EL TREN NOCTURNO DE LA VIA LACTEA
KENJI MIYAZAWA
CLASE
VESPERTINA
- ¡Bueno,
chicos! ¿Sabéis cómo se llama en realidad esta cosa blanquecina, transparente, a
la que lo mismo se le llama río que corriente de leche?
El maestro
preguntó a la clase mientras señalaba en la pizarra, sobre un mapa de constelaciones,
un punto blancuzco que, de arriba abajo, se extendía como el ovillo de la Vía
Láctea.
Campanella
levantó la mano y, tras él, también lo hicieron otros cuatro o cinco muchachos.
Giovanní iba a levantarla también, pero, a toda prisa, la volvió a su sitio.
Efectivamente, todos habían leido en alguna ocasión, en alguna revista, que
aquello era una estrella. Giovanni, por su parte, últimamente se dormía en la
clase, además no tenía tiempo para leer libros y tampoco libros para leer, por
lo que tenia la impresión de no entender absolutamente nada. Sin embargo el
maestro se había dado perfectamente cuenta de su gesto.
- Giovanni,
tú lo sabes ¿verdad?
Se levantó a
toda prisa pero no pudo responder con claridad. Zaneri, en los primeros asientos,
se volvió hacia él sonriéndose burlonamente. Giovanni, un tanto angustiado, se
puso coloradísimo. El maestro dijo:
- Con un
telescopio podemos investigar la Vía Láctea. Pues bien ¿de qué está formada la
Vía Láctea?
"De estrellas",
pensó rápidamente Giovanni, pero tampoco esta vez pudo responder con la
celeridad debida.
El maestro,
un tanto preocupado, volvió la vista hacia Campanella.
-
¿Campanella?
Campanella,
que tan vivamente había levantado el brazo, tampoco, tal como estaba, de pie,
con aire confundido, pudo responder.
El maestro,
extrañado, miró fijamente durante unos instantes a Campanella.
- Está bien
-, terminó diciendo y se puso a señalar el mapa - Mirando con un gran
telescopio hacia esta blanquecina Vía Láctea se puede comprobar que está
formada de una gran cantidad de pequeñas estrellas ¿Verdad, Giovanni?
Giovanni, coloradísimo, respondió con una leve
inclinación de cabeza si bien, al poco , se le llenaron los ojos de lágrimas.
- "Eso
es, yo lo sabía. Por supuesto que Campanella también lo sabía. Un día lo leí en
una revista, con Campanella, en su casa. No sólo eso, cuando leíamos la revista
sacó un gran libro de la biblioteca de su padre. Abrió por una página que ponía
VÍA LÁCTEA y vimos una página negra en la que había una fotografía bellísima
llena de puntos blancos. Eso es algo que Campanella no puede haber olvidado,
sin embargo no ha respondido rápidamente porque sabe que yo últimamente tengo
un duro trabajo por la mañana v por la tarde y, aunque vengo a la escuela,
apenas puedo hablar con él. El lo sabe y por eso, a propósito, no ha
contestado"
Cuando
terminó de pensar en aquellos términos sintió una pena enorme de si mismos que le
invadía hasta lo más profundo, hasta el punto de parecerle casi insoportable.
- Bien, si
pensamos que esto que hay aquí es un río, cada estrellita sería un grano de
arena o una piedrecita. Si pensamos que es una gran corriente de leche, se
parecerá mucho más a un río celeste. Dicho de otra forma, cada estrella sería
una gota de aceite bailando en la leche. En tal caso lo que correspondería al
agua del rio sería el vacío, una cosa por donde se transmite la luz a una
cierta velocidad. Ahí, en ese vacío, también están flotando el Sol y la Tierra.
En una palabra, nosotros vivimos flotando en el agua del río celestial. Mirando
desde dentro del agua del río hacia los cuatro puntos cardinales, conforme más
profunda es, más azul se ve. De la misma forma, mientras más lejos, mayor
cantidad de estrellas se ven en el fondo del río celeste, por lo que se puede
ver de un color blancuzco transparente. Mirad esta maqueta -, dijo el maestro,
señalándoles una gran lente, convexa por ambas caras y llena de gran cantidad
de piedrecitas brillantes.
- La Vía
Láctea tiene justamente esta forma. Imaginad que cada piedrecita que veis
brillando es, lo mismo que nuestro Sol, otra estrella que tiene luz propia.
Nuestro Sol se encuentra más o menos en el centro y, muy cerca, se encuentra la
Tierra. Imaginemos que es de noche y nos ponemos aquí en medio y echamos un vistazo
dentro de la lente. Hacia este lado la lente es muy fina y apenas hay piedras
que brillen, en otras palabras, casi no se ven estrellas. Hacia este y aquel
lado, la lente es más gruesa por lo que brillan las estrellas, o sea,se ven
estrellas. Esto que se ve al fondo, blancuzco y difuminado es a lo que en la
actualidad llamamos Vía Láctea... Bien, como ya es la hora, en la próxima clase
de Ciencias hablaremos de las dimensiones de la lente y de la variedad de
estrellas que se encuentran dentro. Hoy, como sabéis, es la fiesta de la Vía
Láctea. Salid esta noche a la calle y observadla detenidamente, y ahora recoged
los libros y terminamos por hoy.
Durante unos
minutos ya no se oyó en la clase más que el ajetreo de tapas de pupitre, el
amontonamiento de libros... Al poco todos los niños, firmes en sus sitios, hicieron
el saludo de despedida de rigor al maestro y salieron de la clase.
LA IMPRENTA
Al salir
Giovanni a la puerta de la escuela, en un rincón del patio, reunidos bajo un
cerezo, con Campanella en medio, se encontraban siete u ocho chicos de la misma
clase que aún no habían regresado a casa. Al parecer hablaban de ir a recoger
calabazas ya que por la noche iban a echar luces a la corriente del río. Giovanni.
sin embargo, balanceando fuertemente los brazos como si de un soldado en
instrucción se tratara, salió de la escuela.
Mientras
tanto en las casas del pueblo hacían preparativos para la fiesta de aquella
noche. Colgaban bolas hechas con hojas de haya, colocaban luces en las ramas de
los cipreses y otras cosas por el estilo.
Giovanni no volvió a casa. Dobló en
la tercera manzana y entró en una gran imprenta. Saludó al señor que había al
lado de la entrada, en la caja, con su amplia camisa blanca. Se quitó los
zapatos, subió el escalón del zaguán y abrió una gran puerta que había al
fondo. Dentro, a pesar de ser aún de día, estaba encendida la luz. Las
rotativas se movían a ritmo lento...
Había
trabajando una gran cantidad de hombres, unos con un pañuelo anudado a la
cabeza, otros con una visera en forma de pantalla. Estos leían como si
cantaran, aquellos cantaban algo...
Giovanni se dirigió a la tercera
mesa que había, contando desde la puerta, y saludó al señor que había allí
sentado. Este, tras buscar algo durante unos instantes en la estantería, se
dirigió a Giovanni:
- Podrás
preparar esto ¿verdad? -,le preguntó mostrándole un papel.
Giovanni
sacó de la parte baja de la mesa de aquel señor un cajoncito plano y se dirigió
al otro extremo de la sala, a un rincón al lado de la pared, bastante iluminada
por la luz de las bombillas. Se arrebujó en el rincón y con unas pequeñas
pinzas iba sacando los tipos uno tras otro. Un hombre, con peto azul, al pasar
tras él:
- ¡Hola,
buenos días, Lupito! -, le dijo mientras otros cuatro o cinco hombres, sin
levantar la voz ni volverse hacia él, le echaban una fría sonrisa.
Giovanni,
restregándose una y otra vez los ojos, fue sacando rápidamente los tipos. Al
poco de dar las seis, después de comprobar que los moldes introducidos en el
cajoncito coincidían con los del papel, se dirigió a la mesa del señor que se
lo dio al entrar. El señor, sin decir palabra, lo recogió y asintió con un
simple gesto de cabeza.
