
Una vez se me echó a perder, como sigue, el espectáculo de la luna llena: Un año había proyectado ir a contemplarla en barca, a mediados de mes, en el estanque del monasterio de SUMA; invité, pues a varios amigos y nos fuimos cargados de nuestras provisiones, descubriendo que se había colocado sobre todo el contorno del estanque alegres guirnaldas, con bombillas eléctricas multicolores. La luna acudió a la cita,pero como si no estuviera.
Hechos como estos demuestran a qué grado de intoxicación hemos llegado,hasta el punto de que parece que hayamos llegado a ser extrañamente inconscientes de los inconvenientes de la iluminacion abusiva. Tanto peor para los amantes del Claro de Luna..., pero en las casas de citas, los restaurantes, los hoteles, los albergues..., ¡qué derroche de luz eléctrica! Admito que, en cierta medida, sea preciso para atraer la atencion de los clientes, pero incluso así, encender la lámpara en verano, cuando aún es de dia, ¿para qué sirve sino es para agravar el calor? Vaya donde vaya en verano , esta manía me consterna.
Si hace en las estancias un calor absurdo, incluso cuando hace fresco fuera,la culpa es, diez sobre diez, de la potencia excesiva de las lámparas o del gran número de bombillas, pues,cada vez que he hecho la experiencia de apagar una parte, enseguida se ha notado la fresquedad. Es verdaderamente curioso que ni los clientes ni los patronos se hayan dado cuenta de ello. Por principio convendría aumentar en invierno un poco la iluminación y disminuirla en verano. Daría impresión de frescura y atraería menos a los insectos. Pero lo peor es encender demasiadas bombillas y, después, bajo pretexto de que hace calor, poner el ventilador. Es algo que me saca de quicio por poco que
piense en ello.
En un cuarto japonés, donde el calor se disipa lateralmente, en rigor, se puede tener, pero en la habitación de un hotel tipo occidental, donde el aire circula mal, donde el techo, los muros, el suelo, irradian desde todas partes el calor almacenado,es verdaderamente insoportable. Para citar un ejemplo, aunque me fastidia un poco,cualquiera que, una tarde de verano, haya recorrido los pasillos del HOTEL MIYAKO,de Kyoto, no puede por menos que estar de acuerdo conmigo. La cosa es tanto más irritante en cuanto que, en razón de su situación en terraza cara al norte, se tiene desde este entorno una vista panorámica maravillosa sobre el monte HIEI, el monte NYOI, las torres de los templos y el bosque de KURO DANI, así como las pendientes vecinas de las MONTAÑAS DEL ESTE, espectáculo cuya sola vista solaza el espíritu.
Pues una tarde de verano os da deseo de ir a tomar el fresco frente a paisaje tan encantador, y vais, saboreando de antemano la brisa que imagináis recorriendo todo el edificio; bien, bajo el techo blanco, tras las placas de vídrio colocadas de trecho en trecho, se balancean luces de suprema brutalidad. Y como los techos son bajos en estas construcciones recientes de estilo occidental, resultan ser como bolas de fuego que os giran alrededor del cráneo, y decir que hace calor es decir poco,pues todo el cuerpo llega a tener la misma temperatura, y os sentís tostar, la cabeza en primer lugar, después el cuello, después a lo largo de la espalda...
Y eso no es todo: Una de estas bolas sería suficiente para iluminar tan reducido espacio, pero son tres, cuatro, los ingenios mortales que brillan en el techo, y a lo largo de los muros, a lo largo de los pilares, por todos sitios se han sembrado máquinas más pequeñitas que no tienen otra utilidad que pulverizar el menor rastro de sombra refugiado en los rincones. Buscaréis en vano, en toda la pieza, la sombra más fugaz ya que la mirada no encuentra nada en el entorno, más que unos muros blancos y gruesos pilares rojos y el suelo, en fin, hechos de capas de colores vivos, que parece un mosaico, impuesto a los ojos como una litografía recientemente imprimida, siendo todo ello cosas que no hacen sino aumentar la fatigosa sensación de calor. La diferenciade temperatura es chocante cuando se viene del corredor. El aire de la noche se pierde por completo pues, de pronto, se transforma en un viento ardiente.
Aún hace poco iba gustoso a ese hotel. Tómese lo que acabo de decir como un consejo de amigo, por los buenos recuerdos que guardo de allí; no tengo por menos que suciamente escandaloso arruinar por culpa de la luz un espectáculo como ése,en el lugar mejor emplazado para gozar del fresco de una tarde de verano. Este calor es sin duda una molestia para un japonés, pero incluso para un occidental, cualquiera que sea la pasión que profese a la claridad. Hagase un experimento bien simple, redúzcase la claridad y se comprenderá enseguida.
No he hecho, por otra parte, más que citar un ejemplo entre mil ya que aquel hotel no es la única causa de mis opiniones. El único que ha evitado tales inconvenientes es el HOTEL IMPERIAL, adoptando una iluminacion indirecta, pero,incluso asi,estaría bien,creo,reducir ligeramente la intensidad en verano.
