La
lluvia recorría su cuerpo. A pesar de todas las protecciones , el
agua penetraba hasta los más ocultos rincones de sus formas.
Desde
el cuello, un hilo de suave lluvia, o de sudor, era difícil saber la
diferencia, iba hacia abajo, cruzaba la espalda y llegaba a los
intersticios de los glúteos, para perderse en las profundidades del
cuerpo. No era en absoluto una sensación desagradable.
Recibía
la caricia del agua recorriendo su columna como si de unos dedos
amados se trataran. Era la enervación que llegaba hacia el interior
buscando otros centros.
Desde
el rostro, de maquillaje inalterable, el agua sudorosa descendía por
los pómulos y se concentraba a la altura de la garganta, mano
seductora acariciando la respiración de la amada.
Las
aletas de la nariz comenzaban a mostrar una aceleración en su
actividad. El agua recorría, descendía por las laderas del pomoroso
cuerpo, y por el valle entre montañas. La yema de los dedos
acariciaba y se dejaba llevar.
Se
le concentró un alto grado de placer. Agarró el paraguas como si
estuviera agarrando una zanahoria apetitosa. Quería morderla,
sacarle el zumo que tanto le gustaba y tanta vitalidad le daba.
Deleitándose
en su sabor, el agua recorrió el pecho y llegó al ombligo. Placer
de dioses y seguía corriendo cuesta abajo.
Terminó
aproximándose al bosque que precedía las puertas del alma. Los
interiores estaban húmedos, secrecciones de su más profundo ser
invadían la oscuridad. El agua llegó hasta ellas. Una explosión de
placer contrajo el rostro. Después cayó en un profundo sopor y se
quedó dormida.
22-6-2012
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