Giovanni se
despidió y tras abrir la puerta se dirigió a la caja. Allí, el señor de blanco,
sin decir tampoco palabra, le dio una moneda. Giovanni, muy contento, con mejor
aspecto, hizo un riguroso saludo y cogió su cartera, dejada al pie de la caja,saliendo
en un vuelo a la calle. Tras salir de la imprenta se dirigió, silbando con
todas sus fuerzas, a la panadería. Compró un pan y una bolsa de azúcar en
terrones, echando después a todo correr hacia su casa.
LA CASA
Al sitio
donde Giovanni volvió tan alegre era una casita en una callejuela. En la
primera de las tres puertas que había, a la izquierda, se encontraba una caja,
plantada de plantas color violáceo, además de espárragos y otras cosas... Aún
estaban echadas las persianas en las dos ventanas.
- Mamá, ya
estoy aquí ¿Estás mejor? -, preguntó al tiempo que se quitaba los zapatos.
- Hola, Giovanni.
El trabajo ha sido duro ¿verdad? Hoy hace un día fresco ¿eh? Yo me encuentro
bastante mejor hoy.
La madre se
encontraba descansando en la habitación más cercana a la entrada, cubierta con
una sábana. Giovanni abrió la ventana.
- Mamá, he
comprado azúcar en terrones. Pensaba ponértela en la leche.
- Tómatela
tú primero, yo todavía no tengo ganas.
- ¿A qué
hora se fue la hermana?
- Sobre las
tres. Estuvo arreglando todo por ahí.
- ¿Todavía
no ha venido la leche?
- Según
parece no debe haber venido
- Yo voy a
recogerla, entonces.
- No te
preocupes. No corre tanta prisa. Come primero. Tu hermana ha preparado algo con
tomates y lo ha dejado por ahí.
- Entonces
comeré primero y después voy.
Giovanni
cogió un plato de tomate de la ventana y estuvo comiéndoselo con pan a dos
carrillos durante un buen rato.
- Mamá
¿sabes? A mí me parece que papá volverá muy pronto.
- Yo también
lo creo, pero ¿ por qué te crees eso?
- Pues
porque el periódico de la mañana decía que la pesca de este año en el norte ha
ido muy bien.
- Pero
bueno, puede ser que papá no haya salido a pescar.
- Por
supuesto que lo ha hecho. Papá no puede haber hecho una cosa tan mala como para
estar en la cárcel. En el Laboratorio de Ciencias están los cuernos de reno y
el gran caparazón de cangrejo que la última vez trajo papá y que regaló a la
escuela. En la clase de sexto, por ejemplo, el maestro los trae con frecuencia
al aula. El año pasado, en el viaje de estudios... (La frase no está terminada
en el original)
- Papá dijo
que te traería una chaqueta de nutria marina en el próximo víaje ¿verdad?
- Todo el
mundo me lo dice cuando me ve... Me lo dicen burlándose de mí...
- ¿Esas
cosas tan terribles te dicen?
- Sí, pero Campanella,
por ejemplo, no me lo dice nunca. Cuando los demás dicen eso Campanella se pone
muy triste.
- Parece ser
que el padre de Campanella y el tuyo son muy amigos desde que tenían vuestra
edad.
- Entonces
por eso papá me llevó muchas veces a casa de Campanella ¡Qué bien lo pasaba
entonces! Muchas veces me acerqué por su casa a la vuelta de la escuela. Tenía
un tren que funcionaba con alcóhol. Había siete pares de railes que cuando se
juntaban formaban una vía redonda. También tenía postes de la luz y semáforos
que sólo se ponían en verde cuando el tren había pasado. Cuando se acababa el
alcóhol utilizábamos petróleo y la caldera se ponía negrísima.
- ¿Eso
hacíais?
- Sí. Ahora voy
a llevar el periódico pero la casa está siempre en silencio.
- Vas muy
temprano, por eso...
- Sawel, el
perro, está allí. Tiene un rabo que parece una escoba. Cuando llego se viene
gimoteando detrás de mí hasta el final de la manzana, y a veces hasta más
lejos. Esta noche pondrán todos luces dentro de las calabazas v las colocarán
en la corriente del río. Seguro que el perro va con ellos.
- Ah, es
verdad. Esta noche es la fiesta de la Vía Láctea.
- Sí,eso es.
La veré cuando vaya a recoger la leche.
- Eso, ve,
ve. Pero prométeme que no te meterás en el río.
- Sólo la veré
desde la orilla. Dentro de una hora estaré aquí.
- Puedes
quedarte más rato. Estando con Campanella no hay ningún problema.
- Seguro que
estaremos juntos. Mamá ¿te cierro la ventana?
- Sí, por
favor. Ya empieza a hacer fresco.
Giovanni se
levantó, cerró la ventana, recogió el plato y el bolso del pan y se puso los
zapatos muy alegremente.
- Dentro de
hora y media volveré -, dijo y se perdió por la puerta en la oscura noche.
LA FIESTA DE
CENTAURO
Giovanni
bajó la cuesta de aquel barrio de casas en madera de cedro negrísima con una
triste expresión en los labios al tiempo que parecía ir silbando. En la parte
baja de la cuesta había una gran farola que iluminaba con una maravillosa luz
azulada. Conforme se iba acercando a la luz, la sombra,que hasta ese momento
era larga y difusa, a la espalda de Giovanni, se fue desplazando, levantando
pies y agitando manos, hacia la parte frontal de éste, haciéndose profundamente
negra.
- "Yo
soy una gran locomotora.. Aquí va muy deprisa porque está muy pendiente. Voy a
pasar esa luz... Ahora mi silueta se convierte en un gran compás. He dado una
gran vuelta y se ha venido delante..." -, iba pensando Gíovanni cuando, a
grandes zancadas, una vez pasado bajo la farola se encontró con Zaneri que,
desviándose, salió de pronto, vistiendo una camisa de cuello apuntado,de una
oscura calleja al otro lado de la farola.
- Zaneri
¿qué? ¿Vas a echar calabazas al rio?
- Giovanni,
tu padre te va a traer una chaqueta de nutria marina -, le grita Zaneri por
detrás como si fuera una piedra cuando aún Giovanni no había terminado de
dirigirse a él.
Giovanni se
quedó helado, como si todo a su alrededor fuera a empezar a chillar.
- ¿Qué pasa
contigo? -, le replicó Giovanni cuando Zaneri ya había desaparecido tras el
seto de una casa.
- ¿Por qué
me dirá esas cosas si yo no le he hecho nada? Cuando parece un ratón al correr.
Como es tonto me dice eso a pesar de no hacerle nada.
Giovanni iba
muy ocupado en pensar en cantidad de cosas mientras pasaba por la calle,
espléndidamente adornada de lucecitas y de ramas de árboles.
En la
relojería, un buho movía los ojos hechos de roja piedra una vez por segundo.
Una gran bandeja de grueso cristal color marino giraba despacio, muy despacio,
repleta de joyas. También había una escultura en bronce de una persona montada
a caballo que se acercaba muy lentamente desde el interior hacia el exterior...
En medio, un negro planisferio redondo estaba adornado con hojas de
esparraguera. Se quedó clavado contemplando aquel hermoso objeto.
Era más pequeño que el mapa que
había visto durante el día en clase. Puesto al día y a la hora, cuando giraba
el disco aparecían, tal como eran, las estrellas que había en el cielo dando
vueltas. Ciertamente, en medio, de arriba hasta abajo,aparecía, difuminada, la
Vía Láctea, lo mismo que si se tratara de un fajín. Debajo se veía como si algo
hubiera estallado y hubiera levantado algo parecido al vapor de agua. Detrás
había un pequeño telescopio sobre un trípode, brillando en color amarillo, y en
la pared del fondo había colgado un gran mapa celeste donde se podían ver pintadas
todas las constelaciones: extraños bichos, serpientes, tortugas, formas de
botella etc. etc...
-
"¿Será verdad que el firmamento está repleto de héroes, escorpiones y
otras cosas así...?¡Cómo me gustaría andar por el firmamento!" -pensaba
mientras, allí de pié, pasmado, contemplaba aquellos objetos.
De pronto se
acordó de la leche de su madre y se alejó de la tienda. Iba preocupado por los
hombros de su angosta chaqueta pero, a pesar de todo, sacando el pecho,
agitando muchísimo los brazos, salió del lugar.
