viernes, 22 de mayo de 2015

Via Lactea (II)

EL TREN NOCTURNO DE LA VIA LACTEA
KENJI MIYAZAWA

Segunda parte.
Seguro que lo habrán salvado porque los marineros eran veteranos y se alejaron remando rápidamente del barco.
Alrededor de ellos se oyó un clamor de suspiros y rezos al tiempo que Giovanni y Campaneila empezaron a recordar vagamente cosas que hasta entonces habían olvidado. Ambos sintieron que los ojos se les calentaban, quizás porque intentaban aguantar las lágrimas.
- "Ah, ese es el Pacífico. Allí trabajan en sus barquitos hombres que luchan con denuedo contra los icebergs que vienen del extremo norte, que luchan contra el viento, contra la marea de hielo... Me parece que no tengo perdón al ver como trabajan. ¿Qué podría yo hacer para conseguir su felicidad?" -. Giovanni, inclinando la cabeza, se hundió en la más profunda de las tristezas.
- Yo no sé qué es la felicidad, pero esos hombres se acercan, subiendo y bajando como en los puertos de montaña, hacia la felicidad, porque, aunque externamente su vida es dura, avanzan por un camino que ellos consideran justo -, dijo el farero a modo de descargo.
- Así es, pero es la voluntad de Dios que para llegar a alcanzar la felicidad se deba pasar por infinidad de momentos tristes -, respondió el joven a modo de oración.
Los hermanos, muy cansados, apoyándose sobre el respaldo del asiento, se quedaron dormidos. El pequeño, que había llegado sin zapatos, tenía ya desde hacía una rato puestos unos suaves zapatos de color blanco.
El traqueteante trenecito avanzaba por la brillante fosforescencia de la orilla del río. Mirando por la ventana del otro lado se diría que el prado fuera la proyección de una diapositiva. Se veían cien, mil señales de muchas formas y dimensiones. Sobre las grandes se podían ver banderas geodésicas con dos puntos rojos. A lo lejos se veía todo cubierto. Tantas había reunidas que parecía traslúcida niebla... Fuera, desde allí o desde más lejos, a veces, algo parecido a humo, adquiriendo formas variadísimas, se elevaba hacia el firmamento tomandon por acá y acullá formas tan bellas como la de la campanula.
Efectivamente, el transparente viento traía un profundo olor a rosas.
- ¿Que les parece? Seguro que es la primera vez que ven estas manzanas -, dijo el farero, teniendo apoyadas sobre las rodillas, para que no se le cayeran, unas manzanas grandes, coloreadas bellamente en amarillo y rojo.
- ¿Eh? ¿De dónde ha salido eso? ¿ Por qué se crian estas manzanas? -. preguntó el joven, como olvidándose de sí mismo, verdaderamente impresionado , meneando la cabeza a un lado y a otro, entrecerrando los ojos de alegría mientras miraba hacia el montón de manzanas que abrazaba el farero entre las rodillas.
- Cojan, por favor, cojan sin preocuparse...
El joven cogió una mientras Giovanni y Campanella se contentaban con mirar.
- ¿Qué tal, señoritos? Cojan ustedes también.
Giovanni, al oir aquello de señorito, se mosqueó un tanto, mientras Campanella daba las gracias al farero. Entonces, el joven mismo les alargó una a cada uno a lo que Giovanni, levantándose, agradeció el regalo.
El farero, al fin las manos libres, puso una sobre las rodillas de cada uno de los hermanos.
- Muchísimas gracias -, agradeció el joven mientras observaba atentamente las manzanas -. ¿Dónde se crían estas manzanas tan hermosas ?
- Por esta zona, por supuesto, hay agricultura, pero se puede decir que, más o menos, cada uno tiene la promesa de que podrá criar buenas cosas. El trabajo del campo no es tan duro. Aproximadamente, plantando la semilla que se desea, después sólo se tiene que esperar y ver como crece... El arroz no tiene cascarilla como el del Pacífico y es diez veces más grande, asi como su olor, que también es magnifico.
Sin embargo, allí donde van ustedes, ya no hay agricultura. No hay ni pizca de manzanas ni de dulces, tampoco desperdicios. Todo lo que se come, depende de las personas, se transforma en un poco de olor que se evapora a través de los poros del cuerpo.
El pequeño abrió de pronto los ojos de par en par.
- Ah, acabo de soñar con mi madre. Mi madre ¿saben?, estaba en un sitio donde había unos magníficos armarios y muchos libros. Miró hacia donde yo estaba, levantó la mano y se sonrió ampliamente. Al preguntarle que si le recogía algunas manzanas me desperté... Aquí. esto, ¡ah! el tren en el que estábamos...
- Gracias, muchas gracias. Kaoru todavía está durmiendo. Voy a despertarla. Kaoru, Kaoru, mira, nos han dado unas manzanas. Despierta...
- La hermana le sonrió y abrió los ojos. Haciéndose sombra, lo mismo que si se sintiera deslumbrada, se puso ambas manos sobre los ojos y miró hacia la manzana. El chico, como si se tratara de un sabroso pastel, ya estaba comiéndose la suya. La piel, muy a propósito, la había pelado en espiral, lo mismo que un sacacorchos, y entre la altura de la manzana y el suelo, antes de caer, resplandecía de color gris, evaporándose al instante. Los dos amigos se metieron las manzanas en el bolsillo con mucho cuidado.
En la parte baja del río, al otro lado, se veía un bosquecillo de azulados, grandes y frondosos árboles. Las ramas de los árboles estaban colmadas de frutas redondas, maduras, brillando en su espléndida rojez.
En medio del bosquecillo había colocado un larguísimo tablero anunciador, elevándose desde el interior del mismo, mezclado con el viento, fundida en él un indescriptible y bellísimo sonido de xilofón y campana orquestales. El joven sintió de pronto un escalofrío de emoción recorriéndole todo el cuerpo.
Oyendo silenciosamente aquellas notas, parecía como si aquella especie de amarillo y verde clara moqueta de la pradera se fuese extendiendo y las blanquísimas gotas de rocío fueran elevándose embrumando el rostro solar.
- ¡Ah, qué cuervo! -,gritó la muchacha, sentada al lado de Campanella.