Se mire por donde se mire la iluminación actual es largamente suficiente para leer, escribir o coser, aumentarla más es puro gasto y, suprimiendo los últimos rincones de sombra, se le vuelve la espalda a todas las concepciones estéticas de la casa japonesa.
Es una alegría que se haya obligado frecuentemente, por puras razones de economía. a restringir el fluido de electricidad en las casas particulares. Por el contrario, en los establecimientos públicos, ¡qué derroche de energía eléctrica!, en los pasillos,en la entrada, con el único resultado de robar profundidad a las salas de estar, a los lavatorios, al jardin.Pase en invierno, pues calienta un poco, pero ¡en las tardes de verano!... Lo mejor sería que se refugiaran en el lugar más apartado en esa época, pues desde el momento en que bajéis al hotel encontraréis la misma calamidad que en el MIYAKO. Concluyo, con ello, que no hay más que un medio para gozar en paz del fresco: quedarse en casa, abrir lo mas posible los postigos y tenderse a la sombra,bajo el mosquitero...

*

Leía hace unos días, no sé en qué revista o periódico, un artículo consagrado a las dolencias de las viejas damas inglesas. Si bien ellas en su juventud habían estado habituadas a tratar con respeto a las personas de edad, los jóvenes de hoy las ignoran,evitan, incluso, aproximárseles, como si la vejez fuera una tara un tanto repugnante.
Ellas se lamentan, en suma, de que los jóvenes de ahora se comporten de forma distinta a los de antaño. Deduzco de ello que los viejos de todos los paises del mundo tienen las mismas conversaciones, o sea , que los hombres, en tanto en cuanto van envejeciendo se sienten inclinados a pensar quo los tiempos de antaño eran a todas luces preferidos a los de ahora. Los viejos de hace cien años regresaban a los tiempos de hace dos siglos, y los viejos de hace dos siglos suspiraban por los buenos tiempos de hace trescientos años. Nada permite pensar que algún viejo se haya declarado satisfecho del estado
de las cosas de su propio tiempo. A pesar de esta constatación,es más verdad que nunca en la hora actual, por el progreso acelerado de la cultura y, más aún, por el hecho de que las circunstancias particularísimas en que se encuentra nuestro país, ya que las transformaciones sobrevenidas tras la RESTAURACION MEIJI corresponden,por lo bajo, a la evoluclon de tres o cinco siglos de los tiempos pasados.
Lo divertido es que yo, el que os habla, he tocado una edad en la que se pone uno a imitar el hablar sentencioso de los viejos. Se puede asegurar, sin embargo,que si las conquistas modernas tienen algo para seducir a los jóvenes, una epoca se prepara, por el contrario, que será poco grata para los viejos. Estamos obligados,por ejemplo, a cruzar la calle y su encrucijada de señales, lo que hace que un viejo no ose, en absoluto, salir tranquilamente. Pase para aquellos cuya situación les permite desplazarse en coche, pero para personas como yo, el simple hecho, cuando se aventuran en Osaka, de atravesar una calle, exige una tensión nerviosa de todo su ser. Hay,ciertamente, señales luminosas, y las que se encuentran en sitios visibles en los cruces se perciben muy bien, perfectamente, pero a veces es muy difícil reparar en esos fuegos verdes y rojos que se iluminan y se apagan en el cielo de manera totalmente imprevista, en el pasaje de una calle lateral. Además, en un cruce puede ocurrir que se confunda la señal de un lado con la de enfrente. Me decía que, cuando se decida emplazar agentes de circulación en los cruces de Kyoto, será verdaderamente el fin de todo, pues ya no se puede degustar la atmósfera auténtica de las calles de puro estilo japonés, a menos que uno se dirija a ciudades de unas dimensiones como las de NISHINOMIYA, SAKAI, WAKAYAMA o FUKUYAMA.
Ocurre lo mismo en el domínio alimenticio; encontrar en una gran ciudad manjares apropiados al paladar de un viejo es una empresa de lo más agotador. Un periodista me pedía, recientemente, que evocara para él algún plato curioso y delicado. Le indiqué la receta del SUSHI con hojas de caqui, que comen los habitantes de los valles perdidos de las montañas de YOSHINO . Aprovecho, con ello, la ocasión para revelarla aquí.
Coced el arroz con SAKE, a razón de un GO de SAKE por un SHO de arroz.Verted el SAKE en el recipiente cuando el agua se ponga a hervir. Cuando el arroz esté hervido a punto , déjese enfriar completamente, después lo prensáis en bolitas entre las manos que deben estar impregnadas de sal. Las manos, en ese momento, no deben tener el menor rastro de humedad. Todo el secreto esta ahí. Prensad las bolitas sólo con la sal. Despues cortad lonjas finas de salmón salado, extended estas lonjas sobre las bolitas que envolveréis una a una en las hojas de caqui, la cara hacia dentro.
