viernes, 12 de mayo de 2017

GOSHU,EL VIOLONCHELISTA

Goshu era el encargado de tocar el chelo en las películas mudas que ponían en el cine de la ciudad. Desgraciadamente,todo el mundo pensaba que no tocaba muy bien. No sólo no tocaba muy bien, en verdad, entre sus compañeros de orquesta, era el que peor tocaba, por lo que el director siempre lo trataba poco amablemente.
Después del mediodia todos los componentes de la orquesta estaban reunidos en la sala de ensayos, puestos en círculo, ensayando la Sexta Sinfonía para el próximo concierto que darían en la ciudad.
La trompeta cantaba enérgicamente, a lo que ayudaba el clarinete con su característico sonido. También sonaba el violín con la fluidez del viento.
Goshu tocaba con todas sus ganas, apretados los labios mirando a las partituras con los ojos como platos.
De pronto el director dio una palmada. Todos pararon de tocar al instante,tras lo cual el director vociferó:
- El chelo va retrasado. To..tete,tetete... Repitan desde aquí... Vamos...
Todo el mundo volvió a tocar desde un punto antes del lugar indicado. Goshu, el rostro rojo como una manzana y la frente bañada en sudor, por fin, pudo enmendar desde donde le habían dicho.Ya más tranquilo, siguió tocando hasta que el director volvió a palmotear.
-iChelo! Las cuerdas no están afinadas. iQue yo no tengo tiempo para ponerme a explicarte el Doremí a estas alturas,¿te enteras?
Muy apenados,todo el mundo se dedicaba entretanto a mirar hacia sus partituras y a puntear sus instrumentos. Goshu, rápidamente afinó las cuerdas del chelo. La verdad es que, si Goshu era bastante malo,
su chelo era peor.
- De nuevo desde los acordes anteriores.
Todo el mundo empezó de nuevo. Goshu tocó esta vez con todas sus ganas torciendo la boca, y esta vez sí consiguió ir bastante bien. Cuando todo parecía ir perfectamente, el director volvió a dar una palmada de forma amenazante. A Goshu se le volvió a encoger el corazón, pero afortunadamente, esta vez se trataba de otra persona. Goshu,lo mismo que los demás habían hecho cuando el se equivocó , se puso a mirar de cerca su partitura haciendo como que pensaba en algo.
- Rápidamente, desde aquí. Vamos.
No habian empezado a tocar cuando el director paró, esta vez dando un zapatazo en el suelo.
- No, no y no. Esto no marcha en absoluto. Esta parte es el corazón de la obra y henos aquí tocando con esos chirridos. Señores,no nos quedan nada más que diez días para el concierto. Nosotros somos profesionales de la música, si perdiéramos ante un grupo de aficionados como el del herrero o el del mozo de la tienda de azúcar, ¿con qué cara nos íbamos a presentar después ante el público? Oye, Goshu,tú eres un auténtico problema. No tienes expresión ninguna. No sabes expresar en absoluto ni la cólera ni la alegría.Además, pareces incapaz de seguir a los demás instrumentos. Parece como si siempre tuvieras que pararte a abrocharte los zapatos cuando andas con los demás. Como no te enmiendes va a ser un desastre. ¿Comprendes? Sería una verdadera desgracia para todos que nuestra gloriosa Orquesta Venus cayera en mala reputación por causa tuya. Bien, dejemos el ensayo por hoy. Descansen y estén en sus puestos mañana a las seis.
Los componentes de la orquesta,tras despedirse con una leve inclinación de cabeza, fumaron o se fueron de la sala...
Goshu,llevando bajo el brazo su pobre instrumento, más parecido a una caja que a un chelo, se dirigió hacia la pared con la cara fruncida y llorando. Una vez se repuso, él solo, empezo de nuevo suavemente a ensayar todo lo que habían hecho hasta ese momento.
Esa noche, ya tarde, Goshu volvió a casa llevando un bulto grande suspendido a la espalda. Su casa en realidad era una vieja y rota noria en una de las riberas del río, a la salida de la ciudad. Allí vivía solo. Durante el dia se dedicaba a cortar las ramas de los tomates, a quitarle los insectos a las coles y, una vez pasado el mediodía, salía a la calle.