- No son cuervos, son urracas -, volvió a gritar Campanella lo mismo que si la estuviera regañando, a lo que Giovanni se sonrió y la muchachita frunció el ceño desilusionada.
Efectivamente, sobre la blanquecina luz del lecho del río había una fila de negrísimos pájaros, quietecitos, que se bañaban en su tenue resplandor.
- Son urracas porque tienen en la parte trasera de la cabeza el plumaje como elevado en punta -, intervino el joven.
El tablero anunciador que había en medio del verde bosque se acercó frontalmente al tren. Entonces, desde la parte trasera del mismo, se empezó a escuchar la melodía de aquel familiar himno número 306. Parecía como si un coro formado por un inmenso número de personas lo estuviera entonando.
El joven se puso lívido de pronto. Se levantó con la intención de dirigirse allí, pero, cambiando de idea, se volvió a sentar. Kaoru se puso el pañuelo sobre el rostro. Incluso Giovanni empezó a sentir algo extraño cosquilleándole en la nariz.
Quién, cuándo, sin saber cómo, la canción comenzó a escucharse cada vez más cerca y cada vez con mayor claridad. Sin pensárselo, Giovanni y Campanella comenzaron a cantar al unísono.
El verde olivar se fue perdiendo mientras brillaba deslumbrantemente al otro lado del invisible río celeste, quedando en la parte posterior del tren al tiempo que la música, el sonido de los instrumentos que de allí se elevaba se fue difuminando y desapareciendo invadida por el traqueteo del tren.
- ¡Un pavo real! ¡Un pavo real!
- Sí, había muchos. Aquel es el bosque de Lira ¿no? Seguro que en aquel bosque se reúnen desde hace mucho tiempo los componentes de una gran orquesta -, respondió la muchacha.
Giovanni veía como, sobre el bosquecillo, pequeñito como un verde botón de nácar, un pavo real extendía sus alas reflejando la luz que recibía de un lado y de otro.
- Eso es, hace un rato se oyó el canto del pavo real - le dijo Campanella a la muchachita.
- Sí, había unos treinta - contestó la chica.
- Campanella, vamos a lanzarnos desde aquí y jugamos un poco - iba a decir Giovanni cuando, de pronto, se sintió muy triste. Puso una cara terrible, pero al final no dijo nada.
En ese momento Giovanni descubrió algo extraño en la parte baja del rio. Se trataba de algo negro y brillante, de forma alargada. Salía un poco del agua, avanzaba en forma de arco y volvía a desaparecer de nuevo. Parecíendole extraño, puso mucha atención. De nuevo volvió a ocurrir, ahora mucho más cerca. Al poco, de nuevo, aquí y allá, volvió a volar aquel extraño ser de un negro pulido saliendo en redondo y entrando en el agua de cabeza. Parecían peces que remontaran el curso del rio.
- ¿Qué será? Tatchan,mira. ¿Qué será aquello?
El muchacho, soñoliento, se frotó los ojos y se levantó como sorprendido.
- ¿Qué será? -, volvió a repetir el joven levantándose.
- ¡ Qué peces más extraños! ¿Qué será aquello?
- Son delfines -, terminó diciendo Campanella.
- Es la primera vez que veo delfines. Pero esto no es el mar ¿verdad?
- Los delfines no se encuentran sólo en el mar -, se volvió a oir aquella voz baja diciendo desde alguna parte.
La forma de aquellos delfines era realmente extraña. Juntando las aletas a ambos lados del cuerpo, poniéndose firmes y saltando del agua, saludaban y volvían a introducirse de nuevo sin cambiar de postura. El invisible agua celeste, en ese momento, se mecía lentamente como las llamas de un fuego, levantándose leves ondas en el río.
- ¿El delfín es un pez? -, preguntó la muchacha a Campanella mientras el hermano, muy cansado, apoyando la cabeza en el asiento, se había quedado dormido.
- No, no es un pez - respondió Campanella -, es del mismo grupo de las ballenas.
- ¿Tú has visto alguna ballena?
- Sí, he visto ballenas. A las ballenas no se les ve más que la cabeza y la negra cola. Cuando resopla se ve exactamente igual que en los libros.
- Una ballena debe ser muy grande ¿no?
- Sí, es muy grande. Los hijos son tan grandes como los delfines.
- Eso es. Lo he visto en un libro de Las Mil y Una Noches -, comentaba la muchacha, muy interesada mientras se daba vueltas a un estrecho anillo de plata.
- "Campanella. de verdad que me voy. Yo no he visto nunca una ballena" -, pensaba Giovanni mientras, mirando a través de la ventana del tren, mordiéndose fuertemente los labios, nervioso, parecía como si no pudiera soportar aquella conversación.
Los delfines desaparecieron del marco de la ventana; al mismo tiempo se dividía el río en dos. En medio de la isla que formaba la bifurcación había una torre altísima y encima un hombre vestido con una ropa ligera y puesto un gorro rojo sobre la cabeza. En ambas manos sostenía un banderín rojo y azul con los que , mirando al cielo, hacia señales.
Mientras Giovanni estuvo mirando, el hombre, ora como si de un director de orquesta se tratara, levantaba violentamente el banderín rojo, agitándolo en el aire, lo bajaba y lo escondía tras de sí y levantaba el banderín azul, volviéndolo a agitar con toda violencia. Entonces se empezaba a oír un estremecedor ruido, como de lluvia. procedente del vacío y algo negro, como las balas de una escopeta, volando hacia el otro lado del río.
Giovanni, sin pensárselo dos veces, sacó medio cuerpo por la ventana y miró hacia allá.
Bajo el transparente firmamento, de un hermosísimo azul campanilla, una inmensidad de pajaritos, emparejados en grupos, pasaban, muy ocupados, uno tras otro, uno tras otro...
- Son pájaros volando -, dijo Giovanni desde fuera de la ventanilla.
- ¿Dónde? -, preguntó Campanella mirando también hacia el firmamento.
