viernes, 2 de enero de 2015

Primera Visita a .....

PRESENTACIÓN.- En este comienzo de año del blog quisiera presentar un tema, yo le llamaría ritual, de Japón: como dice el título, Primera visita a..... Es otro tema en colaboración, esta vez con Arsenio Sanz Rivera un vicalvareño o cómo se quiera que se diga, bueno un amigo de ese barrio madrileño de Madrid llamado Vicálvaro. Cuando escribí el texto y se lo mandé, él lo completó, como aquellas buenas novelas del medievo, con una segunda parte. Dos caras para un mismo tema, tal vez, hoy por hoy incluso internacional..... ¡Disfrútenlo!


PRIMERA VISITA A...

El año se había marchado metido en un camión frigorífico. Todo el mundo bufaba durante las semanas que precedieron al final del año.
A nadie se le hubiera ocurrido en serio desear un invierno primaveral y no pensar que el clima estaba más loco de lo que parecía. Sin embargo, era cierto que el frío había sido más madrugador y más intenso que lo fuera normalmente. Cuatro metros casi de nieve en los primeros días del año pasaba de castaño oscuro.
Según las ondas televisivas, alguien se había quedado durmiendo en su coche con la calefacción puesta y no amaneció. La nieve había cubierto el coche de tal manera que los malos humos se acumularon en el interior del vehículo llevándose al desafortunado dueño al otro lado de la frontera de la vida.
El día uno, como muchos primero de año que recordara, pasó brumoso y..., algunos dirían que aburrido, los que pasaban de repeticiones ceremoniosas. Otros que estupendamente, los que podían recuperarse del sueño atrasado acumulado en las noches de parranda y horas extras sin pagar...
 Los trenes, salvo en lugares y en horas concretas, eran fantasmas
en su interior rompiendo el gris del cielo en el día de año nuevo.
Y amaneció el primer lunes. La parienta metía prisa al michelín andante. Que se diera prisa. Iban a llegar tarde. Leche que no hay que trabajar, pensaba el hombre. Pues sí que estamos bien. La penca esta no cree ni en sí misma y ahora se da prisa para ir al templo. Pero si con el dinero que le das a los dioses no tienen ni para una llamada telefónica de tres minutos.
Lo mismo llaman por móvil, refunfuñaba para sus adentros. Oye, no te olvides de llevar la tarjeta de crédito del banco... Leñe, se puede dejar el óbolo con tarjeta y todo. Sí que están modernizados allá arriba. Lo que yo digo, que las almas se van a poder mandar por fax. O por fotografía metida en el computador y catapultada por “emilio”. ¡No estaría mal!
¿Me has oido? ¡Que no te olvides de la tarjeta de crédito! ¡Que sí, que no soy sordo! ¡Que te he odio perfectamente! Que te des tú prisa, que siempre me tienes esperando más de media hora... ¡Estas mujeres!, pensaba para su capote, mientras se ponía la corbata. ¿Qué se estará poniendo esta bruja? Seguro que se está poniendo de gala. Le gusta más una fiesta que a un tonto un chupa-chups. Y todo para ir a ser pisoteado por una riada de gente que te empuja, que no deja casi de gritar,  cuando a veces son tan  modositos que casi no se les escucha... Bueno, chica, ¿qué?, ¿estás o no estás? Sí, un momento, que me pongo perfume... ¿Perfume?, se preguntó. Lo que yo digo, loca de remate...
Y apareció enkimonada, perfecta, bella, elegante, como para estar piropeándola por la calle durante todo el día. Seguro que le sale un novio en las alturas cuando los dioses del templo la vean. Madre mía, no será a ella a quien mire la gente, será a mí, por ir con esta facha. No, eso no. Tampoco es eso. Que tampoco voy tan mal. Bueno, vale, tirando, que es gerundio.  
¿Ya? ¡Ya! Pues pitando. Bajaron en el ascensor con otros vecinos. La salutífera inclinación, el felicitarse el año nuevo..., una, dos, tres, cuatrocientas veces, iba haciendo efecto en la columna. Se había levantado con un dolor muy fuerte en ella y en la espalda. Pensaba que sería debido al frío. Pero, gracias a los cálidos deseos de los vecinos y más o menos conocidos del barrio, sus huesos empezaban a entrar en rodaje. Se iba calentando el cuerpo.
