miércoles, 12 de agosto de 2015

MUERTE EN EL ASFALTO

MUERTE EN EL ASFALTO

        El tren corría ágil, como una serpiente, bordeando la costa. Desde la ventanilla, Pablo, contemplaba el romper de olas contra el acantilado y en las hermosas playas de fina arena.
        El sol se levantaba, en el horizonte, sobre el mar. Un nuevo día comenzaba, tras una larga noche de viaje. Sentía que el rojo despertar del sol era como un despertar propio, a un nuevo día, a una nueva vida, después de haber pasado tanto tiempo encerrado por un delito que no había cometido.
        Pablo era uno de tantos, de los que un día llegaron a Barcelona con sus padres, siendo aún muy pequeño. El resto de su infancia y su primera juventud las había pasado, como tantos otros, llenas de privaciones y sacrificios en la lucha diaria por vivir de una manera decente, en un piso y poder así optar a una situación holgada para la familia.
        Con un profundo sentido del desarraigo, añoraba el pueblo de sus primeros años. Los pastos, los olivos, los animales retozando en el campo y en el corral de la casa. Las condiciones adversas había dado con la familia en esa gran urbe de la emigración .
        Tuvo sus primeros trabajos y sus primeros amores, que no podían arraigar, ahora lo veía claro, porque en el cemento cualquier intento de hacer crecer en las personas un sentimiento noble es, siempre, extremadamente difícil. Fuera de su entorno, sabía que no podía vivir allí, así que otra vida mejor, más humana, era lo que necesitaba.
        Ahora, en el tren, recordaba aquella época y sentía que una gran fuerza interior iba invadiendo su ser, porque no sentía ninguna culpa ante las acusaciones de que había sido objeto.
        La ciudad se le abrió, pavorosa, degradada, tras su larga ausencia. Las basuras se amontonaban y las construcciones que dejara en cimientos cuando fue conducido al penal eran, ya, hacía tiempo, impresionantes moles de cemento y ladrillo.
        Le esperaba toda la familia. Sentía una gran alegría que estalló en llanto al contemplar el rostro amado de Elena.
        En la cárcel no había dejado de tener noticias de la familia. Noticias que agravaban más aún su condición de marginado. Sabía que existían desavenencias entre sus padres y su hermana, en situación aún más difícil al estar embarazada. Su negocio apenas daba para subsistir, mientras luchaba, en sus condiciones, por salir adelante.
        Elena, por otro lado, lo había esperado como la novia amante que no tiene más recursos que ese primer amor para adentrarse en la vida. Lo quería de veras, pero no acertaba a comprender el núcleo del difícil mundo de Pablo.
        Pasaron los días y con ello la alegría del regreso. La situación familiar se agravó. Tuvo que hacerse cargo del negocio de su hermana mientras las relaciones con Elena tomaron un rumbo hasta entonces desconocido.
        Iba teniendo clara conciencia de que su salida de la cárcel no había supuesto gran cosa. Allí, las rejas que lo aprisionaban habían dejado, sin embargo, libre el camino de los sentimientos y la imaginación, con una libertad que tocaba la neurosis o la locura.
        Ahora, por el contrario, veía como se le iban cerrando las puertas de los sentimientos y de la ilusión. Con veintitres años no percibía un porvenir claro que pudiera compartir con Elena.
        Prisionero en las redes de los sentimientos hacia la familia y del amor a Elena, las fuerzas que recobrara con su vuelta le iban fallando por momentos. Ante tal estado de cosas el mundo le pedía calma y tranquilidad.
        Pablo conocía perfectamente la situación, la grave crisis que azotaba el país se le hacía patente en sus carne. Contemplaba su barrio, un barrio obrero, de emigrantes como él que cada día salían buscando un rayo de sol en la podrida selva de la ciudad. Además de parado, era parado andaluz, marginado al otro lado del río.
        Había sentido el desplazamiento de la lengua y comprendía que, si en breve tiempo no solucionaba su futuro, iba a ser difícil vivir como una persona normal. ¿Cómo sentirse tranquilo cuando se le estaban muriendo las ilusiones?
        Apaleado constantemente en el penal por su carácter rebelde, tuvo momentos difíciles que sólo pudo soportar con la droga y el alcohol. No era ni se sentía adicto, pero su larga estancia estancia en aquel infierno le descubrieron todos los secretos de un mundo subterráneo.
        Un día alguien le propuso traficar en su barrio. Sabía que si no le pillaban los ingresos serían cuantiosos. Aunque el barrio no era rico consumía droga de manera insospechada.
Aceptó pensando que podría ser una salida eventual a su situación. Pronto fue acostumbrándose a su nueva posición, perdiendo el sentido de la claridad que siempre le había caracterizado. Los lazos con Elena se rompieron definitivamente y, ahora, su vida sentimental la dispersaba en un amplio abanico de mujeres.
        La noche del 24 de noviembre salía de una céntrica discoteca con una de sus conquistas. Llovía y, medio protegidos por un paraguas, se dirigieron al coche de la chica. Cuando estaba abriendo la portezuela del vehículo, unas manos fuertes le atajaron. Se volvió rápidamente. Una cuchillada en el estómago y otra a la altura del corazón acabaron con su vida sobre el asfalto.


                   Córdoba  18 marzo 1981 

 

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