CIUDAD APOLINEA
La
muchacha sacó los trebejos que suelen llevar las mujeres cuando
quieren afianzarse la máscara de la belleza.
Eso
forma parte del ritual femenino y no tenía nada de particular.
Había
gente que lo veía normal y prefería una máscara a la naturalidad
del rostro límpido.
Pero
para él siempre resultaba extraño el maquillaje. No sabía si la
mujer era un animal enmascarado o era un ser natural en sus
reacciones.
Todo
aquello lo retrotraía al tiempo en que llegó a la ciudad. Desde un
lugar y desde otro era bombardeado con recriminaciones: No se puede
mirar a los ojos, no se puede hacer esto, no se puede hacer aquello,
ni lo de más allá. No se podía hacer nada, todo estaba mal.
El
lugar del que venía estaba situado en las antípodas del mundo y en
las antípodas de la civilización. Era un lugar al que le faltaba
mucho, un lugar inculto en el que la gente no se sabía comportar en
público.
El lugar al que había
llegado era todo lo contrario. Un lugar refinado en el que la gente
sabía comportarse con refinamiento y educación.
Como novato en la
ciudad, tenía que comerse todos los sapos y culebras que intentaban
salirle por la boca.
Se
sentía como un niño al que los mayores, en nombre de la buena
educación, quisieran aniquilar totalmente.
Cuando
él hacía algo, siempre estaba irremediablemente mal, pero cuando
los lugareños hacían exactamente lo mismo, si era un error, todo
terminaba en risas de disculpas ¡Estoy chocheando!, y todo el mundo
se reía como un imbécil de nacimiento.
La situación le
recordaba aquella copla que decía que si el señorito bebía, iba
alegre el hombre. Pero si quien bebía era el pobre, era un borracho
y un inmoral.....
Acababa de ver en el
metro a una mujer en los treinta, sentada, a veces se sonreía, lo
que no tenía nada de especial. Tal vez se estuviera acordando de
algo divertido. Pero de vez en cuando se llevaba las dos manos a la
boca intentando reprimir una carcajada, o se lanzaba el pelo, largo,
hacia adelante, en un intento de no mostrar un rostro gozoso de risa
sorda.
¿Qué sería? Un
buen recuerdo, un momento de total alegría o placer..
O
lo mismo era esa cuerda floja de las prohibiciones que acaban por
volver
estúpido
al más cuerdo.
Todo
era muy extraño. Parecía una ciudad llena de señorío, que miraba
a todos y a todo por encima del hombro, despreciando al mundo.
Teóricamente
era un pueblo laborioso, pero al que se le veían los zancajos
destrozados de su pereza.
Machacados
por las máquinas eran auténticas máquinas trabajando. Cuando algún
tornillo saltaba, fallaba absolutamente todo.
Durante
años esa buena forma de hacer había consistido en anunciarse
dejando información en el buzón.Ahora,descaradamente tocaban
al
timbre de la casa y no se iban hasta que no salía alguien.
Intentaban la venta de lo invendible.
Era
un pueblo muy unido que no se empujaba cuando bajaba del tren, por
debajo, y sin que casi nadie se apercibiera, se pegaban patadas puras
y duras y si había que dejar de respetar a los mayores se hacía con
la mayor inconsideración.
Había
visto como un señor de mediana edad empujaba a una anciana que se
interponía en su camino a la hora de dirigirse él a tomar el tren.
Una anciana que podía ser su madre. Uno de los días de descanso
nacional se llama el día de mostrar respeto a los mayores. ¡Vivie
para ver!, pensaba.
Sentía
los golpes de moral vacua haciéndole daño en los testículos. La
máscara de la hipocresía era lo importante. La amabilidad se
reservaba para aquel del que se podía obtener algún beneficio, a
los demás, máscara, maquillaje o pistoletazo al canto.
Cuántas
veces habría dicho al ver algo o a alguien en televisión: Tiene
cara de mafioso. El mundillo de este deporte parece corrupto. Esa
asociación es peligrosa.
Se
le habían echado encima. El no entendía porque era foráneo. Con el
tiempo, todo aquello que había intuido, lamentablemente se iba
haciendo realidad. Pero esa verdad no se la podía restregar a nadie
por la cara porque seguía siendo foráneo y no entendía.
Piedad,
conmiseración.... Todo lo que de bueno podía tener el ser humano
para con los demás no tenía ningún sentido para con esa vacuidad
en la que un orgulloo negro imperaba.
La
poesía estaba llena de flores porque hablar de las personas daba
asco.
11
de septiembre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario