jueves, 22 de diciembre de 2016

FIN DE SEMANA

FIN DE SEMANA

HOMBRE.- Hola, palomita.
MUJER.- Hola
H.- Jo, parece que andas falta de fuerza.
M.- Sí , estoy debilucha.
H.- Ummm, exceso de trabajo.
M.- De trabajo, de cabezas duras, de direcciones ministeriales absurdas. De gente que sabrá mucho teóricamente de lo que es una escuela, pero que no tienen ni idea de cómo se las gasta el personal.
H.- Me parece que te entiendo demasiado bien. Gentuza que con la bonita actitud de pensar en la buena educación, sólo se llenan los bolsillos.
M.- Y luego el responsable es el maestro....Ah, estoy hasta los ovarios...
H.- Eso, eso, grita y desahógate.
M.- No, no, esto no puede ser. Mi amor, abrázame.
El la abrazó, primero con ternura. Ella escondió su rostro en el pecho de él y se apretó fuertemente. El, como queriendo a través del abrazo echar fuera todos los demonios que la invadían, también empezó a apretarle la cintura. Pegados el uno al otro acabaron besándose a la desesperada. Se asfixiaban....
M.- Ah, que bien me he quedado. Gracias, amor.
H.- De nada , mi reina.
M.- Me voy a duchar.
H.- Y yo preparo en un pispas algo para llenar ese estómaguito vacío que tienes.
M.- Sí, porfa..
Mientras ella se duchaba y se ponía cómoda, él preparó una sopa de maiz de sobre, pero que resucitaba a los muertos. Una tortilla con recortes de jamón , queso fresco, fruta y pan en el que untaba mantequilla y mermelada. Fue terminar de prepararse y comenzar la comida. Lentamente pero con fruición fueron deglutiendo la ricura que había sobre la mesa.
El también, pero especialmente ella, fue recuperando el color y la fuerzas. Terminaron con un vaso de cacao con leche caliente. Fue terminar y quedarse domidos en el sofá,uno en brazos del otro. A las dos horas ella se despertó.
M.- Oh, hay que recoger esto.
El seguía frito. El trabajo, el dormir poco las últimas semanas, algunas extrañas pesadilla.... y el cuidado que siempre procuraba tener con ella...
M.- ¡Pobretico!
Limpió todo y cuando terminó le despertó dulcemente a besos.
M.- Cielínnnnn, vamos a la cama.
H.- ¿Eh? Ah, sí....que sueño...., y se dejaba llevar como un chiquilín que está de pie pero profundamente dormido. Se cambiaron de ropa y tal y como estaban cayeron en la cama.
Se hizo la noche y seguía el sueño. A veces ronroneaban. Parecían dos gatitos muy agusto.
El sol de la mañana comenzó a filtrarse por los extremos de las cortinas.
H.- Ahhhhh, qué bien he dormido.
M.- Y yo, Dios qué placer. ¡Qué hambre tengo!
H.- ¿Con lo que comiste ayer tarde noche?
M.- Pues tengo hambre...
H.- ¿Qué preparamos?
M.- Nada
H.- ¿Cómo nada?
M.- Se me olvidó deciírtelo, pero he cobrado la paga extra.
H.- No me digas...
M.- A ver, pide por esa boquita.
H.- A la paste.
M.- Pues ala paste.
Como dos niños golosos se dirigieron a la pastelería favorita. Se tomaron un café de primera y unos dulces de primera y media. Después estuvieron paseando por la ciudad y disfrutando de sus maravillas para terminar en la playa, descalzos, calentándose con la arena y a veces entrando en el agua para refrescarse. Lo pasaron como dos chiquilines que lo pasan pipa con nada... Cuando quisieron darse cuenta era la hora de la cena. Fueron a su taberna favorita. No comieron demasiado, de noche eran más bien frugales. Además había que dejar espacio para la degustación mútua.


Desde que abrieron la puerta de la casa los besos y los abrazos fueron en aumento. Los huecos que habían dejado sin llenar, los fueron rellenando con los bocaitos que se daban mútuamente. Besándose se quedaron dormidos...., al día siguiente eran dos rosas recién abiertas a un nuevo amanecer.

