sábado, 2 de enero de 2016

AURORA

AURORA

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos
¡La besé tantas veces bajo el cielo infinito!

Pablo Neruda 

Noble estatura, la cabeza altiva,
Impetu brusco y lentitud de celo,
Tierna hasta el llanto, caprichosa, fuerte.
Avida, humilde.

                            Jorge Guillén

Joaquín alargó la mano y enseguida encontró el paquete de tabaco y las cerillas. Tenía la boca seca pero necesitaba prolongar en el humo del cigarro aquella noche que tocaba a su fin.
Hace frío, pensó mientras su mirada se perdía en la cabeza de Aurora. Aurora. Bonito nombre. Si te miraras cuando duermes te ibas a divertir muchísimo. Hay poemas que se escriben en el aire. Este es uno de ellos. Si yo intentara escribir algo sobre este instante, sobre esta noche, el papel que gastaría iba a ser increible. Sí, a veces el silencio es el mejor poema.
Se levantó como pudo y al ver como en el hueco de las sábanas quedaba impresa su figura, un profundo escalofrío recorrió su cuerpo.
¡Ay, Helena! No puedo por menos que pensar en ti. ¿Recuerdas? Tantas veces hemos hablado de la libertad del amor, de la naturalidad de las personas que, una vez las cosas ocurren como deben ocurrir, se siente uno extraño. Tú y yo sabemos que algo como lo que ha ocurrido estos días es lo más hermoso que puede ocurrir, pero hasta los más inteligentes se sienten incapaces de reaccionar a plenitud cuando el asunto va con ellos.
Y tenía que ser ahora, ahora que, en alguna medida, mi vida puede cambiar. ¿Será esta mujer una premonición de ese cambio? ¡Aurora! Amor en año nuevo, unos brazos que se abren y un camino por recorrer.
Sí, este es el nombre, este es el camino. ¡Uf! Se está muy bien a tu lado, pequeña.  
Joaquín acabó el cigarrillo y se acurrucó junto al cuerpo de la muchacha.
¿Cómo eres, Aurora, cómo eres? Ayer, mientras tomábamos aquella cerveza me hablabas de tu cansancio. No, tú lo sabes, el cansancio del cuerpo es siempre accidental. Cada vez que te miro, veo tus ojos plantados de campos inmensos de tristeza. Sí, de tristeza y dolor que rasgan las vestiduras del alma. Porque tú tienes enferma el alma. No sé cuál es la causa. Celosamente la callas porque no quieres recordar. No tengo derecho a arrancarte tu secreto. Sé que algún día,cuando todo sea recuerdo y pasado, quizás me digas el por qué de tu silencio.
Tú no la conoces, Helena,pero si algún día llegaras a conocerla, comprenderías la inmensa ternura que derrama cuando habla. Es fuerte y al tiempo tan tierna que cualquier cosa le puede traspasar su cansado corazón. Algunas veces me acuerdo de ti a través de ella. ¿Pero cómo llegó? Hay personas a las que a veces no sabes si pedirles perdón o darles las gracias. Fue Pedro quien me la presentó, la llevó a casa a tomar café. Cuando me acuerdo de él no sé si me siento culpable o agradecido. Sólo te puedo decir que cuando estos días le he visto me he sentido un poco avergonzado.
Posiblemente sea una tontería, pero es así. Y sé que ha hecho un gran esfuerzo por mantenerse a la altura de las circunstancias. Es un gran hombre.
Con una sonrisa estentórea y contagiosa, los clásicos y los modernos pasaron por la pluma. Serán sus compañeros durante mucho tiempo en los remansos de paz por su alma.
Aurora removió su cuerpo por entre las sábanas y al abrir los ojos se encontró con los de Joaquín besándole tiernamente la mejilla.
- Qu´est-ce que tu fait?
- Contemplo tu forma de dormir.
-¿Y es bonito?
- Todo un poema.
Aurora sacó los brazos de las sábanas y los enredó en el cuellos de Joaquín.
- Tonto
- Sí. Mucho.
Un beso profundo y largo rompió las vestiduras de la niebla. Aurora se recogió sobre sí misma y volvió a quedarse dormida.
Dios mío. Hay momentos en la vida que adquieren la sublimidad de una obra de arte. ¡Cuánto aprendí aquellos días! ¡Qué forma de ver patente la estupidez de los hombres! ¡Como si la mujer no fuera una persona! ¡Como si fuera un animal que se utiliza y cuando no sirve se le mata o se le vende! ¡Siento vergüenza ajena!
Sí, Helena, esta mujer ha sufrido mucho y lo lleva clavado en los ojos. No puedo por menos que recordar lo que ocurrió hace unas noches con Ofelia. Ya conocía a Aurora. Ofelia había recibido una carta de Rafael, un amigo mío. Vino a despedirme desde el pueblo y cuando estaba en casa de Ofelia para leer la carta me llamó por teléfono. Rafael había llegado. ¡Qué alegría la nuestra! Lo llevé a casa de Ofelia y estuvimos hablando de la representación de su cuento en el Instituto de su pueblo. La muchacha estaba resplandeciente. Alguien desconocido totalmente para ella iba a hacer más por su arte y su persona que lo que habían hecho sus padres. Mientras su padre paseaba por la habitación, Ofelia nos leía unas páginas llenas de arte y amargura.
