INSTANTÁNEAS CIUDADANAS
ZAPATEADO
Los cascos de un caballo resonaban en
la mente. Los sentía tras de sí cuando bajaban las escaleras que
conducían hacia el metro. Cosa extraña, porque, que supiera, los
caballos no tenían acceso a ese medio de transporte. Se volvió y
comprobó la causa de tan agudo ruido. Era una jovencita rechoncha y,
para su gusto, mal vestida, la que montaba aquella escandalera
zapateril. Tanto ruido para tan pocas nueces.
SANDIAS ASALTANTES
Estaba leyendo. Estaba sentado, como
todo el mundo que podía hacerlo, en el extremo de uno de los
asientos para siete entes que había en cada vagón. Los barrotes del
asiento eran lo suficientemente anchos como para que ocurriera lo que
ocurrió. Paró el tren, se abrieron las puertas. De pronto algo le
asaltó el brazo, se lo golpeó sin misericordia. Algo entró por los
barrotes dándole tal golpe en el codo que casi se le cayó el libro
que leía. ¡Qué gente!, pensó. Miró el objeto que le había
asaltado. Era una sandía que portaba una señorita en la parte de la
espalda donde ésta pierde su digno nombre. Embutida en un pantalón
estrecho que le redondeaba el trasero. Un ataque en toda regla. ¿No
habría vagones en los trenes sólo para hombres para ponerse a salvo
de la sospecha de ser asalteadores de señoritas pusilánimes? Oye, ¿
y por qué das tantos rodeos para no decir la palabra culo? Bueno, es
que como el mundo es tan fino, si se llama por su nombre a las cosas,
además quedarás como mal educado...
LENCERIA
Los tiempos que corrían eran de lo
más curioso. Tanto tiempo tan tapadas y modositas, pareciera que
hubieran destapado el tarro de los deseos replegados en el alma, o
que se hubieran convertido en sonámbulas sin redención. Entró en
la habitación en que se iba a celebrar la clase. No había chicos
todavía. Sólo había chicas. Acostumbrado a formas más
equilibradas en el vestir, cuando entró en la habitación se puso
rojo como un tomate maduro. ¡Perdón!, se disculpó. Y salió
impelido como si lo persiguiera el mismísimo Belcebú. ¡Profesor,
profesor! ¡La clase es aquí! ¿Cómo? ¿No es el probador de
señoras? ¡No, es la clase! Asustado, con los ojos mirando al suelo,
no se atrevía a mirarlas a la cara. Entró de nuevo en la
habitación. Al parecer, en la moda, salir a la calle con el camisón
de dormir, con el negligé transparente y las ebúrneas manzanas
saliéndose de sus contenedores era algo perimitido y que no causaba
rubor ni vergüenza. Estaba claro que los tiempos habían cambiado.
AL AIRE DE LA CONVERSACION
Cuando la tarde caía y las fuerzas
menguaban, decidí tomarme un café. Reposar un poco. El dolor de
piernas era fuerte.
Tomé el café, me senté y dejé
pasar el tiempo, la cabeza vacía. Pero como el oido no es sordo ,
por los vientos del oeste galopaba una conversación que bajaba, que
subía en su tono, por lo que a veces se entrecortaba.
-Ya con treinta y tantos años hay que
pensar en asentar la cabeza. Pero claro, tiene que ser con un hombre
al que se pueda respetar. Porque un hombre al que no se pueda
respetar, ni en pintura. Pero eso sí, tiene que ser amable conmigo y
dejarme hacer lo que yo quiera. En fin, no importa tanto su figura,
pero si tiene una buena posición y puede subir, mejor que mejor.
Así, si yo me decido dejar el trabajo, puedo hacerlo. De lo
contrario, no. Un chico que sólo vive de trabajar por temporadas, ni
hablar. Después una tiene que trabajar. Trabajar sí quiero. Y si no
que me alimente.