En ese momento, el hombre que estaba sobre la torre, de pronto, cambió la banderola azul por la roja y empezó a moverla de tal forma que parecía haberse vuelto loco. De golpe dejó de pasar la bandada de pájaros al tiempo que en la parte baja de la corriente se oyó el estruendo como de una cascada de agua que cayera a plomo. Después, durante un rato, todo fue absoluto silencio. Al poco el hombre de las señales volvió a levantar el banderín azul mientras gritaba :
- Pasen ahora, ahora, pajaritos. Pasen ahora.
La voz les llegaba nítidamente al tiempo que una bandada de millares de pájaros cruzaba el espacio de un lado a otro.
Con sus hermosas mejillas brillantes, la muchacha sacó la cabeza por la ventana que había entre los dos muchachos y se puso a mirar también hacia el cielo.
- ¡Uf! ¡Cuántos pájaros! ¡Qué lindo está el cielo! La chica le dirigió la palabra a Giovanni, pero éste, muy descortés, se mantuvo en silencio mirando hacia el espacio.
La muchacha dio un leve suspiro y, silenciosamente, se volvió a su asiento. Campanella, muy apenado, metió la cabeza y sentándose se puso a mirar el mapa.
- ¿Qué hace aquel hombre? ¿Les está enseñando? -, preguntó quedamente la muchacha.
- Hace de semáforo para las aves migratorias. Seguro que porque en algún sitio se levantan señales de humo -, respondió Campanella un tanto vacilante.
Mientras tanto, el interior del vagón se había quedado completamente en silencio. Giovanni también metió la cabeza, pero no pudíendo poner una expresión alegre, se quedó de pie, conteniéndose mientras silbaba.
- " ¿Por qué estaré tan triste? Tengo que tener un corazón amplio y bello. Debo tenerlo . Más allá de la orilla aquella se puede ver una lucecita azul, como si de humo se tratara. Aquello es muy silencioso y frío. Me voy a tranquilizar mirando fijamente hacia allí " -, pensaba Giovanni agarrándose la calenturienta y dolorosa cabeza con las dos manos y mirando a lo lejos.
-"¿Será verdad que nadie vendrá conmigo, que nadie se encontrará a mi lado eternamente? Campanella parece muy emocionado hablando con aquella muchacha mientras que yo lo paso muy ma!" -, seguía pensando mientras sus ojos se volvían a llenar de lágrimas, sintiendo que el celeste río se le iba lejos, muy lejos, viéndolo apenas, muy borroso...
El tren se fue alejando poco a poco de la ribera del río y corría por encima de los acantilados. En la otra orilla, al tiempo que los negros acantilados se iban extendiendo hacia la desembocadura, se iban haciendo más altos. En ese instante se vio, levemente, una mata de maiz.
Las hojas se encrespaban adivinándose entre ellas una hermosa mazorca desde donde brotaba un mazo de pelusa roja a través del cual se veían los hermosas granos de perlas de su fruto. Poco a poco aumentaba su número viéndose, como la anterior, enfiladas entre la vía y el acantilado.
Giovanni metió la cabeza de la ventana y al mirar hacia la del lado opuesto vio como, un hermoso cielo y prado de mazorcas, se perdían en el horizonte. Las plantas de maiz se extendían por casi toda la superficie, balanceándose con el viento.
Las maravillosas y rizadas hojas, desde hacía ya un rato, lo mismo que diamantes que sorbieran la luz solar durante el día, absorviendo gran cantidad de gotas de rocío, parecían arder brillantes, verdes y rojas.
- Aquello debe ser maíz -, dijo Campanella, a lo que Giovanni, silencioso, sin rehacerse de su tristeza, contestó secamente sin apartar la mirada un ápice.
-Eso será.
El tren fue silenciándose poco a poco hasta que, después de pasar varias señales y farolas eléctricas, se paró en una pequeña estación.
Justo enfrente había un traslúcido reloj que acababa de dar la segunda hora. El péndulo, sin viento, el tren sin moverse, en medio del silencio de la llanura, "click, clack", "clíck. clack"... iba marcando el tiempo. Al mismo tiempo, el péndulo traía, como en un hilo tenue, una débil melodía desde lo más lejano del prado.
- ¡La Sinfonía del Nuevo Mundo! -, exclamó como en un monólogo , la chica, al otro lado, mirando hacia Giovanni y Campanella.
En verdad parecía que dentro del vagón, todos, el chico alto del traje negro y todos los demás estuvieran soñando con algo muy agradable...
- "¿Por qué estando en un sitio tan silencioso y agradable como éste, no me sentiré más alegre? ¿Por qué me tengo que sentir tan solo? De verdad que Campanella es odioso. Habiendo subido ai tren conmigo y haciendo el viaje juntos, no deja de hablar con aquella chica. ¡Esto es insoportable! -, pensaba Giovanni mientras, como escondiéndose medio rostro con las dos manos, seguía mirando hacia fuera a través de la otra ventana.
Sonó un silbido, como de un pito hecho de transparente cristal, al tiempo que, muy dulcemente, el tren retomaba de nuevo su marcha. Campanella, también con aspecto entristecido, empezó a silbar una canción dirigida a las estrellas.
- Eso es, eso es... Ya estamos en esta terrible meseta -, dijo alguien, el señor de detrás o alguien que parecía un señor mayor, hablando muy claramente y como si se acabara de despertar.
- El maíz, como no se haga un agujero de unos sesenta centímetros v se siembre ahí, no crece...
- ¿De verdad? Debe haber mucho hasta el río, ¿no?
- Sí, sí. Hasta el río hay entre quinientos metros y dos kilómetros. Es un desfiladero terrible.
- "Eso, eso.. Esta es la meseta del Colorado. Seguro" -, pensó Giovanni.
La muchacha apoyaba a su hermano contra su pecho, intentando dormirlo mientras sus ojos estaban clavados en algo muy lejano, no mirando nada en particular, pensando, sin embargo.
Campanella. de nuevo con aspecto entristecido, volvía a silbar mientras el niñito, con el rostro blando como una manzana envuelta en seda, dormía vuelto hacia Giovanni.
De pronto desapareció el maíz y apareció ante la vista un inmenso prado negro... La Sinfonía del Nuevo Mundo empezó a borbotonear claramente en el horizonte al tiempo que en el inmenso prado negro un indio, adornada la cabeza con blancas plumas y los brazos y pecho con infinidad de piedrecitas, perseguía a todo correr el tren, con arco y flechas en la mano.
