MUERTE EN EL ASFALTO
El tren corría ágil, como una serpiente,
bordeando la costa. Desde la ventanilla, Pablo, contemplaba el romper de olas
contra el acantilado y en las hermosas playas de fina arena.
El sol se levantaba, en el horizonte,
sobre el mar. Un nuevo día comenzaba, tras una larga noche de viaje. Sentía que
el rojo despertar del sol era como un despertar propio, a un nuevo día, a una
nueva vida, después de haber pasado tanto tiempo encerrado por un delito que no
había cometido.
Pablo era uno de tantos, de los que un
día llegaron a Barcelona con sus padres, siendo aún muy pequeño. El resto de su
infancia y su primera juventud las había pasado, como tantos otros, llenas de
privaciones y sacrificios en la lucha diaria por vivir de una manera decente,
en un piso y poder así optar a una situación holgada para la familia.
Con un profundo sentido del desarraigo,
añoraba el pueblo de sus primeros años. Los pastos, los olivos, los animales
retozando en el campo y en el corral de la casa. Las condiciones adversas había
dado con la familia en esa gran urbe de la emigración .

Ahora, en el tren, recordaba aquella
época y sentía que una gran fuerza interior iba invadiendo su ser, porque no
sentía ninguna culpa ante las acusaciones de que había sido objeto.
La ciudad se le abrió, pavorosa,
degradada, tras su larga ausencia. Las basuras se amontonaban y las
construcciones que dejara en cimientos cuando fue conducido al penal eran, ya,
hacía tiempo, impresionantes moles de cemento y ladrillo.
Le esperaba toda la familia. Sentía una
gran alegría que estalló en llanto al contemplar el rostro amado de Elena.
En la cárcel no había dejado de tener
noticias de la familia. Noticias que agravaban más aún su condición de
marginado. Sabía que existían desavenencias entre sus padres y su hermana, en
situación aún más difícil al estar embarazada. Su negocio apenas daba para
subsistir, mientras luchaba, en sus condiciones, por salir adelante.
Elena, por otro lado, lo había esperado
como la novia amante que no tiene más recursos que ese primer amor para
adentrarse en la vida. Lo quería de veras, pero no acertaba a comprender el
núcleo del difícil mundo de Pablo.
Pasaron los días y con ello la alegría
del regreso. La situación familiar se agravó. Tuvo que hacerse cargo del
negocio de su hermana mientras las relaciones con Elena tomaron un rumbo hasta
entonces desconocido.
Iba teniendo clara conciencia de que su
salida de la cárcel no había supuesto gran cosa. Allí, las rejas que lo
aprisionaban habían dejado, sin embargo, libre el camino de los sentimientos y
la imaginación, con una libertad que tocaba la neurosis o la locura.
Ahora, por el contrario, veía como se le
iban cerrando las puertas de los sentimientos y de la ilusión. Con veintitres
años no percibía un porvenir claro que pudiera compartir con Elena.
Prisionero en las redes de los
sentimientos hacia la familia y del amor a Elena, las fuerzas que recobrara con
su vuelta le iban fallando por momentos. Ante tal estado de cosas el mundo le
pedía calma y tranquilidad.
Pablo conocía perfectamente la
situación, la grave crisis que azotaba el país se le hacía patente en sus
carne. Contemplaba su barrio, un barrio obrero, de emigrantes como él que cada
día salían buscando un rayo de sol en la podrida selva de la ciudad. Además de
parado, era parado andaluz, marginado al otro lado del río.
Había sentido el desplazamiento de la
lengua y comprendía que, si en breve tiempo no solucionaba su futuro, iba a ser
difícil vivir como una persona normal. ¿Cómo sentirse tranquilo cuando se le
estaban muriendo las ilusiones?
Apaleado constantemente en el penal por
su carácter rebelde, tuvo momentos difíciles que sólo pudo soportar con la
droga y el alcohol. No era ni se sentía adicto, pero su larga estancia estancia
en aquel infierno le descubrieron todos los secretos de un mundo subterráneo.
Un día alguien le propuso traficar en su
barrio. Sabía que si no le pillaban los ingresos serían cuantiosos. Aunque el
barrio no era rico consumía droga de manera insospechada.
Aceptó
pensando que podría ser una salida eventual a su situación. Pronto fue
acostumbrándose a su nueva posición, perdiendo el sentido de la claridad que
siempre le había caracterizado. Los lazos con Elena se rompieron
definitivamente y, ahora, su vida sentimental la dispersaba en un amplio
abanico de mujeres.
La noche del 24 de noviembre salía de
una céntrica discoteca con una de sus conquistas. Llovía y, medio protegidos
por un paraguas, se dirigieron al coche de la chica. Cuando estaba abriendo la
portezuela del vehículo, unas manos fuertes le atajaron. Se volvió rápidamente.
Una cuchillada en el estómago y otra a la altura del corazón acabaron con su
vida sobre el asfalto.
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