lunes, 22 de febrero de 2016

SUDORES

En una zona del mundo la mañana. Una mañana clara con un cielo azul profundo, pero el aire que se respiraba era frío, tan frío que al pasar por los canales respiratorios producían dolor en el pecho.
        El paisaje de invierno, los árboles desnudos, en su primigenia figura, no guardaban nada, era su verdad. Como las personas cuando están en el baño, cuando están enlazadas. La ropa, las hojas, el follaje esconde y valora lo que el mundo quiere. Tantas veces máscara de teatro que desaparece cuando la función termina.
        Hacía frío, desnudez, ciertamente, con un aire de patetismo pero también hermosa en su tristeza. Como la vida.Juventud florida, aún verde, madurez frutal, ancianidad marcando el camino hacia la recta final, ejemplo para el que viene detrás, aceptación sin crueldad, sin necesidad de sentir que se cumple lo que los altos jerarcas dicen, sino simplemente el ciclo de la vida.
        Los árboles, en su tristeza invernal ya están preparando los brotes. El ser humano, los animales, se prolongan en los retoños o en el sentir de los allegados hasta la consumación del tiempo o el próximo reencuentro. ¿Todo desaparece o queda flotando en el viento?
        En la otra parte del mundo, ya la noche, la vida lucha con las sombras, los cuerpos se relajan y las miasmas florecen no dejando a veces descansar. Pácíficos sueños y almas que salen de su cárcel para encontrarse en el éxtasis celeste. Almas que miran el mundo terrestre y se prometen que al amanecer será mejor, a todo se le irá poniendo freno en sus desvíos y será dirigido hacia un buen final.
        Ellos, principio del amor, se encontraron bajo las mantas de la noche. ¿Qué haces aquí? Estoy mal y te vas a resfriar. Yo soy el Rey de oriente y vengo al virus viroso matar. ¡Vaya palabra! Si lo prefieres, de tu ser a limpiar. Pégate a mí, transmíteme tu calor, en esta noche en que el frío parece haber calado hasta lo más profundo del costado. Para serviros vengo. Pegado estoy.
        Por dentro sintieron que el calor los invadía, todo su ser interno al calorcillo de los primeros sones de la primavera se rendía. Parecían gatitos tomando el sol, sentados y acurrucados contra una pared. Y el calor de las frentes a fluir comenzó. Mútuamente con un pañuelo o con una toallita se quitaban el sudor de la frente. Bajo las mantas los cuerpos ardían, las sábanas a empaparse empezaron cuando la luz de un nuevo día empezó a filtrarse por los costados del ventanal. Una luz ténue todavía como la vista de los ojos entre el sueño, el soñar y el despertar de la mente.
        Estaban frente a frente. Fue ella la primera en besar los labios levemente. Buenos días, amor. Buenos días mi miel, en este mundo de hiel. ¿Cómo te encuentras? ¡Perfectamente! Con ganas de morderte. Tranquila fierilla no sea que recaigas por actuar de manera tan impaciente. Mi cuerpo palpita, mis entrañas te necesitan. Si estás segura, ya, comienza, alimenta tu alma, tu ser con la sangre mía.
         Empezó la fiesta, empezó la orgía. Cualquiera que supiera lo que la noche anterior el virus fue, no creería que con el nuevo día los cuerpos podrían dar tanto placer. Por los dioses dioseros, cuerpos y sábanas estaban empapados. Levantáronse, lavaron el cuerpo y las sábanas también. Una vez se vistieron a la cafetería a desayunar se fueron. Qué perezosos, ni el desayuno pueden hacer. No, pardiez, simplemente en el frigo friguero no hay nada, tanto y tanto la semana fue de trajín trajinero, sin tiempo siquiera para llenar la despensa. Amen.

