miércoles, 2 de mayo de 2018

LA BOLSA


Comenzó la lluvia. El tifón, el huracán, el monzón o la tormenta provocada por la baja presión, empezó a hacer de las suyas.
La casa estaba expuesta prácticamente a los cuatro vientos. Por una parte, la ancha, totalmente desnuda de protección. Por la de Poniente también. Las otras tenían a cada lado una casa que hacía que el agua o el viento se encajonaran. Los cristales de las ventanas eran dobles, pero por si las moscas, se bajaron las persianas metálicas, aunque en la segunda planta se dejaron tal cual.
Subió a la segunda planta. Los cristales, por la parte de fuera, no recordaba que hubieran sido limpiados nunca, por lo que, normalmente, tenían un aspecto más bien sucio. Pero en ese momento, gracias a la furia del viento y la lluvia, no se veía una mota de polvo en ellos. Si bien la lluvia tenía aspectos fastidiosos, otros se podían considerar como salvadores de la pereza.
Recordaba aquél fatídico once de marzo. Evidentemente no era exactamente igual, pero alguna que otra racha de viento le hizo sentir que la casa se movía. Temía, temía más que por la vida, aunque también, porque la vivienda, aún a medio pagar quedara fastidiada de verdad, quedando él, ellos mismos de la misma manera.
Los tiempos no eran buenos, ni climática ni económicamente hablando. Cualquier descalabro financiero podía mandar al carajo toda una vida.
Normalmente, para acentuar el drama se solía decir, una vida de esfuerzo y sufrimiento. No sabía muy bien si eran las palabras adecuadas, pero pensar que todo lo que fuera rutina variable según el día y el ánimo, es decir, todo lo que fuera normalidad cotidiana, se viera truncado, no le hacía la menor gracia.
Ya era mucha la gente que se veía en esa misma situación, relativamente cerca en la distancia. Un golpe duro con el terremoto y ahora otro golpe duro con el tifón. Un doble puñetazo bien asestado en la barriga había hecho mucho daño a aquella señora que aparecía en televisión intentando sonreir y con el perrito en brazos: “Ya no tenemos ningún sitio en el que refugiarnos.....” Y otra señalando el aspecto en el que habían quedado las casas portátiles: “Antes el terremoto. Ahora esto. Es lo que se dice un buen doblete”. Y aún había personas que ensalzablan sólo el aspecto agradable de la naturaleza.....
En cierta manera se había refugiado en aquel país huyendo de una mala situación. Y más que de una mala situación, de la tensión nerviosa que producen las malas situaciones.
En ese instante, el que más gritos daba era quien se llevaba el gato al agua. Y a él no le gustaba gritar. En última instancia el grito era hacia dentro, esperando que la histeria, la estupidez se calmara para poder recomenzar, sí, recomenzar, comenzar de nuevo.
Al fin y al cabo la vida es Sisifo subiendo y cayendo, es el agua, la tierra arrastrada, moviéndose y rehaciéndose todos los días.
No iba con él el grito, salvo en ocasiones, ya animalescas, como aquella en la que un rebaño de cabras y cabros quería meterse en un sitio en el que ya no cabía un alfiler. Habían sido pocas, pero algunas. Le molestaba el público que hacía P.R. El movimiento se demuestra andando, se decía, pero había muchos energúmenos que lo único que esperaban era que los otros les sacaran las castañas del fuego.
El tifón rugía sobre la casa, el viento, el agua, todo al mismo tiempo. El país, porque el tifón estaba barriendo todo el país, iba a quedar enlodado, y la gente iba a tener que meterse bajo el barro para sobrevivir.
De pronto se sonrió. El Presidente del Gobierno, en su discurso de promoción, se había presentado como ese pez que está enterrado en el barro, que no tiene aspecto bonito, pero que es fuerte y persistente. Según los diccionarios se llama lacha. Es decir, el trabajo contínuo desde la pobreza. El Presidente del Gobierno parecía estar llamando a la igualdad en la pobreza.