Goshu entró en su casa y abrió el paquete que llevaba a la espalda. No se trataba de nada especial. Era aquel desafinado chelo de la tarde. Tras ponerlo suavemente en el suelo cogio rápidamente un vaso de la repisa y empezó a beber agua de un cubo. Poco después, sacudiendo la cabeza, se sentó en una silla y,lo mismo que si de un tigre se tratara, se puso a tocar las partituras de la tarde.
Miraba las partituras,tocaba y pensaba. Después de pensar volvia a tocar. Cuando llegaba al final volvía a empezar una y otra vez.
Pasada ya la media noche, finalmente, él mismo no sabia si tocaba o no . Tenia el rostro rojo como la sangre,los ojos le daban vueltas sin descanso, dándole un aspecto terrible, pareciendo que de un momento a otro se iba a derrumbar. En ese momento, alguien toco a la puerta trasera de la casa.
-¿Hoshu? - gritó desfallecidamente. Sin embargo,lo que entró muy despacio fue un gato de piel estampada que ya habia visto varias veces por allí.
El gato puso delante de Goshu, con mucho esfuerzo, un pesado tomate a medio madurar, que había cogido del mismo tomatal de Goshu.
-¡Ah, qué cansado estoy! Esto del acarreo es un trabajo muy pesado.
- ¿Qué dices? -,le preguntó Goshu.
- Esto es un presente.Cómaselo, por favor-,respondio el gato.
Goshu, de un solo golpe, soltó toda la rabia que había acumulado durante el día.
- ¿Quién diablos te ha dicho que me traigas tomates?¿Piensas que me voy a comer lo que me traigas? Además, ese tomate es de mi huerta. ¿Qué es esto? Además coges los que no estan maduros. Tú has sido el que me has mordido y destrozado las plantas hasta ahora ¿Verdad? Vete de mi vista, gato asqueroso.
El gato se encogió de hombros, cerró los ojos y empezó
a mauyar en una leve sonrisa,
- Maestro, no se enfade tanto que no es bueno para el cuerpo. En lugar de enfadarse lo que puede hacer es tocar Trumerai,de Schumann,le escucho.
- No digas estupideces, gato cochambroso...
El violonchelista, ofendido por la insolencia del gato,estuvo pensando cómo hacérselas pagar todas juntas.
- Por favor, no sea tímido. Toque, por favor. La verdad es que si antes de acostarme no le escucho tocar no puedo concebir el sueño.
-iEstupideces!iEstupideces!¡Sólo estupideces!- ,grito Goshu coloradísimo, al modo como lo hiciera el director durante el día, pegando zapatazos en el suelo. Entonces, cambiando de humor, dijo de pronto:
- Bien,toquemos.
¿Qué habia pensado? Cerró la puerta con llave,también entornó las ventanas y, sacando el chelo, apagó la luz. La luz de la Luna iluminaba media habitacion.
-¿Qué quieres que toque?
-Tromerai, de Schumann - dijo el gato limpiándose la boca.
-Tromerai, por supuesto. Eso se toca así. ¿verdad? - dijo,sacando primero su propio pañuelo y metiéndoselo en los oidos. Entonces empezó a tocar "La Caza de Tigres en la India" como si toda la energía de una tormenta saliera de sus manos. A lo que el gato,tras escuchar unos instantes dubitativo, empezó a abrir y a cerrar los ojos aceleradamente, dando un gran salto hacia la puerta. Chocó estrepitosamente contra ésta que, evidentemente, no se abrió. El gato comprendió que había cometido el error de su vida, empezando a salirle chispas de ojos y frente. Al poco también le salían de los bigotes y de la nariz, provocándole todo ello muchas cosquillas y ganas de estornudar, en cuya pose estuvo un buen rato. Viendo que no podría estar mucho rato así empezó a caminar. Goshu, muy divertido con todo aquello,tocaba con todas sus fuerzas.
-Maestro, ya es suficiente. Ya está bien. Se lo ruego,pare ya. Le prometo no volver a hacerlo otra vez.
-¡Cállate! A partir de aquí es cuando cazan al tigre.
El gato saltaba, se retorcía y arrastraba contra la pared tras lo que, durante unos instantes, parecía desprender un color fosforescente. Al final,lo mismo que si fuese un molino de viento,empezó a dar vueltas alrededor de Goshu, el cual,tras observarlo girar durante un rato, dijo:
- Ya está bien. Estás perdonado - dejando de tocar, a lo que el gato replicó con frescura:
- Maestro, esta noche no ha estado muy acertado en el concierto, ¿no cree?