El aire, muy
limpio, parecía correr como el agua por las calles y a través de las tiendas.
Las farolas estaban completamente envueltas en verdísimas ramas de abeto y de
roble mientras delante del edificio de la Compañía Eléctrica había seis
plataneros repletos de bombillitas de colores como en la feria. Se diría que
fuera la ciudad de las sirenas. Los niños, puestos todos su nuevo kimono,
silbaban su canción a las estrellas:
- ¡Centauro,
haz que caiga el rocío! Corrían, encendían fuegos artificiales de magnesio azulado,
se divertían alegremente. Sin embargo, Giovanni, de nuevo, bajando la cabeza,
pensando en otra cosa muy distinta de aquella alegría, echó a correr
rápidamente hacia la lechería.
Al poco
llegó a las afueras del pueblo, a un lugar donde los álamos subían tan altos
hacia el cielo que parecían bailar entre las estrellas. Entró por la negra puerta
de la lechería y se quitó el sombrero en la cocina que despedía un leve olor a
vaca.
- ¡Buenas
noches!- dijo, pero por el silencio que había dentro de la casa parecía no
haber nadie.
-¡Buenas
noches! Perdonen, ¿hay alguien? -, volvió a repetir, de pie, recto como un
poste.
Al poco de
esperar apareció, muy lentamente, una señora mayor que daba la impresión de
estar enferma, murmurando entre dientes.
- Verá, hoy
no han llevado la leche a mí casa y he venido a recogerla -, dijo Giovanni con
toda energía.
- Ahora no
hay nadie, y yo no sé nada. Ven mañana - , respondió la señora mientras, mirando
hacia Giovanni, se restregaba por debajo de sus enrojecidos ojos.
- Nos hace
falta para esta noche. Mi madre está enferma.
- Entonces
ven un poco más tarde -, dijo la señora dándole la espalda.
- Ah, bien.
gracias. Hasta luego -. respondió Giovanni saludando y salió de la cocina.
Al doblar la
esquina vio, delante de unos almacenes que había en dirección al puente, la
negra sombra de seis o siete muchachos mezclándose unos con otros, con sus
camisas blanquecinas. Venían hacia donde él estaba, silbando, riendo, llevando
cada uno una calabaza vacia con una luz dentro. Reconoció todas aquellas risas
y silbidos. Eran sus compañeros de clase. Dudó un momento, quiso volver sobre
sus pasos, pero rehaciéndose se dirigió hacia ellos alegremente.
- ¿Vais al
río? -, iba a preguntarles, pero se quedó atragantado cuando Zanerí volvió a
gritarle:
- Giovanni,
te van a traer una chaqueta de nutria marina..., a lo que los demás chicos,
como haciéndole eco, respondieron:
- Giovanni,
te van a traer una chaqueta de nutria marina....
El muchacho
se puso coloradísimo. Andaba o no , no podía decirlo. Lo que quería era irse de
allí cuando vio que entre los muchachos también estaba Campanella.
Campanella,
con cara de compasión, en silencio, se sonrió levemente mirando hacia Giovanni
y con aspecto de preguntarse si éste no se enfadaría.
Giovanni
esquivó su mirada como si huyera y al poco de pasar la superior fígura de
Campanella todos empezaron a pitarle. Cuando iba a doblar la esquina se volvió
y vio que Zaneri también estaba vuelto hacia él. Campanella, por su parte, se
iba hacia el puente que estaba un poco más lejos y apenas si se veía más que
difúsamente. Giovanni, sintiéndose terriblemente solo, echó a correr a toda
prisa.
Había por
allí unos crios jugando, saltando a la pata la coja y gritando. Al ver a
Giovanni correr, creyendo que lo hacia porque él también se divertía, volvieron
a gritar y a reirse con todas sus fuerzas.
Giovanni corría a toda prisa, subió
la cuesta y, sin dirigirse a su casa, se fue hacia las afueras del pueblo, en
la parte norte del mismo. Había un arroyuelo que se distinguía difúsamente
correr sobre su lecho. Sobre él había un puentecito estrecho con una barandilla
de hierro.
- "No
tengo ningún sitio donde ir a jugar. Todos me miran como si fuera un zorro"
- . pensaba mientras se paraba un momento sobre el puente para esconder sus
ganas de llorar, intentando silbar mientras jadeaba. De pronto echó a correr de
nuevo a toda prisa y se dirigió hacia una negra colina.
LA PILASTRA
La parte
trasera de la granja era una colína suave. Bajo la Osa Mayor, la llana cima se
veía extenderse más baja de lo normal, perdiéndose en las tinieblas.
Giovanni.
sin parar, subió por el sendero, a través del bosquecillo empapado de rocío. El
caminito se distinguía claramente por entre la negra hierba y la frondosidad de
la maleza. Entre la hierba se veían azules luminarias procedentes de las luciérnagas
que por allí revoloteaban. A veces se veían trasluciendo en azul.
Giovanni se
acordaba de las calabazas que poco antes llevaban los muchachos. Una vez pasado
el bosquecillo de pinos y robles, de pronto, se abrió el cielo ante sus ojos,
viéndose de Norte a Sur, la Vía Láctea también, allá, en lo alto de la colina,
empezó a distinguirse una pilastra.
Campanillas,
crisantemos silvestres... Un manto de flores cubría la cima con una fragancia
que se diría saliera de un sueño. Por encima de la colina atravesó un pájaro,
cantando sin parar.
Giovanni
llegó al pie de la pilastra, de la cima y, ardiente el cuerpo por el esfuerzo,
se lanzó sobre la fría hierba.
El pueblo,
iluminado, parecía, recortado en la oscuridad de la noche, una de esas famosas
ciudades hundidas en el fondo del mar. También parecían oírse por todo el
entorno, entrecortadas, las voces y silbidos de los chicos. El viento soplaba a
lo lejos rozando levemente la hierba de la colina, enfrió la sudorosa camisa de
Giovanni.
Giovanni
echó una mirada, desde aquel extremo del pueblo, hacia el extenso prado, negro
como la noche. Desde el fondo del prado se escuchaba el ruido de un tren que se
acercaba.
Las rojas
ventanitas del tren se veían pasar en una sola fila. Giovanni, a través de
ellas, imaginaba ver a muchos viajeros pelando manzanas, riendo,haciendo gran
variedad de cosas. Terriblemente avergonzado, volvió a elevar los ojos al
cielo.
- "Ah,
toda aquella franja blanca son estrellas..."
(En el original faltan varias páginas)
A propósito,
mirara por donde se mirara, aquel cielo no parecía, como había dicho el maestro
durante el día, tan vacío ni tan frío. Bien mirado, lo que allí se veía era un
bosquecillo . una granja, un prado... La constelación de Lira se triplicó,
cuadriplicó... De ella salían y entraban pies y manos, por aquí y por allá, una
y otra vez. Al final la constelación se veía alargada como un hongo. Al poco un
gran conglomerado de estrellas, una blancuzca columna de humo elevándose, así
le pareció ver a Giovanni hasta la ciudad que se extendía bajo sus ojos.
ESTACIÓN VÍA
LÁCTEA
Giovanni
observó como la pilastra que había a su espalda se convertía en una especie de
pirámide y como, durante un rato, lo mismo que una luciérnaga, se encendía y
apagaba.
La difusa
pirámide se le apareció a la vista clara e ínamovible, levantándose recta hacia
el profundo añil del cielo. Se elevaba recta hacia el campo celestial lo mismo
que una plancha de acero azul recién sacada del horno.
En ese
momento le pareció escuchar en alguna parte una extraña voz que decía algo así
como:
- ¡Estación
Vía Láctea! ¡Estación Vía Láctea! - iluminándose de pronto todo lo que había
ante sus ojos como si de un golpe millones de calamares fluorescentes se
hubieran fosilizado a la vez espandiéndose por todo el cielo, o lo mismo que si
en una empresa de diamantes, para que el precio de estos no baje, hacen que no
los cogen y, de golpe, alguien tumbara los que estaban escondidos iluminando
todo el entorno.
Giovanni, al
iluminarse de pronto la oscuridad, se restregó los ojos incrédulo. Cuando se
dio cuenta ya hacía rato que el trenecito en que iba montado se bamboleaba con
un dulce traqueteo.