La tarde se presentó fastuosa. Pedro, Ofelia, Aurora, Rafa y yo. ¡Vaya cinco! La cita que anteriormente yo había programado no resultó y nos fuimos a tomar vino. ¡Qué mezcla, dios! Yo no sé si estábamos borrachos, pero la alegría y el amor resplandecía en los ojos. Mientras los demás continuábamos nuestra alegría. Ofelia volvía a recibir otra bofetada moral en su alma sensible. De allí salieron dos páginas relatando su visión de aquella noche que me hicieron saltar las lágrimas. El imbécil de su padre la castigó, a sus veintidos años, a estar todos los días a las diez de la noche en casa. ¡Dios mío! ¿Cómo se puede querer a gente así? Comprendo su odio, su dolor y espero poder hacer algún día algo porque salga de esa situación. Pero confío en ella, confío en ella y sé que sabrá remontarse sobre la estupidez del mundo. ¡Mira que amenazarla con partirle la cabeza! ¿Comprendes mi vergüenza?
El cuerpo nervioso de Aurora se removía en la cama. Un grito ininteligible se escapó de su boca y asustó a Joaquín.
- Calla, calla...,que como se levante el fiera este verás. Yo lo siento por Pepín y por tu madre. Bastante con que aguanta la situación.
Las palabras de Joaquín tranquilizaron a la chica, que se pegó, hermosa, al costado del hombre.
Desde luego que hay noches que por lo trágicas o lo divertidas se recordarán mucho tiempo. El año se nos escapaba por los dedos de la lluvia. Los cinco elementos nos encontramos en una bodega de esas que hay en la ciudad. Nos encontramos con el silencioso. Pedro ,ya sabes como es, se sentía desplazado del alma de Aurora, mientras ,Rafa no paraba de beber y charlar. El Amor de los hombres reinaba en aquel grupo. No sé si la gente comprendía nuestra alegría , pero la verdad es que estaba presente en todos, cada uno a un nivel, pero presente.
Mientras Manolo se iba y Ofelia recibía sus bofetadas morales, los demás, Pedro, Aurora, Rafa y yo seguíamos la ronda. No puedo decir a cuántos sitios nos dirigimos , pero sí que la mona era hermosa. Al final acabamos en casa de Aurora. Antes de llegar habíamos decidido darnos un baño juntos. Situación que aprovechamos para amarnos con toda la fuerza de Dionisos. Sí, Dionisos hizo de las suyas aquella noche. Rafa dormía, Pedro comía almendras. Mientras, el agua de la bañera rebosaba y mojaba la ropa sobre la que nos amamos. Emilia, la madre de Aurora, entraba en el cuarto de baño y se ponía a hacer pis.
- Pero estais locos. Por vosotros no es, es por ese bestia que duerme en la otra habitación. Si se levanta a orinar nos echa a patadas.
Joaquín acarició el cuerpo de Aurora mientras encendía un cigarrillo. El humo prolongaba el inefable recuerdo.
La risa solapada fue unánime. Nos miramos y no podíamos dejar de reir.
- Sí, estais preciosos así, decía Emília, pero tú ya sabes, Aurora, lo que pasa con el hermano de Pepín.
Salió Emilia y mientras Aurora se metía en una toalla y salía a la habitación en que estaban Rafa y Pedro, yo me vestía con parsimonia toda la ropa pingando de agua. El momento era divertido.
Rafa dormía, Pedro comía almendras y Aurora se escondía en el pijama. Cuando por fin salimos de allí, la carcajada fue estruendosa.
Pedro nos alargó a casa bajo una lluvia pertinaz y hermosa. Cuando me acosté , el recuerdo de aquella noche, la resaca y la risa no me dejaron dormir.
Joaquín se sentó en la cama. Aurora dormía plácidamente a su lado. La estuvo contemplando con minuciosidad, intentando adivinar los sueños que cruzaban por su mente. Mientras contraía la nariz, cogía con fuerza el borde de la sábana y se frotaba por encima del labio superior. Unas veces sonreía, otras fruncía el ceño en un gesto de reprimido dolor.
Aurora, ¿qué secretos escondes? No te conozco, es verdad. Pero te conozco. Te adivino en el gesto dolorido de tus ojos, te adivino hasta saber que alguna vez intentaste escaparde este mundo absurdo. Te adivino cuando te hablo en mi mal francés y tus ojos reprimen las lágrimas. ¡Dios mío! ¡Cuánto sufrimiento para unas horas de felicidad!
Joaquín alargó la mano hacia la mesa y miró la hora. Comprobó que aún era temprano y se enfundó junto al cuerpo agradecido de su amante.
Como adivinarás, Helena, al día siguiente casi no me tenía en pie. Mi mamá, como siempre, pretendía hacerme sentir culpable de su terrible dolor de cabeza. ¡Claro! No había dormido en toda la noche porque yo había llegado a casa a las tres de la mañana. ¡Qué absurdo! ¡Y eso que soy un hombre! Pero parece que cuando las cosas van bien, todo se pone de cara. Aquella noche loca del niño se iba a ver superada por la siguiente, por ésta que está finalizando. Supongo que adivinan donde estoy, lo que pensarán de esta mujer, pero sus bocas, hasta ahora, han sido sepulcros entreabiertos por los gestos y las miradas. No sabe uno exactamente qué hace más daño.
Si supieran lo que he aprendido esta noche, si supieran lo que es el respeto, el diálogo, la comprensión, el aliento de un cuerpo junto a otro, diciendo verdades como casas sin necesidad de apareamiento, si ellas y todas las que son como ellas comprendieran alguna vez estas cosas, entonces una nueva Aurora empezaría a iluminar la estúpida vida del Hombre.




Córdoba  4 de enero de 1982

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