EL TREN NOCTURNO DE LA
VIA LACTEA
KENJI MIYAZAWA
Segunda
parte.
Seguro que
lo habrán salvado porque los marineros eran veteranos y se alejaron remando
rápidamente del barco.
Alrededor de
ellos se oyó un clamor de suspiros y rezos al tiempo que Giovanni y Campaneila
empezaron a recordar vagamente cosas que hasta entonces habían olvidado. Ambos
sintieron que los ojos se les calentaban, quizás porque intentaban aguantar las
lágrimas.
- "Ah,
ese es el Pacífico. Allí trabajan en sus barquitos hombres que luchan con
denuedo contra los icebergs que vienen del extremo norte, que luchan contra el
viento, contra la marea de hielo... Me parece que no tengo perdón al ver como
trabajan. ¿Qué podría yo hacer para conseguir su felicidad?" -. Giovanni,
inclinando la cabeza, se hundió en la más profunda de las tristezas.
- Yo no sé
qué es la felicidad, pero esos hombres se acercan, subiendo y bajando como en
los puertos de montaña, hacia la felicidad, porque, aunque externamente su vida
es dura, avanzan por un camino que ellos consideran justo -, dijo el farero a
modo de descargo.
- Así es,
pero es la voluntad de Dios que para llegar a alcanzar la felicidad se deba
pasar por infinidad de momentos tristes -, respondió el joven a modo de
oración.
Los
hermanos, muy cansados, apoyándose sobre el respaldo del asiento, se quedaron
dormidos. El pequeño, que había llegado sin zapatos, tenía ya desde hacía una
rato puestos unos suaves zapatos de color blanco.
El
traqueteante trenecito avanzaba por la brillante fosforescencia de la orilla
del río. Mirando por la ventana del otro lado se diría que el prado fuera la
proyección de una diapositiva. Se veían cien, mil señales de muchas formas y
dimensiones. Sobre las grandes se podían ver banderas geodésicas con dos puntos
rojos. A lo lejos se veía todo cubierto. Tantas había reunidas que parecía
traslúcida niebla... Fuera, desde allí o desde más lejos, a veces, algo
parecido a humo, adquiriendo formas variadísimas, se elevaba hacia el
firmamento tomandon por acá y acullá formas tan bellas como la de la campanula.
Efectivamente, el transparente
viento traía un profundo olor a rosas.
- ¿Que les
parece? Seguro que es la primera vez que ven estas manzanas -, dijo el farero,
teniendo apoyadas sobre las rodillas, para que no se le cayeran, unas manzanas
grandes, coloreadas bellamente en amarillo y rojo.
- ¿Eh? ¿De
dónde ha salido eso? ¿ Por qué se crian estas manzanas? -. preguntó el joven,
como olvidándose de sí mismo, verdaderamente impresionado , meneando la cabeza
a un lado y a otro, entrecerrando los ojos de alegría mientras miraba hacia el
montón de manzanas que abrazaba el farero entre las rodillas.
- Cojan, por
favor, cojan sin preocuparse...
El joven
cogió una mientras Giovanni y Campanella se contentaban con mirar.
- ¿Qué tal,
señoritos? Cojan ustedes también.
Giovanni, al
oir aquello de señorito, se mosqueó un tanto, mientras Campanella daba las
gracias al farero. Entonces, el joven mismo les alargó una a cada uno a lo que
Giovanni, levantándose, agradeció el regalo.
El farero,
al fin las manos libres, puso una sobre las rodillas de cada uno de los
hermanos.
- Muchísimas
gracias -, agradeció el joven mientras observaba atentamente las manzanas -.
¿Dónde se crían estas manzanas tan hermosas ?
- Por esta
zona, por supuesto, hay agricultura, pero se puede decir que, más o menos, cada
uno tiene la promesa de que podrá criar buenas cosas. El trabajo del campo no
es tan duro. Aproximadamente, plantando la semilla que se desea, después sólo
se tiene que esperar y ver como crece... El arroz no tiene cascarilla como el del
Pacífico y es diez veces más grande, asi como su olor, que también es
magnifico.
Sin embargo, allí donde van ustedes,
ya no hay agricultura. No hay ni pizca de manzanas ni de dulces, tampoco
desperdicios. Todo lo que se come, depende de las personas, se transforma en un
poco de olor que se evapora a través de los poros del cuerpo.
El pequeño
abrió de pronto los ojos de par en par.
- Ah, acabo
de soñar con mi madre. Mi madre ¿saben?, estaba en un sitio donde había unos
magníficos armarios y muchos libros. Miró hacia donde yo estaba, levantó la
mano y se sonrió ampliamente. Al preguntarle que si le recogía algunas manzanas
me desperté... Aquí. esto, ¡ah! el tren en el que estábamos...
- Gracias,
muchas gracias. Kaoru todavía está durmiendo. Voy a despertarla. Kaoru, Kaoru,
mira, nos han dado unas manzanas. Despierta...
- La hermana
le sonrió y abrió los ojos. Haciéndose sombra, lo mismo que si se sintiera
deslumbrada, se puso ambas manos sobre los ojos y miró hacia la manzana. El
chico, como si se tratara de un sabroso pastel, ya estaba comiéndose la suya.
La piel, muy a propósito, la había pelado en espiral, lo mismo que un
sacacorchos, y entre la altura de la manzana y el suelo, antes de caer, resplandecía
de color gris, evaporándose al instante. Los dos amigos se metieron las
manzanas en el bolsillo con mucho cuidado.
En la parte
baja del río, al otro lado, se veía un bosquecillo de azulados, grandes y
frondosos árboles. Las ramas de los árboles estaban colmadas de frutas
redondas, maduras, brillando en su espléndida rojez.
En medio del
bosquecillo había colocado un larguísimo tablero anunciador, elevándose desde
el interior del mismo, mezclado con el viento, fundida en él un indescriptible
y bellísimo sonido de xilofón y campana orquestales. El joven sintió de pronto
un escalofrío de emoción recorriéndole todo el cuerpo.
Oyendo
silenciosamente aquellas notas, parecía como si aquella especie de amarillo y
verde clara moqueta de la pradera se fuese extendiendo y las blanquísimas gotas
de rocío fueran elevándose embrumando el rostro solar.
- ¡Ah, qué
cuervo! -,gritó la muchacha, sentada al lado de Campanella.