Ciertamente,
Giovanni iba sentado en uno de los vagones alineados de lucecitas amarillas de
un trenecito nocturno, mirando hacia fuera a través de la ventana. En el vagón,
los asientos de terciopelo azul iban completamente vacíos y en el muro de
enfrente a Giovanni, barnizados en color gris, brillaban dos grandes botones de
latón. Se dio cuenta de que junto a él iba un chico esbelto, con una chaqueta
de color negrísimo, como de azabache, que habiendo sacado la cabeza por la
ventana, miraba hacia fuera.
Fijándose a
la altura del hombro de aquel muchacho le parecía haberlo visto en algún sitio,
idea que le llenó de un profundo interés por saber de quién se trataba.
Sin
pensárselo dos veces, Giovanni iba a sacar la cabeza por la ventanilla cuando
el muchacho introdujo la suya y miró hacia él. Se trataba de Campanella.
Giovanni iba a decirle:
-
¿Campanella, estabas aquí desde hace rato...? -, cuando éste ya le estaba
explicando :
- Todos hemos
corrido mucho, pero los demás se han retrasado. También Zaneri. Por mucho que
han corrido no han podido alcanzar el tren.
- "Eso
es, nosotros vamos ahora juntos"-, pensaba Giovanni al tiempo que preguntaba:
¿Dónde los esperamos?, a lo que Campanella le respondió:
- Zaneri ya
se ha ido. Sus padres han venido a por él.
Al decir
aquello Campanella daba la sensación de haber mudado de color y tener un
aspecto un tanto apurado. También Giovanni se quedó callado, con una extraña
sensación invadiéndole el pecho, cual si hubiera olvidado algo en alguna parte.
Campanella,
sin embargo, mirando por la ventana, completamente restablecido, dijo en tono
vigoroso:
- ¡Ah! ¡La
hice! Me he olvidado la cantimplora y el cuaderno de dibujo, pero no importa,
pronto llegaremos a la Estación del Cisne. Me gusta muchísimo ver las cisnes.
Aunque vuelen muy lejos del río seguro que los veo... -, y se puso a dar
vueltas a un mapa redondo como una tabla al tiempo que le echaba un vistazo.
Ciertamente,
allí, bordeando la blanca estela de la Vía Láctea por su lado izquierdo, una
vía férrea se dirigía hacia algún sitio en el Sur...
Algo
maravilloso de aquel mapa era que tenía incrustradas sobre una tabla, negra
como la noche, cada estación, señal triangular, fuente, bosque, colores azules,
naranjas, verdes, de un hermoso resplandor- A Giovanni le dio la impresión de
haber visto aquel mapa en algún sitio.
- ¿Dónde has
comprado este mapa? Está hecho de obsidiana ¿verdad?
- Por
supuesto que en la Estación Vía Láctea. ¿A tí no te lo han dado?
-¡Ah! Por
esa estación... ¿Por ahí he pasado yo? Ahora estamos aquí ¿no? -, dijo Giovanni
al tiempo que señalaba un poco al norte de la Estación del Cisne, escrita sobre
el mapa.
- Eso
es ¡Ah! Sobre el lecho de aquel río parece que brilla
la Luna.
Al mirar
hacia allá, en la pálida orilla de la Vía Láctea, las plateadas gramíneas
celestes levantaban ondas de suave balanceo al recibir la caricia del viento.
- No se
trata de la Luna. Brilla porque es la Vía Láctea.
Mientras
decía aquello , muy contento, como si quisiera elevar el vuelo, haciendo sonar
sus zapatos contra el suelo, sacó la cabeza por la ventanilla y, silbando muy
alto , muy alto la "Canción de la Estrellas", se estiraba con todo su
afán intentando comprobar si era agua lo que llevaba la Via Láctea.
Al
principio, en todo caso, no estaba nada claro lo que era aquello. Sin embargo.
conforme se iba fijando bien, más transparente que el cristal y que el
hidrógeno, ya fuera debido a la regulación del ojo, lo cierto es que levantaba unas
ondas de morado resplandor o, como un arco iris, brillaba un momento, sin
ruido, yendo acá y acullá por el prado levantando hermosísimas señales
triangulares de material fosforescente.
Las cosas
lejanas se veían pequeñas, las cercanas grandes; las lejanas de color claramente
naranja o amarillo; las cercanas de color pálida borroso; o bien se veía el
prado brillando entero de formas triangulares, cuadrangulares, relampagueantes,
en forma de cadenetas y así muchas otras formas, una tras otra.
Giovanni,
tremendamente excitado, agitó la cabeza conmocionado. Verdaderamente aquellos
azules, aquellas señales triangulares, cada cual a su forma, parecían respirar
ora meciéndose ora oscilándose a su capricho.
- ¡Ya he
llegado al prado celestial! -, dijo Giovanni.
- Y además
este tren no utiliza carbón... -, volvió a comentar, sacando la mano izquierda
por la ventana, echando la vista hacia adelante, a lo que respondió Campanella:
- Entonces
será alcohol.
En ese
momento se escuchó una voz que repetía algo así como "GO,GO", lo
mismo que el sonido del chelo. Aquella voz parecía venir a responder a las
palabras de los muchachos, viniendo de muy lejos, desde dentro de la neblina.
- Este tren
no se mueve ni por vapor ni por electricidad. Se mueve porque está dispuesto
que se mueva. Vosotros oís el sonido del traqueteo del tren , pero eso no es
más que porque estáis acostumbrados a escuchar trenes que levantan sonido al
moverse...
"
Tracatraca, tracatraca, tracatraca..." , corría y corría sin parar el
bellísimo trenecito entre las gramíneas, bamboleándose a merced del viento, por
entre las corrientes de la Vía Láctea, por entre los azulados reflejos de los
anuncios triangulares.
- Ya han
florecido las gencianas. Estamos en pleno otoño -, dijo Campanella mientras
señalaba hacia fuera por la ventana.
Entre la
hierbecita que crecía al borde de la vía férrea, como si hubiera sido cortada
con adularía o algo así, habían florecido unas maravillosas flores color violeta.
- ¿Qué te
parece si salto rápidamente, las saludo y vuelvo a subir...? -, dijo Giovanni
saltándole el corazón de gozo en el pecho.
- Imposible,
mira lo lejos que están ya.
No había
terminado Campanella de decir aquello cuando pasó delante de su vista otro
hermoso y brillante montón de gencianas.
En un abrir
y cerrar de ojos pasaban ante ellos muchos vasos de gencianas con fondo
amarillo. Pasaban como si se tratara de algo que manara de alguna parte ante
sus ojos. Hileras de señales como el humo que se desprende de algo que arde,
levantándose acá y allá, envueltas en un hermoso resplandor...
LA CRUZ DEL
NORTE Y LA PLAYA PRIOCIM
-
Mi...mi...mi madre ¿me...me...me perdonará? -, exclamó de repente Campanella, a
toda prisa y como tartamudeando.
-“Ah, mi
madre está pensando en mí, por allí, por aquel punto amarillento que se ve allí
como una mota de polvo..." -, pensaba Giovanni mientras tanto en silencio
y como ausente.
Campanella,
como si fuera a llorar y estuviese conteniendo las lágrimas, continuó:
- Si, de
verdad, llegara un día a ser feliz, haría cualquier cosa por mi madre, pero ¿ qué
es lo que haría más feliz a mí madre?
Giovanni,
sorprendido,le habló casi a gritos:
- Pero tu
madre no tiene nada malo ¿no es asi?
- Yo... no
sé. pero... bueno, cualquiera, cualquiera, si hace algo bueno, bueno pues
estupendo... Por eso creo que mi madre me perdonaría -, dijo Campanella, mostrándose
como si hubiera tomado alguna importante decisión.
El interior
del tren se iluminó de pronto, esplendórosamente. Observando atentamente se
diría que todas las esencias del diamente, del rocío, se hubiesen juntado, que
el agua del lecho de la brillante Vía Láctea corriese sin rumor, sin forma...
Entre esa corriente se veía nebulosamente la aureolada figura de una isla.
