jueves, 2 de agosto de 2018

LA SOMBRA


Desde hacía varias semanas estaba ocurriendo algo extraño. En principio podía ser casualidad, pero vistos los resultados, tal vez esa casualidad no era tal.
Cuando miraba la hora, no era extraño que el reloj estuviera en 44 minutos: 16:44;14:44. Según se viera no tenía nada de particular, pero en el centro de la cultura en que vívía se leía SHI, igual que la palabra muerte, por lo que la palabra en caso del número se desviaba a otra lectura Yon , una Y al estilo del IO italiano.
Por San Valentín empezó a precipitarse la vida. Tenía la experiencia de aquella alumna pastelera que, si bien no fue en San Valentin, le traía unos ricos chocolates, una de las costumbres japonesas es regalar chocolate en estas fechas, que no le habían salido bien.
Un día en su clase telefónica diaria la sintió muy cansada, cansadísima. Se despidieron con un hasta mañana que nunca más se produjo. A la mañana siguiente le llamaron por teléfono, había aparecido en el periódico. En la casa el colchón no había ardido con llamas, pero el humo la había asfixiado. Ya no habría más chocolates fracasados, pero ricos, ricos, ricos.... Siempre que llegaba San Valentín una sonrisa agridulce le subía a los labios, se acordaba de aquella mujer, menudita, dicharachera, buena pastelera.
El siguiente caso ocurrió el mismo día de San Valentín. Otra alumna había asistido a clase. Ese día estaba dicharachera, de un dicharachero subido. Hablando de maquillaje, de la madre, que tres años antes había perdido al marido. Al parecer si la pareja del fallecido fallecía a los tres años de la muerte podrían encontrarse en el cielo. Las creencias son las creencias. Ese día la encontraba rara, no sólo por lo que hablaba,sino porque estaba como especialmente tensa.
Terminó la clase, él bajó la escalera y al subirla de nuevo ella estaba pegada la cabeza a la pared del pasillo con los ojos en el techo. Parecía pensar algo. Se despidieron y al cabo de un par de horas alguien llamó a la oficina. La secretaria no estaba en ese momento. Cogió el teléfono. Era ella gritando. Su madre se había suicidado. ¿Qué hacer? Le aconsejó llamar a una ambulancia, al hermano etc. Al cabo del tiempo supo que la noche anterior al hecho la madre había intentado hacerlo sin conseguirlo. El rostro perdido durante y después de la clase parecía responder a esa realidad.
El día 14 no había podido conectar bien con la tercera persona. Le llegaban sus mensajes, respondía, pero él entendía que a ella no le llegaban. Tal vez el mal tiempo, tal vez la condición de la máquina... Ella, finalmente, no se lo había explicado. Era pura especulación.
A las 16:13, es decir a las 4:13 entró un mensaje. La madre se había ido tranquilamente. Se quedó en blanco, recordaba que le respondió intentando darle ánimos, quizás cosa imposible al poco del deceso. Algún que otro mensaje pidiendo ayuda para no desfallecer. Fue ya a la hora de acostarse cuando sintió una sombra interior empujándole a escribir.
¿Era la señora fallecida? Ni idea, no había visto ninguna foto. No tenía referencias gráficas. No, era sólo una sombra. “¡Escribe!”, parecía decir. Con el peso, si no del dolor, al menos de la tristeza, colocó su libreta sobre la almohada y comenzó a escribir, la historia de un reencuentro.
Sentía que no era él quien escribía, la señora le iba dictando y frase por frase iba viendo claramente la situación. Como aquel 3 de junio en que tuvo que hablar del olivo y su padre le iba dictando lo que decir. Había fallecido el día anterior y el haciendo sonreir a la gente con el tema de la charla.
Habrá personas que lo crean y personas que no. Son muchas las creencias y muchos los pensamientos. El esposo, ya fallecido hacía tiempo, había venido a recogerla y llevársela más allá de las estrellas. En ires y decires se enfilaron hacia lo alto. Había conciencia del dolor que dejaría en la tierra, pero también la realidad de un alma liberada de la cárcel del cuerpo. No iba a criticar a nadie si alguien consideraba esaidea una estupidez.
El miercoles, tres días después del deceso, a las siete de la mañana se despertó. Sentía desde la parte izquierda de la cabeza hacia los hombros, y dirigiéndose hacia la punta de los dedos de la mano, de las dos manos, un tremendo hormigueo como cuando los pies se quedan lo que se llama dormidos. Y en el estómago un vacío total. ¿Hambre? ¿Flato? No sabía. Intentó tranquilizarse respirando profundamente. Al mismo tiempo sintió miedo. El miedo del recuerdo de aquel día de abril de hacía ya años en el que en un tren le ocurrió algo parecio. Le tuvieron que llevar al hospital, afortunadamente sólo había sido un coagulo de sangre que se detuvo un instante en la vena del cerebro. Un poco más y no la cuenta. Lo terrible hubiera sido quedarse paralizado. Ese era el miedo. Plena conciencia y el cuerpo que no se mueve.
Desde hacía varios días se sentía raro físicamente. Al querer caminar el cuerpo se le iba hacia la izquierda. Era como si no pudiera controlar los movimientos. Tal vez la edad, ta vez la tensión alta, tal vez la máquina del cuerpo que empezaba a herrumbrarse.
Mareos, estómago vacío tal vez, una sensación extraña, pero ya un tanto mejor...., abrió el ordenador y en facebook vio que una sobrina se lamentaba del fallecimiento de un tío. No, no moriría mientras hubiera alguien para recordarlo.
El año anterior había fallecido el abuelo, este, por fechas cercanas a San Valentín, el tío..... ¿Por qué la sombra de la Parca o de San Valentín rondaba por la vida? San Valentín falleció inmolado por los romanos aún no cristianos. ¿Estaría llamando a su seno a los seres enamorados? No lo sabía, sólo sabía que en esas fechas el chocolate estaba rico, pero al final dejaba un cierto sabor agridulce.

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