lunes, 12 de diciembre de 2016

MILLENARIUM, MILLONARIO

MILLENARIUM, MILLONARIO

En aquel invierno en que parecía, o se decía , que el mundo se iba a acabar al colapsarse toda la maquinaria que nos mueve, fue cuando el planeta Tierra se enchufó a sus mejores luces. Cuando iba llegando la media noche, esa hora bruja en que ya se pierde la noción del tiempo, una explosión de luces de colores hacía presencia en todas las calles del mundo avanzado, alimentado, documentado, económicamente megumerizado, o sea, lleno de mercedes de los buenos dioses, gracias al sudor nuestro de cada día.
El chico entonces andaba por las Españas iluminadas y derrochonas. El país, los militares dirían la Patria, entraba ya en la categoría de los que no necesitaban cenar a dos velas.
A través de la caja digitopuntualmenteatontadora iba viendo como todo Cristo, Buda, Mahoma o santo viviente iba echando casa por la ventana y encendiendo luminarias. Pasaba totalmente de ello.
Incluso en un país tan iluminado como el País del Sol Naciente se colocaron las arcadas luminosas del Millenarium, Millonario.
Aunque el caso que hizo fues más bien escaso, el martirio chino publicitario acaba derrotando las más férreas defensas. Es como el diablo, pero en sutil, porque gusta y no se va al infierno, aunque depende, se puede ir de cabeza al de los números rojos.
El caso es que allá por las vísperas del cuarto centenario del Quijote, en un día de Navidad resplandeciente, aunque frío..., bueno, era el día siguiente, pero para los efectos da más o menos igual, se encasquetó los pies y marchó a meterse en la cola del Millenarium, Millonario.
Los trenes iban abrigados como de invierno. Rascaba de lo lindo. El que más, el que menos, lucía traje oscuro, casi negro, y gorrito típico de no se sabía qué escondido rincón del planeta. Unos figurines. Alguna vez una figura más castiza miraba por la ventana hacia la noche ya cerrada. Eran ellas dos, tres kimonos, sobrios, bellos, realzando las menudas siluetas elegantemente engalanadas. El colorido, se daría cuenta después, el adorno, iba en consonancia con los dibujos florales de las luces. A pesar de todo quedaba elegancia.
El centro del universo estaba allí, en aquel monstruo llamado estación de Tokyo.
Mucha gente bajó del tren. También las bellas. Claramente iban a iluminar sus conciencias o sus corazones en tiempos tan oscuros. La luz era el último recurso de las mariposas. Padres, madres, abuelos, abuelas, jovencitas, jovencitos, casados, solteros, amantes, amados.... Hasta el guardia de la esquina estaba en aquel barullo de gente.
Todo muy bien controlado, como siempre. Era mejor seguir al rebaño. Así se tendría un camino seguro y sin dificultades. Pitidos por aquí, pitidos por allá. Niños que gritan, abuelos renqueantes, foráneos contra corriente, jovencitas escasas de tela bajo el abrigo que sacudían frenéticamente los dientes uno contra otro, como para no mirarlas, ( por supuesto después se quejarían en secreto o en público diciendo que las miraban fíjamente los señores), como para lanzarle algún improperio, pero
cuidado que eso podía ser violencia o acoso sssss..... Gente que ha salido no se sabe de qué escondida aldea de provincias y ha acudido como mosca a la miel, como mariposa a la luz ¡Dios, que no se achicharren!
“CLIK-CLAK-PATACLIK-PATACLAK”
¿Y ese ruido? Ah, ya. Los locos móvilteléfonofotagráficaemilianense.
Una foto por aquí, otra foto por allá. El chico que encañona a la chica. ¡No! ¡Que estoy muy fea! ( Sí, hija, que la cámara no hace milagros) El pequeño que quiere ver y no puede en medio de tanto gigante. ¡Papá! ¿Qué? ¡En hombros que no veo! Bueno, vale. El maduro que explica y protesta ante su respetable colgada babacaida ante tan elocuente acompañante. Seguro que en casa es un buho, pero aquí tiene que demostrar que es un hombre de lucha y que exige, y que....., podría callarse ya. Me está machacando los meninges con tanta exigencia de rapidez en una cola paquidérmica. ¡So capullo! ¡Que esto no es la guerra! ¡Que aquí se viene con calma o no se viene! Menos mal que se fue hacia el centro del infierno y no se oye. Pero llega el otro, ¿sólo o acompañado?, empujando. La nariz dice que ha tomado una copa de más. Y empujando. Y la chica del kimono, la que había visto en el tren, se vuelve y lo fulmina con la mirada. ¡Jiji de mierda!, parecía decir. Pero educadamente se calló y lo siguió asesinando con los ojos.
Y la otra CLAK, CATACLAK,CATACHIN, PLAF , con esos zapatos que ponen de los nervios.
La fila, para recorrer doscientos metros casi una hora, llega a la entrada del matadero. A la derecha, antes de la curva, dos grandes edificios, de esos que producen un viento infernal en verano. Por la derecha una corriente humana, por la izquierda otra. Dos ríos que se unen en una sóla dirección. Dos ríos humanos, o fotogramicoemilianenses. ¡Voy a mandar una foto a mamá!
¡Por fin! ¡Guau! No, no es ninguna ni ninguno despampanante. Es una arcada de luces como para deslumbrar a cualquiera. Arco entre moro y renacentista. Floristería oriental con arte occidental. Bello, bello, bello, como una noche de amor enamorada, de esas que no se dan dos veces en la vida, de esas bellezas que redimen por completo el aburrimiento del consumir de los días.
Todos iguales y todos distintos. Trecientos metros y un millón de Millnarium de murmullos. ¡Cuando es tan bonito el silencio ante la belleza! ¡Cuánta simpleza para explicar lo inexplicable!
Y una corriente de zombis fotografiando, y una carga de energúmenos metiendo prisa y diciendo que nadie se parara porque era peligroso y que también era peligroso hacer fotos, y altavoces por aquí, y altavoces por allá.
El que tenga capacidad de concentrarse ante tanta gente y ante tanto energúmeno parlante podrá disfrutar de cualquier cosa en el mundo. Pero el que no pueda abstraerse en tales circunstancias se podrá ganar el cielo porque esos lugares se parecen más a la Calle del Infierno de una feria española que a otra cosa.
La luz era bella, pero las mariposas acabaron quemándose.

Antonio Duque Lara
(2-1-2005)


viernes, 2 de diciembre de 2016

MISTERIOSO DESCANSO

MISTERIOSO DESCANSO

Desde el tren, hacia el oeste, se veía una leve línea de luz. El sol ya se había puesto pero dejaba una huella semitapada por las nubes que ennegrecía aún más el paisaje, convirtiéndolo en una tumba iluminada a lo lejos por una mecha.
Ululaba el viento y las casas se dibujaban con las luces que salían de las ventanas. Una aquí, otra allí, una tercera donde la vista casi no alcanzaba.
Si había tan pocos habitantes por aquellos parajes, ¿qué ocurriría en caso de enfermedad o accidente repentino? Quizás los vivientes de la zona tenían asumido el riesgo y miraban a la muerte con cara de amiga.
Paró el tren. Bajó el viajero. No había nadie en el andén. Sí, otro viajero había descendido delante de él. Con la escasa iluminación no lo había visto. Todo parecía desolado. La estación estaba tan lejos de esas estaciones de las grandes urbes, llenas de trenes, de gente, de ruido, de desesperación y desencanto, de corbatas corriendo y madres gritadoras tras niños sin solución.
Era una estación solitaria. No era vieja. Era una estación bellamente nueva. A la salida hacia la calle, en el recibidor, una vieja, pegada la cara a los cristales, despedía a algún familiar que acababa de tomar el tren.
Un señor con un cartel le esperaba. Era ese señor quien le llevaría hasta el lugar donde esa noche dormiría. El otro hombre que había bajado del mismo tren iba, al parecer, al mismo lugar.
En silencio se montaron en la pequeña vagoneta. Se perdieron en medio de la noche y del frío, camino del lago.
La investigación sobre las misteriosas muertes que se habían producido en las últimas semanas empezaría al día siguiente.
Solicitados por conductos distintos, los investigadores habían llegado a aquel desolado lugar. Se miraron. Un repelús les pasó por la espalda. Les llevaron al hospedaje en que pasarían la noche.
A cada uno se le asignó una habitación. Subieron a sus habitaciones quedando en el comedor para media hora más tarde. Cenaron opíparamente. Tomaron un baño y se dispusieron a descansar.
Nadie podía sospechar que habían venido para descansar eternamente.