En la cima
de aquella isla plana se encontraba clavada una cruz tan espléndida que haría
abrir los ojos desmesuradamente a cualquiera. Levantada, silente, para la
eternidad, recibiendo la luz de un amarillo transparente en forma de arco, se diría
colada con las heladas nubes del Polo Norte.
- ¡Aleluya!
¡Aleluya! -, se oia delante y detrás... Al volver la cabeza se podía ver como
todos los viajeros de dentro del vagón, con los pliegues del vestido dirigidos
rectamente hacia el suelo, con las negras biblias apoyadas sobre el pecho y un
rosario de cuarzo, modestamente, las manos juntas, oraban con los rostros levantados
hacia la cruz. Sin pensárselo dos veces, se levantaron a toda prisa.
Las mejillas
de Campanella, lo mismo que una roja manzana madura, brillaban esplendorosamente...
La isla y la cruz se alejaban poco a poco...
La otra
orilla también brillaba envuelta en una leve bruma; a veces parecía como si las
gramíneas se balancearan al beso del suave viento que soplaba. El color plateado
se evaporaba rápidamente cual aliento que se viera escapándose de la boca.
Otras veces se diría que una gran cantidad de gencianas encendían un suave
fuego azulado al esconderse y asomarse continuamente entre la hierba...
Fue
realmente un instante ya que, entre el río y el tren , una hilera de gramíneas
interceptaba su visión... La Isla del Cisne también, apenas un par de veces se
pudo ver cuando ya se podía observar alejándose hacia atrás. Al poco, a lo
lejos, lo mismo que una estampa, fue desapareciendo mientras las gramíneas
silbaban hasta que, al final, acabó por desaparecer.
Giovanni
parecía escuchar con la mayor atención las palabras, o algo así, que le dirigía
una monja que parecía católica, alta y de ojos verdes, dirigidos al suelo. La
monja iba cubierta con una especie de velo caperuza de color negro.
Los viajeros
volvieron silenciosamente a sus asientos. Ambos, el pecho inflamado de una
nueva y triste sensación, como sin querer, empezaron a hablar quedamente.
- Enseguida
estaremos en la Estación del Cisne ¿verdad?
- ¡Ajá!
Llegaremos justamente a las once.
Al instante
se vio pasar a través de la ventana una señal verde y , confusamente, un poste
blanco. Al poco, difusamente, ante el cambio de vías, pasó bajo la ventana la
luz de la llama de un fuego de azufre. El tren empezó a oscilar y poco después
apareció sobre el andén una
hilera de farolas que brillaban
perfecta y bellamente.
Poco a poco
fueron agrandándose, cuando entraban y se paraban ambos amigos, delante del
gran reloj de la Estación del Cisne.
En la
refrescante esfera otoñal del reloj brillaban, azules, las dos agujas que
señalaban ya las once. Todos bajaron una vez, quedándose el tren vacío. Debajo
del reloj estaba escrito : " Parada: Veinte minutos"
- ¿Bajamos
nosotros también? -, preguntó Giovanni.
- Vamos - le
respondió su amigo.
Se
levantaron al unísono, se dirigieron afuera y después hacia la salida de la
estación. Sin embargo, en la salida no había nada más que un farol brillante
con una hermosa luz morada. Na había nadie. Echando un vistazo alrededor no se
veía ni al jefe de estación ni a ningún mozo.
Salieron a
una placita que había delante de la estación, rodeada de árboles de gingko que
parecían hechos en una primorosa labor de cuarzo. Desde allí salía un camino
amplio que se introducía en la luz azulada de la Vía Láctea.
De la gente
que había bajado del tren unos momentos antes no se veía a nadie.
Cogieron,
uno al lado del otro, el blanco camino y, al andar, sus sombras parecían como
la sombra de dos postes en una habitación que tuviera cuatro ventanas o los
radios que salieran del centro de una rueda. Al poco llegaron al hermoso lecho
del río que habían visto desde la ventanilla del tren.
- Esta arena
es toda cuarzo. Dentro se ve arder una llama -, dijo Campanella como soñando ,
cogiendo un grano de aquella arena, frotándolo sobre la palma de la mano.
- Eso es -,
respondió Giovanni como por inercia mientras intentaba recordar dónde había
estudiado aquello.
Las
piedrecitas del río eran todas transparentes. Había cuarzos v topacios, otras
con formas rugosas y otras que desprendían una luz azulada como la niebla que
sale del Mausoleo Imperial.
Giovanni se
dirigió corriendo a la orilla del río y metió las manos en el agua.
Sin embargo,
tal como sospechaba, el agua de la Vía Láctea era mucho más transparente que el
hidrógeno, aunque, efectivamente, corría. Se veía como la corriente chocaba
contra las muñecas de Giovanni, flotando como si fuera color mercurio. Las olitas
que le daban contra las muñecas levantaban una hermosa fosforescencia, viéndose
como, al mismo tiempo, ardían en un leve relampagueo.
Mirando
hacia la parte alta de la corriente se podía ver, bordeando el curso del río,
todo llano como un campo de recreo, una gran cantidad de rocas blancas, salientes
bajo un precipicio donde crecían una gran cantidad de gramíneas. Se veía la
figura de cinco o seis personas de pequeño tamaño que parecían estar ora
desenterrando, ora enterrando algo, ora se levantaban,ora se agachaban. Por
momentos se diría que algo parecido a un instrumento brillaba metálicamente.
- ¿Vamos? -,
gritaron ambos a un tiempo y salieron corriendo hacia allá.
En la
entrada donde se encontraban las rocas había una placa de finísima cerámica en
la que estaba escrito : " Playa de Priocin".
En la otra
margen del río había colocados cada cierto tramo, tras una baranda de fino
hierro, unos hermosos bancos de madera.
- ¡Ajá! Aquí
hay algo muy extraño -,murmuró Campanella mientras, parándose, cogía de la roca
una cosa de estrecha y alargada punta parecida a una nuez.
-¡Es una
nuez! Mira, hay muchas. No es que hayan venido flotando en el agua, están
dentro de la roca.
-¡Qué
grande! ¿Verdad? Son el doble de lo normal, y no están deterioradas en absoluto.
- Vamos
rápido allí. Seguro que están excavando algo.
Llevándose
algunas nueces se fueron acercando hacia un poco más adelante de donde estaban.
En la ribera izquierda las olas se acercaban consumiéndose como un suave
relámpago mientras que, en la de la derecha, bajo el acantilado, se mecían las
gramíneas con su superficie hecha como de plata o concha marina.
Conforme se
iban acercando pudieron ver a un tipo con pinta de científico, alto, con unas
tremendas gafas para la miopía, puestas unas botas altas. Parecía estar muy
ocupado escribiendo en una agenda. Muy concentrado, parecía estar dando órdenes
a tres individuos allí presentes con aspecto de ser sus ayudantes, unas veces
cavando algo con una piqueta, otras utilizando la pala.
- Cuidado
con romper esa protuberancia. Utilizad las palas, las palas he dicho. Eso...
desde un poco más atrás... No, no ¿Por qué son tan brutos?
Al mirar se
podía comprobar que, desde dentro de aquella blanda roca, habían excavado más
de la mitad de los huesos de una fiera grandísima que estaba en posición de
tumbada.
Observando
con atención se podía ver que había rocas con pisadas de dos uñas perfectamente
cortadas y sacadas, habiéndosele también colocado un número.
-
¿Visitantes? -, preguntó aquella especie de profesor universitario, colocándose
las gafas y dirigiéndose a ellos.
- ¿Había
muchas nueces, eh? Pues eso... Bueno, esas nueces son de hace un millón
doscientos mil años, más o menos. Realmente recientes. Aquí. hace un millón
doscientos mil años. Un poco después del terciario, era una costa. Debajo de
esto salen conchas... Por el mismo sitio que ahora corre el rio llegaba y se
alejaba el agua salada. Este animal se llama Bos... Oye, oye, deja esa piqueta.
Con cuidado, utiliza el escoplo. Eso, se llama Bos y es un antepasado de las
vacas actuales. Antiguamente había muchos...
- ¿Lo va a
utilizar como muestrario?
