martes, 22 de mayo de 2018

PANTEON


A.- ¡Doña M.? ¿Cómo está usted?
M.- Mira hijo, aquí, que he venido para verte.
A.- Muy amable de su parte.¿Hasta dónde ha ido?
M.- ¿Conoces las Cabrillas?
A.- Sí, he oido hablar de ellas, aunque yo en astronomía estoy como pez fuera del agua.
M.- No me extraña, aquí al final no se enseña lo que se debiera.
A.- ¿Y cómo le va por esos mundos?
M.- Uy, qué bien, muy bien. Estaba ya un poco muerma con eso de no poder hablar.
A.- Muchas mujeres, si no hablan se sienten mal.
M.- Y que lo digas. Y yo que era maestra. Aunque me cansaba, cuando cogía carrerilla, como decían mis parientes, no me paraba hasta llegar a la Luna.
A.- Vamos, una pilluela parlanchina. ¿Cómo se está por ahí arriba?
M.- Muy bien, se puede hablar,se puede vivir sin comer...
A.- ¿Ehhhhh? ¡Qué aburrido, no?
M.- No, no, hijo, no. ¿Tu sabes los conflictos que trae el papeo?
A.- Sí, desgraciadamente. Decía mi abuela que todas las guerras las traia la comida. Y creo que tenía buena parte de razón.
M.- Así es. Allí no existen esas cuestiones. Podemos ver a quien queramos y dejar de ver a quien no nos apetezca. Seguimos un tiempo con el mismo cuerpo, buena figura, cada cual en la época que le tocó vivir. Es de lo más divertido. ¿Y cómo se llamaba tu abuela?
A.- A.R.T
M.- Anda, mi madre, pero si vive al lado de mi casa. Ya decía yo...Ahora entiendo. Entonces tú eres el nieto de la Señá Antonia. ¿Sabes?
A.- No, dígame usted.
M.- Que la Señá A. En otro tiempo fue pariente mía, y tú fuiste mi hijo.
A.- ¡No!
M.- Sí, así sentía yo que algo me faltaba, que faltaba alguien por venir. Ahora está to completo.
A.- ¿Y entonces, la niña?
M.- Acerca el oido. La niña, como tú la llamas fue en un tiempo tu hermana gemela. En otra época era hombre y tú mujer, y era tu esposo. Y en la última , al revés.
A.- ¡Recontra! ¡Ya decía yo que la sentía tan cerca! ¿Y, entonces, a partir de ahora?
M.- No hijo, no lo sé, y aunque lo supiera, no lo podría decir, de lo alto nos dicen que no debemos descubrirlo.
A.- ¿Y qué le parece esta tristeza de la niña?
M.- Es normal, hijo, es normal. Tantos años juntas que el vacío es grande. Pasará un tiempo y todo volverá a su sitio. Todavía le falta un poco para comprender con los ojos del alma. Cuando lo comprenda me sentirá a su alrededor y verá que no la dejo de la mano, pero falta aún un poco...Con una sonrisa en el corazón bastaría.
A.- Usted no se preocupe, que yo se lo digo.
M.- Gracias, hijo, gracias. Quiérela mucho, que ahora lo necesita, y mucho. Ay, ya se me acaba el tiempo. Ciau, ciau.
A.- Ciau, Doña Merche. Abríguese que el viaje es largo, y recuerdos a los parientes.
M.- De tu parte, de tu parte.
Así se desarrolló el diálogo entre el visitante y el espíritu de Doña Merche ante el panteón familiar en el cementerio de la sierra almeriense.