¿Y a que templo vamos?, preguntó ingenuamente. ¿Templo? Le devolvió la pregunta una empolvada cara sorprendida. Tú sígueme. Y la siguió. Se dirigieron, inevitablemente, hacia la estación.
A unos pocos kilómetros del centro de la megalópolis, la ciudad era de edificios de altura mediana. Aunque había bloques de diez o doce plantas, estos se encontraban en los aledaños de la estación. El resto eran casas unifamiliares de una o dos plantas, o apartamentos que como mucho llegaban a las cuatro. Se podía decir que más que ciudad, aquello era un pueblo grande, una ciudad dormitorio.
A quince minutos a pie se encontraba la estación. Se veía a lo lejos, con sus edificios altos, sobresaliendo como gallos encrestados en gallinero cabizbajo. No eran edificios de viviendas, más bien eran de bebicación o bebencia y tiendas, que dejaban vacíos los bolsillos de los trabajadores, largamente congelados por la depresión sicoeconómica. Eran edificios de almacenes atiborrados de todo lo habido y por haber, igual que andaban los estómagos en las fechas en que se vivía.
La costumbre decía que en los primeros días del año no trabajaba ni Dios, que era fiesta, que había que pedir a los dioses por la salud, el trabajo, la felicidad propia y de la familia ( en otros lares las mujeres pedían salud para ellas y trabajo para su marido), pero las tradiciones cambian y ya desde el día dos, las tiendas de veinticuatro horas desde el uno, aunque el calendario apuntaba rojo, el que lo decidió debería tener así los números de su cartilla, las almacenes abrían.
Eran las primeras rebajas de todos los años en unos almacenes que se caracterizaban por estar todo el año de rebajas...
Desde lejos se veía una cola en la entrada de los almacenes. Eran las diez de la mañana. Se abría a las diez y media. Señoras emperifolladas, como para ir de fiesta, caballeros, ¿o sería camelleros? peripuestos y encorbatados, como para ir a la oficina, hacían cola. Abuelas y nietos temblando de frío. Minifalderas a pesar de las temperaturas polares que hacía... Todo el mundo hacía cola. Todo el mundo se frotaba las manos. No quedaba muy claro si lo hacían por la temperatura polar o porque se les hacía la boca agua pensando en las gangas que iban a encontrar en aquel templo de los buenos precios.
Ponte aquí, que voy a preguntar a qué hora abren. ¡¿Cómo?! Ahora vuelvo. El hombre, los ojos como platos, boquiabierto, sorprendido más que si le hubiera tocado cien millornes el último día del año a la lotería, se quedó plantado en la cola que salía desde la entrada de cristal de los almacenes. Sí. Eso rezaban los grandes cartelones que colgaban de la pared que había a su espalda. Grandes Rebajas desde el dos de enero....
Vio a alguien que venía repartiendo unos papeles. Eran números para entrar en orden. Le dieron el 327. ¡327 locos para comprar desde el primer día del año! ¡No! ¡Tierra trágame! Ahora entiendo lo de la tarjeta de crédito!  Oye, oye, he visto, decía su esposa que volvía a toda prisa arremangándose el kimono, he visto en el escaparate un abrigo de pieles estupendo, lindísimo, y sólo cuesta setenta mil... ¿Qué te pasa? Oye, ¿qué te pasa? Al hombre le había dado un ataque al corazón. El frío, la emoción de las compras, el ambiente tan recogido y devoto en ese segundo día del año en el templo del comprar barato...
                      Su alma se le había escapado por la nariz. Subía, subía, subía. Ese  mismo día se encontró con los dioses en el paraíso. Recibían a todos aquellos que en esos primeros días del año, en la primera visita a los almacenes del buen vivir, habían sido desvalijados y dejado su cartilla del banco en números rojos. 
Antonio Duque Lara


Segunda parte. De la llegada a otro lugar.

