ENCUENTRO
Y DESENCUENTRO
(LA
ESTACION)
Volvía
a casa en el medio de transporte usual,
el tren. Acababa de terminar el trabajo y, transbordo tras
transbordo, había llegado a la estación central de la Megalópolis.
Por
la tarde había tenido un encuentro casual con una antigua compañera
de trabajo. Tomaron un café y charlaron de aquellos tiempos en que
eran compañeros de mesa en la oficina.
El
encuentro se había producido en una estación de metro. En la
entrada de una estación de metro se habían despedido deseándose
suerte.
Después,
sentado por casualidad, dada la cantidad de gente que poblaba el
andén, se enfrascó en la lectura de un libro sobre arte moderno. No
estaba muy concentrado. La figura de su ex-compañera se entrecruzaba
por entre las líneas del libro.
El
encuentro y el desecuentro. Y como una cereza llama a otra, desde el
fondo de su memoria surgió una estación de tren perdida allá en la
raya entre España y Portugal.
La
estación tenía un nombre que no recordaba. Había llegado a ella en
taxi desde el pueblo más cercano, Jabugo, tierra del buen jamón.
Su
ex-compañera también estaba como un jamón. Una leve sonrisa se
dibujó en sus labios, y una chispa de deseo se fulgorizó en sus
ojos.
Siempre
eros y tánatos, fuerzas inherentes al cotidiano discurrir. Intentó
concentrarse de nuevo en el libro.
En
aquella vieja y destartalada estación había un árbol. No conocía
su nombre, pero lo bautizó como Arbol
de los encuentros y desencuentros.
Era
un árbol curioso. Lleno de fotografías. Unas eran de soldados
vestidos y preparados para partir hacia su cuartel de destino.
Había
recién casados despidiéndose de sus familias. Encuentro en un huevo
hogar, separación, salida del nido familiar.
Coronaba
el árbol una urna con la imagen peregrina de una virgen. Pero lo más
sorprendente era la fotografía de un hombre mayor, cadáver, clavada
en el árbol con una chincheta.
Era
como si la gente de aquella comarca tuviera el árbol, semental hacia
el cielo, como icono de la vida que viene, de la vida que se va.
Intentó
borrar aquella curiosa imagen de su mente. Paró el tren en una de
las numerosas que le esperaban hasta su casa. De pronto, por los
altavoces interiores del vagón decían que en una de las estaciones
más populosas de la línea había ocurrido un accidente, muerto
incluido. Pedían disculpas por el posible retraso.
De
nuevo sintió la terrible realidad de lo que es una estación de
trenes. Lugar de encuentro, lugar de desencuentros. Camino hacia la
felicidad, camino hacia la nebulosa soledad de la nada.
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