ANTONIO DUQUE LARA


martes, 22 de noviembre de 2016

GATA ENAMORADA

Maullaba como un gato caprichoso. Se acercó restregándose por los bajos del pantalón del muchacho. Parecía algo más que un gato. Los ojos se diría que eran humanos. De vez en cuando miraba hacia arriba como buscando la mirada del hombre. El también lo miró a los ojos. Hacía tiempo había perdido a una persona muy querida. Había, supuestamente, desaparecido en un crucero que había hecho con la familia por la costa mediterránea.
En uno de los pocos enclaves en los que un barco podía chocar contra las rocas ocultas bajo el agua. El barco encalló, se desequilibró y cayó hacia el lado en que el mar era más profundo.
Muertos, heridos, desaparecidos, y entre los desaparecidos, aquella muchacha que tanto amaba . Aún no se había recuperado del golpe. Hasta esa momento había sido su primer y único amor. ¡Cómo hubiera preferido ser él el que se hubiera hundido en las profundidades marinas! Aunque entonces el dolor lo hubiera sufrido ella. Tampoco ella había amado a nadie, hasta que como un huracán sin control se encontró , apareció él en su vida.
Era un amor puro, tierno, con esa ternura que da una juventud de corazón inmaculado, que todavía no sabe qué hacerse con el amado, con la amada entre las manos.
Cualquiera que los hubiera contemplado durante el tiempo que estuvieron juntos, no hubiera por menos que haberse sonreido. Tal era la ternura que profesaban uno por el otro. Pero llegó ese día fatídico. Los padres de la muchacha le habían prometido un crucero de descanso si terminaba los estudios con el éxito que esperaban. Y ella cumplió. Había sido siempre una chica dulce y tierna, muy seria y responsable a la que no se le conocía ninguna locura ni desvarío parecido a las que otras jóvenes no era raro llevaran a cabo en esa edad en que los jóvenes quieren independizarse.
Partieron desde el puerto del sur del que solía salir el crucero. El muchacho, alegre, pero con un pellizco en el estómago, la vio partir. Era como si tuviera un mal presagio. Y el presagio se cumplió con creces. A la semana de la partida del barco, él aún no lo sabía, pero al poner la televisión y escuchar las noticias, se quedó de piedra. Era el barco en el que la familia montó, en uno de los lugares por los que estaba previsto que pasara, y eran el de la madre, el padre y su amada los nombres de las personas que daban por desaparecidas. Llegó a estar a punto de volverse loco, el tiempo le fue confirmando que aquello era así. Habían sido tragados por la profundidad marina y nunca más se supo nada de ellos.
Ya habían pasado varios años de la desaparición, pero la herida seguía abierta. El no había querido acercarse a ninguna otra chica. Ni su cuerpo, ni su mente tomaban la dirección de otros ojos que no fueran los del recuerdo de los ojos de ella. “Pues sí que le ha dado fuerte”, comentaban amigos y amigas de la misma edad, que no se caracterizaban precisamente por sus fidelidades. No era que fueran unos pervertidos ni nada por el estilo, pero la inseguridad en si mismos era tal que cambiaban de compañero o compañera como de ropa. Infantilismo emocional disfrazado de liberalidad. Ellos nunca fueron así. Creían en la seriedad de las relaciones, en los compromisos, aunque no eran tan pacatos como para no admitir que el amor se podía acabar. No se acabó el amor, pero un crucero inoportuno llevó a aquella vida a cruzarse con la muerte. Todo eso le recordó aquella mirada gatuna.
El muchacho cogió a la gata , porque era hembra, y además parecía muy sensual. Sentó a la gata sobre sus rodillas y mirándola a los ojos le comenzó a hablar lo mismo que le hablaba en otro tiempo a su amada.
No sabía si lo que veía eran alucinaciones suyas, pero lo cierto es que la gata comenzó a llorar. Ahora ponía ojos alegres, ahora tristes, se amodorraba en las rodillas del muchacho y a continuación alargaba la patita como queriendo tocarle, acariciarle. El estaba acariciándole la cabeza cuando se produjo el milagro. Una especie de humo como surgido de una lámpara maravillosa los envolvió. Cerró los ojos porque creía sentir un cierto escozor y cuando lo abrió, cuál no sería su sorpresa al comprobar que aquella gatita mimosa se había transformado en la figura de su amada.
Con el corazón agitado entre la incredulidad y el terror, la miraba embobado. Aquello no podía ser verdad. Estaba alucinando a pesar de no haber tomado drogas ni alcohol. Aunque seguía pasándolo mal, siempre había pensado que no era la solución de los problemas. Nunca se había emborrachado ni drogado, sólo sentía un profundo agradecimiento por , al menos , haberla conocido. Pero aquello era demasiado.
-¡Pero..... tú! ¿Cómo es posible?
-No te asustes mi amor. Sí, soy yo. El cielo me ha concedido una segunda oportunidad. Me ha concedido el don de una transformación especial para poder venir a visitarte al menos una vez a la semana. Me acercaré a tí por la mañana de día que deba venir como una paloma que se acerca a la ventana, será la paloma mensajera de mi alma, y ya a la caida de la tarde será esta gata quien lleve mi espíritu que despertará a la humanidad en tus brazos. Pasaremos la tarde noche juntos. Tú te sentirás feliz y yo también. Desde la altura celestial seré como tu ángel guía. No me verás, ni me escucharás, pero tu corazón sentirá con claridad que te hablo orientándote en las necesidades de la vida.
Seremos felices, y aunque en esta ocasión esta será la extraña forma de mostrarnos nuestro amor, te aseguro que no te arrepentirás.

Las lágrimas rodaban por las mejillas del hombre. Ella se las sorbía con la dulzura, con la ternura de sus labios. Se fundieron sus bocas en un beso y sus brazos en un estrechamiento de los cuerpos tal que, así, casi sin aliento, durmieron juntos hasta que llegó la hora de que el espíritu de la amada se fuera. La despedida fue un dulce hasta luego y el hombre, cuando a la mañana siguiente partió para el trabajo, estaba irreconocible. El amor había obrado el milagro. 