- No son
cuervos, son urracas -, volvió a gritar Campanella lo mismo que si la estuviera
regañando, a lo que Giovanni se sonrió y la muchachita frunció el ceño
desilusionada.
Efectivamente,
sobre la blanquecina luz del lecho del río había una fila de negrísimos
pájaros, quietecitos, que se bañaban en su tenue resplandor.
- Son
urracas porque tienen en la parte trasera de la cabeza el plumaje como elevado
en punta -, intervino el joven.
El tablero
anunciador que había en medio del verde bosque se acercó frontalmente al tren.
Entonces, desde la parte trasera del mismo, se empezó a escuchar la melodía de
aquel familiar himno número 306. Parecía como si un coro formado por un inmenso
número de personas lo estuviera entonando.
El joven se
puso lívido de pronto. Se levantó con la intención de dirigirse allí, pero,
cambiando de idea, se volvió a sentar. Kaoru se puso el pañuelo sobre el
rostro. Incluso Giovanni empezó a sentir algo extraño cosquilleándole en la
nariz.
Quién,
cuándo, sin saber cómo, la canción comenzó a escucharse cada vez más cerca y
cada vez con mayor claridad. Sin pensárselo, Giovanni y Campanella comenzaron a
cantar al unísono.
El verde
olivar se fue perdiendo mientras brillaba deslumbrantemente al otro lado del
invisible río celeste, quedando en la parte posterior del tren al tiempo que la
música, el sonido de los instrumentos que de allí se elevaba se fue difuminando
y desapareciendo invadida por el traqueteo del tren.
- ¡Un pavo
real! ¡Un pavo real!
- Sí, había
muchos. Aquel es el bosque de Lira ¿no? Seguro que en aquel bosque se reúnen
desde hace mucho tiempo los componentes de una gran orquesta -, respondió la
muchacha.
Giovanni
veía como, sobre el bosquecillo, pequeñito como un verde botón de nácar, un
pavo real extendía sus alas reflejando la luz que recibía de un lado y de otro.
- Eso es,
hace un rato se oyó el canto del pavo real - le dijo Campanella a la
muchachita.
- Sí, había
unos treinta - contestó la chica.
-
Campanella, vamos a lanzarnos desde aquí y jugamos un poco - iba a decir
Giovanni cuando, de pronto, se sintió muy triste. Puso una cara terrible, pero
al final no dijo nada.
En ese
momento Giovanni descubrió algo extraño en la parte baja del rio. Se trataba de
algo negro y brillante, de forma alargada. Salía un poco del agua, avanzaba en
forma de arco y volvía a desaparecer de nuevo. Parecíendole extraño, puso mucha
atención. De nuevo volvió a ocurrir, ahora mucho más cerca. Al poco, de nuevo,
aquí y allá, volvió a volar aquel extraño ser de un negro pulido saliendo en
redondo y entrando en el agua de cabeza. Parecían peces que remontaran el curso
del rio.
- ¿Qué será?
Tatchan,mira. ¿Qué será aquello?
El muchacho,
soñoliento, se frotó los ojos y se levantó como sorprendido.
- ¿Qué será?
-, volvió a repetir el joven levantándose.
- ¡ Qué
peces más extraños! ¿Qué será aquello?
- Son
delfines -, terminó diciendo Campanella.
- Es la
primera vez que veo delfines. Pero esto no es el mar ¿verdad?
- Los
delfines no se encuentran sólo en el mar -, se volvió a oir aquella voz baja
diciendo desde alguna parte.
La forma de
aquellos delfines era realmente extraña. Juntando las aletas a ambos lados del
cuerpo, poniéndose firmes y saltando del agua, saludaban y volvían a
introducirse de nuevo sin cambiar de postura. El invisible agua celeste, en ese
momento, se mecía lentamente como las llamas de un fuego, levantándose leves
ondas en el río.
- ¿El delfín
es un pez? -, preguntó la muchacha a Campanella mientras el hermano, muy
cansado, apoyando la cabeza en el asiento, se había quedado dormido.
- No, no es
un pez - respondió Campanella -, es del mismo grupo de las ballenas.
- ¿Tú has
visto alguna ballena?
- Sí, he
visto ballenas. A las ballenas no se les ve más que la cabeza y la negra cola.
Cuando resopla se ve exactamente igual que en los libros.
- Una
ballena debe ser muy grande ¿no?
- Sí, es muy
grande. Los hijos son tan grandes como los delfines.
- Eso es. Lo
he visto en un libro de Las Mil y Una Noches -, comentaba la muchacha, muy
interesada mientras se daba vueltas a un estrecho anillo de plata.
-
"Campanella. de verdad que me voy. Yo no he visto nunca una ballena"
-, pensaba Giovanni mientras, mirando a través de la ventana del tren, mordiéndose
fuertemente los labios, nervioso, parecía como si no pudiera soportar aquella
conversación.
Los delfines
desaparecieron del marco de la ventana; al mismo tiempo se dividía el río en
dos. En medio de la isla que formaba la bifurcación había una torre altísima y
encima un hombre vestido con una ropa ligera y puesto un gorro rojo sobre la
cabeza. En ambas manos sostenía un banderín rojo y azul con los que , mirando
al cielo, hacia señales.
Mientras
Giovanni estuvo mirando, el hombre, ora como si de un director de orquesta se
tratara, levantaba violentamente el banderín rojo, agitándolo en el aire, lo
bajaba y lo escondía tras de sí y levantaba el banderín azul, volviéndolo a
agitar con toda violencia. Entonces se empezaba a oír un estremecedor ruido,
como de lluvia. procedente del vacío y algo negro, como las balas de una
escopeta, volando hacia el otro lado del río.
Giovanni,
sin pensárselo dos veces, sacó medio cuerpo por la ventana y miró hacia allá.
Bajo el
transparente firmamento, de un hermosísimo azul campanilla, una inmensidad de
pajaritos, emparejados en grupos, pasaban, muy ocupados, uno tras otro, uno
tras otro...
- Son
pájaros volando -, dijo Giovanni desde fuera de la ventanilla.
- ¿Dónde? -,
preguntó Campanella mirando también hacia el firmamento.
