miércoles, 21 de septiembre de 2016

SIRENA

SIRENA

Son las dos de la tarde. Hace calor, pero ya no es el calor agobiante que ha asolado ciudades y corazones.
Treinta grados, pero un alto porcentaje de humedad.
Tras la comida y esa calida morriña, el sueño se apodera del cuerpo. Sentado, escucha música clásica que invita a mecerse. La mente se relaja, se relaja y aparecen, fluyen las imágenes.
El mar, cual seno maternal acoje al soñador. Entra en el agua, transparente como un corazón puro. ¿Qué es aquello?, se pregunta. Ah, una sirena, pero no una sirena nórdica, de pelo rubio y largo. Es una sirena mediterránea: Morena de verde luna, con el sabor que da el moreno solar en una piel bella, perfecta.
Le da la mano y suben a la superficie. Ella se le acerca y le besa tiernamente, apasionadamente. Respiran en profundidad y se lo lleva hacia el fondo, hacia su palacio en las más profundas profundidades del mar, de la mar.
Están solos, nadie les molesta. Bailan, retozan, se abrazan, se sueltan. La alegría les rezuma por los poros. Y caen dormidos sobre un lecho de algas que se dirían plumas de patos salvajes.
¿Cuánto tiempo pasó? Abrieron los ojos y ella, de nuevo, cogiéndolo de la mano, lo llevó a la superficie. Debía volver a sus quehaceres.

En ese momento le comunicaron que los alumnos acababan de llegar. Se levantó con un suspiro y mandó a su sirenita un beso de los que hacen época. Mejor que los del cine.
 

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