- Ah, un indio... ¡Un indio! Hermana, mira, mira...
El joven del traje negro también se despertó. Giovanni y Campanella también se levantaron.
- Está corriendo. ¡Ala! Pero si está corriendo... Nos persigue ¿verdad?
- No, no persigue el tren. Estará de caza o tal vez bailando -, dijo el joven mientras, levantándose, metía la mano en el bolsillo con aire de haber olvidado donde se encontraba.
Efectivamente, el indio parecía estar medio bailando porque, si hubiera querido correr más de prisa, se veía que lo hubiera podido hacer sin problemas.
De pronto se vio que, claramente, el plumaje se le venía hacia adelante, estando a punto de caérsele. El indio se quedó totalmente parado y levantó el arco a toda velocidad enfilándolo hacia el firmamento. Una grulla caía dando vueltas y el indio echó rápidamente a correr con los brazos muy abiertos cayendo la grulla en ellos. El indio, muy contento, parado allí de pie, se reía estrepitosamente. Con la grulla entre los brazos su sombra se fue haciendo cada vez mas pequeña, alejándose, alejándose, alejándose... El aislador del poste eléctrico resplandeció un par de veces y de nuevo apareció ante los ojos el amplio maizal.
Mirando por la ventana más próxima se podía comprobar como el tren, efectivamente, corría por encima de un gran precipicio. En el fondo del valle ,el río se deslizanba amplio y claro.
- Desde aquí empezamos a bajar. De todos modos no es fácil porque de un golpe bajaremos hasta el nivel del agua. Con esta pendiente no puede haber tren desde allí. Vean, hemos empezado a tomar velocidad -, comentó el vejete que había hablado poco antes.
El tren empezó a bajar a toda velocidad. Al llegar al extremo del desfiladero, debajo se podía ver con toda claridad el agua. Giovanni se iba poniendo cada vez más alegre. El tren pasó por delante de una cabaña ante la cual había un niño. Con aire abatido, al pasar Giovanni delante de él, sin pensárselo, le saludó con un grito:
- ¡ Ehiihh....!
El tren cogía cada vez más velocidad.Todas las personas del compartimento se encontraban hacia la parte trasera, como a punto de caerse, pero en realidad muy bien agarrados a sus asientos. Giovanni y Campanella se rieron a mandíbula batiente. El río celeste corría, fosforescente, a toda velocidad, echando a veces algunos destellos, justo al lado del tren. Las clavellinas florecían por todas partes, de color rojo suave, en la rambla del río. El tren , poco a poco, como más tranquilo, corría a menos velocidad. A una y otra orilla había levantadas banderolas con dibujos de una estrella y una piqueta.
- ¿Qué banderines son aquellos? -, preguntó finalmente Giovanni.
- Pues... no sé. En el mapa tampoco hay nada escrito. Hay un barco de hierro.
- ¡Ah!
- ¿ No estarán haciendo un puente? -, preguntó la muchacha.
- Eso es. Aquella es la bandera del Cuerpo de Zapadores. Están haciendo prácticas de colocación de puentes. Sin embargo no parecen soldados.
En ese momento, desde cerca de la otra orilla, un poco hacía la parte baja del río, la translúcida agua del rio celeste resplandeció y, como si fuera un gran poste, se levantó muy alta haciendo un gran ruido.
- ¡ Es una demolición' ¡Es una demolición! -, comentó Giovanni medio bailando.
La columna de agua desapareció y aparecieron dando vueltas en el aire, brillándoles la panza, salmones y truchas que, tras dibujar un círculo, volvieron a caer al agua.
Giovanni se puso tan contento que tenía la sensación de que iba a ponerse a saltar de un momento a otro.
- El Gran Cuerpo de Zapadores ¿Qué tal? Las truchas o cualquier otro pez, cuando se pone asi ya no puede saltar. Nunca he hecho un viaje tan alegre, en absoluto.
- Visto desde cerca deber una cosa así ¡ Qué cantidad de peces hay dentro del agua!
- ¿También hay peces pequeños? -, preguntó la muchacha dejándose arrastrar por la conversación.
- Seguro que hay. Si hay grandes también debe haber pequeños. Lo que ocurre es que estamos muy lejos v no se ven -, respondió Giovanni a la chica, va completamente recuperado de su mal humor y muy entusiasmado.
- Aquello debe ser el Palacio de Géminis, sin duda -, gritó de pronto el pequeño, señalando por la ventana.
A la derecha, encima de una colina, había dos palacetes que se dirían construidos con un material parecido al cuarzo.
- ¿Qué es eso del Palacio de Géminis?
- Se lo he oido muchas veces contar a mi madre. Aquello son dos palacetes hechos en cuarzo, por eso seguro que son aquellos.
- Cuéntanos esa historia de Géminis. Dinos que hicieron.
- Yo lo sé. Las dos estrellas de Géminis jugaban en el campo y se le pelearon con un cuervo ¿verdad?
- No, no es eso. Es así, escucha... Lo que dijo mamá es que en la orilla del río...
- Y entonces un cometa iba y venia... ¡Piuffff....! ¡Piuffff...!
- No, no es así, Tatchan. No es así. Eso es de otro cuento.
- Entonces allí... ¿Ahora están tocando el silbato?
- Ahora están en el mar...
- No, no, no puede ser. Ya han salido del mar.
- Eso, eso. Ya lo sé. os lo voy a contar.
Al otro lado del rio todo se iluminó de pronto de un intenso color rojo. Los arces y otros árboles recortaban su negra silueta sobre el fondo rojo, y hasta las invisibles olas del celeste rio brillaban de vez en cuando, rojas, moviéndose como una aguja que midiera la corriente eléctrica.
Efectivamente, al otro lado del rio, en el prado, ardía un gran fuego v el humo, negro como la noche, subía muy alto, muy alto, dando la impresión de que iba a llegar a quemar el frío añil del cielo. El fuego ardía más rojo y translúcido que el rubí y más hermoso y embriagador que el litio.
- ¿Qué fuego será aquél? ¿Qué se estará quemando para que brille tan rojo? -, comentó Giovanni.