El violonchelista, ofendido por tanta insolencia, como si no hubiera pasado nada, sacó un puro, se lo puso en la boca y después cogió una cerilla.
-¿Cómo andas? ¿Estás bien? Saca la lengua.
El gato, creyendo que se podría burlar de él, así lo hizo.
- Ah, un poco aspera - dijo Goshu y,rapidamente, encendió la cerilla en ella acercándosela al puro.
El gato, sorprendidísimo, dando vueltas a la lengua, lo mismo que si de las aspas de un molino se tratara, salió corriendo hacia la puerta,le pegó un cabezazo y, mareado, volvió hacia atrás,de nuevo cabeceó la puerta, volvió... buscando así la forma de huir de la habitación. Goshu lo estuvo observando un rato divertidamente.
- Te dejaré salir, y no vuelvas a aparecer por aquí, so estúpido.
El chelista le abrió la puerta y vio, con una sonrisa en los labios, como el gato huía como el viento hacia los juncales.Tras todo aquel ajetreo, por fin, se puede decir que durmió plácidamente.
La noche siguiente Goshu volvió de nuevo a casa cargado del negro paquete que contenía su chelo. Después de pegarse un hartazón de agua,lo mismo que la noche anterior, empezó a tocar el instrumento. Tocó una hora, dos horas... Dieron las doce, dio la una, pero Goshu, impertérrito, seguía tocando el chelo. En ese estado, no sabiendo ya que hora era ni qué tocaba, alguien llamó a la puerta del cobertizo.
-¿Gato, eres tú? -, gritó cuando de pronto se oyó un ruido procedente del techo, cayendo en medio de la habitación un pájaro de color grisáceo. Goshu lo miró allí de pie, se trataba del cuclillo.
-¡Hasta los pájaros! ¿Qué quieres tú?
-Quiero estudiar música-, respondió el cuco con aspecto repipi, a lo que Goshu, sonriendo, preguntó:
-¿Música? Tu canto no dice nada más que “Cucu, cucu..” ¿verdad?
-Eso es, pero resulta muy difícil-, respondió muy serio el pájaro.
-¡Qué dificil, ni qué difícil! Cuando cantáis mucho rato resulta espantoso oiros, pero ¿qué dificultad tiene eso para vosotros?
-De verdad que es terrible. Por ejemplo, cuando cantamos Cú...cu, y cuando hacemos Cú..cu, si se escucha atentamente es bastante diferente.
-No tiene un ápice de diferencia. Se oye exactamente lo mismo.
-Entonces es que no entiende. Nosotros, diez mil veces que oigamos Cúcu, diez mil veces que oimos un sonido diferente.
-Como quieras, pero si eres capaz de hacer tan clara distinción no sé cómo te atreves a molestarme.
-Porque yo quiero aprender la escala musical correctamente.
-¿Y qué te importa a ti la escala?
-Sí, antes de ir al extranjero, necesito estudiar bien, al menos por una vez.
-¿Y tú qué tienes que ver con el extranjero?
-Maestro, por favor, enséñeme la escala. Yo le sigo cantando.
-Eres un latoso, ¿lo sabías? Tres veces te la toco y no más. Cuando termine ya te está marchando sin volver la vista atrás.
Goshu cogió el chelo, afinó las roncas cuerdas y tocó el Doremí, a lo que el cuco, precipitadamente empezó a agitar las alas.
-No, no , no es eso lo que yo quiero hacer.
-¡Latoso! Entonces hazlo tú.
-Es así-, explicó el pájaro, doblando el cuerpo hacia adelante y manteniéndolo un rato en esa postura, tras los que cantó: Cúcu...
-¿Qué es eso? ¿El Doremí? En ese caso, para vosotros, los cucos, la escala y la Sexta Sinfonía viene a ser la misma cosa.
-No se trata de eso.
-¿En qué se diferencia?
-Lo difícil es cantar lo mismo de manera sostenida.
-Supongo que es esto lo que quieres decir-, replicó Goshu, y cogiendo el chelo tocó una infinidad de cucú seguidos, ante lo que el pájaro, muy contento, empezó también a entonar su Cúcu...Cúcu..., apasionadamente, con el cuerpo arqueado siguiendo al instrumento. A Goshu empezó a dolerle la mano.
