domingo, 22 de noviembre de 2015

Chucho y Canito

CHUCHO Y CANITO

        - ¡Guau! ¡Guau! Hola, peque ¿qué tal te va?
        La tarde caía lentamente. El calor había desaparecido y empezaba a correr una leve brisa que hacía agradable el paseo por el parque.
        Ante tan inesperada visita Canito salió corriendo y se refugió entre las piernas de su dueña.
        - Pero Canito – decía la hornorable matrona- ¡qué arisco eres, hijo mío! Si este chucho vagabundo sólo pretendía saludarte.
        De entre las macilentas piernas de la vieja, la cara de Canito apareció totalmente descompuesta. Miró el rostro de su dueña y esto lo tranquilizó un tanto. Abandonó su refugio y se dirigió hacia el perro vagabundo que lo observaba con curiosidad.
        - ¡Hombre! Creía que no vendrías nunca. Perdona, chico, no pretendía asustarte. Sólo pasaba por aquí y deseaba saludarte ya que eres el único ejemplar perruno que hay en esta birria de parque.
        - Eres un grosero- protestó Canito -, este parque es muy bonito.
        - Ja, ja. Permíteme que me ría, pequeño, pero se nota que no estás acostumbrado a andar por el mundo.
        - Bueno, yo vivo en un piso muy bonito.
        - Sí, eso dicen todos. Pero pierden mucho más de lo que ganan viviendo de esa manera y durmiendo en alfombras.
        - ¿Sí? ¿Y qué es lo que se pierde, según tú?
        - La libertad, chucho, la libertad.
        - ¿La libertad? ¿Y qué es eso?
        Ante pregunta tan ingénua, le pareció a Chucho, no pudo por menos que reirse de lo lindo en las narices de Canito.
        - Hombre, esto tiene gracia. ¡Pobre diablete estás hecho! No te enteras de nada. Mira, entre otras cosas, la libertad para un perro es hacer sus necesidades donde le apetezca y cuando le apetezca, y no tener que estar esperando a que lo saquen a uno a la calle para hacerlas. Además, seguro que cuando te orinas en el comedor de tu casa llega esa viejarruca y te zumba.
        - Esa mujer no es viejarruca, ¿te enteras? – gritó histérico Canito-, es una mujer muy buena.
        - Sí, buena. Y además, da lo mismo. Si no es ella son los críos, al fin y al cabo son la delegación de sus padres y descargan sobre ti lo que no pueden descargar sobre ellos. ¿No? Oye, pequeño, que un perro es un perro y no un objeto decorativo. Mírate, pobre diablo. Huele que apestas.
        - Este jabón es muy bueno, y el perfume que me pone la señora Julia es de París.
        - ¡De París! ¡Ja! De la Conchinchina dirás. ¿Sabes de qué está hecho ese perfume, so pelma? – Canito le miró sorprendido-. Mira, matan a los animales, los más diversos, y con sus despojos, sus grasas y esencias de flores, que esa es otra, te preparan esos deliciosos mejunjes. Pobres animales. ¿Cuándo aprenderemos que el hombre es el más aimal de todos los animales? ¿Sabes de qué están hechas las cremas de las señoras?
        - No, respondió Canito todo intrigado.
        - Pues de aceite de ballena, chaval. Sí, de ballena, repitió Chucho ante la cara espantada de Canito.
        - ¿Y eso qué es?
        - Oye, pero tú no sabes nada, ¿eh? ¿Cómo te las arreglas?
        - ¿Y tú cómo sabes tanto, sabiondo?-, preguntó Canito ante la humillante frase que le había soltado Chucho.
        - Sencillo, tío. Sencillo. Porque soy libre y recorro mundo.
        - Tú serás muy libre, pero vas hecho un asco, ladró Canito muy enfadado.
        _ ¿Y qué? ¿Qué saco con estar al lado de una viejarruca como esa?
        - En la casa se está caliente.
        - Caliente, caliente. Y yo me baño en los charcos cuando llueve, huelo las flores, oigo cantar a los pájaros.
        - Pero a ti nadie te quiere y a mí sí.