A mi lado había un caballero leyendo
un libro. Parecía impasible y no hacer caso. Me miró como
interrogándome si entendía. Le hice una señal asintiendo,
sonreimos y seguimos con la oreja puesta.
Uno siempre ha oido hablar de que lo
que la mujer quiere es amor, pero aquella palabra no salió de la
boca de...., iba a decir individua.
Tuve la impresión de que hablaba de
un posible prometido como si de un producto de usar y tirar se
tratara.
El café me sentó como una patada en
el estómago. Que una tipa así hablara en aquellos términos no se
puede extrapolar al cien por cien de los casos. Pero deja un regusto
amargo y la sombra de la duda sobre la “suavidad”, “dulzura”,
“amabilidad” de la mujer vuela constantemente por el cerebro.
Cuando entré en la cafetería llevaba
cansado el cuerpo. Cuando salí de ella llevaba el alma hecha trizas.
AMEBAS
La tenía enfrente, un poco escorada a
la izquierda. De facciones suaves. Su cara parecía un bollito de pan
recién salido del horno.
El pelo medio rubio, medio castaño.
Evidentemente no era natural su color. Posiblemente en una sesión de
ducha se le había descolorido el negro zaino que caracteriza a los
naturales del país.
Era un pelo subido en..... Ah, sí,
era una peluca. Había visto que en los bares de alterne lindas
muchachitas al acecho del incauto, pacato y elevado narigudo hombre
de negocios, esperando como halcones en posición de caza, llevaban
el mismo tipo de peinado.
No quería pensar si ese trabajo
entraba dentro de lo aceptable o no. No quería que fuera su
problema. Pero era extraño. La chiquita quería estudiar idiomas.
¿Era un halcón o una linda palomita? El mundo iba en derrota. Ya no
se distinguía muy bien entre lo que era “formal” y lo que era
“vicio”, palabras que no definen nada, pero que intentan poner un
poco de claridad en la mente.
¿Era una pantera de la noche? Las
uñas no parecían precisamente de haber fregado un plato en su vida.
Largas, superadornadas. ¿O serían de quita y pon? Desde el escorado
ángulo desde el que la miraba se distinguían unas piernas bien
conformadas. La falda llegaba a los límites de lo permitido. ¿O era
que ella estaba enseñando sus encantos?
Tiempo atrás las muchachas eran muy
hábiles. Ponían cara de ángel en la incitación, cara de
vergüenza, cuando en realidad eran unas sirenas procedente de la
familia de las que intentaron seducir a Ulises.
Ahora no. Claramente la igualdad les
había roto la barrera de la vergüenza. Se presentaban frescas, se
mostraban. A veces pensaba si no sería necesario poner tiendas
prostibulares a la manera en que se exhiben al parecer en Amsterdam
(?) No era su fuerte el tema, no.
Pero la cosa tenía trampa. En esa
fresca desvergüenza se veñia venir que si el incauto lanzaba su
mano hacia donde no debía, aquello que por ley estaba prohibido, y
le parecía muy bien, el acoso sexual, era utilizado descaradamente
para sacarle los cuartos al rijoso incontrolado.
Incluso desde el sitio en que se
sentaba, posía observar como las ubres de la ternerita sobresalían
por los contenedores del cuerpo. Y la distancia no era poca.
Sentía admiración por los fotógrafos
de las revistas seudo-erotico-calienta-pijos que aparecían
anunciadas en los trenes. La posición de las damiselas hacía que
donde no había ubres pareciera que la dama en cuestión fuera ya una
experimentada vaca de leche. En el país parecía que gustaba la
leche. ¿O sería que los señores eran todavía “childs”? Como
dijo alguien, en el país de los símbolos, quién sabe....
Así, a la remanguillé, como quien no
quiere la cosa, y dentro de los ejercicios pertinentes de la lección
que se estudiaba le preguntó a la princesita: “¿Tú preparas
comida?” “No”, era de pocas palabras, fue su respuesta de ángel
dulcemente exterminador, siguiendo la línea de los títulos
telenovelísticos.
