EL
RESFRIADO
Abrió
la puerta y se encontró con una situación inesperada. El sí había
tenido trabajo, pero ella no. Desafortunadamente desde el día
anterior llevaba arrastrando algo parecido a un resfriado. Habían
quedado en que ella estaría en cama todo el día hasta que se
sintiera mejor.
Rabillo
de lagartija, no había podido aguantar en la cama sin intentar hacer
lo que creía su deber. Se había levanto, ido al baño, había
tomado algo caliente y cuando se sentó en el sillón de la sala de
estar, se recostó como si hubiera perdido el sentido.
Desde
la puerta de entrada la llamó pero sólo respondió con un murmullo.
Cerró rápidamente y se dirigió hacia donde estaba.
-¡Dios
que te conoció! ¿Qué es esto?
Estaba
en salto de cama y con una bata lo suficientemente gruesa como para
no sentir frío. Estaba ardiendo.
-¡Joder!
¿Puedes sentarte bien?
-Ummmm,
más que una respuesta era un murmullo y un movimiento de cabeza. La
ayudó a sentarse. Fue rápidamente a la habitación y trajo una
manta. En el armario buscó otro salto de cama y lo sacó, también
buscó otra bata.
-Espera
un minuto, cielo.
Se
fue rápidamente a la cocina, colocó en un recipiente el equivalente
a un vaso de leche. Encendió el fuego , por otra parte buscó unas
aspirinas y la miel que tanto gustaba a ambos. También
afortunadamente tenían en el frigorífico un tubo de gengibre,
preparó un vaso , más bien un jarro con asas. Cuando la leche
estuvo a punto la echó en el jarro, echó una buena cucharada de
miel, un poco de gengibre y un buen roción de brandy. Lo cogió todo
y se fue hacia el salón.
-Vamos
a ver, las aspirinas.
Ella
las cogió y se las metió en la boca.
-Y
ahora a beber. Sin protestar, ¿eh? Burra, que a veces eres más
burra que los rocinos de tu pueblo.
Con
el rostro medio de protesta, los ojos le estaban dando las gracias.
Sabía que lo que decía era verdad. Era muy cuidadosa hacia lo de
fuera , pero no siempre hacia si misma.
Entre
gestos de satisfacción y de poner cara de amargura por los distintos
componentes del mejunje, se fue tomando la bebida.
Mientras
tanto él había ido al cuarto de baño, empezó a llenar la bañera
a una temperatura adecuada, soportable. Preparó la ropa, preparó
las toallas, volvió al cuarto de estar. La lenvantó y le dio la
mano.
-Ven.
-¿Eh?
-Ven,
te digo.
Ella
, un tanto sorprendida obedeció. Llegaron al cuarto de baño, ya
caliente por efecto de la estufa y el agua y la sentó en una silla.
-Bien,
ahora, primero, la bata. Tranquila, yo te abrazo para que no tengas
frío.
Se
quitó la bata y la puso en el cesto de la ropa, en este caso más
que sucia empapada en sudor. El salto de cama, la ropa interior, y
quedó desnuda. Debido al efecto interior de la bebida y al exterior
del calorcito del baño no temblaba.
El
también se quedó en la ropa mínima. La metió poco a poco en la
bañera, como solían hacer cuando se bañaban. Acabó de desnudarse
completamente, entró en la bañera y la abrazó.
Tenía
una especie de esponja con la que la iba friccionando poco a poco.
Empezó a sudar. Parecía ir saliendo del sopor paso a paso. El se
puso de pie. La levantó y le dijo que pusiera una mano contra la
pared para no caerse. La fue enjabonando y la friccionaba con la
esponja. La cara de dolor y sufrimiento que tenía cuando él llegó
se fue relajando e iba poniendo un rostro de bienestar.
De
arriba hacia abajo, por delante y por detrás, no quedó rincón de
su cuerpo que no hubiera recibido el restriego del jabón y la
esponja.
Con
el tubo de la ducha le fue quitando la espuma. Todavía en la bañera
le pasó un gran toallón y con toda la mimosidad del mundo la fue
secando. Ella se dejaba hacer, era realmente placentero.
Una
vez seca le fue colocando las distintas prendas dejándola muy
abrigadita. El se duchó rápido y se vistió con lo que también se
había preparado.
-Y
ahora a la cama.
-Sí,
por favor.
La
llevó hasta la cama y la hizo acostarse. Bien tapada, en menos de
cinco minutos quedó frita.
El
mientras tanto se preparó algo de comer, y comió al tiempo que de
vez en cuando iba hasta la cama para ver cómo iba todo.
Serena,
durmió la tarde y al día siguiente , domingo, a las nueve de la
mañana despertó.
-Buenos
días, amor...
-Ahhh,
¿ya estás despierta?
-Siiiiii...
¿no has dormido?
-Bueno,
lo que te dejan los niños chicos cuando están enfermitos.
-¿Enferma
yo?
-¿No
me dirás que no te acuerdas de lo que tuve que hacer cuando volví?
-¡¡¡¡Eh!!!!!
No me acuerdo de nada.
-¡Oh,
no!
Ella
sonreía con un rostro lleno de la mayor picardía de mundo. El se
había tapado el rostro con las manos.
-¡Claro
que me acuerdo, cielo! Gracias-. Y comenzó una sesión de besos de
lo que no está escrito en los libros.
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