En ese
momento, el hombre que estaba sobre la torre, de pronto, cambió la banderola
azul por la roja y empezó a moverla de tal forma que parecía haberse vuelto
loco. De golpe dejó de pasar la bandada de pájaros al tiempo que en la parte
baja de la corriente se oyó el estruendo como de una cascada de agua que cayera
a plomo. Después, durante un rato, todo fue absoluto silencio. Al poco el
hombre de las señales volvió a levantar el banderín azul mientras gritaba :
- Pasen
ahora, ahora, pajaritos. Pasen ahora.
La voz les
llegaba nítidamente al tiempo que una bandada de millares de pájaros cruzaba el
espacio de un lado a otro.
Con sus
hermosas mejillas brillantes, la muchacha sacó la cabeza por la ventana que
había entre los dos muchachos y se puso a mirar también hacia el cielo.
- ¡Uf!
¡Cuántos pájaros! ¡Qué lindo está el cielo! La chica le dirigió la palabra a
Giovanni, pero éste, muy descortés, se mantuvo en silencio mirando hacia el
espacio.
La muchacha
dio un leve suspiro y, silenciosamente, se volvió a su asiento. Campanella, muy
apenado, metió la cabeza y sentándose se puso a mirar el mapa.
- ¿Qué hace
aquel hombre? ¿Les está enseñando? -, preguntó quedamente la muchacha.
- Hace de
semáforo para las aves migratorias. Seguro que porque en algún sitio se
levantan señales de humo -, respondió Campanella un tanto vacilante.
Mientras
tanto, el interior del vagón se había quedado completamente en silencio.
Giovanni también metió la cabeza, pero no pudíendo poner una expresión alegre,
se quedó de pie, conteniéndose mientras silbaba.
- "
¿Por qué estaré tan triste? Tengo que tener un corazón amplio y bello. Debo
tenerlo . Más allá de la orilla aquella se puede ver una lucecita azul, como si
de humo se tratara. Aquello es muy silencioso y frío. Me voy a tranquilizar
mirando fijamente hacia allí " -, pensaba Giovanni agarrándose la
calenturienta y dolorosa cabeza con las dos manos y mirando a lo lejos.
-"¿Será
verdad que nadie vendrá conmigo, que nadie se encontrará a mi lado eternamente?
Campanella parece muy emocionado hablando con aquella muchacha mientras que yo
lo paso muy ma!" -, seguía pensando mientras sus ojos se volvían a llenar
de lágrimas, sintiendo que el celeste río se le iba lejos, muy lejos, viéndolo
apenas, muy borroso...
El tren se
fue alejando poco a poco de la ribera del río y corría por encima de los
acantilados. En la otra orilla, al tiempo que los negros acantilados se iban
extendiendo hacia la desembocadura, se iban haciendo más altos. En ese instante
se vio, levemente, una mata de maiz.
Las hojas se
encrespaban adivinándose entre ellas una hermosa mazorca desde donde brotaba un
mazo de pelusa roja a través del cual se veían los hermosas granos de perlas de
su fruto. Poco a poco aumentaba su número viéndose, como la anterior, enfiladas
entre la vía y el acantilado.
Giovanni
metió la cabeza de la ventana y al mirar hacia la del lado opuesto vio como, un
hermoso cielo y prado de mazorcas, se perdían en el horizonte. Las plantas de
maiz se extendían por casi toda la superficie, balanceándose con el viento.
Las
maravillosas y rizadas hojas, desde hacía ya un rato, lo mismo que diamantes
que sorbieran la luz solar durante el día, absorviendo gran cantidad de gotas
de rocío, parecían arder brillantes, verdes y rojas.
- Aquello
debe ser maíz -, dijo Campanella, a lo que Giovanni, silencioso, sin rehacerse
de su tristeza, contestó secamente sin apartar la mirada un ápice.
-Eso será.
El tren fue
silenciándose poco a poco hasta que, después de pasar varias señales y farolas
eléctricas, se paró en una pequeña estación.
Justo enfrente había un traslúcido
reloj que acababa de dar la segunda hora. El péndulo, sin viento, el tren sin
moverse, en medio del silencio de la llanura, "click, clack",
"clíck. clack"... iba marcando el tiempo. Al mismo tiempo, el péndulo
traía, como en un hilo tenue, una débil melodía desde lo más lejano del prado.
- ¡La Sinfonía
del Nuevo Mundo! -, exclamó como en un monólogo , la chica, al otro lado,
mirando hacia Giovanni y Campanella.
En verdad
parecía que dentro del vagón, todos, el chico alto del traje negro y todos los
demás estuvieran soñando con algo muy agradable...
- "¿Por
qué estando en un sitio tan silencioso y agradable como éste, no me sentiré más
alegre? ¿Por qué me tengo que sentir tan solo? De verdad que Campanella es
odioso. Habiendo subido ai tren conmigo y haciendo el viaje juntos, no deja de hablar
con aquella chica. ¡Esto es insoportable! -, pensaba Giovanni mientras, como
escondiéndose medio rostro con las dos manos, seguía mirando hacia fuera a través
de la otra ventana.
Sonó un
silbido, como de un pito hecho de transparente cristal, al tiempo que, muy
dulcemente, el tren retomaba de nuevo su marcha. Campanella, también con
aspecto entristecido, empezó a silbar una canción dirigida a las estrellas.
- Eso es,
eso es... Ya estamos en esta terrible meseta -, dijo alguien, el señor de
detrás o alguien que parecía un señor mayor, hablando muy claramente y como si
se acabara de despertar.
- El maíz,
como no se haga un agujero de unos sesenta centímetros v se siembre ahí, no
crece...
- ¿De
verdad? Debe haber mucho hasta el río, ¿no?
- Sí, sí.
Hasta el río hay entre quinientos metros y dos kilómetros. Es un desfiladero
terrible.
- "Eso,
eso.. Esta es la meseta del Colorado. Seguro" -, pensó Giovanni.
La muchacha
apoyaba a su hermano contra su pecho, intentando dormirlo mientras sus ojos
estaban clavados en algo muy lejano, no mirando nada en particular, pensando,
sin embargo.
Campanella.
de nuevo con aspecto entristecido, volvía a silbar mientras el niñito, con el
rostro blando como una manzana envuelta en seda, dormía vuelto hacia Giovanni.
De pronto
desapareció el maíz y apareció ante la vista un inmenso prado negro... La
Sinfonía del Nuevo Mundo empezó a borbotonear claramente en el horizonte al
tiempo que en el inmenso prado negro un indio, adornada la cabeza con blancas
plumas y los brazos y pecho con infinidad de piedrecitas, perseguía a todo
correr el tren, con arco y flechas en la mano.
