sábado, 2 de julio de 2016

LA PRINCESA DE LAS TORTUGAS

LA PRINCESA DE LAS TORTUGAS


A través de las cortinas entornadas se filtraba la luz de la mañana. Era aún una luz suave, una luz que se iba desperezando poco a poco y ayudaba a los humanos a salir de la perezosa sensualidad del sueño.
Abrió los ojos. La habitación en penumbras se iba iluminando con aquella luz tamizada de albor. Se dio cuenta de que sus labios esbozaban una sonrisa y que dentro del pecho algo bailaba de alegría. Le pareció extraño porque no recordaba haber soñado con nada especial, ¿o sí?
Delante de él había un calendario ¡Equinoccio de verano! ¡Claro! Sí, había soñado algo. Ahora empezaba a aflorarle la razón de su sonrisa. Había soñado con lo que le había ocurrido hacía varios años aquel mismo día.
La ciudad, a la caida de la tarde, estaba en plena efervescencia. La gente iba y venía de verbena en verbena. Aquí y allí se preparaban para ver y oir fuegos artificiales y conciertos más o menos desconcertados.
Aquel día veraniego paseaba por la verbena de su barrio. Sentada en un banco de los jardines del parque se encontraba ella. No la había visto nunca. ¿Vivía por allí o había venido de otro lugar? Envuelta en un maravilloso vestido azul de una pieza, floreado, rameado, le pareció un ser divino. Ni Blancanieves, ni la belleza de Cenicienta, ni...., bueno, no se acordaba de muchos nombres de bellas que llenaron sus lecturas infantiles. ¿O sería la sensualidad de Sherezade? ¿O la perversidad erotizada de Salomé? Parecía un ser oriental. Pero también podía ser de otro lugar. ¿Cómo se llamaba aquella ropa? ¿Sari, yukata , kimono? Le sonaba, pero no sabía situarla. Que no era típica de donde vivía era lo único cierto. Fue a sentarse en el banco en que ella estaba.
  • ¡Hola!
  • ¡Hola!
  • Tú no eres de por aquí, ¿verdad?
  • No, acabo de llegar de la Luna de Polaris y no conozco a nadie.
  • ¿De la Luna de Polaris?
  • Sí, en la Luna de Polaris vivimos seres como yo.
  • ¡Ah, bueno!
El la miraba y ella lo miraba. Habían conectado desde el primer momento, aunque aquello de “seres como yo” le sonaba raro. Parecía una mujer, especialmente bella, pero una mujer...
La gente que pasaba por allí lo miraba a él, extrañada. ¿Qué sería Polaris y su Luna? ¿Seria algo del Polo Norte? ¿O sería, creía recordar, un submarino atómico? No preguntó nada más porque no quería dar muestras de su ignorancia.
Siguieron hablando y hablando hasta que decidieron darse un paseo por la verbena. La miraba embelesado. No sabía dónde situarla. Parecía de allí, pero también parecía extraterrestre. Recordaba algunos cuentos de las Mil y Una Noches en los que seres que vivían entre el cielo y la tierra presentaban toda la belleza que puede existir en una mujer, en plenitud de su misterio, en plenitud de un no sé qué entre místico y profano. En la verbena se compraba y se vendía. Peces de colores, molinillos de viento, comidas más o menos dulces, más o menos para tomar con cerveza o un buen vino, incluso había puestos de tortugas.
La música tronaba dejando sordos a los oidos más refinados. Mozos y mozas bailaban, bebían, reían.... Era una algarabía de alegría y placer.
Decidieron alejarse un tanto de aquel ruido. De pronto la chica se puso a llorar. ¿Qué pasa, qué pasa? Se encontraba perdido por completo. No sabía a dónde acudir. Las lágrimas le afluyeron a los ojos como a los niños que en un berrinche rompen en llanto sin saberse por qué.
_ ¡Mira, mira! ¡Alguien ha abandonado a esas dos tortuguitas en una bolsa sin agua!
Iba a decir que las cogiera y se las llevara, pero quizás la situación tan extraña y una cierta vergüenza le hicieron desistir de ello.
_ ¡No puedo, no puedo! Cuando veo estas cosas el alma se me nubla, es superior a mis fuerzas. Pobres animalitos.
Pero no se las llevó, pensó él. Siguieron su camino charlando animadamente. Pasaron por una calle llena de restaurantes. El olor que flotaba en el ambiente invitaba a entrar en alguno de ellos para llenar la andorga.
_ ¡Ah, quiero comer sopa de tortuga!
_ ¿Qué? ¿Sopa de tortuga?
_ Sí, de donde yo soy es una comida normal. Además es muy buena para la vitalidad humana.
_ (¡Chica más rara! Hace un minuto llorando y ahora se quiere comer a las tortugas, pensaba) Pues aquí como no te conformes con unos pulpos a la plancha o unas sardinitas asadas...
Le recordaba esas historias de películas de bellas sirenas que se enamoraban de un humano y que cuando veían algún producto marino se lanzaban sobre él para zampárselo. ¡Cosa más extraña de criatura!
Entraron en un chiringuito de pescaito frito. Siempre pedía dos raciones de cada plato. Uno se lo comía él y el otro se lo tomaba ella. Aunque la gente sólo veía a una persona en diálogo con un ser invisible y que el plato de ese ser se quedaba intacto. Pero como pagaba nadie le hizo el menor comentario.
Comieron, salieron a la calle y se mezclaron de nuevo con el bullicio de la gente.
_ ¡Ah, las diez!
_ ¿Y qué?
_ Tengo que volver.
_ ¿A dónde?
_ A la Luna de Polaris. Yo vengo de un lugar llamado la Laguna Seca. Es una laguna de leyenda que existe de verdad. Sólo cada cien años aflora el río subterraneo que la alimenta y la llena completamente. Por eso es una laguna misteriosa que aparece en las leyendas pero en ningún libro de geografía ni de astronomía. Y ahora adiós...
_ Pero...
_ Sí, adiós...
Se acercó a él, le besó en la mejilla y desapareció entre el ruido de la noche. Nunca más la volvió a ver.

Ahora, varios años más tarde, la recordaba y no sabía si aquello había sido real o era el producto de su imaginación. No sabía si aquella criatura era un ser lunático o el lunático era él.
   

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