sábado, 12 de noviembre de 2016

REFLEXIONES TRENIFERAS

Largo viaje. El tren se llena de borregos. Esa es la impresión que da con tan poco espacio y tanto público. Estamos en un país con mucha gente y poco espacio y, una observación, poca flexibilidad a pesar de la autoimagen en contrario. Además, obsesión por llegar a la hora. Es más importante eso que lo que después se hace. Pero ese es otro problema.
¿Cómo entretener el tiempo, o matarlo? Se ha ido pasando del libro, muchas veces libro de texto, al Ipod o como se llamen esos aparatos.
¿Es malo en sí? No lo creo, pero se ha ido desplazando el centro del saludable hecho de tener el libro entre las manos, al juego más o menos evasivo. Se aliena de la dureza del trabajo, de la vida diaria para evitar pensar. El público termina considerando que la vida es un juego como esos que se tienen entre las manos. ¿Será ello que influye en el hecho de asesinar a alguien como en los juegos y no sentir nada?
Y en el caso de que haya lecturas, ¿qué tipo de lecturas a través de los aparatitos? Por supuesto, el mercator, léase comprador, elige, totalmente mediatizado. Al final no suelen existir libros realmente útiles, formativos, se puede comprar lo que interesa vender, que en la medida en que he visualizado, si no existieran muchos de esos libros , el mundo no perdería absolutamente nada. El mundo ganaría en ganas de vender el propio pensamiento y no esas heces mundanales. Además no habría tanta basura.
Alguien elige por tí, no tienes que pensar, sólo dejarte llevar. Resultado: Eres un ser automanipulador y no te das cuenta. ¿Las máquinas y creación de cultura o destrucción de cultura? Lo único que por el momento se puede afirmar como positivo es la rapidez de la información, pero, creo, que se ha perdido en profundidad en el pensar. El dios mediático siempre tiene razón, se le da el permiso para manipularnos y ayudarnos a evadirnos de responsabilidades.
En Japón, como se suele decir, lo que está escrito en el periódico o dice el Santa Santorum de la televisión, va a misa. Yo he sido negado como Cristo por Pedro, cientos de veces porque la tv. dice x, por ejemplo , para mi lo más cercano, Córdoba, y yo digo, eso no es correcto. El resultado es que aquí el público cree a la tv.
Viva el pueblo que se aliena a si mismo....., ya que no tiene criterio. Se tiende a la nivelación, a ser todos iguales, en un sentido de igualdad que es cortar las posibilidades de la inteligencia y aborregarse. Con ello, no sé si lo he dicho, en Japón , siempre el que está arriba tiene razón , no se le contradice, entonces si el que está arriba quiere tirar a derecha o izquierda los borregos le siguen, se están suicidando pero nadie dice nada. ¿Fidelidad o estupidez? La posibilidad de que un dictatorcillo aparezca existe, pero no será necesario porque cada ente lleva dentro de si un dictador, en nombre de un falso bien común.
El estulto del Presidente del Gobierno Sr. Kan paró los trabajos de refrigeración de la central de Fukushima, porque era el jefe, y a las dos horas estalló...... El director de la central tuvo que aguantar el chaparrón, al poco tiempo murió. Al cabo de tres años y medio va apareciendo la verdad. Los estultos dirigentes pusieron en peligro al pueblo pero el malo es la energía nuclear. Se cierran todas las centrales y se compra petróleo. El mundo sabe que Japón necesita esa energía, suben los precios para todos, se demoniza una energía mucho más barata, cuando la central de Fukushima no estalló, sino que todo lo produjo el tsunami, y no se llegó como LOS MEDIOS DE INCOMUNICACION HAN DICHO al nivel siete de radio actividad como en la famosa central de Chernovil, en Ucrania, antigua Rusia.
El diario Asahi ha estado mintiendo descaradamente años y años sobre la guerra entre Japón y China y el pueblo y los gobiernos no han podido levantar cabeza.... Ahora se destapa y se ve toda la suciedad que había en ello, pagada bajo cuerda, claro, por China y Corea... Ahora todos los hipocritones dirigente comunicativos: yo lo dije primero,,,, se quieren poner medallas. ¿Conocen los españoles de hoy en dia la famonsa Leyenda Negra de España? No voy a ser tan idiota como para negar cosas negativas, pero levantar cabeza a España le costó cientos de años. Nadie o casi nadie critica que hasta hace poco mas de 120-30 años se seguían extinguiendo indios de USA.......y nadie dice nada.....
Me llegan ecos de la estultez de algunos , imagino que guapos y guapas televisios sobre los INSULTOS a la forma de hablar andaluza. Se nota que el carnet de presentador se lo habrán dado en una tómbola. Incluso el tan poco ético señor Aznar, asco de libro mentiroso que algún desgraciado escribió en su nombre, habló del código ético en los medios de comunicación....
No estoy defendiendo a Japón, no puedo defender la basura de los medios de incomunicación , lo que quiero decir es que aunque se utilicen las máquinas, que se haga con raciocinio, incluso en sus aspectos evasivos.
Todo lo demás es alienación, bajada en el nivel intelectual, confiar nuestro saber a un maquinismo tremendo y pérdida progresiva de humanidad.

PD.- Un tiempo después de escribir este artículo me topé en el diario “El País” con estos artículos que complementan perfectamente lo que arriba quiero decir. Afortunadamente parece que mis observaciones en la vida diaria en Japón no van desencaminadas, aunque los textos de más abajo no hablen de Japón. No se trata de “demonizar” estos aparatitos, se trata de usarlos bien. De paso, en las estaciones de tren y metro de Japón suele haber mucha gente, últimamente están aumentando los accidentes de personas que caen a la vía y coincide con la llegada del tren. Imaginen el gazpacho que se arma. ¿Causa? El exceso de concentración el los aparatos, choques y caidas. Si el muerto fuera la única víctima..... pero hasta que se retira el cadáver y la línea recomienza su camino, pueden ser miles y miles los perjudicados.
Como este blog no tiene objetivo de beneficio económico, espero que no salten las alarmas y pueda servir para la mayor cantidad de gente posible.

