jueves, 12 de octubre de 2017

INSTANTÁNEAS CIUDADANAS

INSTANTÁNEAS CIUDADANAS

ZAPATEADO

Los cascos de un caballo resonaban en la mente. Los sentía tras de sí cuando bajaban las escaleras que conducían hacia el metro. Cosa extraña, porque, que supiera, los caballos no tenían acceso a ese medio de transporte. Se volvió y comprobó la causa de tan agudo ruido. Era una jovencita rechoncha y, para su gusto, mal vestida, la que montaba aquella escandalera zapateril. Tanto ruido para tan pocas nueces.


SANDIAS ASALTANTES

Estaba leyendo. Estaba sentado, como todo el mundo que podía hacerlo, en el extremo de uno de los asientos para siete entes que había en cada vagón. Los barrotes del asiento eran lo suficientemente anchos como para que ocurriera lo que ocurrió. Paró el tren, se abrieron las puertas. De pronto algo le asaltó el brazo, se lo golpeó sin misericordia. Algo entró por los barrotes dándole tal golpe en el codo que casi se le cayó el libro que leía. ¡Qué gente!, pensó. Miró el objeto que le había asaltado. Era una sandía que portaba una señorita en la parte de la espalda donde ésta pierde su digno nombre. Embutida en un pantalón estrecho que le redondeaba el trasero. Un ataque en toda regla. ¿No habría vagones en los trenes sólo para hombres para ponerse a salvo de la sospecha de ser asalteadores de señoritas pusilánimes? Oye, ¿ y por qué das tantos rodeos para no decir la palabra culo? Bueno, es que como el mundo es tan fino, si se llama por su nombre a las cosas, además quedarás como mal educado...


LENCERIA

Los tiempos que corrían eran de lo más curioso. Tanto tiempo tan tapadas y modositas, pareciera que hubieran destapado el tarro de los deseos replegados en el alma, o que se hubieran convertido en sonámbulas sin redención. Entró en la habitación en que se iba a celebrar la clase. No había chicos todavía. Sólo había chicas. Acostumbrado a formas más equilibradas en el vestir, cuando entró en la habitación se puso rojo como un tomate maduro. ¡Perdón!, se disculpó. Y salió impelido como si lo persiguiera el mismísimo Belcebú. ¡Profesor, profesor! ¡La clase es aquí! ¿Cómo? ¿No es el probador de señoras? ¡No, es la clase! Asustado, con los ojos mirando al suelo, no se atrevía a mirarlas a la cara. Entró de nuevo en la habitación. Al parecer, en la moda, salir a la calle con el camisón de dormir, con el negligé transparente y las ebúrneas manzanas saliéndose de sus contenedores era algo perimitido y que no causaba rubor ni vergüenza. Estaba claro que los tiempos habían cambiado.


AL AIRE DE LA CONVERSACION

Cuando la tarde caía y las fuerzas menguaban, decidí tomarme un café. Reposar un poco. El dolor de piernas era fuerte.
Tomé el café, me senté y dejé pasar el tiempo, la cabeza vacía. Pero como el oido no es sordo , por los vientos del oeste galopaba una conversación que bajaba, que subía en su tono, por lo que a veces se entrecortaba.
-Ya con treinta y tantos años hay que pensar en asentar la cabeza. Pero claro, tiene que ser con un hombre al que se pueda respetar. Porque un hombre al que no se pueda respetar, ni en pintura. Pero eso sí, tiene que ser amable conmigo y dejarme hacer lo que yo quiera. En fin, no importa tanto su figura, pero si tiene una buena posición y puede subir, mejor que mejor. Así, si yo me decido dejar el trabajo, puedo hacerlo. De lo contrario, no. Un chico que sólo vive de trabajar por temporadas, ni hablar. Después una tiene que trabajar. Trabajar sí quiero. Y si no que me alimente.
A mi lado había un caballero leyendo un libro. Parecía impasible y no hacer caso. Me miró como interrogándome si entendía. Le hice una señal asintiendo, sonreimos y seguimos con la oreja puesta.
Uno siempre ha oido hablar de que lo que la mujer quiere es amor, pero aquella palabra no salió de la boca de...., iba a decir individua.
Tuve la impresión de que hablaba de un posible prometido como si de un producto de usar y tirar se tratara.
El café me sentó como una patada en el estómago. Que una tipa así hablara en aquellos términos no se puede extrapolar al cien por cien de los casos. Pero deja un regusto amargo y la sombra de la duda sobre la “suavidad”, “dulzura”, “amabilidad” de la mujer vuela constantemente por el cerebro.
Cuando entré en la cafetería llevaba cansado el cuerpo. Cuando salí de ella llevaba el alma hecha trizas.