- No, lo
necesito como prueba. Desde nuestro punto de vista en esta gruesa y hermosa
capa de tierra salen infinidad de muestras que nos dicen que es de hace un
millón doscientos mil años aproximadamente, pero, por el contrario, nuestros
adversarios no sabemos si lo verán como una capa de tierra o si lo verán como
el vacío, agua o viento. ¿Entendéis?
Pero... Eh, eh, eh... Ahí tampoco se puede utilizar la pala. ¿No ven que los
huesos están enterrados justo ahí debajo? -, dijo el profesor saliendo
disparado hacia allí.
- Ya es la
hora de volver, vamos -, dijo Campanella comparando el reloj y el mapa-
- Disculpe
pero ya es la hora de marcharnos -, se dirigió amablemente Giovanni al profesor
al tiempo que le hacía una reverencia de despedida.
- ¿Si? Bueno,
entonces hasta la vista -, respondió el profesor empezando de nuevo a dirigir
el trabajo, yendo de un lado para otro.
Corrieron a toda prisa sobré las
blancas rocas para llegar a tiempo a la salida del tren. Parecían flechas que
cortaran el aire de la manera que corrían. Ni se les cortó la respiración ni se
les calentaron las rodillas, por lo que a Giovanni le pareció que si podían
correr así, de aquella manera, podrían recorrer todo el mundo de igual forma.
Pasaron el
lecho del río al tiempo que la entrada y los faroles de la estación se les iban
agrandando. Al poco estaban sentados en sus respectivos asientos mirando desde
la ventanilla hacia donde habían estado .
EL PAJARERO
- ¿Podría
sentarme aquí? -, preguntó una voz de adulto a su espalda, un tanto áspera pero
muy cortés.
Se trataba
de un señor de hombros un tanto encorvados y roja barba que llevaba al hombro
dos bultos de tela y que tenía puesto un impermeable color castaño, ya un poco
raído por el tiempo.
- Si, por
favor... -, respondió Giovanni, encogiendo un poco los hombros a forma de
saludo.
El hombre
sonreía suavemente por entre medias de la barba mientras,lentamente, subía los
bultos a los estantes. Giovanni sintió algo parecido a una profunda tristeza o
soledad embargándole. En silencio miraba el reloj que tenía frente a sí cuando,
mucho más adelante sonó algo parecido a un silbato de cristal. El tren,
silencioso, ya estaba moviéndose. Mientras tanto Campanella recorría el techo
dirigiendo la mirada de un lado para otro.
En una luz
había un ciervo volante que se reflejaba, engrandecido, en el techo. El hombre
de la barba roja sonreía como acordándose de algo muy nostálgico mientras
observaba las reacciones de Giovanni y Campanella.
El tren
empezó a tomar velocidad reflejando su luz, a toda prisa, a través de la
ventana, tanto las gramíneas como el río. Barbarroja, tímidamente, se dirigió
hacia ellos:
-¿Dónde van
ustedes?
- Pues a
donde sea -, respondió Giovanni entre avergonzado y confuso.
- Magnífico
¿verdad? Este tren la verdad es que va a cualquier parte.
- ¿Y usted
dónde va? -, preguntó Campanella en un tono que parecía de pelea, ante lo cual
Giovanni esbozó una sonrisa.
En esto, un
hombre que habia sentado en el compartimiento de al lado, cubierta la cabeza
con un sombrero cónico y unas grandes llaves colgadas a la cintura, se volvió
sonriendose, ante lo cual, Campanella, se puso rojísimo y se echó a reir. El
hombre, por su parte, no se enfadó, más bien respondió moviendo las mejillas
nerviosamente.
- Yo bajaré
dentro de poco. Me dedico a cazar pájaros.
- ¿Pájaros?
- Sí,
grullas y gansos. También garzas y cisnes.
- ¿Hay
muchas grullas?
- ¡Claro!
Desde hace un rato se oyen graznar. ¿No las han oído?
- No.
- ¿No las
oyen? Presten atención y las escucharán.
Ambos
levantaron la cabeza y prestaron atención. Entre el sonido del traqueteo del
tren y del viento soplando entre las gramíneas se escuchaba un sonido parecido
al del borbollonear del agua.
- ¿Cómo caza
las grullas?
- ¿Grullas o
garzas?
- Garzas - ,
respondió Giovanni, dándole realmente igual que fuera tanto una cosa como la
otra.
- Eso es muy
fácil. Las garzas se forman de la arena helada de la Vía Láctea. Al final
terminan siempre volviendo al río, así que, esperando en el lecho del río cuando
bajan todas, de esta manera - , dijo haciendo la pose de las garzas al bajar -
antes de que caigan contra la arena se las agarra a toda prisa. Entonces,
endureciéndose, tranquilamente se mueren. Después ya... Bueno, no hace falta ni
decirlo, sólo hay que convertirlas en hojas secas.
- ¿Las
garzas convertidas en hojas secas? ¿Como en un herbario?
- No, no es
un herbario. Todo el mundo las come ¿ o no?
-¡Qué
extraño! -, respondió Campanella meneando la cabeza en señal de duda.
- Eso no
tiene nada de extraño ni de sospechoso... Mira -. El hombre se levantó, cogió
un bulto del estante y lo desató a toda velocidad.
- Vean,
estas acabo de cogerlas.
- Es verdad,
son garzas -, gritaron ambos a un tiempo.
Era verdad.
Blanquísimas, brillantes como la cruz que habían visto poco antes era el cuerpo
de las garzas. Aplanchetadas, los pies negros un tanto encogidos, estaban allí,
colocadas en orden, como en un relieve.
- Tienen los
ojos cerrados -, comentó Campanella rozando una con la punta de los dedos.
Tenia los ojos cerrados y forma de cuarto creciente.
Encima de la
cabeza, perfectamente colocadas, tenía unas plumas blanquísimas con aspecto de flechas.
- ¿Verdad?
-, comentó el hombre y colocó en orden el contenido de su bulto, volviéndolo a
liar de nuevo con las cuerdas.
- ¿Están
buenas las garzas? -, preguntó Giovanni, mientras para sus adentros se
cuestionaba quién sería el que comería garzas por aquellos parajes.
- Sí, hay
pedidos todos los días, pero los gansos se venden mucho más. Los gansos tienen
un sabor mucho más agradable y además no dan ningún trabajo. Mirad, dijo
abriendo el segundo paquete.
Efectivamente,
un poco aplanchetados, colocados unos encima de otros perfectamente. se
encontraban en el paquete los gansos, brillando furtivamente, amarillos,
azulados y llenos de pintas.
- Estos se
pueden comer rápidamente ¿Les apetece? Tengan, coman un poco -, dijo el hombre
estirando suavemente de las patas amarillas de un ganso, separándose éstas
limpiamente del cuerpo, como si de chocolate se tratara.
- ¿Qué tal?
Coman un poco -, les dio el hombre a comer tras haberlas partido en dos.
Giovanni, comiendo un poco:
-“¡Anda! ¡Si
es un dulce! Está mucho mejor que el chocolate. Pero un ganso así no es posible
que vuele. Este tipo es un pastelero que vive por ahí en la pradera. Sin
embargo ¡qué cosa más terrible estoy haciendo! Me estoy mofando de él y resulta
que me estoy comiendo sus dulces" -, pensaba mientras comía a dos
carrillos.
- ¿Qué tal
un poco más? -, les ofreció el pajarero de nuevo.
- No,
gracias -, respondió Giovanni absteniéndose aunque era evidente que quería
comer más. Entonces el cazador de pájaros alargó la mercancía al hombre de las
llaves que se encontraba en el asiento de al lado.
- Nos vamos
a comer su negocio -, comentó el farero al tiempo que se quitaba el sombrero.
- No se
preocupe. ¿Cómo está este año el panorama de las aves migratorias?
-
Estupendamente. La otra noche, por ejemplo, me llamaban de un lado y de otro
por teléfono, preguntándome por qué, si el faro estaba roto, que por qué lo
encendía a hora no establecida... ¿Qué? Yo no era, había tantos pájaros que
pasaban delante de la luz tapándola. No podía hacer nada. Yo, so cantamañanas,
¿qué arreglaban quejándose a mí? Dígaselo a ese del manto estropeao, del pico y
las patas largas, les contestaba cuando me llamaba... ¡Ja, ja, ja... !
