CHUCHO Y CANITO
- ¡Guau! ¡Guau! Hola, peque ¿qué tal te
va?
La tarde caía lentamente. El calor había
desaparecido y empezaba a correr una leve brisa que hacía agradable el paseo
por el parque.
Ante tan inesperada visita Canito salió
corriendo y se refugió entre las piernas de su dueña.
- Pero Canito – decía la hornorable
matrona- ¡qué arisco eres, hijo mío! Si este chucho vagabundo sólo pretendía
saludarte.
De entre las macilentas piernas de la
vieja, la cara de Canito apareció totalmente descompuesta. Miró el rostro de su
dueña y esto lo tranquilizó un tanto. Abandonó su refugio y se dirigió hacia el
perro vagabundo que lo observaba con curiosidad.
- ¡Hombre! Creía que no vendrías nunca.
Perdona, chico, no pretendía asustarte. Sólo pasaba por aquí y deseaba
saludarte ya que eres el único ejemplar perruno que hay en esta birria de
parque.
- Eres un grosero- protestó Canito -,
este parque es muy bonito.
- Ja, ja. Permíteme que me ría, pequeño,
pero se nota que no estás acostumbrado a andar por el mundo.
- Bueno, yo vivo en un piso muy bonito.
- Sí, eso dicen todos. Pero pierden
mucho más de lo que ganan viviendo de esa manera y durmiendo en alfombras.
- ¿Sí? ¿Y qué es lo que se pierde, según
tú?
- La libertad, chucho, la libertad.
- ¿La libertad? ¿Y qué es eso?
Ante pregunta tan ingénua, le pareció a
Chucho, no pudo por menos que reirse de lo lindo en las narices de Canito.
- Hombre, esto tiene gracia. ¡Pobre
diablete estás hecho! No te enteras de nada. Mira, entre otras cosas, la
libertad para un perro es hacer sus necesidades donde le apetezca y cuando le
apetezca, y no tener que estar esperando a que lo saquen a uno a la calle para
hacerlas. Además, seguro que cuando te orinas en el comedor de tu casa llega
esa viejarruca y te zumba.
- Esa mujer no es viejarruca, ¿te
enteras? – gritó histérico Canito-, es una mujer muy buena.
- Sí, buena. Y además, da lo mismo. Si
no es ella son los críos, al fin y al cabo son la delegación de sus padres y
descargan sobre ti lo que no pueden descargar sobre ellos. ¿No? Oye, pequeño,
que un perro es un perro y no un objeto decorativo. Mírate, pobre diablo. Huele
que apestas.
- Este jabón es muy bueno, y el perfume
que me pone la señora Julia es de París.
- ¡De París! ¡Ja! De la Conchinchina
dirás. ¿Sabes de qué está hecho ese perfume, so pelma? – Canito le miró
sorprendido-. Mira, matan a los animales, los más diversos, y con sus despojos,
sus grasas y esencias de flores, que esa es otra, te preparan esos deliciosos
mejunjes. Pobres animales. ¿Cuándo aprenderemos que el hombre es el más aimal
de todos los animales? ¿Sabes de qué están hechas las cremas de las señoras?
- No, respondió Canito todo intrigado.
- Pues de aceite de ballena, chaval. Sí,
de ballena, repitió Chucho ante la cara espantada de Canito.
- ¿Y eso qué es?
- Oye, pero tú no sabes nada, ¿eh? ¿Cómo
te las arreglas?
- ¿Y tú cómo sabes tanto, sabiondo?-,
preguntó Canito ante la humillante frase que le había soltado Chucho.
- Sencillo, tío. Sencillo. Porque soy
libre y recorro mundo.
- Tú serás muy libre, pero vas hecho un
asco, ladró Canito muy enfadado.
_ ¿Y qué? ¿Qué saco con estar al lado de
una viejarruca como esa?
- En la casa se está caliente.
- Caliente, caliente. Y yo me baño en
los charcos cuando llueve, huelo las flores, oigo cantar a los pájaros.
- Pero a ti nadie te quiere y a mí sí.
