Desde
hacía varias semanas estaba ocurriendo algo extraño. En principio
podía ser casualidad, pero vistos los resultados, tal vez esa
casualidad no era tal.
Cuando
miraba la hora, no era extraño que el reloj estuviera en 44 minutos:
16:44;14:44. Según se viera no tenía nada de particular, pero en el
centro de la cultura en que vívía se leía SHI, igual que la
palabra muerte, por lo que la palabra en caso del número se desviaba
a otra lectura Yon , una Y al estilo del IO italiano.
Por
San Valentín empezó a precipitarse la vida. Tenía la experiencia
de aquella alumna pastelera que, si bien no fue en San Valentin, le
traía unos ricos chocolates, una de las costumbres japonesas es
regalar chocolate en estas fechas, que no le habían salido bien.
Un
día en su clase telefónica diaria la sintió muy cansada,
cansadísima. Se despidieron con un hasta mañana que nunca más se
produjo. A la mañana siguiente le llamaron por teléfono, había
aparecido en el periódico. En la casa el colchón no había ardido
con llamas, pero el humo la había asfixiado. Ya no habría más
chocolates fracasados, pero ricos, ricos, ricos.... Siempre que
llegaba San Valentín una sonrisa agridulce le subía a los labios,
se acordaba de aquella mujer, menudita, dicharachera, buena
pastelera.
El
siguiente caso ocurrió el mismo día de San Valentín. Otra alumna
había asistido a clase. Ese día estaba dicharachera, de un
dicharachero subido. Hablando de maquillaje, de la madre, que tres
años antes había perdido al marido. Al parecer si la pareja del
fallecido fallecía a los tres años de la muerte podrían
encontrarse en el cielo. Las creencias son las creencias. Ese día la
encontraba rara, no sólo por lo que hablaba,sino porque estaba como
especialmente tensa.
Terminó
la clase, él bajó la escalera y al subirla de nuevo ella estaba
pegada la cabeza a la pared del pasillo con los ojos en el techo.
Parecía pensar algo. Se despidieron y al cabo de un par de horas
alguien llamó a la oficina. La secretaria no estaba en ese momento.
Cogió el teléfono. Era ella gritando. Su madre se había suicidado.
¿Qué hacer? Le aconsejó llamar a una ambulancia, al hermano etc.
Al cabo del tiempo supo que la noche anterior al hecho la madre había
intentado hacerlo sin conseguirlo. El rostro perdido durante y
después de la clase parecía responder a esa realidad.
El
día 14 no había podido conectar bien con la tercera persona. Le
llegaban sus mensajes, respondía, pero él entendía que a ella no
le llegaban. Tal vez el mal tiempo, tal vez la condición de la
máquina... Ella, finalmente, no se lo había explicado. Era pura
especulación.
A
las 16:13, es decir a las 4:13 entró un mensaje. La madre se había
ido tranquilamente. Se quedó en blanco, recordaba que le respondió
intentando darle ánimos, quizás cosa imposible al poco del deceso.
Algún que otro mensaje pidiendo ayuda para no desfallecer. Fue ya a
la hora de acostarse cuando sintió una sombra interior empujándole
a escribir.
¿Era
la señora fallecida? Ni idea, no había visto ninguna foto. No tenía
referencias gráficas. No, era sólo una sombra. “¡Escribe!”,
parecía decir. Con el peso, si no del dolor, al menos de la
tristeza, colocó su libreta sobre la almohada y comenzó a escribir,
la historia de un reencuentro.
Sentía
que no era él quien escribía, la señora le iba dictando y frase
por frase iba viendo claramente la situación. Como aquel 3 de junio
en que tuvo que hablar del olivo y su padre le iba dictando lo que
decir. Había fallecido el día anterior y el haciendo sonreir a la
gente con el tema de la charla.
Habrá
personas que lo crean y personas que no. Son muchas las creencias y
muchos los pensamientos. El esposo, ya fallecido hacía tiempo, había
venido a recogerla y llevársela más allá de las estrellas. En ires
y decires se enfilaron hacia lo alto. Había conciencia del dolor que
dejaría en la tierra, pero también la realidad de un alma liberada
de la cárcel del cuerpo. No iba a criticar a nadie si alguien
consideraba esaidea una estupidez.
El
miercoles, tres días después del deceso, a las siete de la mañana
se despertó. Sentía desde la parte izquierda de la cabeza hacia los
hombros, y dirigiéndose hacia la punta de los dedos de la mano, de
las dos manos, un tremendo hormigueo como cuando los pies se quedan
lo que se llama dormidos. Y en el estómago un vacío total. ¿Hambre?
¿Flato? No sabía. Intentó tranquilizarse respirando profundamente.
Al mismo tiempo sintió miedo. El miedo del recuerdo de aquel día de
abril de hacía ya años en el que en un tren le ocurrió algo
parecio. Le tuvieron que llevar al hospital, afortunadamente sólo
había sido un coagulo de sangre que se detuvo un instante en la vena
del cerebro. Un poco más y no la cuenta. Lo terrible hubiera sido
quedarse paralizado. Ese era el miedo. Plena conciencia y el cuerpo
que no se mueve.
Desde
hacía varios días se sentía raro físicamente. Al querer caminar
el cuerpo se le iba hacia la izquierda. Era como si no pudiera
controlar los movimientos. Tal vez la edad, ta vez la tensión alta,
tal vez la máquina del cuerpo que empezaba a herrumbrarse.
Mareos,
estómago vacío tal vez, una sensación extraña, pero ya un tanto
mejor...., abrió el ordenador y en facebook vio que una sobrina se
lamentaba del fallecimiento de un tío. No, no moriría mientras
hubiera alguien para recordarlo.
El
año anterior había fallecido el abuelo, este, por fechas cercanas a
San Valentín, el tío..... ¿Por qué la sombra de la Parca o de San
Valentín rondaba por la vida? San Valentín falleció inmolado por
los romanos aún no cristianos. ¿Estaría llamando a su seno a los
seres enamorados? No lo sabía, sólo sabía que en esas fechas el
chocolate estaba rico, pero al final dejaba un cierto sabor
agridulce.
No hay comentarios:
Publicar un comentario