jueves, 11 de febrero de 2016

EL RESTAURANTE DE LAS MUCHAS DEMANDAS

Dos jóvenes caballeros iban hablando de esta guisa bajo los árboles, pisando las crujientes hojas caidas, acompañados por
lo más profundo de las montañas de dos perrazos como dos osos blancos, armados de resplandecientes rifles y vestidos como si fueran dos perfectos soldados ingleses.
- Por estas montañas parece que no hay ningun bicho. No se ve ni pajaro ni fiera alguna. No me importa ya lo que sea,lo que quiero es pegar dos tiros a lo primero que se presente.
- Debe ser muy agradable pegarle dos o tres tiros a un ciervo de barriga amarillenta y después verlo caer tras dar un montón de vueltas.
La conversación se desarrollaba en lo más profundo de los montes, tan espesos y dificiles como para que el cazador profesional que los guiaba se perdiese sin remisión.
Además,las montañas era tan dificiles que aquellos dos osos de perros que llevaban sufrieron un fuerte mareo y tras un rato de lamentables quejidos muriendo echando espuma por la boca.
         Uno de ellos,levantando el párpado del perro muerto, dijo:
         - Acabo de perder dos mil cuatrocientos yenes.
         - Y yo dos mil ochocientos - ,dijo el otro inclinando la cabeza lleno de rabia.
         El primero, poniendo mala cara, mirando al rostro de su compañero,le comentó:
         - Yo pienso volver ya.
         - Y yo, porque ya hace frío y además tengo hambre.
         - Entonces levantemos el campo. A la vuelta, en el albergue de ayer, podemos comprar una docena de faisanes y volver a casa.
         - También había conejos, lo que será lo mismo que haberlos cazado. ¿Volvemos pues?
         Pero en esto, helos aquí en una situacion comprometida. No daban con el camino de vuelta por ningun sitio.
         Empezó a soplar un gran viento, haciendo silvar las hierbas, crujir las hojas y entrechocar las ramas de los árboles unas contra otras con un ruido horripilante.
         -¡Qué hambre tengo! Me duele terriblemente la barriga.
         - Lo mismo me pasa a mí. No tengo ganas de andar.
         - Yo no quiero andar. ¡Ah! ¿Qué hacemos? ¿Quiero comer algo!
         -iYo también quiero comer!
         Este era el diálogo que mantenían los dos caballeros en medio del soplido del viento. Entonces, al echar un vistazo hacia atrás , ¿qué se encontraron  sino con una hermosa casa europea?
En la puerta había un letrero que ponía:

RESTAURANTE
GATO MONTES
  
         - Oye, justo lo que buscabamos. Hay que ver que casa tan hermosa en un lugar como este. iVamos dentro!
         -¿Eh? Sí que es extraño, pero, de todas formas, seguro que podrán prepararnos algo.
         - Por supuesto que pueden . ¿No está puesto en el letrero?
         - Vamos a entrar. Yo estoy que me caigo.
         Los dos se plantaron ante la entrada, un magnifico ejemplar de ladrillo blanco vidriado.
         En las puertas de cristal había escrito en letras de oro:
               
ABIERTO A TODO AL MUNDO
POR FAVOR, ENTREN SIN RESERVAS

         Aquello era algo de lo que ambos se pusieron muy contentos.
         - ¿Qué te parece? No se puede negar que el mundo está bien hecho. Hoy, sin lugar a dudas, ha sido un día tremendo, pero también tiene su parte buena. Mírala, en este restaurante nos daran de comer magníficamente y todo gratuito.
         - Efectivamente, eso parece. Eso es lo que quiere decir "Entren sin reservas".
         Los dos caballeros empujaron la puerta y entraron en el local.Ya desde la entrada había un pasillo en la casa. En el reverso de la puerta de cristal había el siguiente letrero en moldes dorados:

SEA NUESTRA ESPECIAL BIENVENIDA
PARA LOS JOVENES Y LOS GORDOS

         Ambos estaban muy contentos con aquello de la especial bienvenida.
         - Oye, nos van a hacer un gran recibimiento.
         - Es que nosotros cumplimos con ambas cosas.
         Tras andar un largo rato por el pasillo encontraron una puerta pintada en azul claro.
         -Sí que es extraña esta casa. ¿Por qué habrá tantas puertas?
         -Está hecha a la manera rusa. En los sitios frios y en medio de la montaña siempre es así.
         Al querer abrir la puerta, encima, había el siguiente letrero amarillo:

EN ESTE RESTAURANTE SE PIDEN MUCHAS
POR FAVOR, SEPAN ENTENDERLO

-Parece que están muy ocupados, a pesar de estar en medio de estos montes
         - Ni que lo digas. Mira, en Tokyo, la mayoría de los mejores restaurantes no se encuentran en las grandes avenidas.
         Diciendo aquello abrieron la puerta. Entonces, en la parte posterior:

