domingo, 22 de mayo de 2016

EL PASEO

EL PASEO
Preciosa mañana llena de luz que invita a pasear
con el ser que se ama. (M.B.)

        El día era espléndido, otoñal. pero con esa calidez que concede el sol a la vida para que madure. La brisa marina aliviaba el calorcillo que el cuerpo empezaba a sentir.
        Salieron de la casa, cogidos de la mano, dándose calor, transmitiéndose energía. No hablaban, no era necesario hablar, miraban hacia el frente. La calle los llevaba hacia el mar, hacia la playa. De vez en cuando se miraban y con los ojos se contaban todo lo que querían contarse, todo lo que necesitan contarse.
        Amor, pasión, sentimientos que se transmiten con las manos. A veces él, o ella, se sonreía y el otro rápidamente reaccionaba . Parecían decirse mútuamente que eran unos pillos por decirse tales cosas, pero eran conversaciones íntimas, privadas, conversaciones del corazón que nadie tenía derecho a escuchar. Si alguien los hubiera escuchado se hubiera sonreido o estallado en una carcajada:¡Qué tontos! Pero el amor es así, como vino a decir D. Quijote. El amor los había vuelto a su pristino sentir de niños conservado en un cuerpo ya grande .
        Llegaron a la playa, playa blanca, de arena fina, blanca como la luz del día, resplandeciente, invitadora al paseo, a salir con la persona amada. Hacía tiempo que querían ahacerlo pero las distintas circunstancias mútuas se lo habían impedido. ¡Por fin!
        Desnudos de pies, entraron en la arena . Una arena cálida a pesar de las olitas que la humedecían constantemente. Fueron hacia el oeste, allá a lo lejos se veía un acantilado de paredes blancas con un faro en lo alto recortado en el azul del cielo, cielo profundo como mar límpio sin medida.


  



        Caminaban despaciosamente, la palabra no era necesaria, los ojos eran más que suficientes para decirse lo que tenían que decir, eran más que suficientes para el diálogo. Eso les permitia hablar y sentir al mismo tiempo la brisa el sol la calidez de las manos, del cuerpo del otro cuando iban muy juntos.
        Decidieron cuando estaban cerca del acantilado, con su altivo faro preparándose para su trabajo nocturno, sentarse a descansar. Todo era tan agradable que acabaron durmiéndose mecido el espíritu por el rumor de las olas marinas y la brisa que se acercaba desde el otro lado del mar.
        Cuando se dieron cuenta ya el sol iba  hacia su puesta. Un sol rojo , como de vergonzoso sentimiento subido al rostro. Precioso, cálido, invitador al amor sin medida. Ella le miró a los ojos , ciérralos, parecía decirle.

       El obedeció. En un periquete, no había nadie, ella se desvistió y se metió en el agua , un agua cálida , más que apetecible. Entro en el mar hasta que el agua le cubrió medianamente el pecho. Abre los ojos, le dijo a él con el pensamiento. Sorprendido por tal reacción de la mujer le pidió que saliera del mar, que se iba a resfriar.
        El sol estaba en la esquina del acantilado. La muchacha iba saliendo del mar con el sol de fondo recortándola sobre el rosicler de la tarde. Era la sirena, la bella sirena que siempre había deseado contemplar saliendo de las profundidades marinas.
        El también se quedó en traje de Adán y se metió en el mar. Se encontraron en el punto justo en que el agua les llegaba a la cintura. Se abrazaron, en un abrazo largo como toda la felicidad que se deseaban.
        Se hizo la noche y las estrellas empezaron a sonreir ante la belleza del amor que allí se mostraba
 