        - ¿Que nadie me quiere? – ladró divertido Chucho-, ¡Que nadie me quiere! Crío, que eres un crío y no entiendes nada. Es verdad que camino por las calles , pero siempre hay alguien que me acaricia, gente que, como yo, vagabundea que no tiene a nadie con quien hablar y lo hace conmigo, y aprendo muchísimas cosas. Luego están los otros, los que viven en los ataudes de los pisos modernos, siempre te atan con una cadena y te lo prohiben todo, y un perro lo que quiere es correr, saltar, ladrar, brincar. Todas esas cosas, ¿te enteras? ¿A que a ti te riñen cuando ladras en casa?
        - Sí, eso es cierto, dijo Canito agachando la cabeza.
        - ¿No ves? Ya lo sabía. Además , todo ese mundo me lo conozco muy bien. Yo tuve un ama y me escapé de casa.
        - ¿Que te escapaste de casa?
        - Sí, me escapé.
        - ¿Y por qué lo hiciste?
        - Muy sencillo, estaba harto de aguantar los golpes de un ama asquerosa que, encima, me tenía a régimen. Que si Perico por aquí, que si Perico por allí. Que no te mees Perico. Porque yo me llamaba Perico, ¿sabes?
        - ¿Y ahora, cómo te llasmas?
        - Ahora Chucho, todo el mundo me llama Chucho.
        - Pero Chucho no es un nombre bonito.
        - Claro que sí, hombre. Nosotros somos chuchos, y no otra casa tan repipi como los nombres que nos ponen a veces. Chucho es tan natural como nosotros.
        El diálogo se había desarrollado a unos metros de la señora Julia que seguía atenta a su calceta. La tarde era cada vez más apacible. Los pájaros piaban largamente en los árboles mientras los niños se dedicaban a tirarles piedras.
        - Seguro que a ti te tiran piedras también, comentó Canito al tiempo que se tumbaba en la hierba.
        - Sí, a veces. Pero casi siempre son gente con cara de mala uva. Esas que no se atreven a contestarle a su jefe y lo pagan con lo primero que encuentran. O los niños a los que han regañado en la escuela o en casa. Gente así. Los demás suelen comportarse de otra forma. Desde luego hay que tener lástima de los humanos, y la verdad es que si no fuera por nosotros, muchas veces no sabrían qué hacer. Ahí tienes a los San Bernardo en la nieve, o a los Pastores alemanes para los ciegos, o a los perros de los trineos. No sé, muchísimos casos se han dado en que los perros hemos salvado la vida a alguien...
        - ¿Tú has salvado la vida a alguien?
        - Sí, hace poco me ocurrió una cosa así. Iba por la orilla del lago y había un hombre que parecía ahogarse. No me tiré al agua porque no tengo
mucha fuerza, ya ves. Soy muy escuchimizado, como decía mi ama. Claro que ella me estaba matando y no se enteraba la pobre. Bueno, lo que te decía. No me tiré, pero salí hasta la carretera que pasa cerca del lago. Ladraba tan fuerte que los vecinos de una granja acudieron al oirme. Estaban muy extrañados, pero me siguieron y pudieron salvar al hombre.
        -¡Qué valiente!
        - Sí, si, valiente. ¿Sabes cómo me pagó el buen señor? A los tres días me estaba pegando estacazos.
        - ¡Qué bestia!
        - Sí, pero luego dicen que las bestias somos nosotros.
        - Tienes razón.
        - Pero no importa, soy feliz viviendo así. Me divierto mucho observando a la gente. Pobrecillos.
        Las primeras farolas empezaron a encenderse y el sol dejaba su estela roja sobre las nubes de poniente. La señora Julia comenzó a recoger sus bártulos.
        - Canito. Canito. Bonito, vamos. Venga...
        - Chucho, me tengo que ir. Me ha gustado mucho ladrar contigo, pero tengo que irme.
        - ¿No ves? Si vivieras como yo no tendrías que irte de ningún sitio, porque cualquier sitio sería tu hogar.
        - No sé. Me ha gustado mucho conocerte. Desde luego me vas a hacer pensar. Bueno, adiós.
        - Adiós, pequeño. Aquí tienes un amigo.