- Aquello debe ser Escorpio -, respondió Campanella consultando de nuevo el mapa.
- Ala, siendo asi, yo conozco la historia de Escorpio.
- ¿Qué es eso del fuego de Escorpio? -, preguntó Giovanni.
- Escorpio murió abrasado. El fuego que despide todavía continúa ardiendo. Es una historia que mi padre me ha contado un montón de veces.
- El escorpión es un insecto ¿no?
- Eso es, pero muy bueno.
- No, no es un insecto bueno. Yo lo he visto en una botella llena de alcohol. El maestro me decía que tiene en la cola un garfio que si te pica te mueres.
- Eso es, pero es un insecto muy bueno. Hace mucho, en un prado llamado Bardora, había un escorpión que se alimentaba de los pequeños insectos que mataba. Así que un día se lo encontró una comadreja que estuvo a punto de zampárselo. Escorpio huyó y huyó, pero la comadreja logró alcanzarlo. Entonces, de pronto, se cayó a un pozo que había por allí. Como na podía subir empezó a ahogarse, pero, al parecer, antes de eso empezó a orar:
" Ah, yo no sé a cuantos seres he quitado la vida y, sin embargo, cuando la comadreja estaba a punto de aniquilarme he huido con todas mis fuerzas. Pero al final heme aquí, en esta situación... ¡Ah...! No puedo contar con nada ¿Por qué no he entregado mi cuerpo a la comadreja? Si lo hubiera hecho, también ella, sin problemas, viviría un día más ¡Dios mío! Pon tus ojos en mi corazón. Qué lástima desperdiciar una vida sin que sirva para nada. En verdad, la próxima vez utiliza mi cuerpo para que los demás puedan ser felices... " Esto es lo que, al parecer, dijo Escorpio. Entonces, parece ser que el cuerpo de Escorpio se volvió rojo en un instante. Se volvió rojo, rojo y comenzó a arder hermosamente, y así ilumina la oscuridad de la noche. Mi padre me dijo que arde así para la eternidad. Así es, aquel fuego es el de Escorpio.
- Eso es, mirad. Esas placas están ordenadas formando la figura de un escorpión.
En efecto, Giovanni pudo observar como, a un lado, tres placas formaban uno de los brazos de Escorpio y, a otro, cinco placas le daban forma al garfio de su cola. Sí, Escorpio ardía sin levantar sonido alguno, envuelto en una resplandeciente belleza.
Conforme el fuego de Escorpio iba alejándose hacia atrás , todos empezaron a charlotear, se comenzó a oir una gran variedad de músicas, a percibir el olor de gran cantidad de flores o algo asi, a escuchar los silbidos y alegres voces de la gente...
Todo aquello parecía indicar que por allí cerca había una ciudad donde muy pronto iba a empezar una fiesta o algo parecido.
De pronto, el muchacho, que estaba al lado de Giovanni durmiendo, mirando hacia la ventana, empezó a gritar;
- ¡Centauro, que caiga el rocío!
Había levantado un árbol, lo mismo que los de Navidad, verde profundo como los cipreses de China o los abetos, que se había adornado con una gran cantidad de bombillas lo mismo que si mil luciérnagas se hubieran reunido sobre él.
- Ah, eso es. Esta noche es la fiesta de Centauro.
- ¡Eso es! ¡Este es el pueblo de Centauro! -, comentó rápidamente Campanella.
( Faltan varías páginas en el original)
-Yo siempre acierto lanzando la pelota -, dijo el muchacho orgullosamente.
- Dentro de poco llegaremos a la Cruz del Sur. Vayan preparándose para bajar-,dijo el joven dirigiéndose a todos.
- Yo me quedo un poco más en el tren -, replicó el chico.
La muchacha, sentada al lado de Campanella, se levantó agitadamente y empezó a prepararse para bajar. Sin embargo su aspecto decía que era algo que no quería hacer, no quería separarse de ellos.
- Tenemos que bajar aquí -, intervino el joven mirando al muchacho desde su altura.
- No, no quiero. Yo quiero seguir un poco más en el tren.
Giovanni, no pudiendo reprimirse más, dijo:
- Vente con nosotros. Tenemos un billete con el que podemos ir a cualquier parte.
- Sin embargo nosotros debemos bajarnos aquí. Desde aquí parte el camino hacia el Cielo -, comentó la muchacha tristemente.
- ¿ Y qué importa que no vayáis al Cielo. Aquí es donde tenemos que construir un lugar mejor que el Cíelo, dice siempre mi maestro.
- Pero mamá está allí, y también lo dice Dios.
- Ese Dios es un mentiroso.
- Tu Dios sí que es un mentiroso.
- No, no es eso.
- ¿ Qué Dios es el tuyo?
El  joven , sonríendose , explicó:
- Va, la verdad, no lo sé muy bien, pero no es eso. Es sólo uno y auténtico Dios.
- El verdadero Dios, por supuesto, no es más que uno.
- Ah, no es eso. Sólo uno y auténtico Dios.
- Pues claro, efectivamente, Nosotros queremos, deseamos que pronto se encuentren con nosotros delante del auténtico Dios, para ello oramos -, dijo el joven recogiendo las dos manos modestamente en oración.
La muchacha hizo justamente lo mismo. A todos parecía costarle un gran esfuerzo separarse, lo que se reflejaba en la palidez de su rostro.
Giovanni, a punto de gritar y llorar, dijo finalmente:
- ¿Están preparados? Enseguida llegaremos a la Cruz del Sur.
Justo en ese momento, en la parte baja de la invisible corriente fluvial, levantada en medio del río, como un árbol, se encontraba la Cruz. Damasquinada en azul, naranja y todos los posibles colores existentes, y cuya parte superior estaba cubierta como por una nube transparente donde brillaba una aureola hermosísima.
Dentro del tren corrió un murmullo. Todo el mundo, al igual que lo que ocurriera en la Cruz del Norte, se levantó y comenzó a orar dirigiendo la mirada hacia ella.
Por un lado y por otro se oían las voces de alegría de los niños, al igual que cuando se lanzan melones, y también se pudieron escuchar indescriptibles, modestos y profundísimos suspiros.