Las
gramíneas habían desaparecido por la que la luz del prado se filtraba por la
ventana.
- ¿ Por qué
llevan trabajo las garzas? -, terminó preguntando Campanella tras un rato de
querer hacer lo y haberse abstenido.
- Pues eso,
para comérselas -, dijo el hombre volviéndose hacia Campanella -Hay que
tenderlas diez días a la luz del agua del río de la Vía Láctea. De no hacer eso
hay que enterrarlas tres o cuatro días en la arena. Una vez hecho esto se evapora
el mercurio y se pueden comer.
- Pero esto
no es un pájaro. Es un dulce ¿verdad? -. Campanella parecía haber pensado lo
mismo que Giovanni y preguntó sin ambages.
- Aquí, aquí
me tengo que bajar -, dijo el cazador precipitadamente, como si hubiera
ocurrido algo, y en un abrir y cerrar de ojos se levantó, cogió sus bultos y
desapareció.
- ¿Dónde
habrá ido? -. Se miraron los dos amigos cuando el farero, con una amplía
sonrisa, estirándose un poco se asomó por la ventana. Al mirar en la dirección
del farero vieron como el cazador, un instante antes allí junto a ellos, se
encontraba en medio de la superficie del lecho del río, cubierta por una capa
de hierba aquí amarilla, allí azulada que fosforecía hermosamente. Su rostro
estaba muy serio, teniendo las manos muy abiertas mientas miraba al cielo.
- Allí está.
¡Qué figura tan extraña! Seguro que otra vez va a agarrar pájaros. Si los
pájaros bajan antes de que el tren eche a correr... estaría muy bien, si
no...-Una vez terminado el comentario, del cielo, sin obstáculo ninguno, lo
mismo que si nevara, empezaron a bajar las garzas, iguales a las que poco antes
habían visto. Bajaban dicharacheando mientras ejecutaban su hermoso baile.
El pajarero,
muy contento, cumpliendo con sus encargos, abiertos los pies en sesenta grados
, iba agarrando una de las encogidas patas negra de las garzas que podía y las
metía en su bolsa de tela. En ese momento las garzas, al igual que las
luciérnagas, durante un rato, se encendían y apagaban con una luz azulada
dentro del saco si bien, al final, acababan con un color blanquecino y cerrando
los ojos. Sin embargo eran más las que bajaban hasta la arena sin que les
ocurriera nada que las que podía coger el cazador.
Aquellas que
llegaban a tierra, tocado y no tocado, en un instante se aplastaban contra el
suelo como la nieve sobre la arena. Se expandían como el cobre fundido que sale
de un alto horno aunque aún tenían forma, pero a las dos o tres veces de
encenderse y apagarse adquirían el mismo color de la arena que había alrededor.
El hombre,
una vez metidas veinte garzas en su saco, de pronto, levantó las manos como
aquellos soldados que, alcanzados por una bala, se ponen en pose de morir.
Más que
desaparecer de allí la figura del cazador, habría que decir que una voz
conocida hablaba al lado de Giavanni.
- Ah, estoy
satisfecho. He trabajado justo lo que necesitaba. Estupendo, estupendo...
El pajarero
se encontraba ya allí con sus garzas engarzadas perfectamente unas a otras.
- ¿Cómo ha venido
en un instante hasta aquí? -, preguntó Gíovanni sintiendo que en todo aquello
había algo entre lógicao e ilógico...
- ¿Por qué ?
Pues porque quería venir ¿Ustedes, de dónde vienen?
Giouanni iba a responder, pero no
sabia como hacerlo. Campanella hizo también un gran esfuerzo por responder.
- De muy
lejos ¿verdad? -. se respondió el hombre, no haciéndose problema del asunto, lo
mismo que si lo supiera.
EL BILLETE
DE GIOVANNI
- Aquí
termina ya el área del Cisne. Miren, aquel es el famoso observatorio de
Albireo.
Fuera, en
medio de la Via Láctea, brillante como si de fuegos artificiales se tratara, se
veían cuatro grandes edificios de color negro. Encima de uno de ellos, de techo
plano, había don grandes globos redondos, de zafiro y topacio que, sorprendentes
como para hacer abrir los ojos a cualquiera, giraban v giraban en silencio. El
amarillo se alejaba poco a poco mientras el azul, más pequeño, se iba acercando
hasta que al poco la intersección de los dos extremos formaba una bellísima
doble lente convexa de color verde. La lente se iba ampliando poco a poco hasta
que el color azul se superponía sobre la cara del topacio, formándose en el
centro un circulo verde rodeado de una aureola amarilla. Poco a poco se iban
alejando de nuevo hasta repetir la misma forma de la lente anterior. Lentamente
se iban separando uno del otro, el zafiro alejándose y el topacio acercándose,
hasta volver a formar de nuevo la figura primera.
Ahí se encontraba,
silenciosa, envuelto en el agua sin forma del rio de la Via Láctea, en la
corriente insonora del rio, el negro edificio del observatorio. Se mirara por
donde se mirara, daba la impresión de estar dormido.
- Aquella
máquina sirve para medir la velocidad del agua. El agua... -, estaba diciendo
el cazador de pájaras cuando :
- Billetes,
por favor.
A su lado.
no sabiendo cuándo ni cómo, estaba de pie un hombre alto. Era el revisor con su
sombrero rojo.
El pajarero,
sin decir palabra, se sacó del bolsillo un papelito al que el revisor echó un
vistazo y, acto seguido, con un leve movimiento de ojos, como preguntando ¿Y
ustedes?, señaló hacia Giovanni y Campanella.
- Pues -,
iba a decir todo inquieto Giovanni cuando, Campanella, como si no pasara nada,
sacó un billete de color grisáceo. Giovanni. todo preocupado, pensando que tal
vez, por casualidad,pudiera estar el billete en el bolsillo de la chaqueta,
metió la mano y se encontró con un gran papel doblado.
Preguntándose
qué seria aquello, se lo entregó rápidamente al revisor. Se trataba de un papel
de color verde doblado en cuatro, del tamaño de una postal. El revisor alargaba
la mano pidiendo algo, por eso, pensó en que no importaría que fuera aquello.
El revisor
se puso derecho y abrió aquel papel con mucho cuidado. Mientras leía el papel,
el revisor se arreglaba el botón de la chaqueta, al tiempo que el farero leia
el documento con toda atención al trasluz.
Giovanni, si bien sabía que aquello
era un permiso o algo parecido, tenía la sensación de sentir algo ardiéndole en
el pecho.
- ¿Esto lo
trae usted de la Tercera Dimensión? -, preguntó el revisor.
- Pues no lo
sé... -. respondió Giovanni, ya tranquilizado y sonriendo pícaramente mientras
miraba hacía el revisor.
- De
acuerdo. Llegamos a la Cruz del Sur a la tercera hora -. dijo el revisor
devolviendo el papel a Giovanni y alejándose rápidamente del lugar.
Campanella,
ansioso por saber qué era aquel papel, le echó un vistazo rápidamente. Giovanni
también ardía de curiosidad por saber de qué se trataba.
Allí dentro
había, dentro de unos negros arabescos, impresas solamente unas diez letras. Al
mirarlas, silenciosamente, Giovanni tuvo la impresión de ser absorvido hacia el
interior del papel. También el pajarero, echando un vistazo, comenta precipitadamente:
- Ah, esto
es magnífico. Con este billete se puede ir hasta el cielo, y no sólo eso, se
puede ir a cualquier sitio que le apetezca; para eso es este billete. Teniendo
este billete se puede ir a cualquier sitio, sobrepasando esta ilusoria e
imperfecta dimensión de la Via Láctea. Ustedes son unos tipos soberbios.
- No
entiendo nada -, respondió Giovanni, colorado como una manzana, volviendo a
doblar el papel y guardándoselo de nuevo en el bolsillo.
Muy confusos,
ambos se pusieron a mirar de nuevo hacia afuera mientras intuían que el
pajarero, diciendo contínuamente que eran unos personajes, que eran muy
importantes, de vez en cuando les echaba una mirada.