¡Suelta el teléfono móvil!
Por: Cecilia Jan | 23 de septiembre de 2014

Escena real: una niña, desde los columpios del parque: "¡Mamá!". La madre, sentada en el banco, mirando su smartphone. "¡Mamaaaaá!¡Mamaaaaaaaaá!". La madre levanta un segundo la vista. "¿Qué, hija?", dice, mientras vuelve a dirigir su mirada al teléfono. "¡Jo, mamá, deja el móvil y juega conmigo!".
¿Os suena? ¿Os pasa? Lo reconozco, a mí sí.
Muchas veces, me doy cuenta de que el rato de jugar con los niños se convierte en el rato de mirar mi móvil y de vigilarles de reojo de vez en cuando, mientras se entretienen entre ellos o solos. ¿Qué hago que sea tan importante como para no dedicarles mi atención completa?
Aquí va mi listado de lo que hago con mi iPhone mientras mis hijos juegan, pintan o ven la tele a mi lado:
  • Reviso el correo cada vez que pita. Puede ser algo importantísimo, porque claro, me suelen escribir mails sobre temas importantísimos. Vaya, otra vez publicidad. Lo borro. Así mantengo el buzón limpio.
  • Busco cosas interesantes en Twitter. Las intento leer para ver si vale la pena retuitearlas. No me da tiempo. Twitter siempre se ha actualizado mucho más rápido que mi cerebro. ¿Cómo era esa canción? "Cuando tú vas, yo vengo de allí". En mi caso es al revés.
  • Juego al Candy Crush Saga. Nivel 165. No estoy tan enganchada como para cambiar de hora el móvil y obtener más vidas, pero sí como para que haya sustituido a la novela de rigor en el baño.
  • Chateo con amigos o cuñadas en Whatsapp. No tengo tiempo de quedar o de hablar con ellos por teléfono. Pero me puedo tirar varios minutos intentando aclarar una conversación circular en la que no nos acabamos de entender porque claro, no es lo mismo escribir que hablar. Les mando fotos de los niños. Veo y comento las de los suyos.
  • Miro y contesto a lo que escriben en Facebook conocidos a los que hace años que no veo y a los que probablemente esquive o no reconozca en la calle.
  • Participo en un grupo de madres en Facebook a los que solo conozco virtualmente. Nos reímos y desahogamos, nos damos ánimos. Hablamos muchas veces de las monerías de nuestros niños y de que son nuestra vida. Mientras están a mi lado sin que les haga mucho caso.
  • Intento fotografiar o grabar un vídeo de mis niños haciendo algo divertidísimo o memorable que solo veo a través de la pantalla, no directamente con mis ojos. Antes de conseguir una toma pasable y quitar de en medio el móvil, se han puesto a hacer otra cosa.
  • Busco artículos sesudos de expertos sobre cómo evitar que mis hijos se peleen o cómo no perder los nervios cuando arman alguna gorda. Mientras estoy distraida, empiezan a pelearse o sacan todos, absolutamente todos, los juguetes de su cuarto y los desparraman por el pasillo. Cuando levanto la vista del móvil, recién empapada de nuevas técnicas de relajación, monto en cólera y mis gritos se oyen hasta en la garita del portero.
Y quien dice hijos, dice también marido, que el pobre Eduardo también sufre de las conversaciones a medio atender, con un ojo en la pantalla mientras le contesto "Ajá. Mmmmmmmm. ¿Y cómo dices que te ha ido el día?". O mi madre, que quizás por ser de una generación menos digital, no entiende qué miramos mi hermano y yo con tanto interés en la pantallita cada vez que estamos de visita.
Cuando ya tenía parte del artículo escrito, me llegó este otro de Jennifer Hicks publicado hace unos días en el Huffington Post, 'Querida mamá con iPhone: lo estás haciendo bien'. Es un alegato precisamente a favor de madres en mi situación, ampliamente compartido en redes sociales. "No te voy a juzgar. No te conozco. No conozco tu historia. Pero sé que no es necesario que supervises cada salto, brinco, giro, pirueta, balanceo, mordisco, canción, baile, pestañeo o respiración para ser una buena madre. (...) Hay muchas cosas que ocurren en nuestra vida fuera de la crianza que no podemos descuidar". Y acaba con un "Haz lo que tengas que hacer, lo cual a veces implicará tomarte un tiempo para ti misma, aunque sólo sea para mirar Facebook mientras tu hijo corretea jugando por el parque".
Aunque entiendo su punto de vista, no me convence. Porque una cosa es buscar tu propio espacio, aficiones, desconectar, algo totalmente sano y recomendable. Y otra, transmitir a tus hijos la sensación de que, en el tiempo que pasan contigo, hay siempre algo más importante para tí, que tienen que competir con un pequeño aparato por tu atención. Y además, ¿qué ejemplo les estamos dando? ¿Con que autoridad moral les decimos luego que no jueguen tanto a la tableta, vean tanta tele, o, cuando sean adolescentes con su propio móvil, que lo dejen para charlar contigo?
Así que me propongo desintoxicarme del móvil, por lo menos durante el tiempo que esté con mi familia. Dejarlo en la encimera de la cocina cuando entre en casa, y no atenderlo más que si suena una llamada, o comprobar si hay algún whatsapp o mensaje de cierta urgencia cuando esté de paso, y nunca mientras esté con los niños. No bajarlo, o no sacarlo del bolso en el parque. Por supuesto, ni mirarlo en comidas o cenas. Este verano ya he practicado y he comprobado que no ha sido tan terrible. Fui capaz de dejarlo en casa para bajar a la playa (el miedo a que me lo robaran y el que se me acabaran los gigas para navegar contribuyeron bastante). Y los tres últimos días, he bajado con los niños a los columpios sin él. Y oye, ¡no me han dado temblores ni nada!
Por si necesitáis más argumentos, tenéis a lo largo de este artículo un par de vídeos que por lo menos mueven a la reflexión. Y en el siguiente artículo, Ángela Fúnez, especialista del Banco Interamericano de Desarrollo, os contará con argumentos científicos los efectos dañinos de la adicción al móvil de los padres en los niños.
Cómo daña a tu hijo tu adicción al móvil