sábado, 12 de mayo de 2018

LA CAIDA


El sol resplandecía como hacía tiempo no lo había hecho. Después de un mes de abril bastante loco, climatológicamente hablando, parecía que mayo, mes de la belleza bruja, seductora, de las muchachas en flor, había estabilizado los nervios irascibles de los dioses temporales. Hacía calor incluso a las nueve de la mañana.
Sentado, albricias, en dirección al trabajo, se dejaba mecer por el vaiven del vagón. Una seductora y magnífica invitación al sueño. La noche anterior, sea porque la comida tuviera algún punto que hiriera el estómago, fuera porque en algún escondrijo del alma hubiera alguna cuestión a solucionar que no había florecido al consciente, lo cierto era que el sueño había sido poco reparador o al menos no tanto como hubiera deseado o sido necesario.
Con los ojos, no sabía muy bien si medio cerrados o medio abiertos, la verdad es que sus compañeros de vagón no parecían estar mejor, sentía que el mes de mayo era el mes de la inestabilidad del sueño.
El tren, camino de una de las mayores zonas de país en cuestiones histórico-turísticas, iba lleno de mozuelas con los petates rodantes. Tal vez jóvenes que tenían unos días de asueto y querían solazarse con la historia del país , o lo mismo, en la zona también había playas, quisieran lucir sus encantos biquineadamente vestidas. No era fácil saberlo, aunque para lo segundo tal vez fuera aún pronto. Fuera del tren el vientecillo, a pesar de todo era aún fresco.
Las chicas comían, reían, cacareaban como si de un lindo grupo gallineril se tratara, lo que daba alegría al vagón en el que iban, cargado de circunspectos rostros de seres de oficina o de matronas que comían papas viudas.
Lo cierto es que entre el vaivén, la alegre algarabía y el calorcito que le recorría la espalda, se quedó dormido.
Don Quijote, en la cueva de Montesinos, según el estudiante y Sancho Panza que lo acompañaron hasta su entrada, no había estado en ella más de una hora, pero a él le parecieron tres días. Diferencias del sentir según el lugar y el ambiente.
De pronto, sintió, una hermosa damita cayó sobre sus piernas, un cierto dolor porque la forma de caida, sin preparación y dormido, no era la más adecuada para recibir aquel admirable ser digno de todo amor.
Se despertó medio asustado, ¿un terremoto? Tardó un rato en salir de su error. El hecho había acaecido, pero no sobre sus piernas, lo había echo sobre las piernas de otra de las compañeras. Esta dio un gritito de dolor que fue lo que le despertó.
Cuando se dio cuenta un leve sentimiento de tristeza le recorrió el cuerpo.
-¡Ah, si hubiera sido como en el sueño!-. Se dio cuenta que se estaba acercando a la estación en la que debía hacer cambio de tren.
-Bueno, no hay mal que por bien no venga.
La culicaida escondía el rostro entre las risas y el sentimiento de vergüenza, todo el mundo la había visto caer, pero lo cierto es que el suceso había levantado la sonrisa en una mañana cálida en todos los rostros oscuros de los viajeros del vagón.
10-5-2013