- Ya mismo
apareceremos en la Estación Águila -, comentó Campanella mientras comparaba con
el mapa tres señales seguidas que había al otro.
Giovanni.
sin comprender por qué, empezó a sentir una tremenda compasión por el pajarero.
Al ver como aquel hombre cogía las garzas y se alegraba tanto al coger
suficientes, al ver como las envolvía en la tela blanca, al comprobar como se
alegraba y elogiaba a la gente sólo con ver el billete de reojo, al pensar en
cada una de aquellas cosas, a Giovanni le entraban ganas de darle todo lo que
tenía al desconocido pajarero. Se dio cuenta de que sería capaz de estar cíen
años cogiendo pájaros en aquel río de luz si con eso lograba hacer feliz a aquel
hombre. Llegó al punto de serle imposible estar callado.
- En verdad
¿qué es lo que usted quiere? -, quiso preguntar pero, pensando que aquello no
sería elegante hacerlo de tal manera, fue a volverse cuando vio que ya no se
encontraba allí el pajarero.
Los bultos
tampoco estaban sobre la repisa. Creyó que de nuevo se encontraría fuera,
mirando al cielo y atrapando garzas. Se volvió hacia allí, pero no se veían ni
las amplias espaldas del pajarero ni su sombrero. Sólo se podía comprobar la
presencia de las olas de gramíneas y de un tapiz de arena.
- ¿Dónde
habrá ido aquel hombre? -, comentó indolente Campanella.
- ¿Dónde
habrá ido? ¿Dónde volveremos a encontrárnoslo? ¿Por qué no habré sido un poco
más amable con él?
- Eso me
pregunto yo también.
- Sentía que
aquel tipo me estaba molestando, por eso ahora me siento muy mal.
Era la
primera vez que Giovanni decía una cosa así, la primera vez que sentía una
emoción tan extraña.
- Parece que
huele a manzana ¿Será porque estaba pensando ahora mismo en ello? -, dijo
Campanella mirando alrededor muy extrañado.
- De verdad
huele a manzana. También viene olor a rosas silvestres.
Giovanni
también miró alrededor muy extrañado. Efectivamente, el olor entraba por la
ventana. A Giovanni le pareció que, siendo otoño, resultaba muy extraño que oliera
a rosas silvestres.
De pronto
apareció dentro del tren un niño, apenas de seis años, pelo negro y brillante,
puesta una chaqueta roja sin ningún botón abrochado. Parecía muy sor-prendido
mientras se mantenía descalzo, allí, de pie, temblando. A su lado había un
joven, muy bien vestido a la europea, alto y, en la postura de un olmo que
estuviera siendo zarandeado por el viento, se mantenía al lado del muchacho
cogiéndolo de la mano.
- ¿Dónde
estamos? ¡Qué bonito! Detrás del muchacho había otra chica, de unos doce años,
muy bonita, de ojos marrones que, vistiendo un abrígo negro, daba el brazo al
joven mientras miraba extrañada hacia fuera.
- Ah, esto
es Láncaster. No, Connecticut... No, no, estamos en el espacio, nos dirigimos
al cielo. Ya no hay que tener miedo. Es Dios que nos llama -, dijo radiante de
alegría a la muchacha el joven del traje negro.
Aunque su
rostro estaba lleno de profundas arrugas y su aspecto era de estar bastante
cansada, haciendo un esfuerzo, sonrió y sentó al muchacho al lado de Giovanni.
Por otra parte, muy dulcemente, señaló a la muchacha el sitio vacio que había
al lado de Campanella. La chica, muy obediente, se sentó poniendo una mano
sobre otra, apoyándolas sobre la falda.
- Ya,
hermana, voy a donde está papá -, dijo el chico, cambiando de expresión, acabando
de sentarse, dirigiéndose al joven, al otro lado del farero. Este, con cara muy
apenada, miró muy fijamente hacía la negrísima y rizada cabeza del pequeño. La
niña, de pronto, se puso las manos sobre las mejillas y empezó a gemir.
- A papá y a
Kikuyo les queda todavía mucho que hacer, pero vendrán pronto a reuníse con
nosotros. Mamá, sin embargo, sí que ha tenido que esperar muchísimo.
Seguramente estará muy preocupada pensando en qué estará haciendo su querido
Tadashi. Pensará en la canción que estará cantando, en como se divierte con sus
amigos, las manos juntas en las mañanas nevadas dando vueltas alrededor de las
malezas del jardín. Como estará preocupada vamos rápidamente a encontrarnos con
ella ¿vale?
- Sí, pero hubiera sido mejor no ir
en barco.
- Tal vez,
pero... Mira ¿qué te parece? Aquel hermoso río, ¿eh?. aquel es el río que se
veía así, como blancuzco, desde la ventana cuando cantábamos " Brilla,
brilla, estrellita", a la hora de dormir. Míralo como brilla.
La hermana,
que había estado llorando, se secó los ojos con el pañuelo y se puso a mirar
por la ventana. El muchacho, como si les estuviera explicando algo, les dijo
suavemente a los hermanos:
- Nosotros
ya no tenemos por qué estar tristes. Haciendo un viaje por este sitio tan
agradable pronto estaremos alli, donde está Dios. Allí ya el color es luminoso
y el olor maravilloso, y hay gran cantidad de gente magnífica. Los que subieron
al bote en lugar nuestro seguro que han sido salvados y se dirige cada uno a
casa de sus preocupados padres, que estarán esperándoles. Bueno, como vamos a
llegar pronto cantemos con ánimo pues.
El joven
acarició la negrísima cabeza del muchacho y. consolando a todo el mundo, su
rostro también empezó a brillar de alegría.
- ¿De dónde
vienen ustedes? ¿Qué les ha ocurrido? -, preguntó el farero al joven, intuyendo
que había empezado a comprender algo. El muchacho sonrió vagamente.
- Pues....
el barco donde íbamos chocó contra un iceberg y se hundió. El padre de estos
niños había vuelto un poco antes a su país, hace unos dos meses, por asuntos
urgentes... Poco después fue cuando nosotros salimos. Yo estaba estudiando en la
universidad y hacía de profesor particular de estos muchachos. Sin embargo,
justo al decimosegundo día, hoy o ayer, no sé, el barco chocó contra un iceberg
y de un golpe se descontrólo y empezó a hundirse. Es verdad que en alguna parte
brillaba levemente la Luna. pero también resultó que la niebla era bastante
espesa. Como el bote salvavidas se había roto en la parte de babor ya no servía
por lo que era imposible que subiera todo el mundo... El barco se iba hundiendo
cuando yo, con todas mis fuerzas, grité pidiendo que montaran en el bote a los
pequeños. La gente que había cerca abrió paso y empezó a rezar por ellos. Sin
embargo, como hasta el bote había más niños y también estaban sus padres, no
tuve valor para apartarlos.Pero sintiendo que mi obligación era salvar a estos
chicos, intenté apartar a los que había delante...
Viendo como
estaba la situación, al mismo tiempo, pensaba que, mejor que salvarlos era
presentarse así delante de Dios. También consideré que yo era el único que
debía ser castigado por Dios y que debía intentar salvarlos. Montados los crios
en el bote, las madres, como locas, les mandaban besos mientras los padres,
aguantando el dolor, se mantenían de pie; a mí, por mí parte, sentía que se me
partía el corazón de dolor.
Entretanto
el barco se hundía nos apelotonamos y, dispuestos a morir, abracé a los chicos,
preparado para flotar todo lo que fuera posible. Alguien lanzó un salvavidas, pero se fue
demasiado lejos y no pude cogerlo. Yo me agarré fuertemente a una rejilla de la
cubierta y conseguí que ellos lo hicieran también. ¿Dónde empezó? No lo sé. Lo
cierto es que de pronto se levantó una voz cantando el himno número 306 y al
poco, todos, en una gran variedad de lenguas estábamos cantando la misma
canción.
Entonces, de
repente, se oyó un gran estruendo y caímos
al agua. Creyendo entrar en un remolino, me pareció perder el sentido cuando aparecimos aquí.
Fin Primera Parte
No hay comentarios:
Publicar un comentario