Comenzó
la lluvia. El tifón, el huracán, el monzón o la tormenta provocada
por la baja presión, empezó a hacer de las suyas.
La
casa estaba expuesta prácticamente a los cuatro vientos. Por una
parte, la ancha, totalmente desnuda de protección. Por la de
Poniente también. Las otras tenían a cada lado una casa que hacía
que el agua o el viento se encajonaran. Los cristales de las ventanas
eran dobles, pero por si las moscas, se bajaron las persianas
metálicas, aunque en la segunda planta se dejaron tal cual.
Subió
a la segunda planta. Los cristales, por la parte de fuera, no
recordaba que hubieran sido limpiados nunca, por lo que, normalmente,
tenían un aspecto más bien sucio. Pero en ese momento, gracias a la
furia del viento y la lluvia, no se veía una mota de polvo en ellos.
Si bien la lluvia tenía aspectos fastidiosos, otros se podían
considerar como salvadores de la pereza.
Recordaba
aquél fatídico once de marzo. Evidentemente no era exactamente
igual, pero alguna que otra racha de viento le hizo sentir que la
casa se movía. Temía, temía más que por la vida, aunque también,
porque la vivienda, aún a medio pagar quedara fastidiada de verdad,
quedando él, ellos mismos de la misma manera.
Los
tiempos no eran buenos, ni climática ni económicamente hablando.
Cualquier descalabro financiero podía mandar al carajo toda una
vida.
Normalmente,
para acentuar el drama se solía decir, una vida de esfuerzo y
sufrimiento. No sabía muy bien si eran las palabras adecuadas, pero
pensar que todo lo que fuera rutina variable según el día y el
ánimo, es decir, todo lo que fuera normalidad cotidiana, se viera
truncado, no le hacía la menor gracia.
Ya
era mucha la gente que se veía en esa misma situación,
relativamente cerca en la distancia. Un golpe duro con el terremoto y
ahora otro golpe duro con el tifón. Un doble puñetazo bien asestado
en la barriga había hecho mucho daño a aquella señora que aparecía
en televisión intentando sonreir y con el perrito en brazos: “Ya
no tenemos ningún sitio en el que refugiarnos.....” Y otra
señalando el aspecto en el que habían quedado las casas portátiles:
“Antes el terremoto. Ahora esto. Es lo que se dice un buen
doblete”. Y aún había personas que ensalzablan sólo el aspecto
agradable de la naturaleza.....
En
cierta manera se había refugiado en aquel país huyendo de una mala
situación. Y más que de una mala situación, de la tensión
nerviosa que producen las malas situaciones.
En
ese instante, el que más gritos daba era quien se llevaba el gato al
agua. Y a él no le gustaba gritar. En última instancia el grito era
hacia dentro, esperando que la histeria, la estupidez se calmara para
poder recomenzar, sí, recomenzar, comenzar de nuevo.
Al
fin y al cabo la vida es Sisifo subiendo y cayendo, es el agua, la
tierra arrastrada, moviéndose y rehaciéndose todos los días.
No
iba con él el grito, salvo en ocasiones, ya animalescas, como
aquella en la que un rebaño de cabras y cabros quería meterse en un
sitio en el que ya no cabía un alfiler. Habían sido pocas, pero
algunas. Le molestaba el público que hacía P.R. El movimiento se
demuestra andando, se decía, pero había muchos energúmenos que lo
único que esperaban era que los otros les sacaran las castañas del
fuego.
El
tifón rugía sobre la casa, el viento, el agua, todo al mismo
tiempo. El país, porque el tifón estaba barriendo todo el país,
iba a quedar enlodado, y la gente iba a tener que meterse bajo el
barro para sobrevivir.
De
pronto se sonrió. El Presidente del Gobierno, en su discurso de
promoción, se había presentado como ese pez que está enterrado en
el barro, que no tiene aspecto bonito, pero que es fuerte y
persistente. Según los diccionarios se llama lacha. Es decir, el
trabajo contínuo desde la pobreza. El Presidente del Gobierno
parecía estar llamando a la igualdad en la pobreza.