Poco a poco se vio llegar hasta el frontal de la ventana, pasando lenta, lentísimamente, la Cruz del Sur y una nube de color plata, translúcida como la carne de una manzana.
- ¡Aleluya...! ¡Aleluya...! -, se oían claras y felices las vibraciones de todas las voces mientras desde lejos, desde el fondo del infinito y frió cíelo, se escuchaban la indescriptiblemente fresca y transparente voz de una trompeta.
El tren , envuelto en la luz de las señales y de las luminarias, fue disminuyendo velocidad hasta que se paró justamente en frente de la cruz.
- Bueno, vamos -, dijo el joven cogiendo de la mano al niño mientras la chica, arreglándose bien el cuello y los hombros se dirigía hacía la salida. Volviéndose hacia los dos se despidió:
- Adiós.
- Adiós -, respondió Giovanni secamente aguantando las lágrimas.
La muchacha se volvió de nuevo con evidente dificultad y después, en silencio. se dirigió hacia la salida.
Ya se había medio desocupado el tren; de pronto se quedó completamente vacío, solitario, corriendo a si través una fuerte corriente de aire, todos se pusieron en fila y en la orilla del río, ante aquella cruz, se arrodillaron. Vieron venir hacia ellos, pasando el agua invisible, vistiendo una divina ropa blanca, a un hombre con los brazos extendidos.
Justamente en ese momento sonó el silbato y, antes de que el tren hubiera empezado a moverse, de la parte baja de la corriente, se levantó una neblina que al poco llegó hasta allí y lo envolvió todo. impidiendo la visibilidad. En medio de la niebla sólo brillaban las abundantes y relampagueantes hojas del nogal y las ardillas electrónicas sacaban su linda carita, aureoladas de amarillo, de vez en cuando por entre las ramas.
Al poco se despejó la niebla por completo. Había un camino iluminado por una fila de farolas que se diría se dirigía hacia alguna parte. El camino continuaba durante un buen trecho bordeando la línea férrea.
Al pasar por delante de aquella luz, el fuego amarillo se apagó a manera de saludo, volviéndose a encender una vez hubieron pasado.
Al mirar hacía atrás se podía comprobar como la cruz se había vuelto muy pequeña. Ciertamente, parecía que se les iba a quedar suspendida en el pecho tal como estaba.
¿ Estarían la muchacha, el joven y los demás todavía arrodillados en la blanca arena a habrían cogida ya algún camino que los llevara al Cielo? No estaba muy claro porque no se podía distinguir muy bien. Giovanni dio un profundo suspiro...
- Campanella, otra vez solos ¿ eh? Estaremos juntos siempre. Yo ya... tratándose de la felicidad de los demás... no me importaría que mi cuerpo ardiera cien veces.
- A mí tampoco -, respondió Campanella mientras una lágrima le asomaba a los ojos.
- Pero ¿ en qué consiste la verdadera felicidad? -. preguntó Giovanni.
- No lo sé -, respondió vagamente su amigo.
- Tenemos que trabajar mucho. Lo haremos ¿verdad? -, dijo Giovanni henchido de una nueva fuerza que le borboneaba en el pecho, mientras suspiraba profundamente.
- Ah, ahí hay un agujero negro. El boquete del cielo -, señaló un punto en el firmamento intentando esquivar un tanto el tema del que hablaba Giovanni.
Giovanni, al mirar hacia allá, se estremeció del susto. En un rincón del rio celeste se veía un profundo agujero negro abierto. ¿Qué había en aquella profundidad? ¿Qué profundidad tenía aquel agujero? Por mucho que se aguzara la vista lo único que se sentía era un fuerte dolor en los ojos. Giovanni dijo:
- Ya no me da miedo una oscuridad como esa. Sin falta voy a buscar la felicidad, la verdadera felicidad para todos. Campanella. siempre iremos juntos, adelante ¿vale?
- Sin falta, iremos siempre juntos -, respondió Campanella que. de pronto, señalando hacia el prado, mirando hacia lo lejos a través de la ventana, gritó:
- ¡Ah, qué prado más bello! Toda la gente está reunida allí. Ese es el verdadero cielo. Pero si aquella que está allí es mi madre....
Giovanni miró también hacia allá, pero en aquella zona todo se veía difusamente blanco y en absoluto parecía haber lo que Campanella decía.
Giovanni empezó a sentirse tremendamente triste al mirar vagamente hacia allá. Justo enfrente, al otro lado del río, había dos postes de la luz formando hilera que parecían estar enlazando los brazos entre sí.
- Campanella, vamos juntos ¿eh? -, dijo Giovanni que, al mirar hacia donde había estado hasta entonces su amigo , pudo camprobar como éste no se encontraba allí, como sólo había un asiento vacío de un negro resplandeciente.
Giovanni se levantó con la velocidad de una bala de cañón. Entonces, intentando que nadie le oyera, sacó el cuerpo por la ventana y gritó con todas las fuerzas de sus pulmones. Poco después la garganta le lloraba irreprimiblemente.
Desde ese momento todo se le volvió completamente negro. Entonces, detrás de él se oyó aquella voz de chelo que más de una vez había oido hasta ese momento.
- ¿ Por qué lloras,eh? Ven y mira aquí.
Giovanni, un poco asustado, se seco las lágrimas y se volvió hacia allí. En el sitio donde hasta ese momento había estado sentado Campanella había un señor de rostro pálido con un gran sombrero en la cabeza. Sonriendo muy amablemente, sostenía un gran libro en las manos.
- ¿Dónde se habrá ido tu amigo? Aquel muchacho ¿sabes? , la verdad es que esta noche se ha ido a un lugar muy lejano. Aunque lo busques no conseguirás encontrarlo.
- ¿Por qué? Campanella y yo íbamos a ir siempre juntos hacia adelante.
- Ah, era eso... Todo el mundo piensa lo mismo que tú, pero no es posible ir juntos porque, además, a todo el mundo le ocurre lo que a Campanella. Tú, con todas las personas que te has encontrado, todas han comido contigo muchas veces manzanas y subido muchas veces al tren. Por eso, tal como pensabas antes, buscas la verdadera felicidad para todos. Por eso es mejor que te vayas lo más pronto posible junto a todos. Sólo allí podrás estar para siempre con Campanella.