En realidad no sabía o bajaba, si se movía a la izquierda o a la derecha o si por el contrario, permanecía inmóvil o haciendo piruetas. Lo cierto era que una extraña sensación le subía del bajo vientre y le imprimía una especie de vertigo que le hacía creer que estaba en movimiento. Las imágenes se deslizaban rápidamente por su mente ofreciéndole todo tipo de recuerdos y experiencias pasadas, cuyas vivencias y consecuencias se le ordenaron maravillosamente en el pensamiento, que sorprendentemente parecía fluír en un orden magistrálmente armonioso.
Como en aquel nuevo entorno no existía la medida del tiempo, rechazó los términos convencionales y se dijo a sí mismo que había llegado allí en una pizca de tiempo. Le gustó la expresión y decidió que era la correcta. No podría demostrar el valor semántico de su expresión pero estaba convencido de que después de toda una vida hablando y enseñando a hablar, se había ganado el derecho a decir lo que le diera la gana, por lo menos en aquellas circunstancias. En caso contrario, ¿cuándo iba a ser libre de verdad?
Muchos otros se habrían imaginado que al llegar a semejante lugar una cohorte de angelotes los recibiría con trompetas y sonrisas bobaliconas o por el contrario, (según el destino del billete, comprado en vida, claro está) un grupo de demonios encabritados, pegando guantazos y patadas a infelices encadenados y peyéndose entre risotadas infernales, harían la socarrona bienvenida al recien llegado. Pero nada de eso, cuando llegó allí tuvo que esperar un buen rato hasta que alguien le abrió la puerta e incluso una vez dentro nadie se paró a prestarle especial atención. Sólo alguien que llevaba una larga túnica blanca y saliendo de una estancia, que venía hacia él, le indicó amablemente que cerrara la puerta. Cerró la entrada y el desconocido pasó a su lado con una sonrisa y deslizándose pasillo adentro mientras mostraba las rosáceas carnes de parte de sus nalgas. Siguió el mismo camino y se adentró en una gigantesca sala de mármol y altas columnas donde todo tipo de dioses caminaba y departía sobre cualquier cosa. Oyó risotadas cerca de una fuente cercana y sintió la necesidad de quedarse parado. Observó que aquel pequeño grupo miraba hacia el interior de la fuente y tras decirse entre ellos, algo que no llegaba a los oídos de aquel recién llegado, el grupo volvía a explotar en carcajadas felices. Sin darse cuenta, una pizca de tiempo después, él mismo estaba contagiado por aquel ambiente y se destornillaba de risa sin saber el porqué. Los diosecillos del grupo se dieron la vuelta y le miraron con gesto hosco y sorprendido. Una pizca de tiempo después, uno de ellos hizo una señal con la mano y con una especie de sonrisa le animó a acercarse al grupo. Hizo ademán de presentarse pero una que era alta, morena y de pelo largo, sin darle tiempo a hablar, le espetó.
-No lo necesitas,
-¿Eh?
-Somos dioses y lo sabemos todo.
        -¡Ah!, bueno. -dijo él. Un poco picado por el corte.
        -No le hagas demasiado caso, no es mala, sólo es que se le ha subido a la cabeza lo de ser diosa y a veces tiene estos golpes. Ya me entiendes,... para sorprender a los nuevos. –le dijo uno de gafas y largas barbas que sujetaba un periódico deportivo entre sus manos.
        -¡Ah!, en ese caso,... –dijo él sin saber lo que decía.
        -Acércate y verás, acércate. –le dijo una que parecía tener cierto mando sobre el grupo.
        Se acercó y estuvo mirando hacia el mismo lugar donde el resto de los miembros tenía puesta la vista. Al principio, miraba el agua que fluía y a los ojos de aquellos que se reían pero no podía entender nada. Una pizca de tiempo después, empezó a divisar pequeñas formas que se fueron definiendo en personas desconocidas en un lugar irreconocible. La alta, morena, del pelo largo le dijo.
        -No los conoces porque tú no eres un dios y además nunca has estado ahí. Es uno de los inconvenientes que tenéis,...
        -Eso es verdad. –dijo él mordiéndose el labio inferior.
        -Además como todavía no eres ángel,..
        -¿Me falta mucho? –contestó él dejándose llevar por la ironía.
        -No seas chulo,.. que yo soy una diosa y tú sólo un marido caído en la rebajas,...
        -Usted perdone. –dijo consciente de que efectivamente, un ataque al corazón le había llevado hasta allí y ademas, tenía mucho que perder si desde el primer día empezaba a crearse enemistades.
        Una mano grande, poderosa y extremadamente suave le atrajo hacia un lado de la fuente y le señaló un lugar en las aguas. Una pizca de tiempo después, un número indefinido de puntos negros parecía adivinarse en la superficie acuosa. Según se iban haciendo más grandes se adivinaban otros puntitos blanquecinos, algunos rojizos e incluso amarillentos y otros de color rosáceo también empezaron a destacar. Al tiempo que aumentaba el tamaño de los puntos, empezó a entender que se trataba de un grupo de personas reunidas en algún lugar al aire libre.
        -Los vemos desde arriba porque nosotros somos dioses y estamos en,... bueno en el cielo. –dijo la alta, morena del pelo largo.
        -¡Ah! Ahora entiendo. –consiguió decir él.
        -Te lo explico porque como tú no lo sabes,... En fin, tampoco quiero que te asustes. Por lo general, vosotros los nuevos, no podéis hacerlo pero como hoy es el primer día,...
        -¡Ah! Pues se agradece el detalle,...
        -No es nada, los dioses somos así. –dijo ella sin darse demasiada importancia.
        -Creo que le has caido bien. –dijo el del periódico deportivo.
-Ejem,... –tosió molesto uno muy grande, de gigantesca melena rubia y hombros poderosos que se acomodaba cerca del recién llegado y lo miraba de arriba a abajo.
       