Eso
le sonaba, le sonaba demasiado. Por una parte el comunismo imperante
en la mitad del planeta había ido empobreciendo al pueblo y
ennobleciendo a la élite, y cuidado con salirse de la norma. El
mundo islámico era solidario en la pobreza también, pero no dejaban
de gobernar lo que eran jeques o jefes de tribu con todas sus
atribuciones o atributos colgantes. Alá los había puesto allí para
gobernar al pueblo. En la llamada Edad Media cristiana, cuando el
Papa de Roma y sus ladrones virtuosos campaban por sus respetos, el
poquita cosa de Francisco apareció en sus huestes mendicantes: “Es
bueno para nosotros que hombres tan humildes existan”. Cristo les
había dicho a sus discípulos que era más fácil que un camello
entrara por el agujero de una aguja que un rico entrara en el reino
de los cielos. ¿Dijo eso Cristo, o era una tergiversación más del
Evangelio por parte de la Iglesia Católica Apostólica y Romana?
Todos
la misma idea, todos hermanos en la miseria, pero ninguno quería
bajarse de la rueda del poder. Y el que tiene poder, claro, tiene
privilegios.
Curiosamente,
lo único que seguía impertérrito era la televisión. Monotemática,
como son todas las televisiones estatales del mundo. Para eso era
pagada por todos, para que el Gran Hermano dijera a cada instante
cuántos litros iban a llorar los cielos a cada instante y en cada
lugar. El poder de indecisión del teleespectador hacía que fuera la
gran pantalla la que decidiera por la persona. Era el gran adelanto
de los últimos tiempos, sin duda.Los apagones de luces de los trenes
darían a la larga una generación aún más desganada hacia la
lectura. Y en el futuro seguro que se preguntaría a los grandes
personajes del país: “¿Puede usted decirnos en dónde adquirió
esa gran ignorancia?” “Bueno, es de todos conocido aquel annus
horribilis de 2011 en el que como medida preventiva hacia el excesivo
conocimiento, hacia el excesivo uso de la vista en el tren, se
consideró muy oportuno apagar las luces para que la gente no leyera.
De allí nació esta brillante generación en la ignorancia que ahora
nos gobierna.
El
señor NO PUEDO, era un gran hombre, sí podía hundir al país y su
continuador, como todo el mundo sabe era muy tacaño, No Da nada, lo
que hizo crecer fértílmente la ignorancia y la decadencia del país.
¡Qué época tan buena era aquella!”.
La
lluvia le hacía ver que no vendría nadie a solventarles los
problemas económicos, a no ser que se acogieran a los programas de
reprogramación ideológica votacional y terminaran por votar a los
grandes hombres del momento.
Mientras
se encontraba en tales elucubraciones, el viento y la lluvia parecían
haber amainado, aunque en otros lugares seguían con su labor
destructora.
Hacía
tiempo que no pasaba un tifón tan fuerte por encima de su cabeza. El
tifón ,cabeza loca, se desviaba hacia un sitio o hacia otro, pero
esta vez sí , esta vez por encima total. ¿Cuántos muertos habría
dejado? ¿Cuánta destrucción a su paso?
Se
asomó a la ventana y vio que ya no llovía. Era el momento de salir
a la calle. Si no salía a respirar el aire, aunque fuera húmedo, el
estrés se apoderaría de él y acabaría chillándole hasta al gato
que no tenía.
Salió
hacia la calle ancha y se dirigió hacia la estación. Era el lugar
en que se concentrabanlas tiendas y los pocos comercios generales de
la ciudad. En definitiva, era el lugar más concurrido.
De
pronto vio venir volando una bolsa de plástico. Parecía pesada
porque parecía como un paracaidas ocupado por alguien hermoso. Cayó
a unos cincuenta centímetros delante de él. ¡Plaf! El golpe fue
ruidoso. Estaba tan cerca que se veía claramente que tenía algo
dentro.
Si
no había estallado era porque no se trataba de una bomba. No, no es
una bomba, pensó. La abrió un poco. ¡Rediós! Un buen mazacote de
billetes se encontraba dentro de la bolsa. La cogió y volvió a casa
despacio pero impaciente por averiguar que era aquello. ¿Cuántos
millones? Ni lo sabía. Sacó los billetes, los fue contando y los
fue colocando en una caja vacía y seca. Cuando terminó de contar el
dinero sonó el reloj despertador.
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