Como continuación del artículo publicado ayer, ¡Suelta el móvil!, Ángela Fúnez, especialista en Comunicación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), explica en este artículo con argumentos científicos los perjuicios que la adicción al móvil de los padres causan a los niños. En el blog Primeros Pasos, del BID, podéis encontrar más reportajes sobre desarrollo infantil.
Por ÁNGELA FÚNEZ
Todos estamos padeciendo de cierto nivel de adicción a los teléfonos móviles, pero pocos padres saben el daño intelectual y emocional que esa adicción puede provocarle a sus niños, especialmente a los más pequeños.  Según estudios de neurociencia, en los primeros tres años de vida es cuando más rápidamente se desarrollan las capacidades lingüísticas, emocionales, sociales y motoras del cerebro. Por ejemplo, en ese periodo se forman entre 700 y 1.000 nuevas conexiones neuronales por segundo. El desarrollo del vocabulario comienza entre los 15 y los 18 meses y continúa hasta los años preescolares.
Interacción cara a cara: estimula el aprendizaje y el desarrollo emocional
En un artículo reciente que leí, la pediatra Jenny Radesky del Boston Medical Group, señala que el uso desmedido de teléfonos celulares por los padres está afectando no solo cuánto hablan con sus hijos pero también cómo se relacionan con ellos.
Radesky indica que tras décadas de investigación, se ha concluido que las interacciones cara a cara de padres con los hijos, desde sus primeros días de vida, son muy importantes para el aprendizaje, comportamiento y desarrollo emocional. A través de la interacción cara a cara, los niños pequeños desarrollan no solo el lenguaje, pero también aprenden sobre sus propias emociones y cómo regularlas.  Al observarlos, aprenden a cómo tener una conversación y a cómo leer las expresiones faciales de los demás y, eventualmente, a ser mejores comunicadores.
Padres absortos en sus teléfonos tienden a enfadarse más fácilmente
Radesky y otros dos investigadores pasaron un verano observando a 55 diferentes grupos de padres de familia y sus niños pequeños interactuando en restaurantes de comida rápida. En 40 de los 55 casos estudiados, los padres utilizaron el teléfono móvil durante la comida y muchos de ellos ignoraron completamente a sus hijos.  
También encontraron que los niños de los padres que estaban más absortos en sus dispositivos eran más propensos a portase mal para llamar su atención y a la vez,  los padres estaban más irritables.  Según la psicóloga Catherine Steiner-Adair, autora del libro The Big Disconnect, esto se debe a que cuando la mamá está enviando mensajes de texto o contestando el correo electrónico, la parte del cerebro que está activa es la de “hacer”, en la cual se genera un sentido de urgencia por completar la tarea. En consecuencia, esa mamá se altera con más facilidad cuando el niño le interrumpe, pudiendo llegar a gritarle o tratarlo mal.
Hijos que se sienten ignorados por los padres
Steiner-Adair advierte que cuando los padres  dan más prioridad a sus actividades digitales que a sus hijos, pueden haber consecuencias emocionales profundas para el niño. Los niños interpretan este comportamiento como evidencia de que ellos no son lo suficientemente importantes o interesantes para sus papás, se sienten rechazados y esto afecta a la relación con los padres, la autoestima y su desempeño social.  
Cuando pensamos en interacciones cara a cara, nos imaginamos a un padre con su hijo mayor de 5  años. Pero según explica el Dr. Jack Shonkoff de Harvard cuando un bebé escucha a la gente a su alrededor hablándole por unos meses, al poco tiempo comienza a responder con sonidos, balbuceos, o chillidos. ¿Has notado la forma en que un bebé reacciona cuando le miras a los ojos y le hablas de forma afectiva y calmada? Sus ojos se iluminan, generalmente sonríe y empieza a parlotear con más entusiasmo.
Shonkoff destaca que la importancia de hablar y escuchar a los niños no debe disminuir en la medida que crecen. Todo lo contrario, los padres deben hacer un esfuerzo por interactuar de forma más afectiva y poner reglas en casa para limitar el tiempo que los niños dedican a ver la tele, jugar video juegos o con la computadora. Estas actividades no estimulan el área del lenguaje del cerebro de la misma manera que una conversación cara a cara. Es alarmante pensar que sean los propios padres que por desconocimiento les estén negando a sus niños el estímulo que necesitan, y por ello limitando sus oportunidades futuras.   
Papás y mamás, es hora de reconectar con sus hijos que están ávidos de atención, comunicación y conexión emocional. Les propongo el reto de no tocar su móvil por al menos 30 minutos cuando estén comiendo o compartiendo con sus hijos. ¿Qué les parece?


POR ULTIMO UNA ENTREVISTA A MARIO VARGAS LLOSA EN EL
PAIS.
Si la palabra es reemplazada por la imagen peligra la imaginación”
Mario Vargas Llosa, en diálogo con el director de EL PAÍS, desvela el título de su próxima novela y advierte de los riesgos de la cultura digital

Si el mundo sigue el proceso en el que la palabra escrita es reemplazada por la imagen y lo audiovisual, se corre el riesgo de que desaparezca la libertad, la capacidad de reflexionar e imaginar y otras instituciones como la democracia”, advirtió ayer Mario Vargas Llosa en conversación con Antonio Caño, director de EL PAÍS, durante el I Foro Internacional del Español 2.0, celebrado en Ifema.

Ante unas 300 personas, muchos de ellos jóvenes, Caño preguntó al Nobel peruano si compartía el pronóstico de la desaparición del periódico tradicional y los libros impresos. El escritor peruano dijo que es una posibilidad, pero no la cree. Si eso es así, insistió, el resultado sería trágico sobre todo por la cultura de la libertad: “Sería la pesadilla de Orwell de una sociedad convertida en robots donde todo es organizado por poderes invisibles”. Aunque no cree que suceda porque está convencido de que siempre habrá suficiente gente que lea libros y periódicos de papel. Su temor es que la cultura de la pantalla sea cada vez más puro entretenimiento, “y eso aboliría el espíritu crítico”.

La advertencia la hace al considerar que la palabra leída, el lenguaje comunicado de manera impresa, tiene un efecto en el cerebro que completa y complementa lo leído. En cambio, el autor de Conversación en La Catedral, afirmó que “las imágenes no producen el mismo mecanismo de transformación. En la lectura hay un esfuerzo creativo e intelectual que casi se elimina con lo visual”.

El autor de La guerra del fin del mundo aboga por la creación de mecanismos para que esto no ocurra: “Porque puede venir un retroceso hacia la barbarie; un mundo sin libertad manipulado desde los poderes teniendo la tecnología a su favor”. El escritor dejó claro que es partidario de la tecnología a la cual agradece muchas cosas y ve otras muy positivas, como el acceso a la cultura.

Vargas Llosa: "¡Ya tengo el título: 'Cinco esquinas!"

JUAN CRUZ

Mario Vargas Llosa, al que sus amigos llamaban Varguitas y se ganaba la vida en el colegio militar Leoncio Prado escribiendo novelitas picantes para ganarse unos soles, sigue siendo aquel adolescente cuya efervescencia de amor por la literatura lo hace vivir cada episodio de su vida con las letras en un acontecimiento digno de alborozo. Acaba de regresar de Lima, donde ha vivido los últimos meses después de su arriesgada aventura como actor de teatro, y antes de irse a Ifema a hablar con el director de EL PAÍS se encontró en su casa con su editora, Pilar Reyes, de Alfaguara. Al tiempo que la abrazaba, le dijo con aquel alborozo adolescente de Varguitas:

¡Ya tengo el título! ¡Se titulará Cinco esquinas!

Es el autor de títulos que han llegado a ser frases comunes, como La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo, y se le ocurrieron tan pronto empezó a escribir porque tener el título desde el principio le sirve de guía en la escritura, le confesó luego a Caño. En cambio este último, Cinco esquinas, se le resistió, el que más, hasta que le vino anteanoche, al llegar a Madrid, su segunda residencia en la tierra después de Lima. Un título, dijo, lo ordena, pone en circulación ya su mano para seguir con las incontables correcciones de que constan los sucesivos borradores de sus manuscritos. Siempre, como pasó con El paraíso en la otra esquina, esos títulos se le resisten; “y sobre todo en esta ocasión: voy a empezar con el segundo borrador y ya tengo título”. Como un chiquillo, el escritor de 79 años le ofrecía a su editora esa primicia como un regalo que más tarde compartiría con la nutrida audiencia del Foro del Español.