        Se husmearon como perros y Canito se dirigió hacia donde se encontraba la señora Julia. En el cielo las primeras estrellas hicieron su aparición

jueves, 12 de noviembre de 2015

La guitarra

LA GUITARRA


        El concierto estaba programado para las ocho de la tarde. Como siempre, en estos casos, la gran sala oficial en que se iba a desarrollar el acto estaba repleta de público, bien compuesto, elegante, maravillosamente atildado para el evento.
        Joaquín se encontraba un poco cortado. Sus vaqueros medio raidos y sus zapatillas de tres años atrás le daban un aspecto extraño, casi de pedigüeño asqueroso. Si a eso unía su cara cadavérica de opiota empedernido y borrachín de barrios bajos, el contraste no podía ser más evidente.
        Mientras desde el fondo oscuro de sus ojos iba observando a la gente que le rodeaba, una sonora ovación le asustó y le sacó de su ebrio sopor de marihuana y coñac.
        Un hombre de unos cincuenta años, bajito, regordete y lustroso, salía desde el fondo aterciopelado del salón, con una guitarra en la mano. Su traje, le pareció a Joaquín, era uno de tantos de los que se veían en la ciudad cuando un grupo de gentes pertenecientes a cualquier extraña agrupación acudía a la ciudad.
        Lo único que le llamó la atención de traje tan vulgar fue la corbata. No era una corbata normal. Ni la corbata convencional de los burócratas de turno, ni la odiosa pajarita de las recepciones oficiales. Aquello era distinto. Desde el trasfondo del cuello le salía hacia adelante un hermoso lazo de color rojo. Le pareció un lacito de niña encopetada en domingo cuando pasea al lado de su hombre y quiere dar la nota.
        - Encantador, pensó Joaquín. Me lo comería a besos y luego me ahorcaría con su corbata.
        Intentó mirar el programa de mano y saber quién era aquel tipejo extraño que iba a deleitar sus sucias orejas. Estaba tan aturdido que decidió llamarle Ernesto. Sabía que no era su nombre pero, al fin y al cabo , daba lo mismo. Allí lo único importante era la música, maravillosa droga que no había que aspirar y no quemaba los pulmones.
        El estúpido aplauso dejó de sonar y el silencio que le siguió olía a cementerio.
        La guitarra, maravilloso cuerpo de mujer desnuda, se encaramó entre las manos del artista. Con un golpe seco se rasgaron sus entrañas y de su boca las notas volaron como palomas buscando libertad.

...GRANADA...

        Granada, rojo atardecer de la Vega. En lo alto de la Alhambra, desde las misteriosas ventanas del Salón del Trono, cúpula ascensional y mocarabérica, observaba al Paseo de los Tristes. Allá al fondo, río Darro incluido, una suave niebla se levantaba sumergiendo al visitante en un éxtasis sensual perfecto.
        A los pies del monumento, sentado delante del Bañuelo, lo miraba en su plena majestuosidad. El cielo estrellado le traía a su lado el recuerdo del cuerpo ardiente de su amada.
        Subió por las estrechas callejas hasta la Plazoleta del Beso. Rosa le hablaba quedo al oido. Los besos habían agotado las palabras y sólo la mente volaba por encima de los picos nevados de la sierra. Una luz indecente vigilaba sus caricias. Por debajo de la luz una especie de extraño garabato se reía de ellos.
        - Es un número, decía Rosa.
        - ¡Que no! ¿No ves que es un paraguas?
        - Oye, tú estás borracho.
        - ¿Que yo estoy borracho? Oye, tú, ninfómana, no te pases...
        Herido en su machismo a ultranza por las palabras de Rosa, quiso levantarse y dar unos pasos hacia adelante. En su estúpido deseo de querer demostrar que estaba sobrio, fue directo hacia la fuentecilla que había en el centro de la plazuela. Rápidamente pudo sujetarse, pero a punto estuvo de caer de bruces, a no ser por el brazo de Rosa. Gracias a ella sólo su cabeza recibió un buen chapuzón.
        - ¡Por todos los diablos! Esto no estaba aquí antes, gritó. Rosa no pudo contener la risa. Lo acarició dulcemente en el pelo, lo besó largamente y haciéndole eco a las estrellas decidieron dar un paseo.

...RECUERDOS DE LA ALHAMBRA...

        - Oye, ¿este cacharro funciona?
        - Claro, hombre. ¿Ves lo malo que parece? Pues con este cachibache he hecho mis mejores fotografías.
        - Tú, que eres profesional, rió Joaquín.
        - Venga, vamos, que tengo ganas de salir guapa en las afotos.
        Con su aspecto de turistas desnutridos subieron la larga cuesta que los llevaba a la entrada de la “Casa Roja”
        El agua, eterna compañera del sueño, corría por los arrayanes y los surtidores. El cielo estaba límpio y el calor era sofocante. Perdidos en una de las tantas salas del monumento, Rosa se sentó en una de las ventanas que daban a los patios.
        - Así, quieta, dijo Ignacio. ¡Preciosa!
        Como por encanto, con la velocidad del gamo, Joaquín se arrodilló ante Rosa y con su mano en los labios formaron una pareja escultórica.
        En ese momento el flash iluminó la estancia y una sonora carcajada brotó de sus gargantas. 

