DESPUES
DE LA TORMENTA
Volvían
de ver a los padres de la muchacha. Volvían en coche. Ella conducía
y lo hacía muy bien. El, aunque en algunas cosas era muy hábil,
para las máquinas era más bien un zote. Lamentaba de corazón
cargarla con el trabajo de llevarlo siempre.
Los
padres vivían hacia la zona de montaña. Aunque él llevaba ya
tiempo en aquellas tierras, no le había aún desaparecido esa imagen
de oeste americano de las películas de pistoleros. Mirar y
contemplar la belleza de la sierra blanca, nevada, límpida como
sábanas recien lavadas, no dejaba de ser una sorpresa. Estaba claro
que, aunque los tópicos eran importantes, quedarse sólo en el
tópico era peligroso.
En
casa de los familiares el comportamiento había sido correcto, un
tanto formal comparado con el de siempre. Los padres se habían
mirado más de una vez como diciendo qué les pasa a estos, pero no
habían dicho nada, no habían comentado nada.
Una
vez en el coche de vuelta y cuando llevaban unos kilómetros
recorridos, ella paró el coche. Abrió la puerta y salió. Se sentía
ahogada. Aunque no era excesivo, a veces prefería estar sola.
- Te vas a resfriar, dijo él.
- Son sólo unos minutos, respondió ella.
El
sacó el abrigo que iba en el asiento trasero y se lo coló sobre los
hombros.
-Gracias.....
El no dijo nada, se limitó a intentar una sonrisa. Volvió al coche
y se sentó a esperarla. Sabía que era el estúpido causante de los
malos humores femeninos. También sabía que se le pasaría, pero por
el momento lo mejor era el silencio. Ella, tras unos minutos de mirar
el paisaje , respiró fuerte y volvió al coche. Se desprendió del
abrigo y lo colocó en el asiento trasero.
-¿Mejor?
-
Sí, gracias. Perdona por hacerte esperar.
-Perdona
tú por mi torpeza y estupidez-. No dijeron nada más, siguieron el
camino sin problemas y entraron en la ciudad. Aunque el frío era
también anormal, era menos que en la sierra.
Dejaron
el coche en el garaje del bloque, sacaron los bultos que habían
llevado y se dirigieron a la cuarta planta. El llevaba los bultos,
ella abrió la puerta
-Lleva
las bolsas al dormitorio, mañana las arreglo , dijo ella. Ma voy a
bañar. Por favor, no entres. Quiero estar sola....
-De
acuerdo, pero déjame orinar primero, estoy que reviento-. Mientras
tanto ella sacó la ropa de dormir y preparó la ropa para el día
siguiente, había que trabajar. Era muy rápida. Cuando él salió
del baño ella ya estaba haciendo cola.
El
también preparó sus cosas y se sentó en el sofá del comedor
mirando hacia la ventana con un cierto aire de resignación. No se
podía hacer nada contra las tormentas, sólo tener paciencia.
Ella
se frotaba lentamente, se acariciaba la piel y dejaba que el agua
caliente le penetrara hasta la médula. Cuando terminó se sentía
mejor, pero golpeada por mil palos. Su interior se iba recuperando,
pero la musculatura te dolía. Salió del baño, fue al comedor y se
dirigió hacia él.
-Gracias.
-¿Puedo
entrar?
-Sí,
claro
Ella
llevaba un camisón blanco que se adhería al cuerpo, era
semitransparente. Le hacía resaltar la figura que , sin querer, lo
excitó un tanto. Ella se puso una bata y se fue hacia la cocina.
Preparó unos vasos de leche con miel, y se sentó a esperarlo.
Cuando él terminó, también vestía pijama y bata color gris. Ella
le tendió el vaso de leche.
-Gracias,
cielo-, ella no le respondió. Cuando terminaron de tomarlo se
miraron y miraron el reloj
-A
dormir, dijo él con la mejor sonrisa que pudo, aunque la miel no
había terminado de alegrarle
-
Sí, vamos-. Entraron en la habitación y cada cual se fue hacia su
lado de la cama.
-Cariño-,
dijo él
-No,
por favor, no digas nada. Hoy prefiero el silencio.
-De
acuerdo-. Se acostaron y ella se arrimó a él y lo abrazó, se juntó
lo más que pudo y sin saber cómo ni por qué comenzó a llorar. Era
el comienzo de la recuperación. La rodeó con sus brazos y casi
llorando él también , se quedaron dormidos, señal de su
compenetración. Soñaron que se amaban como nunca lo habían hecho.
Al despertar tenían justos sus labios. Comprendieron que habían
soñado lo mismo. Entonces empezó la fiesta. Había ganado el amor.
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