miércoles, 2 de mayo de 2018

LA BOLSA


Comenzó la lluvia. El tifón, el huracán, el monzón o la tormenta provocada por la baja presión, empezó a hacer de las suyas.
La casa estaba expuesta prácticamente a los cuatro vientos. Por una parte, la ancha, totalmente desnuda de protección. Por la de Poniente también. Las otras tenían a cada lado una casa que hacía que el agua o el viento se encajonaran. Los cristales de las ventanas eran dobles, pero por si las moscas, se bajaron las persianas metálicas, aunque en la segunda planta se dejaron tal cual.
Subió a la segunda planta. Los cristales, por la parte de fuera, no recordaba que hubieran sido limpiados nunca, por lo que, normalmente, tenían un aspecto más bien sucio. Pero en ese momento, gracias a la furia del viento y la lluvia, no se veía una mota de polvo en ellos. Si bien la lluvia tenía aspectos fastidiosos, otros se podían considerar como salvadores de la pereza.
Recordaba aquél fatídico once de marzo. Evidentemente no era exactamente igual, pero alguna que otra racha de viento le hizo sentir que la casa se movía. Temía, temía más que por la vida, aunque también, porque la vivienda, aún a medio pagar quedara fastidiada de verdad, quedando él, ellos mismos de la misma manera.
Los tiempos no eran buenos, ni climática ni económicamente hablando. Cualquier descalabro financiero podía mandar al carajo toda una vida.
Normalmente, para acentuar el drama se solía decir, una vida de esfuerzo y sufrimiento. No sabía muy bien si eran las palabras adecuadas, pero pensar que todo lo que fuera rutina variable según el día y el ánimo, es decir, todo lo que fuera normalidad cotidiana, se viera truncado, no le hacía la menor gracia.
Ya era mucha la gente que se veía en esa misma situación, relativamente cerca en la distancia. Un golpe duro con el terremoto y ahora otro golpe duro con el tifón. Un doble puñetazo bien asestado en la barriga había hecho mucho daño a aquella señora que aparecía en televisión intentando sonreir y con el perrito en brazos: “Ya no tenemos ningún sitio en el que refugiarnos.....” Y otra señalando el aspecto en el que habían quedado las casas portátiles: “Antes el terremoto. Ahora esto. Es lo que se dice un buen doblete”. Y aún había personas que ensalzablan sólo el aspecto agradable de la naturaleza.....
En cierta manera se había refugiado en aquel país huyendo de una mala situación. Y más que de una mala situación, de la tensión nerviosa que producen las malas situaciones.
En ese instante, el que más gritos daba era quien se llevaba el gato al agua. Y a él no le gustaba gritar. En última instancia el grito era hacia dentro, esperando que la histeria, la estupidez se calmara para poder recomenzar, sí, recomenzar, comenzar de nuevo.
Al fin y al cabo la vida es Sisifo subiendo y cayendo, es el agua, la tierra arrastrada, moviéndose y rehaciéndose todos los días.
No iba con él el grito, salvo en ocasiones, ya animalescas, como aquella en la que un rebaño de cabras y cabros quería meterse en un sitio en el que ya no cabía un alfiler. Habían sido pocas, pero algunas. Le molestaba el público que hacía P.R. El movimiento se demuestra andando, se decía, pero había muchos energúmenos que lo único que esperaban era que los otros les sacaran las castañas del fuego.
El tifón rugía sobre la casa, el viento, el agua, todo al mismo tiempo. El país, porque el tifón estaba barriendo todo el país, iba a quedar enlodado, y la gente iba a tener que meterse bajo el barro para sobrevivir.
De pronto se sonrió. El Presidente del Gobierno, en su discurso de promoción, se había presentado como ese pez que está enterrado en el barro, que no tiene aspecto bonito, pero que es fuerte y persistente. Según los diccionarios se llama lacha. Es decir, el trabajo contínuo desde la pobreza. El Presidente del Gobierno parecía estar llamando a la igualdad en la pobreza.
Eso le sonaba, le sonaba demasiado. Por una parte el comunismo imperante en la mitad del planeta había ido empobreciendo al pueblo y ennobleciendo a la élite, y cuidado con salirse de la norma. El mundo islámico era solidario en la pobreza también, pero no dejaban de gobernar lo que eran jeques o jefes de tribu con todas sus atribuciones o atributos colgantes. Alá los había puesto allí para gobernar al pueblo. En la llamada Edad Media cristiana, cuando el Papa de Roma y sus ladrones virtuosos campaban por sus respetos, el poquita cosa de Francisco apareció en sus huestes mendicantes: “Es bueno para nosotros que hombres tan humildes existan”. Cristo les había dicho a sus discípulos que era más fácil que un camello entrara por el agujero de una aguja que un rico entrara en el reino de los cielos. ¿Dijo eso Cristo, o era una tergiversación más del Evangelio por parte de la Iglesia Católica Apostólica y Romana?
Todos la misma idea, todos hermanos en la miseria, pero ninguno quería bajarse de la rueda del poder. Y el que tiene poder, claro, tiene privilegios.
Curiosamente, lo único que seguía impertérrito era la televisión. Monotemática, como son todas las televisiones estatales del mundo. Para eso era pagada por todos, para que el Gran Hermano dijera a cada instante cuántos litros iban a llorar los cielos a cada instante y en cada lugar. El poder de indecisión del teleespectador hacía que fuera la gran pantalla la que decidiera por la persona. Era el gran adelanto de los últimos tiempos, sin duda.Los apagones de luces de los trenes darían a la larga una generación aún más desganada hacia la lectura. Y en el futuro seguro que se preguntaría a los grandes personajes del país: “¿Puede usted decirnos en dónde adquirió esa gran ignorancia?” “Bueno, es de todos conocido aquel annus horribilis de 2011 en el que como medida preventiva hacia el excesivo conocimiento, hacia el excesivo uso de la vista en el tren, se consideró muy oportuno apagar las luces para que la gente no leyera. De allí nació esta brillante generación en la ignorancia que ahora nos gobierna.
El señor NO PUEDO, era un gran hombre, sí podía hundir al país y su continuador, como todo el mundo sabe era muy tacaño, No Da nada, lo que hizo crecer fértílmente la ignorancia y la decadencia del país. ¡Qué época tan buena era aquella!”.
La lluvia le hacía ver que no vendría nadie a solventarles los problemas económicos, a no ser que se acogieran a los programas de reprogramación ideológica votacional y terminaran por votar a los grandes hombres del momento.
Mientras se encontraba en tales elucubraciones, el viento y la lluvia parecían haber amainado, aunque en otros lugares seguían con su labor destructora.
Hacía tiempo que no pasaba un tifón tan fuerte por encima de su cabeza. El tifón ,cabeza loca, se desviaba hacia un sitio o hacia otro, pero esta vez sí , esta vez por encima total. ¿Cuántos muertos habría dejado? ¿Cuánta destrucción a su paso?
Se asomó a la ventana y vio que ya no llovía. Era el momento de salir a la calle. Si no salía a respirar el aire, aunque fuera húmedo, el estrés se apoderaría de él y acabaría chillándole hasta al gato que no tenía.
Salió hacia la calle ancha y se dirigió hacia la estación. Era el lugar en que se concentrabanlas tiendas y los pocos comercios generales de la ciudad. En definitiva, era el lugar más concurrido.
De pronto vio venir volando una bolsa de plástico. Parecía pesada porque parecía como un paracaidas ocupado por alguien hermoso. Cayó a unos cincuenta centímetros delante de él. ¡Plaf! El golpe fue ruidoso. Estaba tan cerca que se veía claramente que tenía algo dentro.
Si no había estallado era porque no se trataba de una bomba. No, no es una bomba, pensó. La abrió un poco. ¡Rediós! Un buen mazacote de billetes se encontraba dentro de la bolsa. La cogió y volvió a casa despacio pero impaciente por averiguar que era aquello. ¿Cuántos millones? Ni lo sabía. Sacó los billetes, los fue contando y los fue colocando en una caja vacía y seca. Cuando terminó de contar el dinero sonó el reloj despertador.