viernes, 22 de junio de 2018

LA PARTIDA


A.- Niña, bonita, despierta que ya es la hora.
M.- ¿Eh? ¡Ah, con lo agusto que estaba en el sueño!
A.- Ya es la hora bonita.
M.- ¿La hora?
A.- Sí, la hora de irse hacia las estrellas.
M.- Pero, ¿quién eres tú?
A.- ¿Cómo? ¡Te olvidaste! Claro, hace tanto tiempo....
M.- Oh, mi Antoñito ¡Cuánto tiempo sin verte! Ven , ven aquí que te abrace, mi amor. ¡Pero si te resbalas entre mis brazos!
A.- ¡Claro! ¿No ves que soy un espíritu?
M.- ¿Eh? ¿Me estás diciendo que he fenecido?
A.- No, simplemente te has quedado en el sueño. Te voy a abrazar. ¿Ves? Tu también eres ya sólo un espíritu, o un alma, llámalo como quieras.
M.- Anda, pues si el cuerpo está aquí tendido y yo aquí sentada... ¡Qué ligerita! ¡Y puedo hablar contigo! ¿Qué es esto? Pero si me puedo levantar. ¿Y tú?
A.- Yo he venido a recogerte y a llevarte conmigo.
M.- ¿A dónde?
A.- Más allá de las estrellas
M.- Pues sí que has tardado, hijo.
A.- Es que está muy lejos, cariño.
M.- Sí, seguro, seguro que te has encontrado por ahí por alguna pajarraca.
A.- Calla, calla, calla, sagerá. El camino parriba está lleno de gente todos los días. Gente que se estrella, gente que se envenena, que se tira por un puente, que le pegan un tiro, que se los cargan en las guerras. Conforme se va subiendo, o bajando, hay que torcer, volver, según el sitio de destino. Está más conglomerado que las autopistas en salida de vacaciones....
M.- ¡Ay, siempre tan tontuelo!
A.-¿Eh?
M.- ¿No ves que era una broma?
A.- ¡Ah, bueno!
M.- De todas formas, te he esperado mucho.
A.- Pues ya estoy aquí, en esta fecha tan particular.
M.- Ay, mi niño, más dulce que la miel de San Valentín.
A.- Como Valentín y su amada que prefirieron dejar este mundo a separarse. A tu lao, por siempre.
M.- Uy, qué pesao te vas a poner.
A.- Mira que me voy y no te indico el camino.
M.- Ja,ja,ja, no cambias.
A.- Tú tampoco-, ambos rieron de buena gana.
¿Cómo te has llevado con los niños?
M.- Oye que ya no son tan niños.
A.- Cierto, es que sólo tengo la imagen de la infancia.
M.- Bien, bien , no me puedo quejar. Se han portado de maravilla. Siento dejarlos tristes.
A.- Bueno, de vez en cuando te asomas en los sueños y les cuentas un cuento o un chiste.
M.- Ja,ja,ja...., con lo patosa que soy.
A.- Mira quien habla, la flor de la maravilla del sur.
M.- Gracias, hermoso.
A.- De nada, resalá.
M.- Bien, ¿qué hay que hacer?
A.- Vamos a tomar el tren.
M.- ¿El tren?
A.- Sí, ahora tenemos también tren AVE para ir al cielo.
M.- Pues sí que se ha modernizado San Pedro.
A.- Es que el cielo cambia en la medida en que cambia la Tierra.
M.- Entonces debe ser terrible, porque esto va cada vez de mal en peor.
A.- No, no, no. Esa parte es la del Infierno, la parte buena es la del cielo. Ya allí vamos nosotros, a nuestra casita.
M.- ¿Cómo?
A.- Sí,una casita como la que acabamos de dejar.
M.- No entiendo.
A.- Tranquila, en cuanto lleguemos lo entenderás.
Subieron al tren. Pasaron noches y días,, constelaciones y estrellas y pasaron por un tunel que atravesaba una montaña. Al otro lado llegaron a una estación. Alrededor era todo montañas, igualito, igualito a los valles, los montes, las cuestas de donde habían vivido.
M.- ¿Pero esto...?
A.- Sí, es una reproducción fidelísima para que no se pierdan las almas. Con el tiempo la figura humana se va transformando en luz. Si se produjera ese cambio de pronto sería un problema. Así se va adaptando el alma a su nuevo ambiente.
M.- ¿Y se puede trabajar o hacer algo?
A.- Lo mismo que hacías entre los humanos.
M.- Enseñar...
A.- Claro, y recuperarás tu esencia ya convertida en luz. Angel de luz y esa luz se la mandarás a los que has dejado allí hasta que vaya penetrando en ellos y abandonen las sombras que les invadirán un tiempo.
M.- Oh, qué bien me siento. ¡Gracias, amor! ¡Gracias por este reencuentro!
A.- Gracias a tí, ya se me acabó la murria que me invadía. Continuaremos aquí lo que allí no pudimos completar.
M.- Siempre juntos.
A.- Por los siglos de los siglos....
En un pueblecito entre montañas, tres personas se asomaron al ventanal. Era de noche, la noche estaba estrellada habiendo dos estrellas que brillaban de manera especial.
Di.- Mamá, mira, qué brillantes están aquellas estrellas.
Me.- Oh, la abuela no está saludando. ¿Y la otra?
An.- El abuelo.
No rieron , pero si se sonrieron, Comprendían que se habían vuelto a encontrar en los Campos Elíseos.