Primero habréis tomado la precaución de secar con un trapo bien seco las hojas y el salmón, a fin de extraer todo rastro de humedad. Una vez hecho esto, en una cubeta de SUSHI, o en una caja de arroz, de la que habréis secado meticulosamente el interior,disponed las bolitas de tal manera que no quede entre ellas el menor intersticio, después colocad encima una tapadera, cerrando herméticamente, sobre la que se pondra una piedra pesada, como si hubierais puesto legumbres a confitar. El SHUSHI preparado de esta guisa se puede comer al dia siguiente por la mañana, siendo ese día el de mayor sabor, aunque también podéis comerlo el segundo o tercer día. En el momento de comerlos rociadlos con vinagre en el que se haya macerado hojas de pimienta de agua.
Obtuve esta receta a través de un amigo que, durante una estancia en YOSHINO había encontrado la preparación tan sabrosa que se hizo enseñar el secreto, si bien sobra con que haya hojas de caqui y salmón para realizarlo no importa donde. No olviden que, sobre todo, todo rastro de humedad debe ser eliminado, y que el arroz debe estar completamente frío. Yo mismo lo he ensayado en mi casa y era de un efecto muy bueno. La grasa del salmón y su sal impregnan el arroz, en su punto, y no puedo describir la consistencia del pescado, que recobra elasticidad, tal como si fuera fresco.
El sabor, en absoluto, se parece al del SUSHI de Tokyo. No te encontrando otro más a mi gusto , no he comido otro en todo el verano. ¡Qué maravillosa forma de combinar el salmón salado! iCuánto admiro la ingeniosidad de estos montañeses faltos, sin embargo,de bienes materiales! Y sabiendo que existen otras especies de comidas regionales del mismo género que ésta, es preciso convenir que en el momento actual el gusto de las gentes de los pueblos es infinitamente más sólido que el de las gentes de las ciudades, y, en cierta medida, hay en ello un lujo que no podemos ni imaginar.
Es por ello que los ancianos renuncian, cada vez mas, a vivir en las grandes ciudades y se retiran al campo, pero las pequeñas ciudades de provincia, a su vez, se están abasteciendo de ramilletes de lámparas eléctricas, y de año en año se parecen más a Kyoto, lo que está lejos de tranquilizarme. Algunos pretenden que es el progreso,que no se detiene, y que el día en que los transportes se hagan por aire o bajo tierra las calles recuperaran la tranquilidad de antaño, pero estad seguros que ese día se habrá inventado algún nuevo instrumento para torturar a los viejos. En suma,se les induce a retirarse del camino, de tal suerte que no tienen otro recurso que enterrarse en su casa y cocinarse pequeños platos para acompañar el SAKE vespertino,
escuchando la radio.
Eterna chochez de viejo, pensaréis; pues bien, no, no parece que sea completamente eso: Recientemente el cronista de ASAHI en Osaka, que firma TENSEI JINGOJI ( Voz del cielo, propósitos humanos), se ensarzaba con los funcionarios de la provincia que, para constuir un camino hacia el parque de MINOO, talaban a diestro y siniestro en los bosques, nivelando las colinas. Cuando leí aquello me sentí reafirmado en mi propósito. Destruir hasta la sombra de los sotos en el fondo de las montanas, es demasiado, aparte de ser una empresa estúpida. A ese paso, bajo el pretexto de hacer accesibles los lugares famosos a las masas, se llegará progresivamente, a convertir los alrededores de Nara, Kyoto u Osaka, en espacios desnudos.Pero fuera de recriminaciones, yo soy el primero en reconocer que los beneficios de la civilización contemporánea son innumerables y que, por otra parte, los discursos no cambiarán nada. Japón esta irremisiblemente embarcado en la via de la cultura occidental y, aunque no le queda más camino que avanzar valientemente, dejando atrás a los que, como los viejos, no son capaces de seguir en la medida en que nuestra piel no cambiará de color jamás, es preciso
que nos resolvamos a soportar eternamente inconvenientes que nosotros solos somos los que los hemos de sufrir.
Para decirlo todo, mi intención al escribir lo precedente no era sino demandar si, en tal o cual dirección, por ejempio en las letras o en las artes, no subsistira algún medio de compensar los desgastes. Por mí intentaría hacer resucitar, en el dominio de la literatura al menos, ese universo de sombras que estamos a punto de disipar.
Me gustaria ensanchar la marquesina de este edificio que tiene por nombre Literatura, y oscurecer los muros, sumergir en la sombra lo que es demasiado visible y despojar el interior de todo ornamento supérfluo. No pretendo que se haga otro tanto con todas las casas, pero sería bueno, creo, que quede al menos una de este género, y , para ver que se puede hacer, bien, me voy a apagar mi lámpara eléctrica.


***