LA GUITARRA II
...CAPRICHO ARABE...

        - Mira, allí viene Juan. ¡Juan, Juan!
        - ¡Hola, golfantes! ¿Qué haceis aquí?
        - Pues nada. Esperándote, contestó Joaquín.
        - Con que esperándome. ¿Y esos cubatas , qué?
        - ¡Hombre!, respondieron al unísono Rosa y Joaquín, ¿Están tan baratos!
        Los tres rieron de lo lindo y empezaron a beber como cosacos. Aquella noche la cena fue buena y copiosa. Las chuletas que Rosa había traido de su pueblo se las comieron con la velocidad del rayo.
        Dado el estado de embriaguez de Joaquín, le sentó mal la comida. Y lo malo, pensaba, es que mañana nos espera el jefe para el examen. Para eso estoy yo, para Infiernos.
        - Sinvergüenza, le gritaba Rosa desde la cocina. ¿Para eso traigo yo las chuletas, para que tú las desperdicies con tus vómitos?
        - Rosita, Rosita, de verdad, yo no quería. Eso es, sí señor, decía con su lengua estropajosa Joaquín. Eso es, ¡Hip! Si yo...!Hip! Eso es, es la coño-cola la que tiene la culpa. Los voy a demandar, ....sí señor....
        Entre Juan y Rosa lo metieron en el baño y le dejaron caer el agua fría de la ducha sobra la cabeza.
...SERENATA INGENUA...

        - Bueno, titis, ahora a bailar.
        La noche era fría, pero el vino que bebieron durante la cenales hacía sentir en el cuerpo un calorcillo especial.
        - Pero Joaquín, le susurraba Carmela al odio, que tengo que ir a dormir a mi casa.
        - De eso nada, chati. Tú esta noche duermes conmigo.
        - Sí, eso es lo que tú quisieras. ¡Que no, que me voy!, contestó Carmela entre sensual e ingenua.
        - Sí, sí, ya te aguardarías. Además ¿para que te salgan los lobos y te despedacen por el camino? ¿no te sirvo yo, gatita?
        En un diálogo de alucinados, Carmen se dejó convencer en su púdica vergüenza. Joaquín sabía que si terminaba con ella en el catre no iba a ocurrir nada. Estaba preparado y tampoco le apetecía demasiado comprometerse a tanto con aquella mujer, pero le resultaba divertido la idea de romper los esquemas de puritana tan especial. Sentía aprecio por ella, pero quería demostrarle que la vida no se encerraba en aceptar el orden establecido de forma tan cerrada y estricta. Siempre cabía un margen de ocio lo suficientemente amplio como para que no hubiese ningún tipo de peligro en los esquemas prefijados por la sociedad. Al fin y al cabo los hombres no eran tan lobos como ella decía.
        Entre risas y acaramelamientos, las tres parejas subieron , Cuesta Chapiz arriba, hacia el Sacromonte.

...EL BOLERO DE RAVEL...

        Joaquín y Carmen se despistaron de los demás. Se perdieron en la pista lenta que había en la cueva y, como dos carneros enamorados, enlazaron sus cuerpos al ritmo suave de la música.
        - Oye, so fea. Eres una mentirosa.
        - ¿Que yo soy una mentirosa?
        - Sí, so choriza. Me has engañao.
        - ¿Ah, sí?, respondió Carmela haciéndose la interesante.
        _ Sí. Porque sabes bailar mejor que yo. Y ahora te toco el culo.
        - ¡Quieto!, dijo ella riendo.
        - Anda, tonta....
        Cualquiera que estuviera observando la escena diría que la pareja estaba entrando en trance. Pero cuando Joaquín bajaba la mano por la espalda de Carmela para acariciar su sugerente trasero, ésta, en un rapto de inspiración, se le desplomó en los brazos llorando.
        - ¡Eh! ¡Vamos!, decía Joaquín mientras la arrastraba hacia uno de los apartados de la sala. Le dio un pañuelo medio sucio y la sentó a su lado.
        - Leche, tampoco es esto, pensaba Joaquín. Que no la voy a violar. Siempre tiene que dar la nota... ¿Será posible?
        - Vamo, ¿qué pasa?, dijo un poco furioso en su mala lucidez.
        En su histerismo lloroso, Carmela fue desgranando toda una serie de cosas que Joaquín no entendía. La hermana, el novio, el no sé qué de un rapto.
        - ¡Ay! ¡Mi hermana es muy desgraciada! ¡Cabrón! Que na más que eso es mi cuñao, un cabrón.
        - Bueno, bueno, no es para tanto. Mira, ahora no entiendo nada de nada. Me lo explicas mañana ¿vale? ¿Así vamos a celebrar la quiniela?
        Entre tanto, las otras parejas se acercaron a ellos, encontrándolos en un diálogo deshilvanado y borracho en el que cualquiera que no estuviera igual se hubiera reido de lo lindo.
        - Vaya par de tórtolos. Nosotros buscándolos y ellos aquí pegándose el lote, dijo Antonio.
        - Si supieras, seguro que no dirías eso.
        - ¿Qué ha pasado?
        - ¿Qué ha pasao? No, na de na. La muchacha que se ha puesto histérica y ha empezado a llorar.
        Mientras les fueron explicando lo ocurrido, salieron a la calle y una fría bofetada de la noche les refrescó la mente a todos.