Cinco esquinas transcurre en Lima, en el barrio del mismo nombre y que fue elegante, aunque ahora se ha venido a menos. Lima vuelve a ser el escenario, como en las principales novelas de su primera etapa. Y esa Lima le ha dado otra vez la realidad que el autor de La verdad de las mentiras está convirtiendo en la novela cuyo título se le acaba de ocurrir en Madrid y que ayer desveló como quien envía a un editor el sobre de su primer manuscrito.
Frente al entusiasmo vivido hoy por las series de televisión que algunos homologan a la función que desempaña la literatura, el creador de La fiesta del Chivo cree que son productos que están bien y son entretenidos pero “totalmente efímeros”. Por eso considera importante defender el libro, “la lectura no solo entretiene sino que produce un efecto más profundo, crea ciudadanos más responsables y críticos, y contribuyen a un mundo mejor”.

Realidades, utopías y distopías a las que llegaron Mario Vargas Llosa y Antonio Caño media hora después de una conversación nacida bajo el título de El lenguaje y el periodismo. Y lenguaje es la palabra que une a esos dos oficios. Los dos están hechos del mismo material, pero su misión y destino son distintos. Muestran las dos caras de la naturaleza del lenguaje: pasión, imaginación y no límites en la literatura y razón, realidad y leyes claras en el periodismo. Eso sí, ambas comparten fronteras, a veces movedizas. “El periodismo tiene un lenguaje más impersonal al servicio de un objetivo que es comunicar, sin renunciar a la creatividad. La literatura sí tiene un lenguaje más visible, más creativo”, opinaba Vargas Llosa minutos antes de dialogar con Antonio Caño. Para el director de EL PAÍS, se trata de dos artes que “no siempre son buenos socios. Y funciona si la literatura logra imprimir al periodista la capacidad de transmitir ideas y contar mejor los hechos”.

Quince años tenía Vargas Llosa cuando empezó en el periodismo. Fue en el verano entre el penúltimo y último curso del colegio. Pensó que podría ser su profesión complementaria a la vocación de escritor. Se lo preguntó a su padre y este le ayudó a conseguir un trabajo en el diario limeño La Crónica. Desde entonces el periodismo ha sido su compañero. Es más, dijo, “esos recuerdos sirvieron luego de materia prima para alguna de mis novelas. Sin el periodismo no existiría buena parte de mis libros”.

Lo dice un autor que ha pasado por casi todos los géneros periodísticos y secciones. Escrito de literatura, y del Congo o de Irak. Siempre ha sabido la “interesante y maravillosa” relación entre periodismo y literatura. Recordó los casos en que el periodismo ha sido hecho por grandes escritores. “El periodismo debe comunicar y debe llevar al lector a lo que quiere transmitir, su lenguaje no debe ser una barrera entre quien escribe y lee; debe tener gran precisión, buscar la invisibilidad del lenguaje de tal manera que la materia parezca autosuficiente. Hay periodistas que escriben mal o bien y otros muy bien, y algunos son espléndidos escritores y periodistas”. Claridad, objetividad y no contaminarse del lenguaje del área que se cubre son las recomendaciones de Caño.

La confluencia de lo analógico y digital preocupa a Vargas Llosa en el sentido de que se está perdiendo la jerarquización de la información y aumenta la vulgarización del lenguaje. “Hay una razón para estar satisfechos con la tecnología”, dijo Caño, “y es que es un mundo donde todos cuentan, se comunican de manera permanente. El periodismo es hoy una gran conversación donde los periodistas somos uno más”.

Y del Lenguaje y el periodismo, el foro tendrá como invitados hoy a las 11.30 a la filóloga y académica Inés Fernández Ordóñez, al escritor Juan José Millás y al periodista Álex Grijelmo para hablar de La ética y la palabra.





miércoles, 2 de noviembre de 2016

REMOLINO ENAMORADO

Aquella noche cayó en la cama agotado. El día había sido terrible de trabajo y de calor. De pronto, como si el cielo se hubiera llenado de hogueras, la temperatura había subido hasta donde no hay en los escritos.
La gente no podía aguantar sin meterse en el agua. Y aunque piscinas privadas y públicas abundaban en la ciudad, era el río el centro de atención de los bañistas.
Afortunadamente aquella región, gracias a la colaboración de los ciudadanos, de las autoridades, de las empresas, era una zona bastante alejada de los problemas de contaminación que azotaba a otros lugares, lo que permitía a la gente darse de vez en cuando un chapuzón en el río.
La ciudad estaba cruzada por dos ríos. Ambos se juntaban en el recodo del río Mayor, partiendo la ciudad en dos. Cuando el río Menor dejaba sus aguas en el Mayor, el paseo por las orillas del río era una alegría para los ojos. Siempre había abundante líquido, a pesar del calor.
El río Mayor venía de una cordillera lejana. En su nacimiento era un río, como todos los ríos, rebelde y cantarín, que se deslizaba en cascadas imparables, pero al llegar al llano, maduro y como cansado, se deslizaba reposadamente por entre pinares unas veces, por entre trigales otras, hasta que hacía su entrada triunfal en la ciudad.
La ciudad estaba situada a la falda de una cordillera. Aunque no era muy abrupta, sí tenía la suficiente pendiente como para que las aguas que bajaban lo hicieran en torrente durante todo el año.
El río Menor, como un niño chiquito y mal educado, bajaba como caballo desbocado a encontrarse con su hermano Mayor.
El recodo era el lugar donde los dos ríos se abrazaban. Uno de aguas mansas, otro de aguas rápidas, el recodo era un contínuo remolino.
Por sus caracteríosrticas, cada río llegaba con un color. El Mayor color chocolate, de tierras arcillosas, el Menor límpio por el pedregal, era de aguas más claras.
En el recodo se había formado una especie de playa de arenas acumuladas por el arrastre de ambos ríos.
En los meses de calor era allí donde la gente bajaba a tomarse un baño salutífero y refrescante.
La vigilancia era constante, porque los remolinos abundaban y no era extraño el verano en que un par de despistados se zambullían en el remolino apareciendo varios kilómetros más abajo arrastrados por las aguas.
Aquel día había sido extenuante. Debido a la subida incontrolada del termómedtro, la cantidad de gente que acudió a la playa rebosaba las posibilidades de la misma.
Los hombres de salvamento y socorrismo, aunque gritaban y aconsejaban no entrar en mogollón al río, no eran escuchados.
En ese momento , un jovencito de unos catorce, quince años, perdió pié y se vio arrastrado hacia las profundidades del agua. A los diez minutos, una joven bella, hermosa, unos 25 abriles, era arrastrada hacia el más allá por los impúdicos e insaciables deseos de las aguas. El hombre había puesto toda su vida en el empeño, primero con el chico, después con la mujer.
Los sacó a ambos desnudos a la orilla. El agua, obsesa, los había desnudado, los quería acariciar como vinieron al mundo. Colocados uno junto al otro, fueron arropados con una manta mientras venían las autoridades a levantar el cadáver. Se díría que eran Romeo y Julieta, víctimas de su incontrolado amor representado por los torbellinos del río.
Desde ese día, y sin que nadie supiera de dónde había salido la idea, al recodo en que se reunían los ríos formando remolinos, se le empezó a llamar Remolino Enamorado. Era un homenaje a las víctimas de todo amor imposible.