- Ya está bien, repórtate-, le gritó, dejando de tocar. El cuco, con cara de pena, levantó los ojos y siguió cantando hasta que se paró con sus últimos Cúcu...Cú..cu......Cú....cu. Goshu, muy enfadado, les espetó:
-Vamos, para ya. Ya he terminado, así que véte.
-Por favor, se lo ruego. Toque una vez más. Es usted muy bueno, aunque es un poco distinto de como lo hace.
-¿Cómo te atreves? Tú no me estás enseñando nada. Véte de aquí.
-¡Por favor, sólo una vez..., por favor-, rogaba el cuco una y otra vez inclinando la cabeza ante Goshu.
-De acuerdo. Esta es la última-. Preparó el arco mientras el cuco, al respirar hizo Cú...
-Si es posible, toque largo, por favor-, volvió a rogar el cuco al tiempo que volvía a hacer una inclinación de cabeza.
-¡Qué pesado!-, susurró Goshu, mientras con una sonrísa amarga en los labios empezaba a tocar, a lo que el cuco, muy concentrado, arqueó el cuerpo y empezó a cantar enérgicamente.
Al principio Goshu estaba muy enfadado, pero al cabo de tocar un buen rato empezó a sentir que era el pájaro el que realmente llevaba bien la escala. Verdaderamente, al paso que tocaba, le iba pareciendo que era el pájaro el que lo hacía bien.
-Si sigues haciendo una estupidez como esta te vas a convertir en pájaro-, se dijo a sí mismo Goshu, dejando al instante de tocar. Al mismo tiempo el cuco, lo mismo que si lo hubieran golpeado en la cabeza, se balanceaba aturdido, lanzando sus últimos cucús y terminó parándose. Entonces, mirando a Goshu le dijo:
-¿Por qué para? Nosotros, hasta el más pusilanime, no dejaríamos de cantar hasta que nos saliera sangre por la garganta.
-¿Qué dices, impertinente? ¿Qué crees, que puedo estar siempre haciendo tamaña tontería? Véte ya, ¿no ves que está amaneciendo-, le replicó, señalándole la ventana.
Desde el este empezaba a platearse el firmamento, yéndose las negras nubes hacia el norte, a toda velocidad.
-Entonces, por favor, otra vez hasta que salga el Sol. Ya falta poco-, volvió a inclinarse el cuco ante Goshu.
-Cállate insolente... Pájaro asqueroso, como no te vayas pronto te desplumo y te zampo en el desayuno-, le replicó Goshu al tiempo que daba un zapatazo en el suelo.
El cuco pareció asustarse y se avalanzó a toda prisa hacia la ventana. Se pegó fuertemente contra el cristal de la ventana y cayó pesadamente al suelo.
-¿Qué haces lanzándote contra el cristal? ¡Sí que eres tonto!
Goshu se dirigió rápidamente a abrir la ventana, pero aquello no era una ventana que se abriera tan rápido. Mientras Goshu movía el marco de la ventana para abrirla, el cuco volvió a lanzarse contra ella y a caer de nuevo al suelo. Lo miró y vió como del pico le salía un poco de sangre.
-Enseguida te abro, espera un poco-. No había abierto diez centímetros la ventana cuando el pájaro se levantó y mirando hacia el este se lanzó hacia la ventana con toda la fuerza que le quedaba, como si fuera lo único que le importara. Por supuesto, esta vez el porrazo fue aún más terrible, quedándose un buen rato tirado en el suelo sin moverse. Goshu pensó cogerlo en la mano y lanzarlo por la puerta a la calle, pero el cuco abrió los ojos y huyó de él, amagando de nuevo con lanzarse hacia la ventana. Goshu, sin pensarlo dos veces le pegó una patada a la ventana, de la que se rompieron dos o tres cristales cayendo hacia afuera, con un ruido estrepitoso, marco incluido. A través del vacío de la ventana, el cuco se lanzó como una flecha hacia fuera. Voló y voló todo recto hasta que terminó desapareciendo de la vista.
Goshu se quedó un buen rato con la boca abierta del asombro tirándose tal y como estaba en un rincón de la habitación, quedándose dormido.
La noche siguiente también estuvo tocando el chelo hasta muy adentrada la madrugada. Cansado ya, se estaba tomando un vaso de agua cuando, lo mismo que las noches anteriores, alguien llamó a la puerta suavemente.