SON MUCHAS LAS PETICIONES
ESPERAMOS SEPAN SER PACIENTES

         -Pero, ¿qué quiere decir esto? - dijo uno de los caballeros
frunciendo el ceño.
         - Mm... Seguramente lo que quiere decir es que, como hay muchas demandas,tardarán tiempo para preparar la comida, que sepamos disculparlos.
         -Eso espero. Sin embargo,lo que yo quiero es entrar ya en cualquier sitio... ,y sentarme a la mesa.
         Sin embargo, cosa extraña, había otra puerta. En un rincón había colgado un espejo. Debajo había colocado un cepillo de mango largo. En la puerta decia en letras rojas:

SEÑORES, ARREGLENSE ADECUADAMENTE EL PELO
Y QUITENSE EL POLVO DE SUS TRAJES

         -Verdaderamente límpio. Y yo me atreví a subestimarlo en la puerta, considerando que estábamos en plena montaña.
         -Una casa con reglas muy estrictas. Sin duda que por aquí deben venir con frecuencia personas de mucha talla.
         Los dos caballeros se peinaron con toda corrección y se quitaron el barro de las botas. Y entonces ¿qué pasó? No habían terminado de poner el cepillo sobre la tabla cuando ya había desaparecido y entró una gran bocanada de aire.
         Asustados, se aproximaron uno al otro, abrieron la puerta de un golpe y entraron en la habitación siguiente. Ambos pensaron que si no tomaban algo caliente pronto les iba a ocurrir lo peor.
         En la parte interior de la puerta había de nuevo escrito algo extraño:

FOR FAVOR, DEJEN LOS RIFLES Y CARTUCHOS AQUI

         Al mirar, justo al lado, había un estante negro para dejar los rifles.
         -Pues es cierto. La verdad es que no es muy correcto comer
cargados de los rifles.
         -No, no es eso. Es que aquí deben venir personajes muy importantes.
         Ambos caballeros se desprendieron de sus rifles, se desabrocharon los cinturones y pusieron todo sobre el estante. Había una nueva puerta, esta vez de color negro:

POR FAVOR, QUITENSE EL SOMBRERO, EL MANTO Y LOS ZAPATOS

         -¿Qué, nos los quitamos?
         -¿Qué podemos hacer? Quitémosnoslo todo. No cabe duda que la persona que hay dentro debe ser muy importante.
         Al unísono se quitaron el sombrero y el abrigo,los colgaron
en una percha y,tras quitarse los zapatos, se dirigieron hacia la puerta. Entraron y se encontraron escrito detras de la misma:
         
POR FAVOR, COLOQUEN AQUI SUS ALFILERES DE CORBATA, LOS GEMELOS, LAS GAFAS, LA BILLETERA Y TODO LO MENUDO QUE TENGAN ASI COMO TODAS LAS COSAS METALICAS PUNTIAGUDAS

         Al lado de la puerta había una hermosa caja fuerte de color
negro. La caja fuerte tenía la puerta abierta,incluso tenía su
llave correspondiente.
         -¡Aja!, parece que preparan la comida utilizando electricidad, por eso las cosas metálicas puntiagudas resultan peligrosas.
         - Sin duda, aunque también, pensándolo mejor, éste debe ser el lugar donde debamos pagar la factura a la salida.
         - Eso parece, efectivamente.
         - De eso se trata, sin duda.
         Ambos amigos se quitaron las gafas, se desprendieron de los gemelos y lo encerraron todo en la caja fuerte echando la llave. Andaron un poco hacia otra puerta ante la que se encontraba un cántaro de cristal. En la puerta había escrito lo siguiente:



UNTENSE EL ROSTRO, LAS MANOS Y LOS PIES
CON LA CREMA QUE HAY EN EL CANTARO
Efectivamente, el contenido del cántaro era crema hecha de leche.
       -¿Para qué habrá que untarse de crema?
          -Mira, fuera hace bastante frio, ¿verdad? Pues como dentro está bastante caliente, esto sirve para evitar la agrietación de la piel. No hay duda de que en el fondo debe haber un alto personaje. Fíjate, es posible que en un lugar como éste tengamos la posibilidad de codearnos con la aristocracia.
 