- Ah, un
indio... ¡Un indio! Hermana, mira, mira...
El joven del
traje negro también se despertó. Giovanni y Campanella también se levantaron.
- Está
corriendo. ¡Ala! Pero si está corriendo... Nos persigue ¿verdad?
- No, no
persigue el tren. Estará de caza o tal vez bailando -, dijo el joven mientras,
levantándose, metía la mano en el bolsillo con aire de haber olvidado donde se
encontraba.
Efectivamente,
el indio parecía estar medio bailando porque, si hubiera querido correr más de
prisa, se veía que lo hubiera podido hacer sin problemas.
De pronto se
vio que, claramente, el plumaje se le venía hacia adelante, estando a punto de
caérsele. El indio se quedó totalmente parado y levantó el arco a toda
velocidad enfilándolo hacia el firmamento. Una grulla caía dando vueltas y el
indio echó rápidamente a correr con los brazos muy abiertos cayendo la grulla en
ellos. El indio, muy contento, parado allí de pie, se reía estrepitosamente.
Con la grulla entre los brazos su sombra se fue haciendo cada vez mas pequeña,
alejándose, alejándose, alejándose... El aislador del poste eléctrico
resplandeció un par de veces y de nuevo apareció ante los ojos el amplio
maizal.
Mirando por
la ventana más próxima se podía comprobar como el tren, efectivamente, corría
por encima de un gran precipicio. En el fondo del valle ,el río se deslizanba
amplio y claro.
- Desde aquí
empezamos a bajar. De todos modos no es fácil porque de un golpe bajaremos
hasta el nivel del agua. Con esta pendiente no puede haber tren desde allí.
Vean, hemos empezado a tomar velocidad -, comentó el vejete que había hablado
poco antes.
El tren
empezó a bajar a toda velocidad. Al llegar al extremo del desfiladero, debajo
se podía ver con toda claridad el agua. Giovanni se iba poniendo cada vez más
alegre. El tren pasó por delante de una cabaña ante la cual había un niño. Con
aire abatido, al pasar Giovanni delante de él, sin pensárselo, le saludó con un
grito:
- ¡ Ehiihh....!
El tren
cogía cada vez más velocidad.Todas las personas del compartimento se
encontraban hacia la parte trasera, como a punto de caerse, pero en realidad
muy bien agarrados a sus asientos. Giovanni y Campanella se rieron a mandíbula
batiente. El río celeste corría, fosforescente, a toda velocidad, echando a
veces algunos destellos, justo al lado del tren. Las clavellinas florecían por
todas partes, de color rojo suave, en la rambla del río. El tren , poco a poco,
como más tranquilo, corría a menos velocidad. A una y otra orilla había
levantadas banderolas con dibujos de una estrella y una piqueta.
- ¿Qué
banderines son aquellos? -, preguntó finalmente Giovanni.
- Pues... no sé. En el mapa tampoco
hay nada escrito. Hay un barco de hierro.
- ¡Ah!
- ¿ No
estarán haciendo un puente? -, preguntó la muchacha.
- Eso es.
Aquella es la bandera del Cuerpo de Zapadores. Están haciendo prácticas de
colocación de puentes. Sin embargo no parecen soldados.
En ese
momento, desde cerca de la otra orilla, un poco hacía la parte baja del río, la
translúcida agua del rio celeste resplandeció y, como si fuera un gran poste,
se levantó muy alta haciendo un gran ruido.
- ¡ Es una
demolición' ¡Es una demolición! -, comentó Giovanni medio bailando.
La columna de
agua desapareció y aparecieron dando vueltas en el aire, brillándoles la panza,
salmones y truchas que, tras dibujar un círculo, volvieron a caer al agua.
Giovanni se
puso tan contento que tenía la sensación de que iba a ponerse a saltar de un
momento a otro.
- El Gran
Cuerpo de Zapadores ¿Qué tal? Las truchas o cualquier otro pez, cuando se pone
asi ya no puede saltar. Nunca he hecho un viaje tan alegre, en absoluto.
- Visto
desde cerca deber una cosa así ¡ Qué cantidad de peces hay dentro del agua!
- ¿También
hay peces pequeños? -, preguntó la muchacha dejándose arrastrar por la
conversación.
- Seguro que
hay. Si hay grandes también debe haber pequeños. Lo que ocurre es que estamos
muy lejos v no se ven -, respondió Giovanni a la chica, va completamente
recuperado de su mal humor y muy entusiasmado.
- Aquello
debe ser el Palacio de Géminis, sin duda -, gritó de pronto el pequeño,
señalando por la ventana.
A la
derecha, encima de una colina, había dos palacetes que se dirían construidos
con un material parecido al cuarzo.
- ¿Qué es
eso del Palacio de Géminis?
- Se lo he
oido muchas veces contar a mi madre. Aquello son dos palacetes hechos en
cuarzo, por eso seguro que son aquellos.
- Cuéntanos
esa historia de Géminis. Dinos que hicieron.
- Yo lo sé.
Las dos estrellas de Géminis jugaban en el campo y se le pelearon con un cuervo
¿verdad?
- No, no es
eso. Es así, escucha... Lo que dijo mamá es que en la orilla del río...
- Y entonces
un cometa iba y venia... ¡Piuffff....! ¡Piuffff...!
- No, no es
así, Tatchan. No es así. Eso es de otro cuento.
- Entonces
allí... ¿Ahora están tocando el silbato?
- Ahora
están en el mar...
- No, no, no
puede ser. Ya han salido del mar.
- Eso, eso.
Ya lo sé. os lo voy a contar.
Al otro lado
del rio todo se iluminó de pronto de un intenso color rojo. Los arces y otros
árboles recortaban su negra silueta sobre el fondo rojo, y hasta las invisibles
olas del celeste rio brillaban de vez en cuando, rojas, moviéndose como una
aguja que midiera la corriente eléctrica.
Efectivamente,
al otro lado del rio, en el prado, ardía un gran fuego v el humo, negro como la
noche, subía muy alto, muy alto, dando la impresión de que iba a llegar a
quemar el frío añil del cielo. El fuego ardía más rojo y translúcido que el
rubí y más hermoso y embriagador que el litio.
- ¿Qué fuego
será aquél? ¿Qué se estará quemando para que brille tan rojo? -, comentó
Giovanni.