En la infinita movilidad temblorosa del palacio cristalino que suponían las aguas de la fuente, se podía apreciar que una multitud variopinta se congregaba a las puertas de un grisáceo edificio gigantesco y empezaba a formar una larga fila que se adosaba a la pared y bajaba por la calle principal hasta llegar a la avenida cerca del parque donde los vagabundos recogían sus pocas pertenencias frente a varios policías malcarados.
        -¿Están buscando trabajo? –preguntó él.
        -Chitss, -le dijo uno grande y fuerte con el pelo rizado, que movía los hombros al ritmo latino de la música que salía de sus auriculares.
        -Todos los años lo mismo, no aprenden. –decía otro que estaba sentado un poco apartado del grupo, con un libro de Filosofía en las manos y dirigía miradas fugaces a las nalgas de una gordita rubicunda que reía con grandes aspavientos.
        -Me apuesto mi corona a que alguno intenta colarse. –dijo uno bajito y fortachón que vestía una especie de taparrabos gigantesco y unas botas de piel que le llegaban hasta las rodillas.
        -Todos los años alguno intenta colarse. Tienes que dar más datos; La edad de la amante, el grupo sanguíneo de la primera novia de su padre, el lugar de nacimiento de su tatarabuelo, etc. –dijo alguien con tono desenfadado, desde el fondo.
        -Ya, pues apuesto a que este año ese alguien que intentará colarse será hombre y tendrá,... más de setenta años. –dijo con sorna, aquel bajito y fortachón que vestía una especie de taparrabos gigantesco y unas botas de piel que le llegaban hasta las rodillas. Un bufido de protesta general fue la respuesta a aquel comentario. Una pizca de tiempo después, grandes risotadas hicieron que el ambiente volviera a ser distendido y agradable, dándose unos a otros sonoros palmetazos en la espalda y los hombros.
       
-Sabes que todos los años alguien de más de sesenta años, hombre o mujer intenta colarse. Lo hemos visto miles de veces. –dijo uno moreno y grandísimo que se acercaba y golpeaba cariñosamente el hombro del bajito y fortachón que vestía una especie de taparrabos gigantesco y unas botas de piel que le llegaban hasta las rodillas.
-Además, se han inventado hasta las más inverosímiles excusas. –dijo otro.
-¡Sólo para avanzar unos metros! –dijo una que se sujetaba el vientre y se reía a voces.
-¡O incluso para ahorrarse una pizca de tiempo! –soltó otro que se retorcía de risa, tumbado en el marmóreo suelo.
-Ja, ja, ja En el fondo es que no quiero perder mi corona y prefiero apuestar sobre seguro. -dijo aquel bajito y fortachón de las botas de piel. Resonó una nueva carcajada, sonora y general, que llamó la atención de un grupo que en los jardines del Este debatía sobre la plantación del champiñón rojo en los Montes Urales durante el solsticio de verano. Los doctores echaron una mirada de curiosidad al grupo de la Fuente y siguieron con lo suyo.