¿SE HAN UNTADO BIEN LA CREMA?
¿TIENEN BIEN UNTADAS LAS OREJAS?

         Tras la puerta había otro cantarito de crema.
         -Ah, es verdad. Yo no he untado las orejas. Me hubieran salido sabañones. Desde luego es admirable la minuciosidad del dueño.
        -Sí, evidentemente es un hombrepreocupado por los mínimos detalles. A propósito yo tengo ganas ya de tomar algo. Verdaderamente empieza a molestarme este pasillo tan largo.
         Justo delante de ellos estaba la siguiente puerta:

ENSEGUIDA ESTARA LISTA LA COMIDA
NO LOS HAREMOS ESPERAR MUCHO
RAPIDAMENTE PODRAN COMER
POR FAVOR ROCIENSE LA CABEZA DE PERFUME

         Efectivamente, delante de la puerta había preparado un frasco de perfume. Los dos caballeros se rociaron el cabello abundantemente. Sin embargo aquel perfume lo que parecía realmente era oler a vinagre.
         -Este perfume tiene un extrano olor a vinagre ¿Qué pasa aquí?
         -Es una equivocacion. Seguro que la criada estaba resfriada y se equivocó al llenar el frasco.
         Abrieron la puerta y pasaron. Tras la puerta había el siguiente letrero en letras doradas:

LAMENTAMOS MUCHO HABERLES PEDIDO TANTAS COSAS
ESTA SERA LA ULTIMA. POR FAVOR COJAN SAL DE LA VASIJA
Y RESTREGUENSELA POR TODO EL CUERPO

         Así es, había colocada una hermosa vasija de porcelana para sal junto a la puerta.
         En ese momento ambos jóvenes, asustados, con los rostros llenos de crema, se miraron mútuamente.
         - Esto es realmente extraño.
         - Lo mismo me parece a mí.
         - Eso de las muchas demandas lo que significa es que piden al que entra.
         - Por eso, este restaurante europeo no es como nosotros pensamos que dan de comer comida europea a los clientes, sino que preparan esa comida con los clientes que vienen. En una palabra que...que... que nos... que nos...- no pudo terminar de explicarse el joven caballero debido a los temblores que le sobrecogian. El otro caballero iba también a decir:
         - Entonces nosotros... a nosotros...-, pero el temble le impedía expresarse.
         -¡Huyamos...!- dijo temblando uno de ellos echando hacia atrás intentando abrir la puerta, pero la puerta no se abrió ni un centímetro.
         Hacia el fondo había otra puerta con dos aberturas para las llaves en forma de tenedor y cuchillo.
       HAN HECHO USTEDES UN BUEN TRABAJO,
PERO QUE MUY BUENO.
VENGAN, VENGAN AL ESTOMAGO