ANTONIO DUQUE LARA

sábado, 22 de octubre de 2016

FANTASÍA

Al levantarse lo primero que hizo fue mirar el calendario. ¡Pardiez! ¡Día nefasto! La creencia en esas cuestiones de que las cosas estaban determinadas y demás, se la habían critcado infinidad de veces. Lo cierto era que, aunque no creía a pies juntillas, siempre había algo de verdad, aunque fuera relativa en todo ello. La historia le venía de lejos. Un día, jugando sobre los troncos de un árbol caido se cayó dos veces. No se había herido pero le dolían las piernas. Poco más tarde, cuando miró el horóscopo del día en el periódico, le decía que tuviera cuidado con los pies, porque podría sufrir caidas. Sí, algo de verdad había, aunque no fuera una cuestión de fe.
Estaba trabajando en casa cuando la tierra se movió . Tras varios meses sin haber sentido ese temblor, de pronto, se austó un poco. Poco más tarde caían chuzos de punta en forma de lluvia que se venía abajo en cantidades inimaginables. Y el cielo gris, sin matices, un gris, casi negro, de esos que no gustan a muchas delicadas mujeres, seres más para vivir en la claridad que en las cavernas oscuras del mundo. Para él, ¡qué remedio, a aguantarse tocan!
Cuando se fue para trabajar no llevó paraguas. Todo fue bien, no hubo nada que lamentar. Pero el cambio, casi típico, se produjo en el momento de llegar a la estación en donde vivía. El cielo estaba ya encapotado en negro. Salió de la estación y llegó a la altura de una gasolinera situada en una esquina de dos carreteras que se cruzaban.
De pronto una tromba de agua inimaginable se le vino encima. ¡Zas! ¡Plaf! ¡Fiu! Mojado hasta los mismísimos pirindolos, que diría el clásico Cela. Si a alguna dama le hubiera cogido sin paraguas, seguro que los ovarios se le hubieran ahogado. Tal era la furia del viento y el agua.
Hizo una parada, tuvo que pararse. Aquello no era agua, era mala leche, mala ira, la cólera de Dios en húmedo.
En el portal de una casa se puso bajo techado aunque le saltaban algunas gotas. Para como estaba el patio no era nada del otro jueves.
Desde dentro del edificio, un hombre, cuarentón sospechó, le dijo que pasara dentro. Después de un cordial diálogo se dispuso a entrar. El hombre se dio cuenta de que él no llevaba paraguas y le brindó uno. Tras unos minutos de búsqueda apareció con un amplio paraguas de caballero. Hablaron de dónde se lo dejaría al día siguiente y salió cual D. Quijote con Rocinante buscando nuevos horizontes.
En casa, teóricamente no había nadie. Pero cuando llegó se veía por las ventanas salir la claridad de las luces encendidas. ¿Cómo es posible que me las haya dejado encendidas?
Abrió la puerta y se coló en la casa. Desde la parte más profunda del pasillo vio venir a una mujer. Era un poco más baja que él , pero de facciones bellas, incluso afinando, más que bellas, bonitas. De esas facciones que te prendas sin saber por qué.
Hola, cielo, le dijo ella. Estás empapado, mejor será que te bañes. El, boquiabierto, sin saber qué decir se dejó llevar de la mano. Fueron hacia el amplio cuarto de baño que había al fondo del pasillo. Ella encendió la luz. De un armario sacó unas toallas. A él lo colocó en el centro del cuarto de baño, pero antes había dejado abierto el grifo para que la bañera se fuera llenando. Empezó a desnudarlo pieza a pieza y alternativamente ella hacía lo mismo. Terminaron completamente desnudos frente a frente uno del otro.
Maravillosos eran sus cuerpos, maravillosas sus miradas. El se creía soñando. No sabía por dónde habia venido aquel ángel de Dios. El suelo estaba preparado para que el agua corriera hacia un rincón.
Lo sentó en una baqueta y con una esponja le iba restregando el cuerpo, lo que él agradeció de veras. Los hombros, la espalda, el pecho. Iba bajando hasta la punta de los pies. Lo hacía con esmero, con cariño, de tal manera que él iba quedándose flojo. Sintió un punto de vergüenza. Lo mismo me voy con esto, pero aguantó. Cuando ella hubo terminado, él hizo lo mismo. Despacito, sereno, le iba quitando el cansancio de la tersura de su lindo cuerpo de tal manera que cuando terminó ambos parecían dos gatitos maullando de placer.Se echaron una palangana de agua cálida por encima y todo el jabón terminó por enfilarse hacia la salida del agua.
Se metieron en la bañera. El apoyó su espalda sobre uno de los extremos y ella se sentó apoyándose sobre él. Las manos empezaron a juguetear sobre los cuerpos. El llevaba ventaja porque podía palpar con suavidad todas los secretos sensibles de la muchacha. Ella quería también tocar, pero le resultaba más difícil, protestó para ponerse de frente. Al final cedió y se quedó como estaba. Ella iba cediendo. Era el placer invadiéndola, suave, suavemente. Tenía la impresión de que se iba con el agua de la bañera.
En el exterior , el estruendo de un rayo y un relámpago larguísimo terminó con el sueño. Estaba lloviendo
El hombre despertó, todo había desaparecido. Estaba en su cama solo, como siempre, aunque en este despertar hubo algo de diferente: había estado abrazado a una bella desconocida y la sensación que había tenido le duró varios días.

El mal tiempo le había jugado una mala pasada y le había hecho despertar de repente empapado en sudor e infinidad de otras sensaciones.