-Si no es la cola de la oficina de empleo, ¿de qué se trata? –preguntó él.
-Con tantas preguntas te pones en evidencia. –le susurró la alta, morena del pelo largo-. Calla y mira. Lo vas a entender enseguida.
-¡Ya es la hora! ¡Atentos! –gritó la gordita rubicunda, al tiempo que con graciosos saltitos, movía su divino cuerpo hacia el borde de la fuente. El del libro de Filosofía se revolvió incómodo, dejó su lectura, fijó su vista en su punto de interés y se aproximó a la fuente, procurando quedar cerca de tan alborotadora colega. Todos congregados alrededor de la fuente, miraron las aguas y una pizca de tiempo después; las puertas del edificio se abrieron de par en par y tragaron bocanadas de personas que corrían, se empujaban y luchaban por conseguir su mejor puesto en la batalla. La edad, los achaques, las dolencias, los problemas y la más mínima educación habían desaparecido para dar paso al primer mayor desenfreno irracional del año.
-¡Mirad! ¡Mirad el de las gafas y la camisa a cuadros! –gritó el bajito y fortachón.
-¿Cuál? –dijo uno ante la falta de datos diferenciadores.
-¿Cuál va a ser? ¡El que copiaba en el examen de Química desde el primer año de Bachillerato!
-¿Al que no le gustaban los macarrones?
-¡El mismo! –aseguraba el otro.
-¡Ya, ya! –decía el primero.
-Tú como no eres un dios, pues no puedes saber tantas cosas,... –le dijo la alta, morena, del pelo largo.
-Eso es verdad. –reconoció él, a un paso de la depresión.
-¡Mira, mira! ¡Recien llegado, mira!. –gritó la gordita rubicunda señalando un veinteañero que empujaba a una mujer de sesenta y siete años, oficinista jubilada que vivía con su marido, taxista en activo, la hija divorciada y un nieto que compraba revistas extranjeras por internet. (como comprenderá el lector, estos datos me los ha proporcionado el grupo de la Fuente,...) El muchacho se abría hueco entre la muchedumbre a codazos y la ex-oficinista, a su lado, le golpeaba la pierna izquierda con el paraguas y apretaba con el codo, con la intención de frenar su avanzadilla hacia la sección de electrodomésticos donde tres aspiradores hechos en una factoria desconocida de Xi Loan se vendían a menos de la mitad de su precio. Por el pasillo lateral, un asalariado de cincuenta y nueve años, que viv... (bueno, ahorro detalles y que me disculpe el grupo de la Fuente), lo cierto es que en las aguas de la fuente, este individuo aparecía corriendo por la escaleras hacia la tercera planta donde una señorita de gentil minifalda se refugiaba tras una pila de televisores gigantes, montados en un miserable pueblecito de Taiwan y que se podían comprar por la tercera parte de su precio original. Junto a la puerta de entrada un hombre de pelo blanco se agachaba en ademán de atarse el zapato y se colaba por debajo de la cuerda que impedía el acceso a la sección de informática. En el bolsillo interior de su chaqueta llevaba arrugada la propaganda que anunciaba la maravillosa oferta de una cámara digital montada en un sucio taller de la India y al alcance del público por la tercera parte de su precio en el mercado. El grandullón moreno estalló en grandes carcajadas y dijo:
-¡Míralo! ¡Ahí lo tienes! –dijo otro, al bajito y fortachón que vestía una especie de taparrabos gigantesco y unas botas de piel que le llegaban hasta las rodillas.
-¿De quién hablas? –preguntó éste.
-¡Del que se iba a colar! –contestó el otro.
-¡Ah! ¿Es ése? No falla, siempre hay alguno. ¡Pero fijáos cómo sube las escaleras! ¡Parece que tiene treinta años menos! -dijo el bajito y fortachón.
-¡Sería una buena terapía para animarlos a hacer ejercicio! –reía otro. El recién llegado miraba el espectáculo sorprendido y disfrutando del ambiente, se reía cada vez más fuerte. Parecía sentirse a gusto.

