domingo, 12 de abril de 2015

INSTANTÁNEA (CARTA A UN AMIGO)

INSTANTANEA
(CARTA A UN AMIGO)

                                  Tokyo,  24  de mayo del 20...
         Querido J. M. , te escribo esta carta justo un día antes de ese acto, ya cotidiano, que se llaman elecciones. Aunque cambien los de arriba, según tengo entendido, a tí no te afecta. ¿O sí te afecta? Algún día me lo tendrás que explicar.
        Bueno, no es eso sobre lo que yo quería hablarte, aunque en el fondo pueda tener alguna relación.
        Hoy tenía yo una charla sobre eso tan español que llamamos Copla. Presentar por estas tierras ese tema, si se sabe hacer, creo que no es tan difícil. Hay que saber hacer abstracciones de tiempo y lugar y encontrar los puntos, tantos y tan abundantes, comunes al género humano.
        El viernes, circunstancias de la vida, es un día de mucho trabajo y de poco dormir. Cuando llega el sábado quisiera uno arrebujarse entre las sábanas y estar un siglo durmiendo, pero...
        Hoy también me tuve que levantar para ir a trabajar. Me preparé y salí de casa. El cuerpo y la mente iban como entumecidos por el cansancio. En fín, lo de siempre. Hasta la estación del tren, en estas tierras, en esta Megalópolis, el tren es los zapatos nuestros de cada día, tardo como diez minutos. Tomo el tren y entre el gentío y el bochorno me enfrasco en la lectura del último número de una revista.
        Hablaba uno de los artículos de la tradición y de la nueva estética. De los vestidos de faralaes adaptados a tiempos modernos, a una mujer que es más ama de una plaza en una oficina que ama de casa, del Gran Hermano de Roma al que no le cantaban en Gori-Gori, sino con los ritmos más alegres del flamenco más nuevo. Estética nueva para un tema muy viejo.
        Tenía que hacer trasbordo al metro en una de las mil estaciones perdidas en el mar de esta ciudad. Me dirijo al andén que me pertenecía. Cuando estaba llegando al lugar, a la puerta por la que quería entrar, tuve que restregarme los ojos porque no podía creer lo que estaba viendo.
        Decir hermosura, bellas formas, proporción perfecta, mujer diez, es poco para definir a aquella mujer, no etérea, que diría Bécquer, porque era corpórea y concreta, sino presente, rotunda, una mujer mujer, en una palabra.
        Todo el sopor que inundaba el cuerpo y la mente volaron como si un huracán se los hubiera llevado. Todo yo desperté como por una insuflación de vida ante la presencia de la bella.
        No sé como podría ponderar a una mujer de estatura elevada, comparada con la media, cabeza venusina, piel aterciopelada, pelo azabache, rostro oriental con proporciones y curvas griegas. Una Venus de Milo en versión de este país. Muy de aquí y al mismo tiempo muy de cualquier lugar.
        Pecho frondoso, sin exageración, cintura proporcionada, perfecta para dejarse llevar en cualquier baile. Piernas firmes y rectas, espalda como de bailaora de flamenco, trasero ni repingado ni escuálido, melocotón perfecto para disfrutar con las dos manos.
        No, me adelanto a tus sospechas. Mis palabras no surgen de los entresijos de la libido, más o menos despierta a golpe de hermosura. En última instancia surge de los meandros del sentimiento de belleza que cada cual arrastra en el río de la sangre. Y hablo, claro está, no de la desnuda Venus de Milo, sino de la más púdica y al mismo tiempo atrayente Victoria de Samotracia. Una mujer diciendo aquí estoy yo, pero sin los  exhibicionismos exagerados que a veces se perciben en las féminas.
        Era la sencillez misma. Pelo corto, un jersey morado, a medio brazo, tirando a cárdeno. Recordé las cárdenas roquedas machadianas y algún atardecer de las lomas de San Saturio en Segovia.
        Un pantalón negro ceñía la parte baja del cuerpo. Mujer de proporciones perfectas. Cualquier otra, celos ausentes en la mirada, quisquilloso eterno femenino, hubiera pensado lo mismo al verla. Era el deleite de la belleza para los ojos y punto.
        Subimos al metro. No sé dónde se colocó. Yo me enfrasqué en la lectura y pensando en lo que varias horas más tarde iba a comentar en mi charla.
        La noche se hizo fuera, sólo iluminada con la llegada a cada una de las estaciones en que nos tocaba parar. Y llegó el momento de que mi Victoria de Samotracia tenía que bajar del metro. La ví salir mientras dentro de mí le daba las gracias por su presencia. Me había alegrado el día. Por la puerta de la izquierda entraba la otra cara de la moneda.
        Mientras mi dama era la lujuriosa frondosidad de la vida andando, al otro lado, otra mujer, no está en mi ánimo la comparación, bajita, vieja generación, vestida de negro, con la escuálida piel de los carrillos haciendo resaltar los pómulos, con una palidez no oriental, sino de cadáver. Manos proporcionadas a su tamaño, pero perfiladas en hueso. No hablo de una mujer, hablo de la viva imagen de la muerte. Se sentó a mi lado.
        Mientras una parte de mí se iba con la vida, la otra se quedaba con la Parca. Al instante el nombre de Alberto Durero vino a las neuronas de mi cerebro. Durero y su famoso cuadro de las tres edades de la vida humana. Una mujer joven, una mujer en plenitud y una mujer ya con un pie en el estribo.
        Y mi mente, como parece un computador incontrolado, saltó de inmediato a aquellos versos que aparecen en las eremíticas casuchas de Sierra Morena.

