martes, 2 de octubre de 2018

RIOS DE ALCOHOL


La estación estaba concurrida. Durante un par de meses se había notado un cierto vacío. Los estudiantes habían vuelto a sus casas dejando en el aire el hueco de su existencia.
Al volver a casa, el guirigay que montaban los jóvenes ensordecía todo cualquier ruido, por muy fuerte que fuese el motor de los coches que
pasaran raudos por la carretera.
En un rincón, dando arcadas, una jovencita vaciaba su ser como las nubes diluviaban en tiempos de tormenta. Fétido olor a mezcla de alcohol y comidas fuertes para estómagos delicados.
- ¡Aaaaahhhh!-, suspiró, dejando en el aire un sentimiento de desilusión y tristeza.
Siempre había sentido un enorme respeto por la mujer, por lo que le habían inculcado sobre su delicadeza, por saber mantenerse lejos de las actitudes estúpidas del macho agresivo y depredador.
- Si no bebes no eres hombre. Actitud que siempre le había repateado los hígados. Desde cuando chiquito vió una y otra vez a su abuelo tirarle los platos de sopa caliente a la cabeza de la abuela.
Ya iba siendo tiempo de empezar a enseñar a beber , de disfrutar de la bebida y saber controlarse. Ese soltarse el pelo de la mujer, de las chicas jóvenes en nombre de una errática interpretación del sentido de igualdad, le dolía en el alma. En su opinión, no se daban cuenta de que caían en el mismo error que durante siglos había cometido el macho.
Claro que decir eso abiertamente era políticamente incorrecto y tendría que conformarse con mirarlas, si no con desprecio, al menos con compasión. Abrir la boca serviría para ser ametrallado con un :”Nosotras también tenemos derecho”. No lo dudo, pensaba. Pero ser estúpido o no estaba por encima de todos los derechos.
Pero no era eso lo que más le apenaba. En los recodos de su alma, cada vez que veía a una chica borracha perdida, no tenía otra palabra, se removía la imagen de un viejo amor. De un amor que se fue sin llegar a dar sus frutos, habiéndosele quedado clavado en el corazón sin haber podido arrancárselo.
Cuando los vientos del cambio se iban produciendo, cuando las jóvenes compartían todos los aspectos de la vida social con el hombre, allá en su ya lejana juventud, su amor levantaba demasiado el codo. A pesar de todos los avisos y consejos terminó siendo una alcohólica empedernida. Cuando se quiso dar cuenta, la cirrosis se había apoderado de su cuerpo y ni con un gotero puesto las veinticuatro horas del día hubo forma de poder recuperarla.
Se fue. Se fue por una simple cabezonada femenina de competidora absurda. A veces la había odiado, camino del olvido, pero se le había metido tan hondo que sólo podría quitarse la espina en una próxima reencarnación. No era prohibicionista, pero consideraba que las cosas buenas de la vida no se solucionaban a base de paraisos artificiales. La soledad del alma sólo se curaba encontrando otro alma gemela, aunque su unión fuese imposible en esta vida.

CODA POETICO ALCOHOLICA
La luz se hace,
ilumina las cerradas
habitaciones,
ilumina los corazones.
En el aire
olor a vino rancio
expande
la soledad resucitada.
¿Dónde está?
Por los pasillos,
por las moquetas,
ríos de alcohol
de siglos corren.
Lo que fue
ya no es.
Desapareció
entre tinieblas
de alcohol.
Quiso buscarla,
no la encontró.

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