         La frase estaba escrita en la puerta y, para colmo, a través
de las cerraduras dos ojos azules lo inspeccionaban todo sin descanso.
         -¡Gua, gua.gua...!-lloraban los dos, estremecidos por el temblor. Entonces,tras la puerta, se oía decir en voz baja:
         -Ya se acabó. Ya se han dado cuenta. Seguro que no se restregarán con sal.
         -¡Lógico! La equivocacion ha estado en lo que ha escrito el jefe. Escribir una estupidez tan grande como que lamentamos haberles pedido tantas cosas, ¿ a quién se le ocurre tamaña tontería?
         -Da igual, de todas formas no nos dará ni los huesos.
         -Eso está claro, pero si estos tipos no entran todo será culpa nuestra.
         -¿Los llamamos? ¡Vamos a llamarlos! Oiga, señores, vengan, vengan, entren pronto. Los platos están lavados y la verdura preparada. Lo único que queda es colocarlos a ustedes encima de estos blancos y relucientes platos. Vengan, entren pronto.
         -Entren, entren, ¿o es que no les gusta la ensalada? ¿0 prefieren que encendamos el fuego y los friamos? De todas formas, no se demoren y entren ya.
         Ambos caballeros,  tremendamente horrorizados, tenían el rostrocomo el papel arrugado. Se miraron mútuamente llorando en silencio.Dentro se sonrieron y volvieron a gritar:
         -Entren, entren. Si siguen llorando ¿no ven que la crema se va a derretir? - ,y volviéndose hacia el jefe - Si, enseguida llevo
la fuente. Entren rápidamente, señores.
         -Entren rápidamente. El jefe ya tiene puesta la servilleta y el cuchillo en las manos. Se está relamiendo esperándolos.
         Ambos jovenes no dejaban de llorar cuando, de pronto, detras de ellos:
         -iGuau, guau, guau!-, aquellos dos perrazos rompieron la puerta y entraron en la habitación. Los ojos desaparecieron de las cerraduras y los perros recorrieron la habitación gruñendo.
         -iGuau!-, volvieron a ladrar fortísimamente y se lanzaron
 hacia la puerta a toda velocidad. Se abrió de un golpe y los perros, como si fueran absorvidos, se introdujeron en la habitacion. Al otro lado, en medio de la más tenebrosa oscuridad:
         -¡Miau!¡Guau!¡Go,go!-, se oían gruñidos de animales y siguieron escuchándose un buen rato hasta que la habitacion desapareció como el humo y ambos jóvenes se encontraron en medio de la hierba temblando de frio.
         Mirando alrededor se podía ver como las chaquetas,los zapatos, los alfileres de las corbatas,los billeteros se encontraban colgados sobre las ramas y desparramados por los troncos de los árboles.
         Empezo a soplar el viento haciendo silvarlas hierbas, crujir las hojas y entrechocar las ramas de los árboles.
         Los perros volvieron al poco y tras ellos se escucho una voz
que gritaba:
         -¡Señores !¡ Señores !
         Ambos jóvenes se incorporaron rápidamente y empezaron a gritar:
         -¡Eh, eh!¡Aquí,aquí!¡Pronto!
         El cazador se presentó apartando la hierba, vestido con su coroza, ante lo que los dos caballeros terminaron tranquilizandose del todo.
         Se comieron lo que el cazador les trajo y a la vuelta compraron los faisanes, volviendo rápidamente a Tokyo. Sin embargo lo único que no les volvio a su primitivo estado fue aquel aspecto de papel arrugado por mucho que hubiesen vuelto a Tokyo y por mucho que se metieran en el baño de agua caliente.