Como te ves yo me ví.
Como me ves te verás.
Todo para en esto,aquí.
Piensalo bien y no pecarás.

        Por supuesto, muy cristiano. Al final, ¿qué es la vida? ¿Es la hermosura lo importante sabiendo que al final del camino espera la decrepitud física y a veces mental? ¿Hay que ir preparándose cada día para ese momento del traslado final de este alquilado armatoste que llamamos cuerpo? ¿Es lo importante disfrutar, Carpe Diem, y después que arree el que queda? ¿ O hay que cuidar el alma y no hacerle caso al cuerpo?
        Yo no te puedo asegurar que entienda el sentimiento religioso ni cultural de estas tierras pero, al parecer, como en todos sitios, uno de los deseos más importantes de la mayor parte de la gente es morir en plenitud de facultades y si puede ser de juventud.
El cerezo, símbolo por excelencia de la brevedad y la belleza de la vida,encierra mucho de esa filosofía. Las flores,en plenitud, caen sin llegar a arrugarse.
        En los tiempos antiguos morir bellamente en plena juventud formaba parte de una especie de religión estética. Ahora empieza a existir un rechazo a ese quitarse la vida sin sentido.
        Hablé sobre la Copla. La Copla llena de deseo y fuego hacia el presente y el futuro. De recuerdos que hacen daño muchas veces, hacia el pasado. Deseos que no se sabe si se cumplirán.
        Lo duro, lo cruel no es eso. Lo duro, me decía alguien, es no estar muy seguro de haber vivido. No saber si se ha vivido, y cuando por nosotros se deslizan vivencias sentidas en plenitud, el dolor, el inenarrable dolor de saber que ya no volverá, encierro en la nostalgia, antesala de la muerte.
Para terminar quiero mandarte un poema, bueno o malo, no sé, tú juzgarás, relacionado con esto último.


El recuerdo se revuelve
animal acorralado,
como ola traicionera
vomitando hacia la orilla
en las sombras del tiempo.
El recuerdo se revuelve,
perro pisoteado,
mordiendo el corazón
herido,
atormentado.
El recuerdo...
                                         (De “Aires Amorosos”)

        Querido amigo, estas reflexiones me produjo una instantánea el día de hoy. La vida saliendo por una puerta, la muerte entrando por otra.

                                   Antonio Duque Lara



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