DESPISTADOS!
Tuvo
que salir por trabajo a otra provincia. Los jefes de su trabajo se encontraban
a 400kms. de distancia. Aunque los medios de comunicación eran muy útiles para
solucionar los problemas de trabajo, a veces era imprescindible el encuentro con
las personas.
Estaría
casi una semana ausente, estarían casi
una semana sin verse, sin besarse, sin abrazarse, sin llegarse al fondo de la
vida con la mirada y el cuerpo.
Era
duro, pero era inevitable. El salió de casa, ella le acompañó a la estación de
autobuses. Estaba bastante cerca.
Cuando él iba a subir al autobús, una lágrima
común se desplomó por las mejillas. Sabían que volverían a verse en unos días,
a hablarse por teléfono, pero aún y así era duro. Ella, superando todas las
barreras que imponían la sociedad y la buena educación, se lanzó a sus brazos y
lo besó con el mejor de los besos, digno del mundo del cine. Crearon un mundo
propio. Nada existía alrededor. Tanto fue así que cuando separaron sus labios
el público, espectante, soltó un sonoro aplauso.
¡Dios
bendito! ¿Qué es esto? No era otra cosa que el aplauso que merecía la ruptura
de las convenciones. Se separaron rojos
como dos tomates maduros. El se fue hacia el asiento, ella hacia el
andén a esperar la salida del autobús.
Cada
uno por su lado , un peso en el corazón y una sonrisa en el semblante.
Rulaba
el autobús, ella caminaba alitriste hacia casa. Cuando llegó sintió el vacío
del hogar. El lo llenaba todo. Ahora, ausente, hasta el aire era frío, a pesar
de saber que sólo serían unos días.
Cada
cual se entregó a sus menesteres, y a la hora convenida telefoneaba él o
telefoneaba ella.
El
volvería la noche del sábado de la semana siguiente, ya que por la mañana era
cuando se ultimaban las cuestiones del trabajo.
El
lunes llamó él a la hora prevista y se contaron las nonadas que siempre se
cuentan los que se quieren. Se sentían solos y tristes uno sin el otro. De
noche la cama estaba fría.... Conversaciones de lo más normal, pero que no se
le contaban a nadie..
Fue a
la mañana siguiente que ella le mandó un correo electrónico. Hoy no podré
llamar y no llames tampoco, mi madre vendrá en ambulancia a ingresar en el
hospital. Parece que la cosa es seria, espero que no pase nada, pero en el
hospital con tal cantidad de máquinas puede ser que no entren las llamadas y
además no sé como andaré, en última instancia algún mensaje. Aún y así no sé si
podré responder, según como se desarrollen las cosas.
Quedaron
de acuerdo en ello. El le mandaba de vez en cuando algún mensaje, estoy con
vosotras, un abrazo de calor etc. etc. Se nota tu presencia, incluso sonrío
dentro de la preocupación, llegó a decir ella. Al menos la cosa parecía ir
bien. Todo siguió de esta manera hasta el jueves.
La
madre, ya mejor, fue dada de alta y enviada a su casa en el pueblo. Con las
precipitaciones, ella se olvidó el móvil y en el pueblo no había medio alguno
de poder contastar con él. Son de esos días nefastos en que todo sale por la
culata.
El
viernes fue a trabajar él y se habia olvidado de recargar su aparato. Cuando
quiso llamar o mandar mensaje, cero patatero. ¡Ni modo! Angustia mútua. También
cuando ella se dio cuenta de que no tenía modo de comunicarse entró en un
estado insoportable, especialmente con respecto a su despiste. Al menos una
cosa había buena, la madre iba cada vez mejor. A pesar de la edad la
recuperación era maginífica.
Estuvieron así varios día, aunque él mandaba
mensajes o llamaba no había forma de saber qué pasaba.
Desde
lo peor de lo peor, hasta , ah, despistada, te olvidaste, hasta una variada
gama de situaciones pasaron por su cabeza.
Y
llegó el sábado. Ella sabía a que hora llegaba. Ella llegó veinte minutos antes
y lo estuvo esperando en la estación de autobuses tomando un café. Cuando
escuchó por los altavoces que llegaba el que lo traía a él, salió como en
estampida hacia el andén. No podía estar tranquila, era toda un manojo de
nervios. Lo vio bajar y las piernas empezaron a temblarle. El traía un rostro
más relajado después de haber pasado unos día de angustia.
Bajó
y un toro salvaje lo atropelló. Se le tiró a los brazos con la desesperación de
aquel que ve una tabla salvadora...... Perdón, perdón, perdón...... y le contó
brevemente lo del teléfono....... El también le contó su despiste. Dos
carcajadas resonaron en la estación de autobuses. ¡Despistados!........ El beso
se prolongó durante varios minutos, al final, como a la ida, otra ovación los
recibió. Afortunadamente todo había sido sólo un susto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario