lunes, 12 de diciembre de 2016

MILLENARIUM, MILLONARIO

MILLENARIUM, MILLONARIO

En aquel invierno en que parecía, o se decía , que el mundo se iba a acabar al colapsarse toda la maquinaria que nos mueve, fue cuando el planeta Tierra se enchufó a sus mejores luces. Cuando iba llegando la media noche, esa hora bruja en que ya se pierde la noción del tiempo, una explosión de luces de colores hacía presencia en todas las calles del mundo avanzado, alimentado, documentado, económicamente megumerizado, o sea, lleno de mercedes de los buenos dioses, gracias al sudor nuestro de cada día.
El chico entonces andaba por las Españas iluminadas y derrochonas. El país, los militares dirían la Patria, entraba ya en la categoría de los que no necesitaban cenar a dos velas.
A través de la caja digitopuntualmenteatontadora iba viendo como todo Cristo, Buda, Mahoma o santo viviente iba echando casa por la ventana y encendiendo luminarias. Pasaba totalmente de ello.
Incluso en un país tan iluminado como el País del Sol Naciente se colocaron las arcadas luminosas del Millenarium, Millonario.
Aunque el caso que hizo fues más bien escaso, el martirio chino publicitario acaba derrotando las más férreas defensas. Es como el diablo, pero en sutil, porque gusta y no se va al infierno, aunque depende, se puede ir de cabeza al de los números rojos.
El caso es que allá por las vísperas del cuarto centenario del Quijote, en un día de Navidad resplandeciente, aunque frío..., bueno, era el día siguiente, pero para los efectos da más o menos igual, se encasquetó los pies y marchó a meterse en la cola del Millenarium, Millonario.
Los trenes iban abrigados como de invierno. Rascaba de lo lindo. El que más, el que menos, lucía traje oscuro, casi negro, y gorrito típico de no se sabía qué escondido rincón del planeta. Unos figurines. Alguna vez una figura más castiza miraba por la ventana hacia la noche ya cerrada. Eran ellas dos, tres kimonos, sobrios, bellos, realzando las menudas siluetas elegantemente engalanadas. El colorido, se daría cuenta después, el adorno, iba en consonancia con los dibujos florales de las luces. A pesar de todo quedaba elegancia.
El centro del universo estaba allí, en aquel monstruo llamado estación de Tokyo.
Mucha gente bajó del tren. También las bellas. Claramente iban a iluminar sus conciencias o sus corazones en tiempos tan oscuros. La luz era el último recurso de las mariposas. Padres, madres, abuelos, abuelas, jovencitas, jovencitos, casados, solteros, amantes, amados.... Hasta el guardia de la esquina estaba en aquel barullo de gente.
Todo muy bien controlado, como siempre. Era mejor seguir al rebaño. Así se tendría un camino seguro y sin dificultades. Pitidos por aquí, pitidos por allá. Niños que gritan, abuelos renqueantes, foráneos contra corriente, jovencitas escasas de tela bajo el abrigo que sacudían frenéticamente los dientes uno contra otro, como para no mirarlas, ( por supuesto después se quejarían en secreto o en público diciendo que las miraban fíjamente los señores), como para lanzarle algún improperio, pero
cuidado que eso podía ser violencia o acoso sssss..... Gente que ha salido no se sabe de qué escondida aldea de provincias y ha acudido como mosca a la miel, como mariposa a la luz ¡Dios, que no se achicharren!
“CLIK-CLAK-PATACLIK-PATACLAK”
¿Y ese ruido? Ah, ya. Los locos móvilteléfonofotagráficaemilianense.
Una foto por aquí, otra foto por allá. El chico que encañona a la chica. ¡No! ¡Que estoy muy fea! ( Sí, hija, que la cámara no hace milagros) El pequeño que quiere ver y no puede en medio de tanto gigante. ¡Papá! ¿Qué? ¡En hombros que no veo! Bueno, vale. El maduro que explica y protesta ante su respetable colgada babacaida ante tan elocuente acompañante. Seguro que en casa es un buho, pero aquí tiene que demostrar que es un hombre de lucha y que exige, y que....., podría callarse ya. Me está machacando los meninges con tanta exigencia de rapidez en una cola paquidérmica. ¡So capullo! ¡Que esto no es la guerra! ¡Que aquí se viene con calma o no se viene! Menos mal que se fue hacia el centro del infierno y no se oye. Pero llega el otro, ¿sólo o acompañado?, empujando. La nariz dice que ha tomado una copa de más. Y empujando. Y la chica del kimono, la que había visto en el tren, se vuelve y lo fulmina con la mirada. ¡Jiji de mierda!, parecía decir. Pero educadamente se calló y lo siguió asesinando con los ojos.
Y la otra CLAK, CATACLAK,CATACHIN, PLAF , con esos zapatos que ponen de los nervios.
La fila, para recorrer doscientos metros casi una hora, llega a la entrada del matadero. A la derecha, antes de la curva, dos grandes edificios, de esos que producen un viento infernal en verano. Por la derecha una corriente humana, por la izquierda otra. Dos ríos que se unen en una sóla dirección. Dos ríos humanos, o fotogramicoemilianenses. ¡Voy a mandar una foto a mamá!
¡Por fin! ¡Guau! No, no es ninguna ni ninguno despampanante. Es una arcada de luces como para deslumbrar a cualquiera. Arco entre moro y renacentista. Floristería oriental con arte occidental. Bello, bello, bello, como una noche de amor enamorada, de esas que no se dan dos veces en la vida, de esas bellezas que redimen por completo el aburrimiento del consumir de los días.
Todos iguales y todos distintos. Trecientos metros y un millón de Millnarium de murmullos. ¡Cuando es tan bonito el silencio ante la belleza! ¡Cuánta simpleza para explicar lo inexplicable!
Y una corriente de zombis fotografiando, y una carga de energúmenos metiendo prisa y diciendo que nadie se parara porque era peligroso y que también era peligroso hacer fotos, y altavoces por aquí, y altavoces por allá.
El que tenga capacidad de concentrarse ante tanta gente y ante tanto energúmeno parlante podrá disfrutar de cualquier cosa en el mundo. Pero el que no pueda abstraerse en tales circunstancias se podrá ganar el cielo porque esos lugares se parecen más a la Calle del Infierno de una feria española que a otra cosa.
La luz era bella, pero las mariposas acabaron quemándose.

Antonio Duque Lara
(2-1-2005)


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