SIRENA
Son
las dos de la tarde. Hace calor, pero ya no es el calor agobiante que
ha asolado ciudades y corazones.
Treinta
grados, pero un alto porcentaje de humedad.
Tras
la comida y esa calida morriña, el sueño se apodera del cuerpo.
Sentado, escucha música clásica que invita a mecerse. La mente se
relaja, se relaja y aparecen, fluyen las imágenes.
El
mar, cual seno maternal acoje al soñador. Entra en el agua,
transparente como un corazón puro. ¿Qué es aquello?, se pregunta.
Ah, una sirena, pero no una sirena nórdica, de pelo rubio y largo.
Es una sirena mediterránea: Morena de verde luna, con el sabor que
da el moreno solar en una piel bella, perfecta.
Le
da la mano y suben a la superficie. Ella se le acerca y le besa
tiernamente, apasionadamente. Respiran en profundidad y se lo lleva
hacia el fondo, hacia su palacio en las más profundas profundidades
del mar, de la mar.
Están
solos, nadie les molesta. Bailan, retozan, se abrazan, se sueltan. La
alegría les rezuma por los poros. Y caen dormidos sobre un lecho de
algas que se dirían plumas de patos salvajes.
¿Cuánto
tiempo pasó? Abrieron los ojos y ella, de nuevo, cogiéndolo de la
mano, lo llevó a la superficie. Debía volver a sus quehaceres.
En
ese momento le comunicaron que los alumnos acababan de llegar. Se
levantó con un suspiro y mandó a su sirenita un beso de los que
hacen época. Mejor que los del cine.
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