Eso le sonaba, le sonaba demasiado. Por una parte el comunismo imperante en la mitad del planeta había ido empobreciendo al pueblo y ennobleciendo a la élite, y cuidado con salirse de la norma. El mundo islámico era solidario en la pobreza también, pero no dejaban de gobernar lo que eran jeques o jefes de tribu con todas sus atribuciones o atributos colgantes. Alá los había puesto allí para gobernar al pueblo. En la llamada Edad Media cristiana, cuando el Papa de Roma y sus ladrones virtuosos campaban por sus respetos, el poquita cosa de Francisco apareció en sus huestes mendicantes: “Es bueno para nosotros que hombres tan humildes existan”. Cristo les había dicho a sus discípulos que era más fácil que un camello entrara por el agujero de una aguja que un rico entrara en el reino de los cielos. ¿Dijo eso Cristo, o era una tergiversación más del Evangelio por parte de la Iglesia Católica Apostólica y Romana?
Todos la misma idea, todos hermanos en la miseria, pero ninguno quería bajarse de la rueda del poder. Y el que tiene poder, claro, tiene privilegios.
Curiosamente, lo único que seguía impertérrito era la televisión. Monotemática, como son todas las televisiones estatales del mundo. Para eso era pagada por todos, para que el Gran Hermano dijera a cada instante cuántos litros iban a llorar los cielos a cada instante y en cada lugar. El poder de indecisión del teleespectador hacía que fuera la gran pantalla la que decidiera por la persona. Era el gran adelanto de los últimos tiempos, sin duda.Los apagones de luces de los trenes darían a la larga una generación aún más desganada hacia la lectura. Y en el futuro seguro que se preguntaría a los grandes personajes del país: “¿Puede usted decirnos en dónde adquirió esa gran ignorancia?” “Bueno, es de todos conocido aquel annus horribilis de 2011 en el que como medida preventiva hacia el excesivo conocimiento, hacia el excesivo uso de la vista en el tren, se consideró muy oportuno apagar las luces para que la gente no leyera. De allí nació esta brillante generación en la ignorancia que ahora nos gobierna.
El señor NO PUEDO, era un gran hombre, sí podía hundir al país y su continuador, como todo el mundo sabe era muy tacaño, No Da nada, lo que hizo crecer fértílmente la ignorancia y la decadencia del país. ¡Qué época tan buena era aquella!”.
La lluvia le hacía ver que no vendría nadie a solventarles los problemas económicos, a no ser que se acogieran a los programas de reprogramación ideológica votacional y terminaran por votar a los grandes hombres del momento.
Mientras se encontraba en tales elucubraciones, el viento y la lluvia parecían haber amainado, aunque en otros lugares seguían con su labor destructora.
Hacía tiempo que no pasaba un tifón tan fuerte por encima de su cabeza. El tifón ,cabeza loca, se desviaba hacia un sitio o hacia otro, pero esta vez sí , esta vez por encima total. ¿Cuántos muertos habría dejado? ¿Cuánta destrucción a su paso?
Se asomó a la ventana y vio que ya no llovía. Era el momento de salir a la calle. Si no salía a respirar el aire, aunque fuera húmedo, el estrés se apoderaría de él y acabaría chillándole hasta al gato que no tenía.
Salió hacia la calle ancha y se dirigió hacia la estación. Era el lugar en que se concentrabanlas tiendas y los pocos comercios generales de la ciudad. En definitiva, era el lugar más concurrido.
De pronto vio venir volando una bolsa de plástico. Parecía pesada porque parecía como un paracaidas ocupado por alguien hermoso. Cayó a unos cincuenta centímetros delante de él. ¡Plaf! El golpe fue ruidoso. Estaba tan cerca que se veía claramente que tenía algo dentro.
Si no había estallado era porque no se trataba de una bomba. No, no es una bomba, pensó. La abrió un poco. ¡Rediós! Un buen mazacote de billetes se encontraba dentro de la bolsa. La cogió y volvió a casa despacio pero impaciente por averiguar que era aquello. ¿Cuántos millones? Ni lo sabía. Sacó los billetes, los fue contando y los fue colocando en una caja vacía y seca. Cuando terminó de contar el dinero sonó el reloj despertador.

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