- Aquello
debe ser Escorpio -, respondió Campanella consultando de nuevo el mapa.
- Ala,
siendo asi, yo conozco la historia de Escorpio.
- ¿Qué es
eso del fuego de Escorpio? -, preguntó Giovanni.
- Escorpio
murió abrasado. El fuego que despide todavía continúa ardiendo. Es una historia
que mi padre me ha contado un montón de veces.
- El
escorpión es un insecto ¿no?
- Eso es,
pero muy bueno.
- No, no es
un insecto bueno. Yo lo he visto en una botella llena de alcohol. El maestro me
decía que tiene en la cola un garfio que si te pica te mueres.
- Eso es,
pero es un insecto muy bueno. Hace mucho, en un prado llamado Bardora, había un
escorpión que se alimentaba de los pequeños insectos que mataba. Así que un día
se lo encontró una comadreja que estuvo a punto de zampárselo. Escorpio huyó y
huyó, pero la comadreja logró alcanzarlo. Entonces, de pronto, se cayó a un pozo
que había por allí. Como na podía subir empezó a ahogarse, pero, al parecer,
antes de eso empezó a orar:
" Ah,
yo no sé a cuantos seres he quitado la vida y, sin embargo, cuando la comadreja
estaba a punto de aniquilarme he huido con todas mis fuerzas. Pero al final
heme aquí, en esta situación... ¡Ah...! No puedo contar con nada ¿Por qué no he
entregado mi cuerpo a la comadreja? Si lo hubiera hecho, también ella, sin
problemas, viviría un día más ¡Dios mío! Pon tus ojos en mi corazón. Qué
lástima desperdiciar una vida sin que sirva para nada. En verdad, la próxima
vez utiliza mi cuerpo para que los demás puedan ser felices... " Esto es
lo que, al parecer, dijo Escorpio. Entonces, parece ser que el cuerpo de
Escorpio se volvió rojo en un instante. Se volvió rojo, rojo y comenzó a arder
hermosamente, y así ilumina la oscuridad de la noche. Mi padre me dijo que arde
así para la eternidad. Así es, aquel fuego es el de Escorpio.
- Eso es,
mirad. Esas placas están ordenadas formando la figura de un escorpión.
En efecto,
Giovanni pudo observar como, a un lado, tres placas formaban uno de los brazos
de Escorpio y, a otro, cinco placas le daban forma al garfio de su cola. Sí, Escorpio
ardía sin levantar sonido alguno, envuelto en una resplandeciente belleza.
Conforme el
fuego de Escorpio iba alejándose hacia atrás , todos empezaron a charlotear, se
comenzó a oir una gran variedad de músicas, a percibir el olor de gran cantidad
de flores o algo asi, a escuchar los silbidos y alegres voces de la gente...
Todo aquello
parecía indicar que por allí cerca había una ciudad donde muy pronto iba a
empezar una fiesta o algo parecido.
De pronto,
el muchacho, que estaba al lado de Giovanni durmiendo, mirando hacia la
ventana, empezó a gritar;
- ¡Centauro,
que caiga el rocío!
Había
levantado un árbol, lo mismo que los de Navidad, verde profundo como los
cipreses de China o los abetos, que se había adornado con una gran cantidad de
bombillas lo mismo que si mil luciérnagas se hubieran reunido sobre él.
- Ah, eso es. Esta noche es la
fiesta de Centauro.
- ¡Eso es!
¡Este es el pueblo de Centauro! -, comentó rápidamente Campanella.
( Faltan varías páginas en el
original)
-Yo siempre
acierto lanzando la pelota -, dijo el muchacho orgullosamente.
- Dentro de
poco llegaremos a la Cruz del Sur. Vayan preparándose para bajar-,dijo el joven
dirigiéndose a todos.
- Yo me
quedo un poco más en el tren -, replicó el chico.
La muchacha,
sentada al lado de Campanella, se levantó agitadamente y empezó a prepararse
para bajar. Sin embargo su aspecto decía que era algo que no quería hacer, no
quería separarse de ellos.
- Tenemos
que bajar aquí -, intervino el joven mirando al muchacho desde su altura.
- No, no
quiero. Yo quiero seguir un poco más en el tren.
Giovanni, no
pudiendo reprimirse más, dijo:
- Vente con
nosotros. Tenemos un billete con el que podemos ir a cualquier parte.
- Sin
embargo nosotros debemos bajarnos aquí. Desde aquí parte el camino hacia el
Cielo -, comentó la muchacha tristemente.
- ¿ Y qué
importa que no vayáis al Cielo. Aquí es donde tenemos que construir un lugar
mejor que el Cíelo, dice siempre mi maestro.
- Pero mamá
está allí, y también lo dice Dios.
- Ese Dios
es un mentiroso.
- Tu Dios sí
que es un mentiroso.
- No, no es
eso.
- ¿ Qué Dios
es el tuyo?
El joven , sonríendose , explicó:
- Va, la
verdad, no lo sé muy bien, pero no es eso. Es sólo uno y auténtico Dios.
- El
verdadero Dios, por supuesto, no es más que uno.
- Ah, no es
eso. Sólo uno y auténtico Dios.
- Pues
claro, efectivamente, Nosotros queremos, deseamos que pronto se encuentren con
nosotros delante del auténtico Dios, para ello oramos -, dijo el joven recogiendo
las dos manos modestamente en oración.
La muchacha
hizo justamente lo mismo. A todos parecía costarle un gran esfuerzo separarse,
lo que se reflejaba en la palidez de su rostro.
Giovanni, a
punto de gritar y llorar, dijo finalmente:
- ¿Están
preparados? Enseguida llegaremos a la Cruz del Sur.
Justo en ese
momento, en la parte baja de la invisible corriente fluvial, levantada en medio
del río, como un árbol, se encontraba la Cruz. Damasquinada en azul, naranja y
todos los posibles colores existentes, y cuya parte superior estaba cubierta
como por una nube transparente donde brillaba una aureola hermosísima.
Dentro del
tren corrió un murmullo. Todo el mundo, al igual que lo que ocurriera en la
Cruz del Norte, se levantó y comenzó a orar dirigiendo la mirada hacia ella.
Por un lado
y por otro se oían las voces de alegría de los niños, al igual que cuando se
lanzan melones, y también se pudieron escuchar indescriptibles, modestos y
profundísimos suspiros.