martes, 2 de febrero de 2016

DIAMANTES

Lo mismo que en primavera, en medio del otoño se presentaban varios días de ocio y esparcimiento. Las cosas por hacer se amontonaban pero había decidido darse un día de descanso y continuar trabajando al siguiente.
         Iba a ser un día de movimiento del cuerpo, de patear los alrededores y no acordarse ni de la sombra de los quehaceres hasta que el día siguiente apareciera en lontananza rasgando el azabache de la noche.
        Por la mañana, tras un descanso reparador y tomar algo para que las fuerzas volvieran a su ser, se montó en los zapatos y se puso a caminar.
         Una de las características de su hábitat era el terrero hecho a martillazos en que se encontraba la ciudad en que vivía. Cuesta arriba, cuesta abajo. Eso favorecía usar todos los músculos del cuerpo a la hora de caminar.
         Una hora de camino lo llevó al barrio en que había vivido por largo tiempo. Todo le resultaba familiar. Era la hora del descanso. Un café y un bocado le dieron las fuerzas necesarias para respirar y pensar qué hacer después de volver a casa y ducharse.
         Unos días antes, en las escaleras por las que bajaba para cambiar de tren, había contemplado un gran cartel en el que se anunciaba una gran exposición dedicada al diamante.
         El interés personal por los metales o piedras preciosas para uso personal era nulo. Quizás la asociación de tales objetos de valor con determinados grupos sociales y personas en apogeo de su poder le tiraban para atrás. Tampoco el uso simbólico social de anillos de compromiso ni tales romanticismos trasnochados, parafernalia tras la que se esconde el orgullo, el deseo desenfrenado de poder, de la comedura de coco comercial, no le atraían especialmente para su uso privado.
         Pero como persona sensible a la belleza que se consideraba, podía admirar la espléndida refulgencia de una piedra y la belleza que transmitía al portador de la misma. Admirarla y gustarle. Uno no excluía lo otro.
         En los últimos meses, perdido en uno de los miles de canales televisivos que había, pudo ver varios programas dedicados precisamente al diamante.
         Las profundidades de la tierra escondía en sus entrañas su codiciada piedra. Nadie diría que era de la familia del carbón. Aunque todo el sistema de extracción era más sofisticado y había menos accidentes, el sufrimiento de los pueblos extractores, los menos beneficiados de todos en la cadena que lleva a la joya, no podía ser olvidado a la hora de contemplar tal maravilla.   
         La comercialización. El poder de la palabra de honor a la hora de comprar, el sentido de justicia caballeresca o venganza, en caso de no cumplir la palabra dada, formaba el segundo escalón de la cadena hasta estar en manos del cliente, mujer en la mayoría de las ocasiones.
         Una breve historia de la forma de cortar el diamante, de los estilos, según épocas e incluso paises. Algunos nombres de los grandes maestros, olvidados por su mala memoria, eran el único bagaje que le había dejado la televisión.
         Volvió a casa, se aderezó, y tras comer algo, la tarde iba a ser larga, se dirigió hacia el tren nuestro de cada día. Dirección, la colina de la cultura.
         El pleno otoño daba al cielo un color muy especial. El día era frío, el aire límpido, y la ropa límpia. Aunque había un poco de todo, le llamaron la atención algunas señoras, dos, tres, vestidas de kimono. No vestían diamantes. No los necesitaban. En las manos alguna sortija con algo que se veía piedra, ¿diamante?
         Realmente iban elegantes. Habian elegido unos colores equilibrados con la estación del año. Un diseño a través del cual se podía ir la mente a los árboles, transformados en colores de todo el arco iris gracias a la sabiduria de la naturaleza. Ciertamente las joyas no parecían hacer migas con el kimono, se le ocurrió pensar al albedrío.
         La estación término estaba, como siempre, abarrotada, un hormiguero humano que se movía en todas direcciones. Por la escalera que llevaba al lugar de la exposición, un reguero de mujeres se apresuraba como pájaros cantarines,
         Lo mismo va todo este gallinero a ver la exposición, pensó. Pero dentro sabrán moderar su algarabía, supongo.
         Unos meses antes había disfrutado del ambiente de los cerezos en flor. Ahora algunos árboles aparecían teñidos del rubor de la vergüenza o de la sangre de tantos muertos que mediaban entre la entrada de la primavera y la recta final hacia el invierno.
         Iba a ver una exposición. No era hora de ponerse ni cínico ni trascendente, ni... triste, pensaba. Pero lo cierto es que ese día carecía de acompañante con quien compartir la visión de las obras de arte.
         Llegó a la ventanilla de los billetes y cuando iba a comprar su entrada, en la ventanilla de al lado había un rostro que le resultaba familiar. ¡No! ¿Cómo era posible? ¡Violeta! ¿Cuánto tiempo hacía que no se veían? Mucho. Nada la había transformado en su rostro juvenil. Aunque su vestimenta había dado un cambio de trescientos sesenta grados. Vestía de kimono. Línea perfecta, cinturón acorde con el diseño, un sobrepelliz que la hacían aparecer como sacada de un cuadro, de una revista con fotos de moda.
