El
sol resplandecía como hacía tiempo no lo había hecho. Después de
un mes de abril bastante loco, climatológicamente hablando, parecía
que mayo, mes de la belleza bruja, seductora, de las muchachas en
flor, había estabilizado los nervios irascibles de los dioses
temporales. Hacía calor incluso a las nueve de la mañana.
Sentado,
albricias, en dirección al trabajo, se dejaba mecer por el vaiven
del vagón. Una seductora y magnífica invitación al sueño. La
noche anterior, sea porque la comida tuviera algún punto que hiriera
el estómago, fuera porque en algún escondrijo del alma hubiera
alguna cuestión a solucionar que no había florecido al consciente,
lo cierto era que el sueño había sido poco reparador o al menos no
tanto como hubiera deseado o sido necesario.
Con
los ojos, no sabía muy bien si medio cerrados o medio abiertos, la
verdad es que sus compañeros de vagón no parecían estar mejor,
sentía que el mes de mayo era el mes de la inestabilidad del sueño.
El
tren, camino de una de las mayores zonas de país en cuestiones
histórico-turísticas, iba lleno de mozuelas con los petates
rodantes. Tal vez jóvenes que tenían unos días de asueto y querían
solazarse con la historia del país , o lo mismo, en la zona también
había playas, quisieran lucir sus encantos biquineadamente vestidas.
No era fácil saberlo, aunque para lo segundo tal vez fuera aún
pronto. Fuera del tren el vientecillo, a pesar de todo era aún
fresco.
Las
chicas comían, reían, cacareaban como si de un lindo grupo
gallineril se tratara, lo que daba alegría al vagón en el que iban,
cargado de circunspectos rostros de seres de oficina o de matronas
que comían papas viudas.
Lo
cierto es que entre el vaivén, la alegre algarabía y el calorcito
que le recorría la espalda, se quedó dormido.
Don
Quijote, en la cueva de Montesinos, según el estudiante y Sancho
Panza que lo acompañaron hasta su entrada, no había estado en ella
más de una hora, pero a él le parecieron tres días. Diferencias
del sentir según el lugar y el ambiente.
De
pronto, sintió, una hermosa damita cayó sobre sus piernas, un
cierto dolor porque la forma de caida, sin preparación y dormido, no
era la más adecuada para recibir aquel admirable ser digno de todo
amor.
Se
despertó medio asustado, ¿un terremoto? Tardó un rato en salir de
su error. El hecho había acaecido, pero no sobre sus piernas, lo
había echo sobre las piernas de otra de las compañeras. Esta dio un
gritito de dolor que fue lo que le despertó.
Cuando
se dio cuenta un leve sentimiento de tristeza le recorrió el cuerpo.
-¡Ah,
si hubiera sido como en el sueño!-. Se dio cuenta que se estaba
acercando a la estación en la que debía hacer cambio de tren.
-Bueno,
no hay mal que por bien no venga.
La
culicaida escondía el rostro entre las risas y el sentimiento de
vergüenza, todo el mundo la había visto caer, pero lo cierto es que
el suceso había levantado la sonrisa en una mañana cálida en todos
los rostros oscuros de los viajeros del vagón.
10-5-2013
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