LA PRINCESA DE LAS TORTUGAS
A
través de las cortinas entornadas se filtraba la luz de la mañana.
Era aún una luz suave, una luz que se iba desperezando poco a poco y
ayudaba a los humanos a salir de la perezosa sensualidad del sueño.
Abrió
los ojos. La habitación en penumbras se iba iluminando con aquella
luz tamizada de albor. Se dio cuenta de que sus labios esbozaban una
sonrisa y que dentro del pecho algo bailaba de alegría. Le pareció
extraño porque no recordaba haber soñado con nada especial, ¿o sí?
Delante
de él había un calendario ¡Equinoccio de verano! ¡Claro! Sí,
había soñado algo. Ahora empezaba a aflorarle la razón de su
sonrisa. Había soñado con lo que le había ocurrido hacía varios
años aquel mismo día.
La
ciudad, a la caida de la tarde, estaba en plena efervescencia. La
gente iba y venía de verbena en verbena. Aquí y allí se preparaban
para ver y oir fuegos artificiales y conciertos más o menos
desconcertados.
Aquel
día veraniego paseaba por la verbena de su barrio. Sentada en un
banco de los jardines del parque se encontraba ella. No la había
visto nunca. ¿Vivía por allí o había venido de otro lugar?
Envuelta en un maravilloso vestido azul de una pieza, floreado,
rameado, le pareció un ser divino. Ni Blancanieves, ni la belleza de
Cenicienta, ni...., bueno, no se acordaba de muchos nombres de bellas
que llenaron sus lecturas infantiles. ¿O sería la sensualidad de
Sherezade? ¿O la perversidad erotizada de Salomé? Parecía un ser
oriental. Pero también podía ser de otro lugar. ¿Cómo se llamaba
aquella ropa? ¿Sari, yukata , kimono? Le sonaba, pero no sabía
situarla. Que no era típica de donde vivía era lo único cierto.
Fue a sentarse en el banco en que ella estaba.
- ¡Hola!
- ¡Hola!
- Tú no eres de por aquí, ¿verdad?
- No, acabo de llegar de la Luna de Polaris y no conozco a nadie.
- ¿De la Luna de Polaris?
- Sí, en la Luna de Polaris vivimos seres como yo.
- ¡Ah, bueno!
El la miraba y ella lo miraba. Habían
conectado desde el primer momento, aunque aquello de “seres como
yo” le sonaba raro. Parecía una mujer, especialmente bella, pero
una mujer...
La
gente que pasaba por allí lo miraba a él, extrañada. ¿Qué sería
Polaris y su Luna? ¿Seria algo del Polo Norte? ¿O sería, creía
recordar, un submarino atómico? No preguntó nada más porque no
quería dar muestras de su ignorancia.
Siguieron hablando y hablando hasta
que decidieron darse un paseo por la verbena. La miraba embelesado.
No sabía dónde situarla. Parecía de allí, pero también parecía
extraterrestre. Recordaba algunos cuentos de las Mil y Una Noches en
los que seres que vivían entre el cielo y la tierra presentaban toda
la belleza que puede existir en una mujer, en plenitud de su
misterio, en plenitud de un no sé qué entre místico y profano. En
la verbena se compraba y se vendía. Peces de colores, molinillos de
viento, comidas más o menos dulces, más o menos para tomar con
cerveza o un buen vino, incluso había puestos de tortugas.
La
música tronaba dejando sordos a los oidos más refinados. Mozos y
mozas bailaban, bebían, reían.... Era una algarabía de alegría y
placer.
Decidieron
alejarse un tanto de aquel ruido. De pronto la chica se puso a
llorar. ¿Qué pasa, qué pasa? Se encontraba perdido por completo.
No sabía a dónde acudir. Las lágrimas le afluyeron a los ojos como
a los niños que en un berrinche rompen en llanto sin saberse por
qué.
_
¡Mira, mira! ¡Alguien ha abandonado a esas dos tortuguitas en una
bolsa sin agua!
Iba
a decir que las cogiera y se las llevara, pero quizás la situación
tan extraña y una cierta vergüenza le hicieron desistir de ello.
_
¡No puedo, no puedo! Cuando veo estas cosas el alma se me nubla, es
superior a mis fuerzas. Pobres animalitos.
Pero
no se las llevó, pensó él. Siguieron su camino charlando
animadamente. Pasaron por una calle llena de restaurantes. El olor
que flotaba en el ambiente invitaba a entrar en alguno de ellos para
llenar la andorga.
_
¡Ah, quiero comer sopa de tortuga!
_
¿Qué? ¿Sopa de tortuga?
_
Sí, de donde yo soy es una comida normal. Además es muy buena para
la vitalidad humana.
_
(¡Chica más rara! Hace un minuto llorando y ahora se quiere comer a
las tortugas, pensaba) Pues aquí como no te conformes con unos
pulpos a la plancha o unas sardinitas asadas...
Le
recordaba esas historias de películas de bellas sirenas que se
enamoraban de un humano y que cuando veían algún producto marino se
lanzaban sobre él para zampárselo. ¡Cosa más extraña de
criatura!
Entraron
en un chiringuito de pescaito frito. Siempre pedía dos raciones de
cada plato. Uno se lo comía él y el otro se lo tomaba ella. Aunque
la gente sólo veía a una persona en diálogo con un ser invisible y
que el plato de ese ser se quedaba intacto. Pero como pagaba nadie le
hizo el menor comentario.
Comieron,
salieron a la calle y se mezclaron de nuevo con el bullicio de la
gente.
_
¡Ah, las diez!
_
¿Y qué?
_
Tengo que volver.
_
¿A dónde?
_
A la Luna de Polaris. Yo vengo de un lugar llamado la Laguna Seca. Es
una laguna de leyenda que existe de verdad. Sólo cada cien años
aflora el río subterraneo que la alimenta y la llena completamente.
Por eso es una laguna misteriosa que aparece en las leyendas pero en
ningún libro de geografía ni de astronomía. Y ahora adiós...
_
Pero...
_
Sí, adiós...
Se
acercó a él, le besó en la mejilla y desapareció entre el ruido
de la noche. Nunca más la volvió a ver.
Ahora,
varios años más tarde, la recordaba y no sabía si aquello había
sido real o era el producto de su imaginación. No sabía si aquella
criatura era un ser lunático o el lunático era él.
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