Poco a poco
se vio llegar hasta el frontal de la ventana, pasando lenta, lentísimamente, la
Cruz del Sur y una nube de color plata, translúcida como la carne de una
manzana.
-
¡Aleluya...! ¡Aleluya...! -, se oían claras y felices las vibraciones de todas
las voces mientras desde lejos, desde el fondo del infinito y frió cíelo, se
escuchaban la indescriptiblemente fresca y transparente voz de una trompeta.
El tren ,
envuelto en la luz de las señales y de las luminarias, fue disminuyendo
velocidad hasta que se paró justamente en frente de la cruz.
- Bueno,
vamos -, dijo el joven cogiendo de la mano al niño mientras la chica, arreglándose
bien el cuello y los hombros se dirigía hacía la salida. Volviéndose hacia los
dos se despidió:
- Adiós.
- Adiós -,
respondió Giovanni secamente aguantando las lágrimas.
La muchacha
se volvió de nuevo con evidente dificultad y después, en silencio. se dirigió
hacia la salida.
Ya se había
medio desocupado el tren; de pronto se quedó completamente vacío, solitario,
corriendo a si través una fuerte corriente de aire, todos se pusieron en fila y
en la orilla del río, ante aquella cruz, se arrodillaron. Vieron venir hacia
ellos, pasando el agua invisible, vistiendo una divina ropa blanca, a un hombre
con los brazos extendidos.
Justamente
en ese momento sonó el silbato y, antes de que el tren hubiera empezado a
moverse, de la parte baja de la corriente, se levantó una neblina que al poco
llegó hasta allí y lo envolvió todo. impidiendo la visibilidad. En medio de la
niebla sólo brillaban las abundantes y relampagueantes hojas del nogal y las
ardillas electrónicas sacaban su linda carita, aureoladas de amarillo, de vez
en cuando por entre las ramas.
Al poco se
despejó la niebla por completo. Había un camino iluminado por una fila de
farolas que se diría se dirigía hacia alguna parte. El camino continuaba
durante un buen trecho bordeando la línea férrea.
Al pasar por
delante de aquella luz, el fuego amarillo se apagó a manera de saludo,
volviéndose a encender una vez hubieron pasado.
Al mirar
hacía atrás se podía comprobar como la cruz se había vuelto muy pequeña.
Ciertamente, parecía que se les iba a quedar suspendida en el pecho tal como
estaba.
¿ Estarían
la muchacha, el joven y los demás todavía arrodillados en la blanca arena a
habrían cogida ya algún camino que los llevara al Cielo? No estaba muy claro
porque no se podía distinguir muy bien. Giovanni dio un profundo suspiro...
-
Campanella, otra vez solos ¿ eh? Estaremos juntos siempre. Yo ya... tratándose
de la felicidad de los demás... no me importaría que mi cuerpo ardiera cien
veces.
- A mí
tampoco -, respondió Campanella mientras una lágrima le asomaba a los ojos.
- Pero ¿ en
qué consiste la verdadera felicidad? -. preguntó Giovanni.
- No lo sé
-, respondió vagamente su amigo.
- Tenemos
que trabajar mucho. Lo haremos ¿verdad? -, dijo Giovanni henchido de una nueva
fuerza que le borboneaba en el pecho, mientras suspiraba profundamente.
- Ah, ahí
hay un agujero negro. El boquete del cielo -, señaló un punto en el firmamento
intentando esquivar un tanto el tema del que hablaba Giovanni.
Giovanni, al
mirar hacia allá, se estremeció del susto. En un rincón del rio celeste se veía
un profundo agujero negro abierto. ¿Qué había en aquella profundidad? ¿Qué
profundidad tenía aquel agujero? Por mucho que se aguzara la vista lo único que
se sentía era un fuerte dolor en los ojos. Giovanni dijo:
- Ya no me
da miedo una oscuridad como esa. Sin falta voy a buscar la felicidad, la
verdadera felicidad para todos. Campanella. siempre iremos juntos, adelante
¿vale?
- Sin falta,
iremos siempre juntos -, respondió Campanella que. de pronto, señalando hacia
el prado, mirando hacia lo lejos a través de la ventana, gritó:
- ¡Ah, qué
prado más bello! Toda la gente está reunida allí. Ese es el verdadero cielo.
Pero si aquella que está allí es mi madre....
Giovanni
miró también hacia allá, pero en aquella zona todo se veía difusamente blanco y
en absoluto parecía haber lo que Campanella decía.
Giovanni
empezó a sentirse tremendamente triste al mirar vagamente hacia allá. Justo
enfrente, al otro lado del río, había dos postes de la luz formando hilera que
parecían estar enlazando los brazos entre sí.
-
Campanella, vamos juntos ¿eh? -, dijo Giovanni que, al mirar hacia donde había estado
hasta entonces su amigo , pudo camprobar como éste no se encontraba allí, como
sólo había un asiento vacío de un negro resplandeciente.
Giovanni se levantó
con la velocidad de una bala de cañón. Entonces, intentando que nadie le oyera,
sacó el cuerpo por la ventana y gritó con todas las fuerzas de sus pulmones.
Poco después la garganta le lloraba irreprimiblemente.
Desde ese
momento todo se le volvió completamente negro. Entonces, detrás de él se oyó
aquella voz de chelo que más de una vez había oido hasta ese momento.
- ¿ Por qué
lloras,eh? Ven y mira aquí.
Giovanni, un
poco asustado, se seco las lágrimas y se volvió hacia allí. En el sitio donde
hasta ese momento había estado sentado Campanella había un señor de rostro
pálido con un gran sombrero en la cabeza. Sonriendo muy amablemente, sostenía
un gran libro en las manos.
- ¿Dónde se
habrá ido tu amigo? Aquel muchacho ¿sabes? , la verdad es que esta noche se ha
ido a un lugar muy lejano. Aunque lo busques no conseguirás encontrarlo.
- ¿Por qué?
Campanella y yo íbamos a ir siempre juntos hacia adelante.
- Ah, era
eso... Todo el mundo piensa lo mismo que tú, pero no es posible ir juntos porque,
además, a todo el mundo le ocurre lo que a Campanella. Tú, con todas las
personas que te has encontrado, todas han comido contigo muchas veces manzanas
y subido muchas veces al tren. Por eso, tal como pensabas antes, buscas la
verdadera felicidad para todos. Por eso es mejor que te vayas lo más pronto
posible junto a todos. Sólo allí podrás estar para siempre con Campanella.
