miércoles, 12 de diciembre de 2018

VIAJEROS


El calor era asfixiante. Tras un verano que estaba más cerca del otoño y del invierno, un verano de frío y lluvías, con temperaturas anormalmentes bajas, en los últimos días del mes, el cielo se desnudó dejando al sol en plena luminosidad. El termómetro subía y subía. El humor también se decantaba por los derroteros de lo negativo.
Un día tuvo que desplazarse lejos de su lugar de residencia. Un trabajo eventual lo reclamaba. La situación económica no estaba como para tirar cohetes. Despreciar cualquier oportunidad de llevar unas perras a casa hubiera sido un pecado de lesa economía.
Salir de casa y sufrir la flama del día todo fue uno. Un poco más y se ve con el cuerpo rodando por el suelo. El bofetón de aire caliente fue tan fuerte que casi no pudo mantenerse en pie.
Cargado como burro de aguador, se dirigió hacia la estación. Bocanadas de aire caliente soplaban de aquí y de allí. El sudor corría por la espalda como los arroyos en día de lluvia inundan desvergonzadamente los campos.
Por fin el tren y un asiento, a pesar de que había más gente de la que esperaba. Abundaban los niños esos días en los trenes semivacíos. El resto del año no era normal encontrarse tantas familias juntas. Mujeres con mujeres, hombres con hombres, viejos con viejos, jóvenes con jóvenes era lo normal. Y los niños perdidos en trenes llenos, molestando. Niños al fin y al cabo, pero nadie les llamaba la atención.
Ese día parecía diferente. La relajación de las vacaciones permitía que niños y mamás, ¿dónde andaban los papás?, charlaran, comentaran sin demasiados aspavientos.
Un niño, un cochecito, papá “americano”, paseaba su ávida mirada por el vagón. Lindo de toda lindura. Fijó sus grandes ojos en una jovencita de redondo y bello rostro. A cuál más bello. Tiene buen gusto el muchachito.
Alrededor todo el mundo miraba embobado. La escena estaba cargada de simpatía, ternura, gracia, alegría..., sentimientos tan necesarios en días de excesivo calor.
Como el trabajo era lejos, lo mejor era tomar uno de esos trenes que llegan a su destino antes que el pensamiento.
Han acortado distancias, han acortado el tiempo, pero parece que han dado velocidad al reloj interior de las personas. Si no hacemos lo que queremos hacer en un trís con trás, el mal humor se sube a la azotea, las malas caras hacen su aparición y la palabra se convierte en violencia.
Como toda violencia es mala, la brutalidad masculina acentúa sus caracteres, mientras la femenina, bífida lengua ¿seductora? de Eva clava la puñalada hasta la bola. Pero eso no importa.
Algún que otro ejemplar, alterada madre por el calor y las prisas, soltó palabras que no son para reproducidas. Educación se llama eso.
El viajero se sentó en el número que tenía asignado. Tal vez las dos horas de viaje iban a ser solitarias con su sombra y algún libro perdido en el fondo de su equipaje... Pero no, ya desde antes de que el tren partiera, compañero al canto. Entre treinta y cuarenta años, ojos de exhaltada hombría frustrada, Cerveza en mano y algo para picotear en lata de frutos secos.
- Mierda, fue la primera palabra que soltó al sentarse. Miraba hacia adelante. El compañero delantero había echado el asiento hacia atrás. Miraba ¿la señal del servicio? A veces miraba hacia el foránero de la ventanilla, y también hacia su móvil.
_ “¡Madre!”-, pensó el forastero. Pelos de punta y ojos alcoholizados de cerveza ¿y odio? ¿frustración?
- ¿Qué mierda piensa este tipo? ¡Qué remedio! ¡El muy imbécil! - piropeó lo suficientemente en voz alta como para que el viajero lo oyera.
El foránero leía algo, foráneo, por supuesto. Y el tipo del pelo tieso y mirada asesina lo miraba con cara de malas intenciones.
¿Los gritos habían sido al móvil o al foráneo? Situación lo suficientemente ambigua como para no perder un punto de los movimientos del alcoholizado.
La cerveza hizo efecto. El sueño se apoderó de la tarde. Al otro lado, la mamá, muy educada, más jóven que las jóvenes niñas. se maquillaba bellamente. ¿Cómo criticar a los jóvenes?, pensó el foráneo.
-Por fín se largó el borracho, histérico, patético. Por fin se largaron las bellas contaminadoras de perfume de tren . Por fin llego a mi estación.
Tomando una cerveza, recordaba los pequeños detalles de una tarde de exaltado calor.

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