martes, 12 de junio de 2018

LA FELICIDAD FLOTABA SOBRE EL LAGO


I
No hay Luna. Señora de la noche, se esconde en las profundidades del lago. Allí la espera su amado, amante, para contarle su amor, como el viento a los árboles, como la montaña a la nieve. Porque el amor se esconde allá donde menos se piensa. Pequeñito y juguetón, como polvillo del desierto, se cuela por los poros del alma y cuando menos se piensa hace estallar los corazones. Echa y echa raices por los recovecos en los que sólo él puede entrar, se asienta y, cuando se le quiere expulsar, ya es imposible hacerlo. Se le puede disfrazar de fantasma, de desdeñoso afán de presunción, pero, transfigurado y todo, asienta sus reales en el fondo del alma, en el fondo de la laguna, de esa laguna en la que una noche se escondió la Luna y no quiso salir.
En la calle hace frío, el corazón tirita, no se sabe si de dolor o de pasión incontrolada. La noche está oscura.

II
El pescador resbaló de su barca y se cayó al lago cuando intentaba recoger las redes, pesadas, cargadas con el preciado producto conseguido con su perseverancia y esfuerzo.
Cayó, cayó y cayó. Se iba sumergiendo. Llevaba los ojos abiertos y también podía respirar. Le parecía extraño, pero era cierto.
El lago estaba en el fondo de la caldera de un volcán. Viejo como la vida mísma, acumulaba toneladas y toneladas de agua dulce.
¿De dónde procedían los peces? Misterios de la vida. Los montes todavía echaban fumaradas de azufre. A veces el viento las movía y hacían el ambiente insoportable con su pestilencia. El olor a huevos podridos se extendía por todo el valle.
A su pesar, todo alrededor era una maravilla. La belleza que se
contemplaba desde el centro del lago a la hora de pescar era indescriptible.
El pescador caía y caía. Llegó al fondo y, sin saber cómo ni por qué,
se coló por un cráter que había quedado apagado desde que el mundo es mundo.
¡Por todos los dioses del Olimpo! ¿Qué era aquello? De pronto se encontró en el epicentro de un palacio de cristal, todo adornado de perlas, corales, oro, plata y cualquier otro material precioso que imaginarse pueda.
Había un trono. En el trono se sentaba una ¿mujer? ¿Era aquello una mujer o la Belleza misma con figura femenina?
Bella hasta el punto de que la mejor descripción era el silencio. Bella hasta el punto de sentir punzadas de dolor en los ojos, en la punta del corazón. La palabra era insuficiente para describir tanta belleza.
Y no era sólo la belleza que se ve. Corazón de cristal, todos sus sentimientos podían verse como si en la palma de la mano se tuvieran cogidos. Sus sentimientos eran aún más bellos que la belleza de su figura.
El pescador abrió la boca, abrió los ojos... Las palabras se quedaban paralizadas en los labios. No podía articular sonido, pero en su corazón empezó a sentir algo cálido, indescriptible, algo que no sabía cómo definir.
¿Sería lo que la gente llamaba normalmente amor? ¿O era sólo la sorpresa ante tanta beldad? El mundo alrededor no era tan bello, era de una vulgaridad sublime comparado con lo que tenía delante.
La mujer le pidió que se acercara. Lo hizo lentamente, como con miedo. ¿Tendría que arrodillarse ante la Princesa? Sospechó que sería la Princesa de un cuento de hadas.
- No, no te arrodilles. Los Príncipes bellos y hermosos como tú no deben arrodillarse. Aquí está tu trono. Te he estado esperando por los siglos de los siglos y por fín has llegado. Esta es tu casa, éste es tu palacio. Todo está para servirte y yo sólo para amarte. Ven, acércate.
La Princesa lo besó como sólo se besa el más preciado de los niños, al más preciado de los amores. Con toda la ternura de que es capaz un corazón enamorado.
El pescador abrió los ojos. Se había quedado dormido mientras pescaba. Su prometida le había llevado la comida de mediodía y, aunque feucho, normalito y no demasiado sobresaliente en su aspecto externo, le había parecido tan hermoso que no dudó en robarle el más delicioso de los besos.
Sus sonrisas se entrecruzaron. El sol en el firmamento iluminaba un azul profundo. La felicidad flotaba sobre la brisa del lago.


