sábado, 12 de mayo de 2018

LA CAIDA


El sol resplandecía como hacía tiempo no lo había hecho. Después de un mes de abril bastante loco, climatológicamente hablando, parecía que mayo, mes de la belleza bruja, seductora, de las muchachas en flor, había estabilizado los nervios irascibles de los dioses temporales. Hacía calor incluso a las nueve de la mañana.
Sentado, albricias, en dirección al trabajo, se dejaba mecer por el vaiven del vagón. Una seductora y magnífica invitación al sueño. La noche anterior, sea porque la comida tuviera algún punto que hiriera el estómago, fuera porque en algún escondrijo del alma hubiera alguna cuestión a solucionar que no había florecido al consciente, lo cierto era que el sueño había sido poco reparador o al menos no tanto como hubiera deseado o sido necesario.
Con los ojos, no sabía muy bien si medio cerrados o medio abiertos, la verdad es que sus compañeros de vagón no parecían estar mejor, sentía que el mes de mayo era el mes de la inestabilidad del sueño.
El tren, camino de una de las mayores zonas de país en cuestiones histórico-turísticas, iba lleno de mozuelas con los petates rodantes. Tal vez jóvenes que tenían unos días de asueto y querían solazarse con la historia del país , o lo mismo, en la zona también había playas, quisieran lucir sus encantos biquineadamente vestidas. No era fácil saberlo, aunque para lo segundo tal vez fuera aún pronto. Fuera del tren el vientecillo, a pesar de todo era aún fresco.
Las chicas comían, reían, cacareaban como si de un lindo grupo gallineril se tratara, lo que daba alegría al vagón en el que iban, cargado de circunspectos rostros de seres de oficina o de matronas que comían papas viudas.
Lo cierto es que entre el vaivén, la alegre algarabía y el calorcito que le recorría la espalda, se quedó dormido.
Don Quijote, en la cueva de Montesinos, según el estudiante y Sancho Panza que lo acompañaron hasta su entrada, no había estado en ella más de una hora, pero a él le parecieron tres días. Diferencias del sentir según el lugar y el ambiente.
De pronto, sintió, una hermosa damita cayó sobre sus piernas, un cierto dolor porque la forma de caida, sin preparación y dormido, no era la más adecuada para recibir aquel admirable ser digno de todo amor.
Se despertó medio asustado, ¿un terremoto? Tardó un rato en salir de su error. El hecho había acaecido, pero no sobre sus piernas, lo había echo sobre las piernas de otra de las compañeras. Esta dio un gritito de dolor que fue lo que le despertó.
Cuando se dio cuenta un leve sentimiento de tristeza le recorrió el cuerpo.
-¡Ah, si hubiera sido como en el sueño!-. Se dio cuenta que se estaba acercando a la estación en la que debía hacer cambio de tren.
-Bueno, no hay mal que por bien no venga.
La culicaida escondía el rostro entre las risas y el sentimiento de vergüenza, todo el mundo la había visto caer, pero lo cierto es que el suceso había levantado la sonrisa en una mañana cálida en todos los rostros oscuros de los viajeros del vagón.
10-5-2013

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