Goshu
era el encargado de tocar el chelo en las películas mudas que ponían
en el cine de la ciudad. Desgraciadamente,todo el mundo pensaba que
no tocaba muy bien. No sólo no tocaba muy bien, en verdad, entre sus
compañeros de orquesta, era el que peor tocaba, por lo que el
director siempre lo trataba poco amablemente.
Después
del mediodia todos los componentes de la orquesta estaban reunidos en
la sala de ensayos, puestos en círculo, ensayando la Sexta Sinfonía
para el próximo concierto que darían en la ciudad.
La
trompeta cantaba enérgicamente, a lo que ayudaba el clarinete con su
característico sonido. También sonaba el violín con la fluidez del
viento.
Goshu
tocaba con todas sus ganas, apretados los labios mirando a las
partituras con los ojos como platos.
De
pronto el director dio una palmada. Todos pararon de tocar al
instante,tras lo cual el director vociferó:
-
El chelo va retrasado. To..tete,tetete... Repitan desde aquí...
Vamos...
Todo
el mundo volvió a tocar desde un punto antes del lugar indicado.
Goshu, el rostro rojo como una manzana y la frente bañada en sudor,
por fin, pudo enmendar desde donde le habían dicho.Ya más
tranquilo, siguió tocando hasta que el director volvió a palmotear.
-iChelo!
Las cuerdas no están afinadas. iQue yo no tengo tiempo para ponerme
a explicarte el Doremí a estas alturas,¿te enteras?
Muy
apenados,todo el mundo se dedicaba entretanto a mirar hacia sus
partituras y a puntear sus instrumentos. Goshu, rápidamente afinó
las cuerdas del chelo. La verdad es que, si Goshu era bastante malo,
su
chelo era peor.
-
De nuevo desde los acordes anteriores.
Todo
el mundo empezó de nuevo. Goshu tocó esta vez con todas sus ganas
torciendo la boca, y esta vez sí consiguió ir bastante bien. Cuando
todo parecía ir perfectamente, el director volvió a dar una palmada
de forma amenazante. A Goshu se le volvió a encoger el corazón,
pero afortunadamente, esta vez se trataba de otra persona. Goshu,lo
mismo que los demás habían hecho cuando el se equivocó , se puso a
mirar de cerca su partitura haciendo como que pensaba en algo.
-
Rápidamente, desde aquí. Vamos.
No
habian empezado a tocar cuando el director paró, esta vez dando un
zapatazo en el suelo.
-
No, no y no. Esto no marcha en absoluto. Esta parte es el corazón de
la obra y henos aquí tocando con esos chirridos. Señores,no nos
quedan nada más que diez días para el concierto. Nosotros somos
profesionales de la música, si perdiéramos ante un grupo de
aficionados como el del herrero o el del mozo de la tienda de azúcar,
¿con qué cara nos íbamos a presentar después ante el público?
Oye, Goshu,tú eres un auténtico problema. No tienes expresión
ninguna. No sabes expresar en absoluto ni la cólera ni la
alegría.Además, pareces incapaz de seguir a los demás
instrumentos. Parece como si siempre tuvieras que pararte a
abrocharte los zapatos cuando andas con los demás. Como no te
enmiendes va a ser un desastre. ¿Comprendes? Sería una verdadera
desgracia para todos que nuestra gloriosa Orquesta Venus cayera en
mala reputación por causa tuya. Bien, dejemos el ensayo por hoy.
Descansen y estén en sus puestos mañana a las seis.
Los
componentes de la orquesta,tras despedirse con una leve inclinación
de cabeza, fumaron o se fueron de la sala...
Goshu,llevando
bajo el brazo su pobre instrumento, más parecido a una caja que a un
chelo, se dirigió hacia la pared con la cara fruncida y llorando.
Una vez se repuso, él solo, empezo de nuevo suavemente a ensayar
todo lo que habían hecho hasta ese momento.
Esa
noche, ya tarde, Goshu volvió a casa llevando un bulto grande
suspendido a la espalda. Su casa en realidad era una vieja y rota
noria en una de las riberas del río, a la salida de la ciudad. Allí
vivía solo. Durante el dia se dedicaba a cortar las ramas de los
tomates, a quitarle los insectos a las coles y, una vez pasado el
mediodía, salía a la calle.
Goshu
entró en su casa y abrió el paquete que llevaba a la espalda. No se
trataba de nada especial. Era aquel desafinado chelo de la tarde.
Tras ponerlo suavemente en el suelo cogio rápidamente un vaso de la
repisa y empezó a beber agua de un cubo. Poco después, sacudiendo
la cabeza, se sentó en una silla y,lo mismo que si de un tigre se
tratara, se puso a tocar las partituras de la tarde.
Miraba
las partituras,tocaba y pensaba. Después de pensar volvia a tocar.
Cuando llegaba al final volvía a empezar una y otra vez.
Pasada
ya la media noche, finalmente, él mismo no sabia si tocaba o no .