- ¿Que nadie me quiere? – ladró
divertido Chucho-, ¡Que nadie me quiere! Crío, que eres un crío y no entiendes
nada. Es verdad que camino por las calles , pero siempre hay alguien que me
acaricia, gente que, como yo, vagabundea que no tiene a nadie con quien hablar
y lo hace conmigo, y aprendo muchísimas cosas. Luego están los otros, los que
viven en los ataudes de los pisos modernos, siempre te atan con una cadena y te
lo prohiben todo, y un perro lo que quiere es correr, saltar, ladrar, brincar.
Todas esas cosas, ¿te enteras? ¿A que a ti te riñen cuando ladras en casa?
- Sí, eso es cierto, dijo Canito
agachando la cabeza.
- ¿No ves? Ya lo sabía. Además , todo
ese mundo me lo conozco muy bien. Yo tuve un ama y me escapé de casa.
- ¿Que te escapaste de casa?
- Sí, me escapé.
- ¿Y por qué lo hiciste?
- Muy sencillo, estaba harto de aguantar
los golpes de un ama asquerosa que, encima, me tenía a régimen. Que si Perico
por aquí, que si Perico por allí. Que no te mees Perico. Porque yo me llamaba
Perico, ¿sabes?
- ¿Y ahora, cómo te llasmas?
- Ahora Chucho, todo el mundo me llama
Chucho.
- Pero Chucho no es un nombre bonito.
- Claro que sí, hombre. Nosotros somos
chuchos, y no otra casa tan repipi como los nombres que nos ponen a veces.
Chucho es tan natural como nosotros.
El diálogo se había desarrollado a unos
metros de la señora Julia que seguía atenta a su calceta. La tarde era cada vez
más apacible. Los pájaros piaban largamente en los árboles mientras los niños
se dedicaban a tirarles piedras.
- Seguro que a ti te tiran piedras
también, comentó Canito al tiempo que se tumbaba en la hierba.
- Sí, a veces. Pero casi siempre son
gente con cara de mala uva. Esas que no se atreven a contestarle a su jefe y lo
pagan con lo primero que encuentran. O los niños a los que han regañado en la
escuela o en casa. Gente así. Los demás suelen comportarse de otra forma. Desde
luego hay que tener lástima de los humanos, y la verdad es que si no fuera por
nosotros, muchas veces no sabrían qué hacer. Ahí tienes a los San Bernardo en
la nieve, o a los Pastores alemanes para los ciegos, o a los perros de los
trineos. No sé, muchísimos casos se han dado en que los perros hemos salvado la
vida a alguien...
- ¿Tú has salvado la vida a alguien?
- Sí, hace poco me ocurrió una cosa así.
Iba por la orilla del lago y había un hombre que parecía ahogarse. No me tiré
al agua porque no tengo
mucha
fuerza, ya ves. Soy muy escuchimizado, como decía mi ama. Claro que ella me
estaba matando y no se enteraba la pobre. Bueno, lo que te decía. No me tiré,
pero salí hasta la carretera que pasa cerca del lago. Ladraba tan fuerte que
los vecinos de una granja acudieron al oirme. Estaban muy extrañados, pero me
siguieron y pudieron salvar al hombre.
-¡Qué valiente!
- Sí, si, valiente. ¿Sabes cómo me pagó
el buen señor? A los tres días me estaba pegando estacazos.
- ¡Qué bestia!
- Sí, pero luego dicen que las bestias
somos nosotros.
- Tienes razón.
- Pero no importa, soy feliz viviendo
así. Me divierto mucho observando a la gente. Pobrecillos.
Las primeras farolas empezaron a
encenderse y el sol dejaba su estela roja sobre las nubes de poniente. La
señora Julia comenzó a recoger sus bártulos.
- Canito. Canito. Bonito, vamos.
Venga...
- Chucho, me tengo que ir. Me ha gustado
mucho ladrar contigo, pero tengo que irme.
- ¿No ves? Si vivieras como yo no
tendrías que irte de ningún sitio, porque cualquier sitio sería tu hogar.
- No sé. Me ha gustado mucho conocerte.
Desde luego me vas a hacer pensar. Bueno, adiós.
- Adiós, pequeño. Aquí tienes un amigo.
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