martes, 11 de octubre de 2016

LA LUNA Y EL TIFON

LA LUNA Y EL TIFON


A vuela pluma y contra el tifón, echó la mirada al cielo, las nubes volaban como Ferrari en Fórmula 1. El viento soplaba arremolinado.
Afortunadamente no llovía. El paraguas, como tantos despistados en días de lluvia, lo había dejado olvidado en algún lugar de la urbe. No sería extraño que hubiera sido en el tren. Volvió a mirar al cielo. La Luna rielaba por entre las nubes. Una Luna grande y redonda en noche de Tifón.
¿Era la Luna la Muerte? ¿O sería la Madre nutricia que arrastra la vida tras de sí? Cada luna el fruto del hombre tomaba forma fecundando a la hembra. Era la vida explotando en el ser más bello de la tierra.
Atractivas y dicharacheras, seducían al macho garañón y lo amansaban como si de un potrito se tratara. Ellos creían que seguían mandando sobre las hembras, pero eran las pomorosas cumbres femeninas y el inexcrutable perfume de sus altamiras ocultas lo que arrastraba a cautos e incautos.
¡Quién sabe qué se comerían los Primeros Padres allá en las dulces y verdosas sendas del Paraiso!
La noche soplaba. Ululaban las ondas sonoras del amor buscándose a distancia. A pesar del viento, a pesar del agua, a pesar de la lejanía, el cuerpo llamaba al cuerpo y los sentimientos a los sentimientos.
Podrían poner barreras, destrozar los huesos, quemar en la hoguera impúdica de las normas al uso lo que la naturaleza buscaba, pero ésta siempre encontraba su camino de supervivencia.
Aquella noche había terminado con el frío metido en los huesos. Se bañó, se calentó la médula espinal, tanto era el frío que tenía, se tomó un vaso de leche y una aspirina y se fue a la cama acompañado en sus sueños, como dice la copla.
Dices que duermes sola
y mientes como hay Dios
porque en el sueñecito
dormimos juntos los dos.

Se durmió profundamente, como pide un buen resfriado.
Serían las siete de la mañana cuando, entrando los primeros rayos de sol por la ventana y trinando los pájaros en los árboles, abrieron los ojos. Se encontraron enlazados como la hiedra y el árbol, besándose tierna y pausadamente, meloso saludo matinal, mirándose a los ojos como sólo los enamorados de siglos saben hacerlo.
El viento, la lluvia, la luna.... los habían unido en un paraiso sin fronteras en el que sólo la ternura tiene su existencia.




 ANTONIO DUQUE LARA

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