-Pues no te rías.–le dijo la alta, morena del pelo largo.
-¿Por qué? –preguntó él con todo el miedo y la educación posibles.
-Porque tú no eres un dios.
-Lo sé pero, no entiendo,... –insistió él, que empezaba a considerarse del grupo pero, sin poderes.
-Es muy sencillo. El año pasado tú hacías lo mismo.
-Es verdad. –reconoció él, pensando que si de verdad le había caído bien a la alta, morena del pelo largo, tal y como le había dicho el del periódico, la situación era bastante confusa. Pero como era recién llegado, prefirió callarse y pensar. Pensó y llegó a la conclusión de que ella no estaba falta de razón. Sintió que lo de la depresión le podia afectar a él directamente pero, que cabía la posibilidad de que alguien más presentara síntomas de un trastorno maníaco depresivo cuyo organismo hubiera creado un elemento de defensa o válvula de escape que consistía en amargar la existencia de los demás en tan sólo una pizca de tiempo.

-Todos los años es igual. –le dijo alguien que podía hablar y reír al mismo tiempo.
-Cada año es más divertido. –aseguró la gordita rubicunda.
-Tendrías que verlos cuando sale algo nuevo,... –dijo, sin quitar la vista del agua, el que le miraba de arriba a abajo. Dentro de aquel espejo de la realidad humana que suponía la superficie acuosa de la fuente, por todos sitios la gente corría desenfrenadamente y se comportaba extrañamente mostrando unos rasgos, unos actos que recordaban fielmente el origen de las especies. Él se dió la vuelta y miró a su alrededor. La gordita rubicunda estaba caida sobre un sofá estampado sin poder aguantar la risa y las carnes se le subían y bajaban en un hipo nervioso que hacía las delicias del lector de Filosofía. A su derecha, otros se abrazaban en un llanto incontrolable de una risa casi histérica e interminable. El bajito y fortachón que vestía una especie de taparrabos gigantesco y unas botas de piel que le llegaban hasta las rodillas, había caído a los pies de la fuente y junto con una rubia altísima, golpeaba el suelo intentando controlar la carcajada que les convulsionaba todo el cuerpo.

-¿Siempre es así? –preguntó él.
-Ya los has oído. Esto no cambia. Mejor dicho, cada año es más exagerado. –dijo el de gigantesca melena rubia y hombros poderosos que lo miraba de arriba a abajo.
-¿Nunca ha habido alguna mejoría? –preguntó tímidamente pero un gesto desdeñoso del de gigantesca melena rubia y hombros poderosos le convenció de que era innecesario responder. Repitió la pregunta pero nadie le contestó. Todos parecían haber perdido cualquier tipo de esperanza en una posible recuperación o cambio lógico en el comportamiento y la conducta de aquella especie que hululaba sobre las aguas de la fuente.
Uno a uno, todos aquellos importantes personajes que componían el grupo de la Fuente, se fueron alejando del lugar, despareciendo por puertas o veredas que llevaban a otros lugares. En sólo una pizca de tiempo, el recién llegado se quedó solo y como no tenía nada mejor que hacer, intentó sacar el teléfono móvil pero, no lo tenía en el bolsillo. Concluyó que seguramente se lo habían quitado en el hospital, cuando lo del ataque al corazón. Además bien pensado, seguramente allí no habría cobertura. Como tampoco tenía música que escuchar, ni nada para leer, decidió que no sería mala idea lo de seguir mirando sólo una pizca de tiempo más, el interior de la fuente. Había varias imágenes bastante nítidas pero decidió prestar atención a un hombre de cuarenta y un años y a su mujer, de treinta y ocho, que volvían a casa muy contentos. Un niño de nueve años seguía mirando la televisión cuando ambos entraron en la casa.
       