- Es algo que haré sin falta. ¿Por qué será que deseo hacer tal cosa?
- También es una cosa que deseo yo. Ten siempre cuidado de tu billete. Además debes estudiar con todo ardor. Has estudiado Química ¿verdad? Así que sabes que el agua se forma de oxígeno y de hidrógeno. Actualmente eso es algo que va nadie duda. Y no lo duda porque al hacer el experimento se comprueba que es así. Sin embargo antiguamente se discutía que si se formaba de mercurio y sal, que si de mercurio y azufre.
Cada uno dirá que su Dios es el único y verdadero, pero en sí. cada cual, cuando vea lo que haga el que crea en otra divinidad, seguramente llorará. Así mismo se discutirá sobre si nuestro corazón es bueno o malo, y nadie podrá determinar quien lleva la razón. Sin embargo, si tú estudias de verdad y logras separar mediante experimento el pensamiento verdadero del pensamiento falso, si logras determinar el camino mismo del experimento, entonces tu creencia y la Química serán la misma cosa. Pero, eh, mira un momento este libro. ¿Ves? Esto es un diccionario histórico-geográfico. En esta página del libro está escrita la Historia y la Geografía del año 2200 antes de Nuestra Era. Pero observa bien, realmente no es la Historia y Geografía del año 2200 antes de nuestra Era, lo que está escrito en realidad no es sino la Historia y Geogra-fía del año 2200 antes de nuestra era tal y como se veía en ese momento. Por eso, cada página corresponde a un libro de Geografía e Historia. Además, lo que está escrito es más o menos la verdad de lo que ocurrió alrededor del año 2200 antes de Nuestra Era. Al buscar aparecen pruebas contínuamente, pero si te atreves a dudar una vez... Mira la siguiente página. Año 1000 antes de Nuestra Era. Como ves la Geografía y la Historia han cambiado bastante. Así era entonces. No hay por qué extrañarse. Nosotros, nuestra cuerpo, nuestro pensamiento, la Vía Láctea, el tren, la Historia. todo eso no es más que lo que sentimos. Ven, mira. intenta relajarte conmigo ¿Preparado?
El hombre levantó un dedo y lo volvió a bajar lentamente. Entonces, de pronto, Giovanni se vio a sí mismo, su pensamiento, el tren, el científica, la Vía Láctea, vio como todo brillaba al mismo tiempo y después desaparecía, volvía a aparecer y desaparecer.
Cuando uno brillaba todo el amplio mundo se iluminaba, todas las historias se llenaban de contenido y desaparecían quedando sólo el vacío. Todo aquello fue lo que Giovanni vio. Poco a poco aumentó la velocidad y al instante todo volvió a su estada primero.
- ¿ Y bien? Por eso tu experimento, desde el principio de este resumen entrecortado, hasta el final debe pasar por todos los estados. Eso es bastante difícil. Sin embargo, sólo con lo que hagas en cada momento tienes suficiente. Bien , mira, allí se ve Proción. Tú debes quitarle la cadena.
En ese preciso momento, desde el otro lado de la negra línea del horizonte, empezó a elevarse una señal pálida como si fuera el día hasta que el tren quedó totalmente iluminado.
La señal siguió levándose en el firmamento, iluminando todo el espacio.
- La nebulosa Magallanic! Sin falta, sin falta. Para mí, para mi madre, para Campanella, para todo el mundo. Saldré en busca de la verdadera felicidad.
Giovanni, mordiéndose los labios, se levantó para mirar la nebulosa.
¡La mayor felicidad posible para cada persona!
- Bueno, agarra este billete. Tú tienes que andar derecho sobre tus propias piernas, no ya dentro del tren de la ilusión, sino dentro del fuego verdadero del mundo, dentro de las verdaderas y duras olas de la vida. Lo único verdadero de la Vía Láctea es este billete y tú no puedes perderlo.
Creyendo oir aquella voz de violonchelo, Giovanni pudo comprobar cómo la Vía Láctea se le había ido muy lejos, como soplaba el viento y él se encontraba de pie sobre la hierba de la colina. Al mismo tiempo oyó acercarse hacia él, muy despacito, el sonido de los pasos de aquel Doctor Vulcanito.
- ¡ Gracias! He podido hacer un gran experimento. Yo pensaba transmitir mis pensamientos a alguien desde lejos en un lugar como este. Lo que tú has dicho, todo está recogido en mi agenda. Ya puedes volver a descansar. Puedes realizar todo tal y como has decidido en sueños. A partir de ahora cualquier cosa que desees, siempre puedes venir a donde esté a consultarme.
- Sin falta, iré todo derecho. Sin falta, a buscar la verdadera felicidad -, respondió Giovanni con todas sus fuerzas.
- Bien, pues adiós. Este es el billete que te decía -. El doctor le metió en el bolsillo un papel verde doblado y, dirigiéndose hacia la pilastra, desapareció.
Giovanni, corriendo todo recto, descendió de la colina. Al bajar sintió como le pesaba el bolsillo al mismo tiempo que el tintinear de lo que allí tenía metido. Se paró en medio del bosquecillo a comprobar qué era aquello y vio que, envuelto en aquel extraño billete verde que había visto en sueños, había dos grandes monedas.
- ¡Gracias, Doctor! ¡Mamá, enseguida te llevo la leche! -, gritó Giovanni mientras corría.
De pronto se habían juntado en su pecho un sin fin de sentimientos contrarios. Sintió algo indescriptiblemente triste, pero al mismo tiempo nuevo dentro de su corazón.
Lira se había desplazado bastante hacia el oeste y seguía, como en un sueño, estirando pies y manos.
Giovanni se despertó. Camo estaba cansado se había quedado dormido. Sintió en el pecho un extraño calor mientras de sus ojos corría una lágrima por las mejillas. Se levantó como impulsado por un resorte, la ciudad seguía allí abajo, completamente iluminada, si bien su luz parecía alumbrar más ardorosamente que antes.
La Vía Láctea, que acababa de recorrer en sueños, lo mismo que antes, estaba allí, nebulosamente visible. En la oscura línea del horizonte había suspendida como una nube de humo mientras a la derecha resplandecían bellamente rojas las estrellas de Escorpión. Efectivamente, el cielo no había cambiado tanto en conjunto.