AMEBAS

La tenía enfrente, un poco escorada a la izquierda. De facciones suaves. Su cara parecía un bollito de pan recién salido del horno.
El pelo medio rubio, medio castaño. Evidentemente no era natural su color. Posiblemente en una sesión de ducha se le había descolorido el negro zaino que caracteriza a los naturales del país.
Era un pelo subido en..... Ah, sí, era una peluca. Había visto que en los bares de alterne lindas muchachitas al acecho del incauto, pacato y elevado narigudo hombre de negocios, esperando como halcones en posición de caza, llevaban el mismo tipo de peinado.
No quería pensar si ese trabajo entraba dentro de lo aceptable o no. No quería que fuera su problema. Pero era extraño. La chiquita quería estudiar idiomas. ¿Era un halcón o una linda palomita? El mundo iba en derrota. Ya no se distinguía muy bien entre lo que era “formal” y lo que era “vicio”, palabras que no definen nada, pero que intentan poner un poco de claridad en la mente.
¿Era una pantera de la noche? Las uñas no parecían precisamente de haber fregado un plato en su vida. Largas, superadornadas. ¿O serían de quita y pon? Desde el escorado ángulo desde el que la miraba se distinguían unas piernas bien conformadas. La falda llegaba a los límites de lo permitido. ¿O era que ella estaba enseñando sus encantos?
Tiempo atrás las muchachas eran muy hábiles. Ponían cara de ángel en la incitación, cara de vergüenza, cuando en realidad eran unas sirenas procedente de la familia de las que intentaron seducir a Ulises.
Ahora no. Claramente la igualdad les había roto la barrera de la vergüenza. Se presentaban frescas, se mostraban. A veces pensaba si no sería necesario poner tiendas prostibulares a la manera en que se exhiben al parecer en Amsterdam (?) No era su fuerte el tema, no.
Pero la cosa tenía trampa. En esa fresca desvergüenza se veñia venir que si el incauto lanzaba su mano hacia donde no debía, aquello que por ley estaba prohibido, y le parecía muy bien, el acoso sexual, era utilizado descaradamente para sacarle los cuartos al rijoso incontrolado.
Incluso desde el sitio en que se sentaba, posía observar como las ubres de la ternerita sobresalían por los contenedores del cuerpo. Y la distancia no era poca.
Sentía admiración por los fotógrafos de las revistas seudo-erotico-calienta-pijos que aparecían anunciadas en los trenes. La posición de las damiselas hacía que donde no había ubres pareciera que la dama en cuestión fuera ya una experimentada vaca de leche. En el país parecía que gustaba la leche. ¿O sería que los señores eran todavía “childs”? Como dijo alguien, en el país de los símbolos, quién sabe....
Así, a la remanguillé, como quien no quiere la cosa, y dentro de los ejercicios pertinentes de la lección que se estudiaba le preguntó a la princesita: “¿Tú preparas comida?” “No”, era de pocas palabras, fue su respuesta de ángel dulcemente exterminador, siguiendo la línea de los títulos telenovelísticos.
Aunque su cara permanecía impávida cual si toda su vida hubiera estado jugando al póquer, en las higadillas, la sonrisa, la risa estalló.... Claro, hija. No se vayan a estropear esas uñitas, que cuidas con tanto mimo para rascar la espalda de ..... No, no, por favor. No es políticamente correcto pensar eso que estás pensando, y menos decirlo. ¿Cómo se te ocurre pensar que una criatura tan linda pueda ser más pelleja que una coneja? Ya salió el macho impertérrito....
Pero en el otro ala del cerebro se seguía preguntando si esa exhibición descarada de los encantos no entraría también dentro del concepto de acoso sexual ocular. ¿A qué se estaba jugando? ¿No era aquello tan extraño que se ha dado en llamar discriminación positiva?
Desde el punto de vista de la mera observación de una chica más o menos agradable, que puede alegrar las pajarillas del alma durante el día, no estaba mal. Pero que ella, o ellas, hicieran uso de sus encantos para aplastar a la otra parte, no entraba dentro de la noción de igualdad.
El problema es que el cabro seguía sintiéndose muy por encima de la cabra, considerándola un ser inferior, que debía estar a su servicio. Y aquí entraba San Pedro el legal con la rebaja de la justicia.
Pero profundizando había más. Si él les hacía caso, lo estrujaban, en los sentimientos, en el bolsillo. Si no les hacía caso, lo seguían estrujando.
Le gustaba leer los temas de pareja en revistas, periódicos y demás. La abundancia de quejas femeninas hacia la falta de actividad másculina eran las más abundantes. La falta de dulzura, amabilidad.... ¿Era eso real? Porque ello suponía que ellas eran dulces, amables, activas etccccc. ¿O todo era un juego no siempre demasiado limpio en el que el cabro tenía que someterse sin remisión a los dictados de la cabra en todo y por todo?
El mundo andaba muy descontrolado. Las apariencias se daban alegremente como realidad,cuando la víctima era muchas veces la causante de sus propias desgracias.
Decidió seguir contemplando aquel fenómeno de prostitución visual encubierto tras la fastuosa palabra de moda. Consideraba que no era cuestión de volver a aquellos trajes largos, negros, que cubrían a nuestras tatarabuelas, pero la desfachatez, la estupìdez, la incomprensión de que la libertad va de la mano con la responsabilidad era algo que le pateaba las tripas. La bella y la bestia le habían defraduado totalmente.
La princesita se durmió ( Noche activa, tal vez) De noventa minutos de clase, setenta estuvo en el país de Morfeo. Bueno, mientras no ronque, pensó. El tema del sueño no era exclusivo de las damas. Era general.
Cuando el curso terminaba y las calabazas hacían su aparición, a través de las asociaciones de PTA de la universidad, llegaban las preguntas a las que tenían derecho los alumnos. ¿Por qué he suspendido? Como fiscal incólume presentaba las pruebas del delito: Falta de asistencia, no responder bien en el examen (rojo tomate aquí y allá), falta de atención, dormir en la clase....
Era como si el profesor tuviera todos los deberes y ningún derecho. El profesor se había convertido en el que firmaba el título para que los retoños fueran licenciados en “Nubarrones de sueño”.
¿Y aún se presumía de universidad, estudio, buena posición? Evidentemente la cantidad era la calidad....
Claro que el fenómeno no era exclusivo del país, y como dijo el político, aunque no era un consuelo, el tema era universal. La Tierra empezó a poblarse de millones y millones de borregos.
Con el dominio de la maquinaria, el cerebro humano iba retrocediendo al estado de las amebas.



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