Tenia el rostro rojo como la sangre,los ojos le daban vueltas sin
descanso, dándole un aspecto terrible, pareciendo que de un momento
a otro se iba a derrumbar. En ese momento, alguien toco a la puerta
trasera de la casa.
-¿Hoshu?
- gritó desfallecidamente. Sin embargo,lo que entró muy despacio
fue un gato de piel estampada que ya habia visto varias veces por
allí.
El
gato puso delante de Goshu, con mucho esfuerzo, un pesado tomate a
medio madurar, que había cogido del mismo tomatal de Goshu.
-¡Ah,
qué cansado estoy! Esto del acarreo es un trabajo muy pesado.
-
¿Qué dices? -,le preguntó Goshu.
-
Esto es un presente.Cómaselo, por favor-,respondio el gato.
Goshu,
de un solo golpe, soltó toda la rabia que había acumulado durante
el día.
-
¿Quién diablos te ha dicho que me traigas tomates?¿Piensas que me
voy a comer lo que me traigas? Además, ese tomate es de mi huerta.
¿Qué es esto? Además coges los que no estan maduros. Tú has sido
el que me has mordido y destrozado las plantas hasta ahora ¿Verdad?
Vete de mi vista, gato asqueroso.
El
gato se encogió de hombros, cerró los ojos y empezó
a
mauyar en una leve sonrisa,
-
Maestro, no se enfade tanto que no es bueno para el cuerpo. En lugar
de enfadarse lo que puede hacer es tocar Trumerai,de Schumann,le
escucho.
-
No digas estupideces, gato cochambroso...
El
violonchelista, ofendido por la insolencia del gato,estuvo pensando
cómo hacérselas pagar todas juntas.
-
Por favor, no sea tímido. Toque, por favor. La verdad es que si
antes de acostarme no le escucho tocar no puedo concebir el sueño.
-iEstupideces!iEstupideces!¡Sólo
estupideces!- ,grito Goshu coloradísimo, al modo como lo hiciera el
director durante el día, pegando zapatazos en el suelo. Entonces,
cambiando de humor, dijo de pronto:
-
Bien,toquemos.
¿Qué
habia pensado? Cerró la puerta con llave,también entornó las
ventanas y, sacando el chelo, apagó la luz. La luz de la Luna
iluminaba media habitacion.
-¿Qué
quieres que toque?
-Tromerai,
de Schumann - dijo el gato limpiándose la boca.
-Tromerai,
por supuesto. Eso se toca así. ¿verdad? - dijo,sacando primero su
propio pañuelo y metiéndoselo en los oidos. Entonces empezó a
tocar "La Caza de Tigres en la India" como si toda la
energía de una tormenta saliera de sus manos. A lo que el gato,tras
escuchar unos instantes dubitativo, empezó a abrir y a cerrar los
ojos aceleradamente, dando un gran salto hacia la puerta. Chocó
estrepitosamente contra ésta que, evidentemente, no se abrió. El
gato comprendió que había cometido el error de su vida, empezando a
salirle chispas de ojos y frente. Al poco también le salían de los
bigotes y de la nariz, provocándole todo ello muchas cosquillas y
ganas de estornudar, en cuya pose estuvo un buen rato. Viendo que no
podría estar mucho rato así empezó a caminar. Goshu, muy divertido
con todo aquello,tocaba con todas sus fuerzas.
-Maestro,
ya es suficiente. Ya está bien. Se lo ruego,pare ya. Le prometo no
volver a hacerlo otra vez.
-¡Cállate!
A partir de aquí es cuando cazan al tigre.
El
gato saltaba, se retorcía y arrastraba contra la pared tras lo que,
durante unos instantes, parecía desprender un color fosforescente.
Al final,lo mismo que si fuese un molino de viento,empezó a dar
vueltas alrededor de Goshu, el cual,tras observarlo girar durante un
rato, dijo:
-
Ya está bien. Estás perdonado - dejando de tocar, a lo que el gato
replicó con frescura:
-
Maestro, esta noche no ha estado muy acertado en el concierto, ¿no
cree?
El
violonchelista, ofendido por tanta insolencia, como si no hubiera
pasado nada, sacó un puro, se lo puso en la boca y después cogió
una cerilla.
-¿Cómo
andas? ¿Estás bien? Saca la lengua.
El
gato, creyendo que se podría burlar de él, así lo hizo.
-
Ah, un poco aspera - dijo Goshu y,rapidamente, encendió la cerilla
en ella acercándosela al puro.
El
gato, sorprendidísimo, dando vueltas a la lengua, lo mismo que si de
las aspas de un molino se tratara, salió corriendo hacia la
puerta,le pegó un cabezazo y, mareado, volvió hacia atrás,de nuevo
cabeceó la puerta, volvió... buscando así la forma de huir de la
habitación. Goshu lo estuvo observando un rato divertidamente.