- Es algo
que haré sin falta. ¿Por qué será que deseo hacer tal cosa?
- También es
una cosa que deseo yo. Ten siempre cuidado de tu billete. Además debes estudiar
con todo ardor. Has estudiado Química ¿verdad? Así que sabes que el agua se
forma de oxígeno y de hidrógeno. Actualmente eso es algo que va nadie duda. Y
no lo duda porque al hacer el experimento se comprueba que es así. Sin embargo antiguamente
se discutía que si se formaba de mercurio y sal, que si de mercurio y azufre.
Cada uno
dirá que su Dios es el único y verdadero, pero en sí. cada cual, cuando vea lo
que haga el que crea en otra divinidad, seguramente llorará. Así mismo se discutirá
sobre si nuestro corazón es bueno o malo, y nadie podrá determinar quien lleva
la razón. Sin embargo, si tú estudias de verdad y logras separar mediante
experimento el pensamiento verdadero del pensamiento falso, si logras
determinar el camino mismo del experimento, entonces tu creencia y la Química
serán la misma cosa. Pero, eh, mira un momento este libro. ¿Ves? Esto es un
diccionario histórico-geográfico. En esta página del libro está escrita la
Historia y la Geografía del año 2200 antes de Nuestra Era. Pero observa bien,
realmente no es la Historia y Geografía del año 2200 antes de nuestra Era, lo
que está escrito en realidad no es sino la Historia y Geogra-fía del año 2200
antes de nuestra era tal y como se veía en ese momento. Por eso, cada página corresponde
a un libro de Geografía e Historia. Además, lo que está escrito es más o menos
la verdad de lo que ocurrió alrededor del año 2200 antes de Nuestra Era. Al
buscar aparecen pruebas contínuamente, pero si te atreves a dudar una vez...
Mira la siguiente página. Año 1000 antes de Nuestra Era. Como ves la Geografía
y la Historia han cambiado bastante. Así era entonces. No hay por qué
extrañarse. Nosotros, nuestra cuerpo, nuestro pensamiento, la Vía Láctea, el
tren, la Historia. todo eso no es más que lo que sentimos. Ven, mira. intenta
relajarte conmigo ¿Preparado?
El hombre
levantó un dedo y lo volvió a bajar lentamente. Entonces, de pronto, Giovanni
se vio a sí mismo, su pensamiento, el tren, el científica, la Vía Láctea, vio
como todo brillaba al mismo tiempo y después desaparecía, volvía a aparecer y
desaparecer.
Cuando uno
brillaba todo el amplio mundo se iluminaba, todas las historias se llenaban de
contenido y desaparecían quedando sólo el vacío. Todo aquello fue lo que
Giovanni vio. Poco a poco aumentó la velocidad y al instante todo volvió a su
estada primero.
- ¿ Y bien?
Por eso tu experimento, desde el principio de este resumen entrecortado, hasta
el final debe pasar por todos los estados. Eso es bastante difícil. Sin
embargo, sólo con lo que hagas en cada momento tienes suficiente. Bien , mira,
allí se ve Proción. Tú debes quitarle la cadena.
En ese
preciso momento, desde el otro lado de la negra línea del horizonte, empezó a
elevarse una señal pálida como si fuera el día hasta que el tren quedó
totalmente iluminado.
La señal
siguió levándose en el firmamento, iluminando todo el espacio.
- La
nebulosa Magallanic! Sin falta, sin falta. Para mí, para mi madre, para Campanella,
para todo el mundo. Saldré en busca de la verdadera felicidad.
Giovanni,
mordiéndose los labios, se levantó para mirar la nebulosa.
¡La mayor
felicidad posible para cada persona!
- Bueno,
agarra este billete. Tú tienes que andar derecho sobre tus propias piernas, no
ya dentro del tren de la ilusión, sino dentro del fuego verdadero del mundo,
dentro de las verdaderas y duras olas de la vida. Lo único verdadero de la Vía
Láctea es este billete y tú no puedes perderlo.
Creyendo oir
aquella voz de violonchelo, Giovanni pudo comprobar cómo la Vía Láctea se le
había ido muy lejos, como soplaba el viento y él se encontraba de pie sobre la
hierba de la colina. Al mismo tiempo oyó acercarse hacia él, muy despacito, el
sonido de los pasos de aquel Doctor Vulcanito.
- ¡ Gracias!
He podido hacer un gran experimento. Yo pensaba transmitir mis pensamientos a
alguien desde lejos en un lugar como este. Lo que tú has dicho, todo está
recogido en mi agenda. Ya puedes volver a descansar. Puedes realizar todo tal y
como has decidido en sueños. A partir de ahora cualquier cosa que desees,
siempre puedes venir a donde esté a consultarme.
- Sin falta,
iré todo derecho. Sin falta, a buscar la verdadera felicidad -, respondió
Giovanni con todas sus fuerzas.
- Bien, pues
adiós. Este es el billete que te decía -. El doctor le metió en el bolsillo un
papel verde doblado y, dirigiéndose hacia la pilastra, desapareció.
Giovanni,
corriendo todo recto, descendió de la colina. Al bajar sintió como le pesaba el
bolsillo al mismo tiempo que el tintinear de lo que allí tenía metido. Se paró
en medio del bosquecillo a comprobar qué era aquello y vio que, envuelto en
aquel extraño billete verde que había visto en sueños, había dos grandes
monedas.
- ¡Gracias,
Doctor! ¡Mamá, enseguida te llevo la leche! -, gritó Giovanni mientras corría.
De pronto se
habían juntado en su pecho un sin fin de sentimientos contrarios. Sintió algo
indescriptiblemente triste, pero al mismo tiempo nuevo dentro de su corazón.
Lira se
había desplazado bastante hacia el oeste y seguía, como en un sueño, estirando
pies y manos.
Giovanni se
despertó. Camo estaba cansado se había quedado dormido. Sintió en el pecho un
extraño calor mientras de sus ojos corría una lágrima por las mejillas. Se
levantó como impulsado por un resorte, la ciudad seguía allí abajo,
completamente iluminada, si bien su luz parecía alumbrar más ardorosamente que
antes.
