lunes, 12 de octubre de 2015

CARNAVAL


CARNAVAL

        Durante dos días el tiempo había sido espléndido. Cálido, primaveral, magnífico. Aunque a la caida de la tarde, sendos chaparrones habían refrescado el ambiente. Ni que estuviéramos en el Trópico.
        Aquella mañana, como todas las mañanas, se había levantado y puesto la televisión. La chica del tiempo lucía fresca, azul, como la imagen del firmamento mañanero. Un azul profundo que se dijera andaluz o castellano. Un azul puro y penetrante, tan penetrante que hacía daño a los ojos.
        El día se presentaba árduo. Aunque entreverado de tiempo libre, de la mañana a la noche, había que estar con los nervios alerta. La vida. Las pocas ganas que tengo de salir. Llamar a alguien, charlar, escuchar música....Ni modo.
        Unas tostadas y un café más o menos cargado y a la rua, a buscarse el pan nuestro de cada día . La bolsa no pesaba mucho. El material de trabajo lo había dejado en el centro el día anterior para no tener que ir demasiado cargado.
        El día era espléndido. Pero, cuando llevaba un par de cientos de metros caminados, empezó a sentir el cansancio acumulado. Por la parte izquierda del cuerpo corría un dolor nervioso que le cortaba casi la respiración. Otra vez, pensó. Respiró hondo, profundo, y se fue directo hacia el tren. Ese día iba unos minutos más tarde de lo normal. Llevaba tiempo suficiente, pero unos minutos más o menos significaba ir en un tren con holgura o ir en una lata de sardinas.
        Bueno, consideró. De algo hay que morir. Se puede uno bajar en la estación siguiente y cambiar de tren, aunque se llegue un poco más tarde...
La experiencia dice mucho. Cuatro minutos de tiempo representaba casi el doble de gente en el vagón. La respiración se hacía dificultosa.
        No es a la derecha, es a la izquierda. Sí, hay que bajar por la izquierda. En la estación siguiente se bajó. Mierda, me he olvidado de telefonear a M. Bueno, a mediodía. Seguro que a esta hora estará con los vapores del sueño y será la leche en polvo.... Se bajó, subió las escaleras abarrotadas, y se dirigió al otro andén, que anden, que anden. Oiga, ¿el próximo tren? Este andén está fuera de servicio.... Mèrde... La he hecho bien. Ahora el tren de allí irá como sardinas enlatadas para la exportación. Bueno, a respirar profundo. Dice la gente que sabe que así se quitan muchas cosas raras. Pues a respirar. Pero ni con respiración ni sin respiración, cuando el cuerpo está mal, está mal. ¡Tonterías de ilustrados bellotoides! Menos mal, ya se acerca la estación en la que puedo cambiar y sentarme...
        Señoras y señores, en la estacción xxx una persona se ha caido a la vía. Lamentamos el retraso que van a sufrir ustedes. Les rogamos cambien a las vías uno y dos, del metro.
        La vista se desplazó en un instante hacia esas vías. ¡Dios! Un hormiguero... Escaleras arriba. Los pasillos, amplios, de la estación estaban aún más abarrotados que los andenes.
        Tira que tira de móvil, celular, ketai o leches en vinagre.
        Oiga, soy Periquito de los palotes. Que estoy en x, sí, un accidente. Sí, bueno, eso dicen los altavoces. Algún hijo de su madre que ya estaba harto de vivir y nos quiso amargar la mañana. No hablaba la boca, pero hablaba la cara, transmitiendo lo que pensaba alguna neurona enloquecida. Que sí, que si puedo voy en taxi hasta la estación de xx para llegar a tiempo. Y si no, pues... Bueno, veré lo que se puede hacer....
       Hijo de puta, mira que caerse a la vía, con la prisa que tengo. Y ni metro, ni autobús, ni taxi, ni leche. La voz era un susurro, pero era.
        Yo también tendré que dar un telefonazo, se murmuró. Hombre, como todo quisqui inmovilizado. Allí hay unas cabinas. No tan raro. Con tanto móvil, ya casi vacías Vaya , el contestador. Periquita, que no sé cuando se va a mover el cacharro este. Alguien que no se sabe si se ha caido, si se ha tirado, ha sido arrojado o ha sufrido un accidente. Que la gente espere si le apetece. ...
        Misión cumplida. Ahora a buscar...¿A buscar un taxi etc? Ni muerto. Gente, gente, gente. No hay nada como observar a la gente en estas circunstancias. Miradas cívicas al reloj, telefonazo a diestro y siniestro, angustias retasadas por la purga del jefe. ¡Es usted imbécil! ¿No podía haber cogido un taxi? Hoy tendrá que hacer horas extras. Es que... ¿A mí que me importa que un imbécil se tire al tren? Yo lo que quiero es que estén aquí a su hora para trabajar. Sólo trabajando ganamos a la competencia. ¿Lo entiende?
        Tal vez no era eso lo que pensaban los cerebros, pero sí lo que decían los ojos de aquellos rostros angustiados. Los contemplaba y no sabía si ponerse a reír o a llorar.
        Había salido de la estación con la aparente intención de buscar un autobús.... Volvió de nuevo. Algo decían los altavoces. Del andén uno al ocho, la gente corría como loca.... Loca, loca ... ¡Qué espectáculo! Y un recuerdo. Ese tren era en el que yo iba y me bajé cuando me sentía tan mal. ¡Leche! Y no es la primera vez. También aquella otra en diciembre. Ah, no, entonces fue que me retrasé un minuto y en la estación delantera ocurrió lo mismo. ¿Casualidad? Lo cierto es que ya estoy mejor. No bien, pero mejor. ¿Fue un presentimiento para no estar en el tren en que se iba a producir el accidente? ¿Quién lo puede saber?
        Volvió a mirar a la gente. Nadie parecía preocupado por el muerto. Más bien cada cual parecía preocupado por su tiempo, por su retraso, por su cuello. Entonces ¿qué ha sido de todos aquellos tejemanejes emocional mediáticos cuando se produjo el otro accidente hace ya un mes? ¿Qué ha sido de tanto lloriqueo ante un accidente de 107 personas? ¿Ciento siete tienen más valor que uno? ¿Qué ha sido esta manipulación emocional? ¿Dónde está tanto pobrecito, pobrecito? ¿Dónde tanta mentira institucionalizada? ¿Quién ha provocado aquel accidente? ¿El conductor? ¿La negligencia de la empresa o estas prisas que cada uno lleva exigiendo perfección, rapidez, competencia? ¿Quién es el culpable de este desaguisado, que diría Don Quijote?
        Cada uno a lo suyo, y el muerto al hoyo de este carnaval de lágrimas de cocodrilo.
A los veinte minutos, el muerto era olvido y todo volvió a marchar sobre railes.

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