-Hola, cariño. ¿Qué estás haciendo? –preguntó ella.
-Aquí. –dijo el niño en una especie de saludo-respuesta que parecía ser suficiente.
-¡Mira lo que hemos comprado! –dijo el de cuarenta y un años.
-...
-¡Cariño!, mira lo que han comprado mamá y papá. –decía ella desenvolviendo un paquete que todavía no había sacado de una bolsa gigantesca.
-¿Eh?...
-Es el último modelo. –gritaba ella, mostrándoselo al niño, que seguía mirando al televisor.
-
-¡Podías elegir entre doce colores distintos, doce. Desde el verde fosforito hasta el amarillo limonero con tintes esmeralda, pasando por el furscia Lady Gaga! ¡Una pasada! –dice el de cuarenta y un años (que ahora sabemos que es el padre)
-Pero éste es el más bonito,.. –aseguraba ella colocándose aquel artefacto al lado de la mejilla izquierda.
-Además, tiene estabilizador horizontal, secuenciador de imágenes en dos y tres dimensiones, sistema potenciador de HJ 36, treinta canales de información útil del tipo 'B' a 64 Kbit/s en conmutación de circuitos y un canal de señalización 'D' a 64 Kbit/s común a todos los canales 'B' que se establece por conmutación de paquetes,... –vocifera el padre leyendo un papel, mientra abre la nevera y tantea en busca de una cerveza.
-¿Eh? –dice el niño aturdido por la imagen de una veinteañera que sale en televisión.
-Tú no lo sabes porque todavía eres pequeño pero lo que tiene mamá en las manos, además permite que el BCP guarde los elementos de información asociados a un proceso específico, guardándolos en la memoria. –dice el padre desde una silla en la cocina, con una cerveza en la mano y las instrucciones en la otra. Ella se levanta y le arrebata el pequeño cuadernillo con un gesto de falso enfado. Se dirige a la habitación donde el niño se aburre ante la aparcición de una estrella de la tele. Vuelve la cara hacia su madre. Ella, consciente de que le prestan atención empieza.
-Además, como generalmente las siete capas producen un desaprovechamiento de la velocidad de transferencia, aquí se utiliza,... el protocolo de sesión y se elimina la necesidad de conexión, eso es,... la necesidad de conexión. –dice ella terminado con la boca abierta y los ojos como platos.
-¡La hostia en verso! –dice el de la cerveza.
-Y además,… escúchame cariño. –dice ella a un niño que lleva escuchando diez minutos-. Es el reloj que tiene una carátula con numeros y manecillas que indican las hor... –dice ella casi consciente de que algo no cuadra en la información. La cara de sorpresa del niño y la de falsa resignación del de la cerveza, le confirman que algo se le ha escapado. El de la cerveza se levanta y le arrebata el cuadernillo. Con aire se suficiencia, se coloca en mitad de la habitación y se dispone a lee algo. Pasa la vista a otra página y espeta:
-Esta es una de las características que definen este modelo. Escuchadme bien porque hasta ahora, no hay otro igual en el mercado. –dice hojeando el manual de instrucciones.
-¿Qué es? ¿qué es? –dice ella con la cara arrobada por el éxtasis.
-¡Aquí está! El tipo de cimentación superficial permite emplearlo en terrenos razonablemente homogéneos y de resistencias a compresión medias o altas. –asegura el de la cerveza dejando la lata vacía sobre la mesa cercana y haciéndole un guiño a ella para que vaya a la nevera. Pero ella no se mueve. Finalemente, el niño decide preguntar.
-¿Para qué vale?
-¿Eh? –dice ella.
-¿El qué? –dice el de la cerveza.
-Eso. –dice el niño señalando algo que la madre mantiene junto a su mejilla. Los dos adultos se miran, se remiran, se vuelven a mirar mutuamente, miran el aparato junto a la mejilla de ella y fijan sus ojos sobre el niño, que los mira inquisitivo.
-Bueno,…-dice el padre.
-En realidad,... -dice la madre.
-Bueno, no es fácil de entender,... no te preocupes. –le dice el padre a un hijo que no parece preocupado en absoluto.
-Todavía no lo tiene nadie, es absolutamente nuevo. –espeta ella cargada de razón.
-¿Para qué vale? –repite impasible el niño.
-...




Arsenio Sanz Rivera

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