jueves, 12 de mayo de 2016

AMOR MAS ALLA DE LA MUERTE

La llamaba con la desesperación del náufrago que busca un bote salvavidas. Sabía que era la única persona en este mundo capaz de sacarle del pozo sin fin en que se encontraba.
                          La llamaba, pero ella no respondía a su llamada. Era de la condición de los ángeles y los ángeles se encuentran demasiado cerca del cielo y demasiado lejos de los humanos, consideraba, como para atender tales minucias.
                          Se ahogaba en su propia podredumbre, en su propia miseria. Tendía al pesimismo. Ya había dejado de esperar esa ayuda que necesitaba. Había dejado de luchar. Ante sus ojos se abría el pozo profundo y sin resquicio de luz de la muerte.
                          -¡Trágame! -, pensaba. No iba a tirarse de cabeza en él, pero se dejaba llevar como las hojas montan en el viento y se dejan transportar allá donde el viento quiere.
                          Había empezado a resbalar por el agujero, sentía como flotaba en el vacío y como se iba hundiendo en el pozo, cuando una fuerza superior a sus fuerzas le arrastró hacia arriba.
                          Cuando abrió los ojos estaba tumbado en un extenso prado florecido. Se incorporó, miró alrededor. ¿Era aquél el prado que dicen se ve cuando se nace a la otra orilla?
                          Se abofeteó la cara, puso la mano sobre su pecho, y le dolía. No parecía que estuviera muerto, que fuera espíritu.
                          ¿Qué era aquello entonces? Alguien se acercaba. Se hizo la visera con las manos y la vio. Llegaba fresca y radiante, vestida del blanco inmaculado de los seres celestiales.
                          Su sonrisa traspasaba el corazón más dolorido que existir pudiese. Su miraba curaba las más profundas heridas. Su visión era alimento para el alma, pero ella, previsora como diosa del amor y de la vida, traía alimentos para el cuerpo. El no podía hablar. La emoción le había dejado mudo. Se conformaba con mirarla.
                          Cuando ella terminó de preparar el ágape, le dio el primer bocado. Sabía a felicidad. Se prometió a sí mismo dedicar toda su vida a aquella figura celestial. Por una vez en la vida tomaba una decisión.
                          Su muerte se produjo a edad avanzada. Ambos amantes fueron depositados en el mismo féretro. Su amor había sido tan fuerte que ni la misma muerte había podido separarlos.

                    ANTONIO DUQUE LARA   

                           

lunes, 2 de mayo de 2016

EL “NEGOCIO” CONTINUA....

EL “NEGOCIO” CONTINUA....