III
Enamorado del lago, una y otra vez se sumergió en sus sueños en busca de la Princesa. No podía creer que todo aquello fuera cierto. Nunca había conocido un mundo de belleza tan radical. El mundo del que partía, aunque tenía momentos hermosos, no lo era en su conjunto.
Las dudas eran grandes, tenía que elegir. Destruir todo lo que había ido construyendo poco a poco y lanzarse sin pensárselo dos veces a las profundidades del lago, o negarse la beldad transparente de la laguna y aferrarse a todo lo que había sido su verdad hasta ese momento.
Conocía muchas leyendas en las que el lago siempre encerraba tesoros, ciudades, bellas mujeres, ardientes y apasionadas, esperando al amado de sus sueños. Y en cuanto alguien se había lanzado en busca del tesoro escondido, se había encontrado sólo con agua. No había más que agua, vida en la mayoría de las ocasiones, muerte en no pocas de ambiciosa locura.
Para él, tanto su prometida como la dama del lago eran verdad, de una verdad diferente, de una verdad complementaria.
Si hubiera podido unir las virtudes de una y otra en un cóctel de amor, podría tener entre sus brazos lo que el mundo denomina mujer , sueño ideal.
Ambas, para él, eran necesarias, imprescindibles, una bifurcación de realidad material y de ensueño, tan difícil de encontrar en la vida diaria.
No podía elegir.
Un día subió a la montaña. Quedaban restos de volcán, grietas por las que la lava se derramaba en ocasiones, fertilizando los campos. En una de las rajas que presentaba la tierra cabía un hombre de su tamaño. No lo dudó.
Era lo mejor que podía hacer. Mejor morir así que elegir. El moriría para que ellas vivieran.
El fuego de su corazón se fundió con el del volcán. La felicidad flotaba sobre la brisa del lago, en las fumaradas de la montaña.
Su alma, mariposa negra de los atardeceres, revoloteaba feliz, de flor en flor.
( Con San Manuel, Bueno al fondo)
ANTONIO DUQUE LARA

sábado, 2 de junio de 2018

LA LLUVIA


La lluvia recorría su cuerpo. A pesar de todas las protecciones , el agua penetraba hasta los más ocultos rincones de sus formas.
Desde el cuello, un hilo de suave lluvia, o de sudor, era difícil saber la diferencia, iba hacia abajo, cruzaba la espalda y llegaba a los intersticios de los glúteos, para perderse en las profundidades del cuerpo. No era en absoluto una sensación desagradable.
Recibía la caricia del agua recorriendo su columna como si de unos dedos amados se trataran. Era la enervación que llegaba hacia el interior buscando otros centros.
Desde el rostro, de maquillaje inalterable, el agua sudorosa descendía por los pómulos y se concentraba a la altura de la garganta, mano seductora acariciando la respiración de la amada.
Las aletas de la nariz comenzaban a mostrar una aceleración en su actividad. El agua recorría, descendía por las laderas del pomoroso cuerpo, y por el valle entre montañas. La yema de los dedos acariciaba y se dejaba llevar.
Se le concentró un alto grado de placer. Agarró el paraguas como si estuviera agarrando una zanahoria apetitosa. Quería morderla, sacarle el zumo que tanto le gustaba y tanta vitalidad le daba.
Deleitándose en su sabor, el agua recorrió el pecho y llegó al ombligo. Placer de dioses y seguía corriendo cuesta abajo.
Terminó aproximándose al bosque que precedía las puertas del alma. Los interiores estaban húmedos, secrecciones de su más profundo ser invadían la oscuridad. El agua llegó hasta ellas. Una explosión de placer contrajo el rostro. Después cayó en un profundo sopor y se quedó dormida.

22-6-2012