Esa noche, viniese lo que viniese, pensaba asustarlo y salir tras él desde el principio. Estaba preparado con el vaso en la mano cuando se entreabrió la puerta y entró un tejoncito. Entonces, Goshu, entreabriendo un poco más la puerta y pegando un zapatazo en el suelo, gritó:
-Tú, tejón, ¿sabes qué es la sopa de tejón?-. Este, con su aspecto un tanto ausente, se sentó correctamente en el suelo y, como no entendiendo muy bien, dobló la cabeza a un lado con cara de estar pensando, tras lo cual respondió con una voz apocada:
-Yo no sé lo que es la sopa de tejón.
Goshu, al mirarlo a la cara estuvo a punto de echarse a reir, pero esforzándose en poner expresión terrible, le dijo finalmente:
-Pues entonces te lo voy a explicar. La sopa de tejón es una cosa en la que se mezcla un tejón como tú con col y sal, después se cuece lentamente para que se lo coma una persona como yo-, a lo que el tejón respondió bastante extrañado.
-Pero mi madre me ha dicho que eres una persona muy buena y muy amable y que venga a estudiar contigo-. Goshu finalmente terminó riéndose.
-¿Qué te ha dicho que aprendas? Yo estoy muy ocupado, y además tengo mucho sueño.
El tejoncito, como si hubiera tomado confianza en sí mismo, adelantó un paso.
-Yo soy el encargado de tocar el tambor. Me dijo que aprendiera a tocarlo acompañado del violonchelo.
-Pero aquí no hay ningún tambor en ningún sitio.
-Mira, aquí está-, respondió el tejón sacándose de la espalda dos palillos.
-¿Y qué haces con eso?
-Toca “El feliz cochero”, por favor.
-¿Qué es eso? ¿Jazz?
-Así es, aquí están las partituras-, dijo el tejón sacándose de la espalda la partitura en esta ocasión. Goshu la cogió y se sonrió.
-Sí que es una obra extraña. Bien, toquemos-. Goshu se preguntaba qué era lo que iba a hacer el tejón, por lo que, echándole una ojeada de vez en cuando, empezó a tocar.
-¿Tú tocas el tambor?
El tejón cogió los palillos y empezó a tocar en la parte baja del chelo. Lo hacía bastante bien, por lo que también Goshu se estuvo divirtiendo al tiempo que tocaba.
Tocaron hasta el final, tras lo que el tejón, moviendo la cabeza dubitativamente, parecía haber llegado a una conclusión.
-Goshu, parece que la segunda cuerda se retrasa al tocarla, ¿no? Tengo la impresión de quedarme siempre colgado.
Goshu se sorprendió al escuchar aquello. Ciertamente él también se había dado cuenta de que por muy rápido que tocara las cuerdas no producían ningún sonido hasta pasado un rato. Goshu, muy entristecido,comentó:
-Lo que ocurre es que este violonchelo es bastante malo -. Entonces el tejoncito, tras volver a pensar un rato con aire penoso, le dijo:
-¿Dónde fallará? ¿Te importa volver a tocar una vez más?
-¡Por supuesto que quiero tocar!-, dijo Goshu volviendo a hacerlo.
El tejoncito volvió a golpear el chelo con los palillos y aunque de vez en cuando meneaba la cabeza en señal de duda, procuraba pegar el oido. Al final, una vez terminado, por el este, como la noche anterior, volvía a aclarar el día.
-Ah, ya viene el día. Muchísimas gracias.
El tejón, rápidamente, se echó a la espalda la partitura y los palillos, sujetándolos con cinta aislante. A toda prisa saludó varias veces y se fue.
Goshu, con una vaga expresión en el rostro, estuvo respirando el aire que entraba por la rota ventana de la noche anterior y se fue rápidamente a la cama para recuperarse antes de volver a salir a la calle.
La noche siguiente también la pasó Goshu en blanco tocando su instrumento. Cerca ya de la madrugada, estaba muy cansado y cuando se encontraba medio adormilado con las partituras en la mano, alguien, de nuevo, volvía a llamar a la puerta. Tocaron tan despacio que realmente resultaría difícil de dilucidar si habían llamado o no, pero como se trataba de una cosa ya corriente, Goshu, oyéndolo, mandó entrar al que llamaba.
Por la rendija de la puerta entró un ratón de campo que, llevando consigo un niñito muy pequeño, se acercó hasta donde estaba Goshu que, al verlo acompañado del hijo, no más grande que una goma de borrar, se echó a reir. El ratón, muy preocupado, acompañó al niñito hasta delante de Goshu y puso delante de él una castaña aún verde, saludando con una inclinación varias veces seguidas.
