domingo, 2 de diciembre de 2018

UNA DEL OESTE



Salió a la calle. El día era soleado, espléndido. En los lugares en que el sol daba tenía la sensación de estar siendo abrigado por los brazos de un tierno amor. Daban ganas de quedarse sentado en algún banco , en algún escalón y, como aquel gato de antaño, esperar que los acariciantes rayos del sol acabaran de calentarle la sangre.
No era un animal de sangre fría, pero la tochura de años quizás le había llevado ya a ese estado en que si el sol no calienta el cuerpo, el cuerpo por si mismo carecía de la potencia necesaria para moverse.
Salió a la calle. La fauna humana era variada. El mes de marzo daba un aspecto diferente a esa fauna de familias jóvenes que con sus cachorritos caminaban, unas veces con el carrito, otras el renacuajo quería caminar y agarradito de las manos de los progenitores daban pasitos y pasitos.
La sonrisa le afloraba a los labios. No tendrían prisa, seguro. Por otra parte, las damas, ya provectas, los carritos de viaje abundaban. Sin duda estaban haciendo uso de los grandes descuentos económicos que se hacía al gallinero.
Era bueno mover la economía y que las personas no cayeran en la postración de la edad. La pregunta era dónde se encontraban los damos. Seguro que ya estaban golfando, de golf, o dormían aún la melopea de la noche anterior.
Tras la mascarilla la cháchara no dejaba de fluir como si de un río con abundante agua del deshielo se tratara.
Mascarilla, ¿ah?, ¿cómo? De pronto se hubiera dicho que la calle se había convertido en el campo de acción de una banda de ladrones. Mascarilla blanca cubriendo la boca, la nariz y llegando hasta el límite de los ojos.
Sobre estas máscaras un colorido gaferío. Negras, marrones, algunas con colores de los años sicodélicos. Algunas normales, otras que se dirían casi gafas submarinas sin tubo de respiración.
Aquí o allí se escuchaba a veces el estornudo de un elefante. ¿Los elefantes estornudan? Al menos la potencia del mismo daba esa sensación, tan fuerte era el picor de la nariz, habría sido imposible detenerlo.
En el tren, buena parte de la gente se sorbía, no los mocos, el moquillo que producía una especie de resfriado. Había quien sacaba las gotas de los ojos lacrimosos ella, rojos él. ¿De lloros? No, no parecía ya en provectas personas haber sufrido algún desastre amoroso a esas horas de la mañana. Esa imagen la daban más las jovencitas, que a veces no podían contener el llanto desbordado de su corazón aunque hubiera gente. Pero, ¿quién sabe?, la sensibilidad humana a flor de piel nadie sabe en dónde va a estallar.
Alguien se quitó las gafas. La parte que había cubierto los ojos aparecía con un color natural. Tal vez un poco demasiado empolvado en las damas, queriendo esconder los estragos de la edad o queriendo proteger la piel de los estragos y desperfectos que les podía infrigir el amante Febo. Los amantes en la cama, no a pleno día, pensarían.
En fin, cada cual. Pero al margen de eso, aquella parte del rostro que no había sido protegida por las gafas..... ¿Qué color era aquél? ¡Ah, polen! ¡Claro, claro!
Se había levantado, tenía que ir a trabajar el sábado 16 de marzo, pero aún no se le había caido el velo del sueño del cerebro. Ahora sí, de golpe.
Las clases de las escuelas habían terminado, el tiempo era bueno, empezaba un tiempo de asueto. La familia, los mayores, los jóvenes, renacuajos y demás podrían viajar juntos. Pero el tiempo, la época del año no perdonaba. La mayoría iba preparada para no sufrir los efectos devastadores del polen. Era eso, la polinosis.
Marzo con su polen daba a la ciudad un aspecto de ciudad del oeste americano invadida por ladrones de bancos, pero no, eran las protecciones necesarias por cuestión de salud.
Ese año aumentadas por el peligro amarillo de la arena que arrastraba el viento desde los desiertos del continente más esa pequeña cosa llamada pm 2.5, producto de la polución que estaba haciendo estragos en el país del centro.


La primavera
ha venido,
nadie sabe
como ha sido
dijo aquel andaluz de pro llamado Antonio Machado.





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