         Neófito en el tema. sólo podía decir:¡Bella! Cuando la conoció era una veinteañera a la moda. Entonces le pareció un poco extravagante, aunque todo le sentaba bien.
         Un día, sin saber por qué, le había insinuado que su figura le parecía muy apropiada para usar kimono. Palabras que se dicen y surten efectos fulminantes. Ahora la veía desde la altura del tiempo y no podía creerlo. Aquella frase le había dado un vuelco a su vida. Se había convertido en diseñadora de kimono y de joyas. Aunque no era experta en el diamante, tampoco le era extraño.
         Aquello era tener suerte. Se había encontrado con una belleza que le acompañara y además le enseñara algunas cosas en las que él se encontraba in albis, que diría el refrán. Y como diría el poeta, aquel día creía en Dios.
         Se dirigieron al edificio. Antigua residencia de uno de los Príncipes de principios del siglo XX, tenía todo el gusto modernista adaptado al país. No desentonaba en absoluto y al mismo tiempo se veía muy moderno.
         Un amplio salón daba la bienvenida al visitante. Se entraba por la parte izquierda. Amplitud, techos altos, elegancia y adosadas a las paredes y en medio de las salas, vitrinas con las joyas expuestas. Y mujeres, mujeres, mujeres. No era la algarabía de la calle, pero sí un murmullo de sorpresa, admiración o suspiros de resignación llenaban el ambiente.
         Al igual que su amiga, se habían aderezado para la ocasión. Le recordaba aquel acto social de asistir al teatro en el siglo diecinueve, por el que las damas y los caballeros mostraban sus mejores galas en los palcos y pasillos del edificio. Símbolo de riqueza y poder.
         La elegancia era lo importante. Las damas reunidas en los salones de la exposición, antiguos salones de baile al albur, no estaban quizás a aquella antigua altura, en su conjunto, pero los ojos que observaban no sabrían decir si muchas de ellas iban a ver o a ser vistas.
         Algunas, veinte, treinta años, lucían perlas en competición con los collares y diademas expuestos en las vitrinas. Perfumes de todas las categorías se esparcían por las habitaciones. El ambiente era embriagador, lo que hacía que tal vez las damas y damiselas se vieran más bellas.
         Alguna que otra iba un poco demasiado descotada, lo que le daba a su aspecto el deseo de querer colgarse el collar de brillantes que tenía encasquetado alguna de las Princesas que completaban la exposición en forma de cuadro.
         Había también estudiantes de diseño, como su acompañante, a las que se oía hablar del tipo del corte de las piezas, de qué escuela habían salido las mismas, quién había sido el maestro cortador. Y las había que  estaban observando una pieza hasta colocarse delante de todos los presentes.
         La bella Violeta de kimono, le hacía comentarios oportunos o le respondía a sus preguntas, novato al fin y al cabo, con toda la delicadeza del buen maestro.
         ¡Cuánto había cambiado! Había sido una lotería encontrarse con ella. No la había olvidado, pero ahora le gustaba más. A partir de entonces no sabía si le quedaría el recuerdo de la exposición o de ese ángel de luz que se había cruzado en su camino.
         Varios cuadros completaban la exposición. Reinas, Princesas, Damas principales de la Europa de los siglos dieciseis al veinte. Todas pintadas por los mejores pinceles  y enjoyadas en un alarde de realzar la belleza de las damas y de las joyas.
         Tal vez hoy en día sería una ornamentación demasiado recargada. El adorno actual era más simple. Fue pensarlo y a su lado dos jovencitas soltaron la frase: “ Demasiado recargado”, y dieron la vuelta sin dignarse echar una mirada al conjunto de la pintura.
         No es precisamente un comentario tan subjetivo, según los gustos personales, la mejor forma de valorar el arte, aunque en toda valoración lo subjetivo tenga un peso importante.
         Un suspiro se escapó de los labios de una treintañera. Se dieron la vuelta y vieron a una chica enfundada en un traje vaquero, elegante, bien proporcionada, en su estilo, que hablaba con una amiga.
         “ Como no se case una con el director de una compañía...”
         Una exposición de tal guisa estaba tocando los puntos más sensibles y escondidos de las damas en cuanto a deseos reprimidos, ambición o vacuidad se refería. Las piedras salían de lo más profundo de la tierra, arrastraban el hambre y la sangre de mucha gente y venían a encaramarse en una bella representación de los deseos del hombre, deseos no siempre loables, por otra parte.
         ¿Y los caballeros? Ciertamente eran pocos. Algún que otro rechoncho satisfecho que miraba a la esposa con resignación y pena, como diciendo: “¡Qué pena no poder comprartelo!”, o el que tenía un brillo en los ojos con el que afirmaba que cuando salieran de allí le iba a comprar algo a su acompañante.
         Del siglo XVI al XX. De los maestros antiguos a las marcas más significativas de la actualidad. Una piedra que brilla y corta como el viento qua hacía aquella tarde al salir del edificio.

         La belleza de su amiga, el brillo de las joyas y la reacción del paisanaje habían sido un verdadero regocijo. Tras ellos quedaban las lágrimas del continente negro, de miles y miles de personas que a distancia embellecían el cuello de cisne de las Princesas.