-Maestro, a este niño le duele tanto el estómago que parece que se va a morir. Por favor, se lo ruego, cúremelo.
-¿Pretendes que haga de médico?-, preguntó Goshu con el gesto fruncido. La mamá ratón, bajando la cabeza, estuvo callada un rato y después soltó, tal como pensaba:
-Maestro, por favor, no mienta. ¿No está usted curando estupendamente de sus enfermedades a todo el mundo por la noche?
-¿Qué dices, no entiendo una patata?
-Pero maestro, ha curado usted a la abuela del señor conejo, al padre del tejón, a la desagradable lechuza y ahora se niega a curar a mi hijito. No tiene usted compasión.
-Oye, oye, debes estar en un error, porque yo no he curado a la lechuza de ninguna enfermedad. Además el tejoncito vino anoche sólo para ensayar la música de las partituras.¡Habrase visto!
Goshu, un tanto boquiabierto, fijó la mirada en el ratón y se sonrió. La madre del ratoncillo empezó a llorar.
-En verdad que si se tenía que haber puesto enfermo, se debería haber puesto antes. Estuvo tocando hasta el momento justo de caer malo, parándose cuando le asaltó la enfermedad. Y ahora por mucho que se lo ruegue no vuelve a tocar, lo que demuestra es lo desgraciado que es mi hijo.
-¿Qué quieres decir? ¿Que cuando yo toco la lechuza y el conejo se curan? ¿Qué significa eso? -. El ratoncillo respondió restregándose los ojos:
-Eso es. Todos los animalitos, cuando se enferman, se meten debajo del entarimado de su casa y se curan.
-¿Y se curan de verdad?
-Sí, la circulación de la sangre mejora y hay algunos que se curan rápidamente de manera muy agradable, y otros que se curan cuando llegan a casa.
-Ah, comprendo. Cuando yo toco el chelo es como si el sonido del chelo os hiciera un masaje y os curara de vuestras enfermedades. Entiendo, enseguida todo.
Goshu juntó la cuerdas del chelo y cogiendo al ratoncito lo metió dentro a través de la boca del mismo.
-Yo voy también. Es algo que hacen en todos los hospitales-, dijo la madre ratón que, como loca, se lanzó hacia dentro del chelo.
-¿Tú también quieres entrar?-. Goshu intentó meter a la madre por debajo de las cuerdas, pero no entraba más que la cabeza. La madre, agitando las patas, le gritó a su hijo:
-¿Estás bien? ¿Has caido como siempre te he explicado, con los pies juntos?
-Muy bien, he caido muy bien-, respondió el hijito desde el fondo del chelo con una voz parecida a la de un mosquito.
-No existe ningún problema-, dijo Goshu cogiendo a la madre ratón y poniéndola en el suelo. Después tensó el arco y tocó una conocida rapsodia.
La madre, con aspecto preocupado, escuchaba atentamente la melodía del chelo hasta que, no pudiendo aguantar más, gritó:
-Ya está bien, por favor, sáquelo ya.
-¿Sólo este poquito?
Goshu puso el chelo bocabajo y colocó la mano debajo de la boca del mismo, esperando. Al poco salía el ratoncito que, con los ojos cerrados, temblaba contínuamente. Goshu, en silencio, lo bajó al suelo.
-¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?-. El ratoncito estuvo un rato en silencio con los ojos cerrados y temblando. De pronto se levantó y echó a correr.
-Ah, ya está mejor. Muchas gracias, muchísimas gracias. La madre también echó a correr y, al poco, trayéndolo ante Goshu, estuvo dándole las gracias por un buen espacio de tiempo haciendo contínuas flexiones de cabeza. Goshu se sintió bastante apenado y les preguntó:
-¿Coméis pan?-, a lo que los ratones, como asustados, después de mirar inquietos a un lado y a otro, dijeron:
-No. Hemos oido que es una cosa esponjosa y muy buena que se hace mezclando agua y harina de trigo, amasándolo después. En el caso de que no fuera tampoco así, nosotros no hemos venido a cogerlo a las repisas. Además, ¿cómo es posible que después de haber sido tan bien tratados nos llevemos también el pan?
-No, no es eso. Lo único que he preguntado es que si queréis comer pan. Entonces es que coméis. Un momento que le doy al enfermito.