...EL AMOR BRUJO...

        La habitación era lo suficientemente amplia como para albergar una cama, una mesita de noche, un armario y un flexo.
        - ¿Tienes un pijama?, preguntó Carmen mientras Joaquín se desvestía.
        - ¿Un pijama? ¿Para qué quieres un pijama?
        - ¿Para qué va a ser? ¡Para ponérmelo!
        - ¡Ah! Claro, claro... Sí, debajo de la almohada está.
        Mientras Carmela se iba al cuarto de baño a cambiarse, Joaquín se metió en la cama y la esperó totalmente alucinado.
        - Se está bien aquí, dijo Carmela al volver, metiéndose en la cama contra la pared. ¿Tienes música? ¿Qué tienes?
        Joaquín alargó la mano hacia el cajón de la mesita y sacó varias cintas de casete.
        - Rasmaninov, Bettoven, Albéniz, Falla....
        - Pon a Falla, por aquello de que estamos en Granada.
        Tonta hasta el final, pensó Joaquín poniendo la música.
        En la radio-casete empezaron a sonar los primeros compases del “Amor Brujo”. Mientras tanto Joaquín se fumó un cigarrillo y entablaron una charla entre animada y tonta. Joaquín apagó la luz azulada del flexo. En la oscuridad del cuarto y a los acordes de la música, Eros entró por la ventana. Las manos de Joaquín comenzaron a palpar las ropas asustadas de Carmela. Entre tiras y aflojas, reproches y risas, las manos se deslizaban por el cuerpo de la muchacha.
        De pronto, un ruido estrepitoso hizo venir al cuarto de Joaquín a sus compañeros de piso.
        - ¿Qué ha pasado?, preguntaban mientras encendían la luz.
        - Un terremoto. ¡Ahhhhhh! , respondieron desde el suelo.


        Tras los últimos compases de “Los Rumores de la Caleta” estalló un estruendoso aplauso. El hombrecillo de la cinta roja en el cuello saludó al público radiante de felicidad.
        Joaquín se enderezó como pudo y salió a la calle. Caminaba hacia la Judería, que lo esperaba con los brazos abiertos. En su estado no veía nada ni a nadie de lo que le rodeaba.
        Al torcer una de las esquinas se quedó mirando sorprendido. Aquel no era un ser de este planeta. Medias plateadas y con calados sugerentes, falda lujuriosamente corta y una blusa ajustada hacían resaltar una especie de ojillos que se encendían y apagaban en lo que alguien diría que no era sino un prominente pecho de mujer.
        - Oiga, ¿qué planeta es éste?, preguntó tocando uno de los botones. Una sonora bofetada lo tumbó en el suelo mientras la calle estalló en una carcajada grandiosa. A los pocos segundos, su amigo Mustafá y la Niña de la Mochila Azul le levantaron del suelo.
        - ¿Qué te ha pasado?, le preguntaron.
        - ¿Eh? ¿Dónde estoy?
        - Aquí, en la calle Deanes, junto a Plateros.
        - ¿Qué ha pasado? Pues no lo sé, tios, no lo sé. Pero nunca creí que con una guitarra se pudiera flipar tanto.


lunes, 2 de noviembre de 2015

El baño

EL BAÑO

Muchas son las sorpresas que suele deparar encontrarse metido en medio de otra cultura, de otra forma de vida. Cada pueblo, por circunstancias, por ideosincrasia, por religión o ideología, según su grado de desarrollo o su etapa histórica mantiene unas costumbres que lo diferencian de los demás en cuanto al baño se refiere. Esta es la historia del señor Suzuki, podría haber sido la del señor Tanaka. Un día en su vida y en su baño, ofuro .