Aunque su cara permanecía impávida
cual si toda su vida hubiera estado jugando al póquer, en las
higadillas, la sonrisa, la risa estalló.... Claro, hija. No se vayan
a estropear esas uñitas, que cuidas con tanto mimo para rascar la
espalda de ..... No, no, por favor. No es políticamente correcto
pensar eso que estás pensando, y menos decirlo. ¿Cómo se te ocurre
pensar que una criatura tan linda pueda ser más pelleja que una
coneja? Ya salió el macho impertérrito....
Pero en el otro ala del cerebro se
seguía preguntando si esa exhibición descarada de los encantos no
entraría también dentro del concepto de acoso sexual ocular. ¿A
qué se estaba jugando? ¿No era aquello tan extraño que se ha dado
en llamar discriminación positiva?
Desde el punto de vista de la mera
observación de una chica más o menos agradable, que puede alegrar
las pajarillas del alma durante el día, no estaba mal. Pero que
ella, o ellas, hicieran uso de sus encantos para aplastar a la otra
parte, no entraba dentro de la noción de igualdad.
El problema es que el cabro seguía
sintiéndose muy por encima de la cabra, considerándola un ser
inferior, que debía estar a su servicio. Y aquí entraba San Pedro
el legal con la rebaja de la justicia.
Pero profundizando había más. Si él
les hacía caso, lo estrujaban, en los sentimientos, en el bolsillo.
Si no les hacía caso, lo seguían estrujando.
Le gustaba leer los temas de pareja en
revistas, periódicos y demás. La abundancia de quejas femeninas
hacia la falta de actividad másculina eran las más abundantes. La
falta de dulzura, amabilidad.... ¿Era eso real? Porque ello suponía
que ellas eran dulces, amables, activas etccccc. ¿O todo era un
juego no siempre demasiado limpio en el que el cabro tenía que
someterse sin remisión a los dictados de la cabra en todo y por
todo?
El mundo andaba muy descontrolado. Las
apariencias se daban alegremente como realidad,cuando la víctima era
muchas veces la causante de sus propias desgracias.
Decidió seguir
contemplando aquel fenómeno de prostitución visual encubierto tras
la fastuosa palabra de moda. Consideraba que no era cuestión de
volver a aquellos trajes largos, negros, que cubrían a nuestras
tatarabuelas, pero la desfachatez, la estupìdez, la incomprensión
de que la libertad va de la mano con la responsabilidad era algo que
le pateaba las tripas. La bella y la bestia le habían defraduado
totalmente.
La princesita se durmió ( Noche
activa, tal vez) De noventa minutos de clase, setenta estuvo en el
país de Morfeo. Bueno, mientras no ronque, pensó. El tema del sueño
no era exclusivo de las damas. Era general.
Cuando el curso terminaba y las
calabazas hacían su aparición, a través de las asociaciones de PTA
de la universidad, llegaban las preguntas a las que tenían derecho
los alumnos. ¿Por qué he suspendido? Como fiscal incólume
presentaba las pruebas del delito: Falta de asistencia, no responder
bien en el examen (rojo tomate aquí y allá), falta de atención,
dormir en la clase....
Era como si el profesor tuviera todos
los deberes y ningún derecho. El profesor se había convertido en el
que firmaba el título para que los retoños fueran licenciados en
“Nubarrones de sueño”.
¿Y aún se presumía de universidad,
estudio, buena posición? Evidentemente la cantidad era la
calidad....
Claro que el fenómeno no era
exclusivo del país, y como dijo el político, aunque no era un
consuelo, el tema era universal. La Tierra empezó a poblarse de
millones y millones de borregos.
Con el dominio de la maquinaria, el
cerebro humano iba retrocediendo al estado de las amebas.
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