Goshu colocó el chelo en el suelo y cortó un pedazo del pan de la estantería poniéndolo delante de los ratones. La madre, loca de alegría, llorando, riendo, inclinando la cabeza, metiéndose el pan entre los dientes con mucho cuidado, haciendo salir delante al hijo, salió de casa.
-Ah...Sí que cansa hablar con los ratones....-. Goshu se cayó de un golpe sobre la cama y rápidamente se quedó profundamente dormido.
Seis noches más tarde, todos los componentes de la Orquesta Venus habían vuelto, uno tras otro, cada uno con su instrumento en las manos, de la sala de conciertos al camerino que había detrás del hall del teatro del pueblo.
En la sala de espectáculos todavía sonaban los aplausos, como si de una tormenta se tratara. El director se metió las manos en los bolsillos como si no le importasen en absoluto los aplausos, dando una vuelta por entre los miembros de la orquesta.
La verdad es que estaba muy contento. Los miembros de la orquesta cogían el tabaco, encendían las cerillas y metían los instrumentos en sus respectivas cajas.
El público seguía aplaudiendo, pero no sólo eso, sino que los aplausos arreciaron convirtiéndose en algo terrible y amenazante. Con su gran lazo blanco en el pecho, entró el maestro de ceremonias.
-Están pidiendo otra composición. ¿Podrían ofrecernos algo aunque fuera cortito?
-No puede ser. Tras una obra como ésta, se ofrezca lo que se ofrezca, no nos dejaría en absoluto tranquilos, respondió desabridamente el director.
-Entonces, señor director, salga usted y salude al público, se lo ruego.
-No quiero. Goshu, sal tú y toca algo.
-¿Yo?-, preguntó Goshu atónito.
-Sí, tú,tú-, se apresuró a decir el primer violín.
-Venga, sal y toca-, insistió el director.
Entre todos obligaron a Goshu a coger el chelo, le abrieron la puerta y lo lanzaron al escenario.
Goshu cogió su rasgado violonchelo y salió al escenario terriblemente apurado. Mientras tanto, todo el mundo tocaba las palmas estrepitosamente. Alguien, incluso, lanzó un tremendo chillido.
-¿Hasta dónde es lícito reirse así de la gente? De acuerdo. Prepárense que les voy a tocar “La Caza del Tigre en la India”-, respondió Goshu, saliendo tranquilo y situándose en medio del escenario. En ese trance se puso a tocar al modo como lo hiciera la noche en que lo visitó el gato, lo mismo que si de un terrible elefante se tratara.
El público se quedó en un profundo silencio mientras tocaba. Goshu tocaba y tocaba pasando contínuamente hasta que pasó el punto donde el gato empezó a echar chispas del cuerpo.
Cuando terminó cogió el chelo y, lo mismo que el gato, sin mirar hacia el público huyó rápidamente de la sala. En el camerino, empezando por el director, todo el mundo estaba sentado en silencio y con los ojos clavados en el vacío, lo mismo que si cada cual acabara de ser espectador del incendio de su propia casa o algo parecido y aún no se hubiera recuperado del golpe.
Goshu, importándole ya un comino el resultado, pasó entre los miembros de la orquesta y se dirigió hacia una de las sillas que había al otro lado de la habitación. Se sentó y cruzó los pies. Los compañeros de la orquesta dirigieron hacia él la mirada muy seriamente, sin ápice de burla ni en boca ni en ojos.
-¡Qué noche más extraña!-, pensó Goshu, pero el director se levantó y se dirigió hacia él.
-¡Goshu, maravilloso! Aunque se trataba de aquella melodía, todo el mundo te ha escuchado. En esta semana o diez días has avanzado muchísimo. Comparado con hace diez días se diría que hubieras sido un niño que de pronto se convierte en soldado. Si se quiere, se puede.
¿O no es así?-, todo el mundo se levantó dirigiéndose hacia él.
-¡Maravilloso!
-Gracias a que estás fuerte es posible realizar algo así. Una persona normal se hubiera quedado en el intento-, comentó entretanto el director al otro lado de la sala.
Esa noche, Goshu volvió tarde a casa. Volvió a beber agua ansiosamente, abrió la ventana, y mirando hacia el firmamento creyó ver pasar al cuco volando.
-Cuco, perdóname por lo de la otra noche. No, no estaba enfadado-, susurró casi imperceptiblemente.







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