La Vía
Láctea, que acababa de recorrer en sueños, lo mismo que antes, estaba allí,
nebulosamente visible. En la oscura línea del horizonte había suspendida como
una nube de humo mientras a la derecha resplandecían bellamente rojas las
estrellas de Escorpión. Efectivamente, el cielo no había cambiado tanto en
conjunto.
Giovanni bajó corriendo la colina.
Se le llenó el pecho de su madre que todavía no había cenado. Rápidamente cruzó
el bosquecillo de pinos, cruzó la valla y llegó hasta delante del oscuro
establo. Parecía que alguien acababa de volver. Habia un coche, con dos
barriles encima, que antes no se encontraba allí.
- Buenas
noches -, levantó la voz para saludar.
- ¡Voy! -,
respondió una voz, saliendo inmediatamente un hombre con un amplio y blanco
pantalón.
- ¿Qué
quieres?
- Hoy no han
llevado la leche a mí casa.
- Ah.
perdona, perdona... -, se disculpó el hombre, y regresando por donde había
venido, volvió con una botella de leche que le entregó a Giovanni volviendo a
disculparse.
- Perdona,
de verdad. Disculpa. Hoy, poco después de mediodía, me olvidé y me dejé abierta
la valla. El becerro se escapó yéndose a la vera de su madre y se mamó la mitad
de la leche -, comentó el hombre riéndose.
- ¿Sí?
Bueno, me llevo esto. Adiós.
- Bien, de
verdad, perdona...
- No se
preocupe -, respondió Giovanni, y cogiendo la caliente botella de leche con la
palma de ambas manos, volvió a pasar la valla.
Al poco pasó una manzana donde había
bastantes árboles, salió a una gran avenida donde, andando un poco más, la
calle hacia forma de cruz. Hacia la derecha, hacia el final de la calle, se
levantaba hacia el cielo nocturno una torre del puente hacia el que, poco
antes, había ido Campanella y los demás chicos a echar lucecitas en la
corriente del río.
A proposito
del puente, justo en las esquinas donde las calles se cortaban en cruz, delante
de las tiendas, grupos de mujeres, siete u ocho cada uno, se encontraban
reunidas hablando en voz baja y mirando hacia allí. Sobre el puente había una
gran cantidad de luminarias.
Giovanni,
inexplicablemente, sintió de pronto un frío recorriéndole el pecho. Sin
pensárselo, preguntó gritando a la gente que estaba más cerca:
- ¿Ha pasado
algo?
- Un niño se
ha caido al río -, le respondió alguien, volviéndose todo el mundo a un tiempo
hacia él.
Giovanni se
lanzó a todo correr hacia el puente que, lleno de gente, impedía ver el agua
del río. Había por allí algún policía vestido de blanco. Giovanni, como si
volara, bajó la pendiente del comienzo del puente dirigiéndose hacia el lecho
del río.
Yendo y
viniendo por el borde de la orilla se veían una gran cantidad de luces. En la
negra ribera del otro lado también se veían siete u ocho luces.
En medio del
río ya no había calabazas iluminadas. El río, grisáceo, corría silencioso
levantando sólo un leve murmullo.
En la parte
más baja, justo donde el río parecía formar un banco de arena, los hombres se distinguían
claramente, recortados en la oscuridad de la noche. Giovanní corrió hacia allá
a toda prisa. De pronto se encontró con Maruso que había estado poco antes con
Campanella. El chico se acercó a él.
- Giovanni,
Campanella se ha metido en el río.
- ¿Por qué?
¿Cuándo?
- Zanerí
quería lanzar las calabazas a la corriente desde lo alto de la barca. Esta se movió
y Zaneri se cayó al agua. Entonces Campanella se lanzó rápidamente al río.
Logró acercarlo hasta la barca. Zaneri se agarró a Kato, pero Campanella no
volvió a aparecer.
- Todo el
mundo lo está buscando ¿verdad?
- Sí,
llegaron rápidamente. También ha venido su padre. Sin embargo no la
encuen-tran. Ya han acompañado a Zaneri a su casa.
Giovanni se
dirigió hacia donde estaba todo el grupo. El padre de Campanella, de barbilla
puntiaguda, recto, vestido de negro, estaba rodeado de estudiantes y gente de
la ciudad, sosteniendo el reloj en la mano derecha y mirándolo atentamente.
Todo el
mundo tenia la mirada puesta en el río. Nadie decía palabra, nadie hacía el
menor comentario. A Giovanni le temblaban las piernas terriblemente. Se veían
las lámparas de acetileno que se utilizaban para la pesca, ir hacia arriba y
hacia abajo, también se veía correr la negra agua del río formando leves
olítas.
Hacia la
desembocadura se reflejaba la Vía Láctea en el río. Se reflejaba tal y como
Giovanni la había visto en sueños, como un río que no tuviera agua.
Giovanni no
pudo evitar sentir que Campanella se encontraba ya allá arriba, en algún rincón
de la Vía Láctea. Sin embargo, todo el mundo parecía esperar un imposible, que
Campanella saliera de una ola diciendo algo asi como que había nadado mucho, o
que estuviera en algún desconocido banco de arena esperando a que llegara
alguien.
De pronto, el padre de Campanella
dijo secamente:
- Ya es
inútil seguir buscando. Han pasado cuarenta y cinco minutos.
Giovanni,
sin dudárselo, se acercó y se puso delante del padre de su amigo.
- "Yo
sé donde está Campanella. He estado paseando con él..." -, quiso decirle,
pero se le atragantaron las palabras y permaneció en silencio.
El doctor,
creyendo que Giovanni había ido a saludarle, le miró de hito en hito.
- ¿Tú eres
Giovanni, verdad? Gracias por venir esta noche -, le dijo muy amablemente.
Giovanni,
sin poder decir nada, inclinó la cabeza por toda respuesta.
- No -,
respondió Giovanni con un leve movimiento de cabeza.
- ¿Qué habrá
pasado? El otro día tuve una noticia muy buena de él. Me decía que llegaría más
o menos hoy. ¿Se habrá retrasado el barco? Giovanni, ven mañana con todos a
casa después de la clase ¿vale? -, dijo el doctor, y fijó de nuevo la mirada en
la parte baja del río, allá donde se reflejaba la mayor parte de la Vía Láctea.
Giovanni,
pleno el pecho de una y otra cosa, no pudo decir nada y se separó del doctor.
Pensando darle la noticia de la vuelta de su padre, con la leche entre las
manos , se dirigió a casa para contárselo a su madre.
FIN
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