Giovanni bajó corriendo la colina. Se le llenó el pecho de su madre que todavía no había cenado. Rápidamente cruzó el bosquecillo de pinos, cruzó la valla y llegó hasta delante del oscuro establo. Parecía que alguien acababa de volver. Habia un coche, con dos barriles encima, que antes no se encontraba allí.
- Buenas noches -, levantó la voz para saludar.
- ¡Voy! -, respondió una voz, saliendo inmediatamente un hombre con un amplio y blanco pantalón.
- ¿Qué quieres?
- Hoy no han llevado la leche a mí casa.
- Ah. perdona, perdona... -, se disculpó el hombre, y regresando por donde había venido, volvió con una botella de leche que le entregó a Giovanni volviendo a disculparse.
- Perdona, de verdad. Disculpa. Hoy, poco después de mediodía, me olvidé y me dejé abierta la valla. El becerro se escapó yéndose a la vera de su madre y se mamó la mitad de la leche -, comentó el hombre riéndose.
- ¿Sí? Bueno, me llevo esto. Adiós.
- Bien, de verdad, perdona...
- No se preocupe -, respondió Giovanni, y cogiendo la caliente botella de leche con la palma de ambas manos, volvió a pasar la valla.
Al poco pasó una manzana donde había bastantes árboles, salió a una gran avenida donde, andando un poco más, la calle hacia forma de cruz. Hacia la derecha, hacia el final de la calle, se levantaba hacia el cielo nocturno una torre del puente hacia el que, poco antes, había ido Campanella y los demás chicos a echar lucecitas en la corriente del río.
A proposito del puente, justo en las esquinas donde las calles se cortaban en cruz, delante de las tiendas, grupos de mujeres, siete u ocho cada uno, se encontraban reunidas hablando en voz baja y mirando hacia allí. Sobre el puente había una gran cantidad de luminarias.
Giovanni, inexplicablemente, sintió de pronto un frío recorriéndole el pecho. Sin pensárselo, preguntó gritando a la gente que estaba más cerca:
- ¿Ha pasado algo?
- Un niño se ha caido al río -, le respondió alguien, volviéndose todo el mundo a un tiempo hacia él.
Giovanni se lanzó a todo correr hacia el puente que, lleno de gente, impedía ver el agua del río. Había por allí algún policía vestido de blanco. Giovanni, como si volara, bajó la pendiente del comienzo del puente dirigiéndose hacia el lecho del río.
Yendo y viniendo por el borde de la orilla se veían una gran cantidad de luces. En la negra ribera del otro lado también se veían siete u ocho luces.
En medio del río ya no había calabazas iluminadas. El río, grisáceo, corría silencioso levantando sólo un leve murmullo.
En la parte más baja, justo donde el río parecía formar un banco de arena, los hombres se distinguían claramente, recortados en la oscuridad de la noche. Giovanní corrió hacia allá a toda prisa. De pronto se encontró con Maruso que había estado poco antes con Campanella. El chico se acercó a él.
- Giovanni, Campanella se ha metido en el río.
- ¿Por qué? ¿Cuándo?
- Zanerí quería lanzar las calabazas a la corriente desde lo alto de la barca. Esta se movió y Zaneri se cayó al agua. Entonces Campanella se lanzó rápidamente al río. Logró acercarlo hasta la barca. Zaneri se agarró a Kato, pero Campanella no volvió a aparecer.
- Todo el mundo lo está buscando ¿verdad?
- Sí, llegaron rápidamente. También ha venido su padre. Sin embargo no la encuen-tran. Ya han acompañado a Zaneri a su casa.
Giovanni se dirigió hacia donde estaba todo el grupo. El padre de Campanella, de barbilla puntiaguda, recto, vestido de negro, estaba rodeado de estudiantes y gente de la ciudad, sosteniendo el reloj en la mano derecha y mirándolo atentamente.
Todo el mundo tenia la mirada puesta en el río. Nadie decía palabra, nadie hacía el menor comentario. A Giovanni le temblaban las piernas terriblemente. Se veían las lámparas de acetileno que se utilizaban para la pesca, ir hacia arriba y hacia abajo, también se veía correr la negra agua del río formando leves olítas.
Hacia la desembocadura se reflejaba la Vía Láctea en el río. Se reflejaba tal y como Giovanni la había visto en sueños, como un río que no tuviera agua.
Giovanni no pudo evitar sentir que Campanella se encontraba ya allá arriba, en algún rincón de la Vía Láctea. Sin embargo, todo el mundo parecía esperar un imposible, que Campanella saliera de una ola diciendo algo asi como que había nadado mucho, o que estuviera en algún desconocido banco de arena esperando a que llegara alguien.
De pronto, el padre de Campanella dijo secamente:
- Ya es inútil seguir buscando. Han pasado cuarenta y cinco minutos.
Giovanni, sin dudárselo, se acercó y se puso delante del padre de su amigo.
- "Yo sé donde está Campanella. He estado paseando con él..." -, quiso decirle, pero se le atragantaron las palabras y permaneció en silencio.
El doctor, creyendo que Giovanni había ido a saludarle, le miró de hito en hito.
- ¿Tú eres Giovanni, verdad? Gracias por venir esta noche -, le dijo muy amablemente.
Giovanni, sin poder decir nada, inclinó la cabeza por toda respuesta.
- ¿Ha vuelto tu padre? -. le preguntó el hombre mientras mantenía fuertemente el reloj.
- No -, respondió Giovanni con un leve movimiento de cabeza.
- ¿Qué habrá pasado? El otro día tuve una noticia muy buena de él. Me decía que llegaría más o menos hoy. ¿Se habrá retrasado el barco? Giovanni, ven mañana con todos a casa después de la clase ¿vale? -, dijo el doctor, y fijó de nuevo la mirada en la parte baja del río, allá donde se reflejaba la mayor parte de la Vía Láctea.
Giovanni, pleno el pecho de una y otra cosa, no pudo decir nada y se separó del doctor. Pensando darle la noticia de la vuelta de su padre, con la leche entre las manos , se dirigió a casa para contárselo a su madre.



FIN




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