I

                 Aquello era una tierra verde, fértil, productiva en su apariencia. El viajero, que llegaba de un mundo distinto, de tierra árida, sin agua, sin árboles, sin nada..., quedó atónito ante tan esplendoroso paisaje.
                 Siguió su camino abservando a un lado y otro de la vereda que llevaba. Verdes árboles, rojas manzanas, frutas de todo tipo, espléndidos prados... Sin embargo, algo, una sensación extraña le arañaba el corazón. Todavía no había visto figura humana ni animal por los aledaños de tan espléndido paraje.
                 Era algo que le extrañaba ya que los prados y arbolados parecían cuidados por mano humana.
                 Aunque la sospecha se apoderó de su espíritu, ante lo nuevo del lugar, solazó ampliamente sus cinco sentidos. Llevaba media hora caminando cuando empezó realmente a preguntarse por qué sería que nadie se veía en los alrededores. A lo lejos divisó lo que parecía ser un pueblo o una ciudad más o menos grande.
                 ¿Cuál no sería su sorpresa al ver en medio del camino una serie de animales muertos? ¿Qué era aquello? No era uno, que pudiera casualmente haber sido atropellado por cualquier máquina mal conducida. No, eran diez, doce, veinte... Perros, gatos, burros... Siguió caminando y ya no era un animal. Una niñita de seis a siete años se encontraba tumbada al borde del camino...
                 Intentó acercarse a ella, pero las señales de la muerte habían hecho tal estrago en su rostro que apartó los ojos y continuó su marcha.
                 El corazón turbado, la mente nada clara... No sabía, no podía pensar. Cincuenta metros más adelante era otra chica, veinte, veintidos años, la que,como agarrándose a la vida, estaba abrazada al tronco de un árbol. Ojos desencajados, arrancándole a un punto concreto del espacio una respuesta que no alcanzó a comprender.
                 Sorpendido, aterrado, no supo hacer otra cosa que echar a correr, pero no hacia atrás, sino hacia adelante. A un lado y otro del camino, en medio, colgados sobre el alfeizar de las ventanas de las casas, como queriendo escapar a una sorpresa que no se sabía por dónde había venido, se veían los cuerpos derrumbados como troncos de árbol, de mujeres, hombres, niños..., en posturas inconcebibles, con rostro y bocas contorsionados por un dolor sin sentido.
                 Siguió, siguió, siguió corriendo, hasta que le faltó el aliento o tropezó con algo, un cadáver boca abajo, en un lugar que parecía la plaza central del pueblo o ciudad en que se encontraba.
                 Se quedó parado, helado, petrificado. Tanto,que cerró los ojos para no ver lo que tenía ante ellos. Respiró profundamente, intentando recuperar el aliento y los abrió.
                 ¡Un sueño! Carlos se quedó largo rato en la cama, sorprendido por lo que acababa de soñar. La tarde anterior, en una conferencia, había escuchado hablar de los peligros de las armas biológicas, de la bomba de neutrones, de hidrógeno, de no sé qué cuántas bombas , algunas de ellas tan inteligentes que eliminaban a personas y animales y dejaban el resto intacto.
                 La tarde anterior había oido hablar del fabuloso negocio de la muerte, llevado a cabo en algunos paises “atrasados”, aunque claramente auspiciado por paises “avanzados”. Sintió calor y se dirigió a la ventana. Al abrirla, los ojos se le querían salir de las órbitas. Delante de sí tenía el resultado de las ventajas de la civilización moderna.             (Julio 1986)  


II

                 El otro día, cuando me disponía a hacer limpieza entre mis viejos papeles, me encontré con esta historia, escrita hace casi veinte años.
                 Desgraciadamente el tema sigue siendo actual. La imagen que uno tiene de las guerras antiguas es la de devastación, pero al cabo de cierto tiempo los campos volvían a regenerarse. ¿Qué ocurrirá con las guerras modernas? ¿Tendrá el planeta capacidad de regeneración?.
                 El negocio de la muerte continua. Pero aunque la guerra es lo que más rebela nuestra conciencia, hay otros “negocios” particulares, privados, que por privados no parecen interesar a nadie. Que forman parte del devenir cotidiano, tan trivializado que son “cosas que pasan”, sin más.
                 El “negocio” privado del suicidio, el “negocio” privado de la locura en carretera, del aborto del hijo no deseado, las palizas diarias en el reducto familiar. Quien bien te quiere te hará llorar. La negación a la maternidad en nombre de la libertad, la trata de blancas, la inmigración y explotación ilegal, la drogal legal y la otra. Vista gorda de negocio redondo. El trasplante de órganos, muerte de uno para vivir otro. Algunos le llaman ciencia, otros asesinato. La cría de niños raptados, como si de cerdos se tratara, para aprovechar sus órganos con fines científicos. Grito a voces silenciadas. Venta de niños, a medio camino entre la clandestinidad y la legalidad...
                 Todos estos “negocios” particulares son noticia de un día, a veces ni eso, pasan por nuestras narices y a la semana ya ni nos acordamos y sin embargo van dejando en nuestro espíritu una “caries moral” de la que no nos damos cuenta.
                 Sólo la guerra nos rebela, hipócritamente, porque en el fondo de nosotros sabemos que vivimos mejor gracias a la guerra.
                 Bajo un cerezo en flor, mi amigo Carlos me contaba esta historia, mientras tomábamos unas cervezas. Nuestras acciones en el banco seguían su camino.       (Año Dos mil y pico...)



                                     ANTONIO DUQUE LARA