El señor Suzuki se levantó a las seis y media de la mañana. Su esposa le tenía preparado el desayuno y él sólo tuvo que tomárselo y salir corriendo para tomar el tren. El señor Suzuki toma el tren todas las mañanas a las siete y cuarto. Hasta su oficina tarda hora y cuarto. El tren, como de costumbre, va abarrotado.

El señor Suzuki trabaja desde las nueve hasta las cinco. A veces echa horas extras, la situación está mal, o se va a tomar una copa con los compañeros. Pero lo que realmente le gusta es volver a casa temprano y tomarse y baño.

Hoy el señor Suzuki ha vuelto pronto a casa. A las siete ya se estaba descalzando en el zaguán. Un suspiro de alivio y placer recorre el pasillo de la casa. Su esposa le tiene preparado el baño. El prefiere tomar un baño antes de cenar. Se demora bastante en el baño. Su esposa prepara la cena mientras lo hace.

El señor Suzuki pasa al cuarto de baño. tiene un buen empleo y, aunque aún tiene que pagarla, se ha construido una casa con un buen cuarto de baño. Antes de pasar a la sala del baño hay un espacio en que la lavadora y demás trebejos de limpieza se colocan. Tiene un lavabo, un armarito para poner lociones y demás productos de belleza y acicalamiento, una silla para sentarse mientras se va despojando de la sudada ropa. La va dejando en una canasta de bambú para ser lavada al día siguiente.

El señor Suzuki abre la puerta del baño. La sala tiene espacio suficiente como para estirar el cuerpo e incluso tumbarse en el suelo. A la derecha hay una bañera en la que puede estirarse tal cual largo es. ¡Qué placer!

El señor Suzuki debe bajar un escalón para entrar en el cuarto de baño. La bañera está automáticamente preparada para que el gas caliente el agua sin necesidad de mojarse las manos. Un sistema muy cuco de ventilación permite que el vapor y los posibles escapes de gas no se acumulen en la sala del baño.
El señor Suzuki agarra una especie de palangana de plástico, la mete en las bañera, la saca llena de bullente agua y con una especie de toalla entre nilón y materiales esponjosos se va calentando el cuerpo, despacio, muy despacio. Llena otra vez la palangana y se la echa por encima de la cabeza. ¡Placer de dioses!
Entra en el baño y se zambulle en el agua vaporosa hasta la comisura de los labios. Mete la cabeza en el agua. ¡Qué descanso! Sale de la bañera y se dispone, caliente el cuerpo hasta la médula, a lavarse. Se va embadurnando con jabón los brazos, la cara, las axilas, el pecho...Primero la parte superior del cuerpo. Una, dos veces, destensando los músculos agarrotados por la fatiga. Despacio pero enérgico. Una vez terminada la parte superior le toca el turno a la inferior. El lavado es un lavado masaje. Restregando esponja y jabón como una adolescente que palpe su cuerpo a punto de florecer. Hay que quitar la fatiga. El baño se convierte así en un acto de agradecimiento a los dioses, y ,como todo ritual religioso, se impone la seriedad y la atención de la obra bien hecha.

El señor Suzuki ha terminado el lavado propiamente dicho del cuerpo. Para terminar de quitarse el jabón un par de palanganazos de agua por la cabeza y....¡ya!. ¿Terminado? No, por favor. El señor Suzuki vuelve a entrar en la bañera. ¡Ah!, suspira. ¡Ni las Uries del Paraiso! El señor Suzuki vuelve a repetir la operación de arrebujarse en el agua, dejar que su cuerpo se abra con el calor, que le llegue a la médula de la sangre, que las irritaciones y los malos humores se vayan con el calor del líquido elemento. Somete su cuerpo a una sesión de masaje dentro del agua. Esta vez está, medio dormido, veinte minutos dentro del agua, por el simple placer de estar. Cuando sale otras dos palancanadas de agua terminan con el rito. Para que sea completo, la última es agua fría. El cuerpo se encoge, pero el calor no se escapa.
Su esposa, entretanto le ha dejado preparado en la antesala el pijama y una bata. El señor Suzuki se seca despacio, a conciencia. No debe quedar una gota de agua en el cuerpo. Cuando termina se dirige al comedor. Una rica y copiosa comida le espera. La riega con cerveza. El baño ha durado una hora.


                                 Posdata.- Cuando alguien me pregunta qué me llevaría de Japón a mi país le respondo : “El baño del señor Suzuki”.