-
Te dejaré salir, y no vuelvas a aparecer por aquí, so estúpido.
El
chelista le abrió la puerta y vio, con una sonrisa en los labios,
como el gato huía como el viento hacia los juncales.Tras todo aquel
ajetreo, por fin, se puede decir que durmió plácidamente.
La
noche siguiente Goshu volvió de nuevo a casa cargado del negro
paquete que contenía su chelo. Después de pegarse un hartazón de
agua,lo mismo que la noche anterior, empezó a tocar el instrumento.
Tocó una hora, dos horas... Dieron las doce, dio la una, pero Goshu,
impertérrito, seguía tocando el chelo. En ese estado, no sabiendo
ya que hora era ni qué tocaba, alguien llamó a la puerta del
cobertizo.
-¿Gato,
eres tú? -, gritó cuando de pronto se oyó un ruido procedente del
techo, cayendo en medio de la habitación un pájaro de color
grisáceo. Goshu lo miró allí de pie, se trataba del cuclillo.
-¡Hasta
los pájaros! ¿Qué quieres tú?
-Quiero
estudiar música-, respondió el cuco con aspecto repipi, a lo que
Goshu, sonriendo, preguntó:
-¿Música?
Tu canto no dice nada más que “Cucu, cucu..” ¿verdad?
-Eso
es, pero resulta muy difícil-, respondió muy serio el pájaro.
-¡Qué
dificil, ni qué difícil! Cuando cantáis mucho rato resulta
espantoso oiros, pero ¿qué dificultad tiene eso para vosotros?
-De
verdad que es terrible. Por ejemplo, cuando cantamos Cú...cu, y
cuando hacemos Cú..cu, si se escucha atentamente es bastante
diferente.
-No
tiene un ápice de diferencia. Se oye exactamente lo mismo.
-Entonces
es que no entiende. Nosotros, diez mil veces que oigamos Cúcu, diez
mil veces que oimos un sonido diferente.
-Como
quieras, pero si eres capaz de hacer tan clara distinción no sé
cómo te atreves a molestarme.
-Porque
yo quiero aprender la escala musical correctamente.
-¿Y
qué te importa a ti la escala?
-Sí,
antes de ir al extranjero, necesito estudiar bien, al menos por una
vez.
-¿Y
tú qué tienes que ver con el extranjero?
-Maestro,
por favor, enséñeme la escala. Yo le sigo cantando.
-Eres
un latoso, ¿lo sabías? Tres veces te la toco y no más. Cuando
termine ya te está marchando sin volver la vista atrás.
Goshu
cogió el chelo, afinó las roncas cuerdas y tocó el Doremí, a lo
que el cuco, precipitadamente empezó a agitar las alas.
-No,
no , no es eso lo que yo quiero hacer.
-¡Latoso!
Entonces hazlo tú.
-Es
así-, explicó el pájaro, doblando el cuerpo hacia adelante y
manteniéndolo un rato en esa postura, tras los que cantó: Cúcu...
-¿Qué
es eso? ¿El Doremí? En ese caso, para vosotros, los cucos, la
escala y la Sexta Sinfonía viene a ser la misma cosa.
-No
se trata de eso.
-¿En
qué se diferencia?
-Lo
difícil es cantar lo mismo de manera sostenida.
-Supongo
que es esto lo que quieres decir-, replicó Goshu, y cogiendo el
chelo tocó una infinidad de cucú seguidos, ante lo que el pájaro,
muy contento, empezó también a entonar su Cúcu...Cúcu...,
apasionadamente, con el cuerpo arqueado siguiendo al instrumento. A
Goshu empezó a dolerle la mano.
-
Ya está bien, repórtate-, le gritó, dejando de tocar. El cuco, con
cara de pena, levantó los ojos y siguió cantando hasta que se paró
con sus últimos Cúcu...Cú..cu......Cú....cu. Goshu, muy enfadado,
les espetó:
-Vamos,
para ya. Ya he terminado, así que véte.
-Por
favor, se lo ruego. Toque una vez más. Es usted muy bueno, aunque es
un poco distinto de como lo hace.
-¿Cómo
te atreves? Tú no me estás enseñando nada. Véte de aquí.
-¡Por
favor, sólo una vez..., por favor-, rogaba el cuco una y otra vez
inclinando la cabeza ante Goshu.
-De
acuerdo. Esta es la última-. Preparó el arco mientras el cuco, al
respirar hizo Cú...
-Si
es posible, toque largo, por favor-, volvió a rogar el cuco al
tiempo que volvía a hacer una inclinación de cabeza.
-¡Qué
pesado!-, susurró Goshu, mientras con una sonrísa amarga en los
labios empezaba a tocar, a lo que el cuco, muy concentrado, arqueó
el cuerpo y empezó a cantar enérgicamente.
Al
principio Goshu estaba muy enfadado, pero al cabo de tocar un buen
rato empezó a sentir que era el pájaro el que realmente llevaba
bien la escala. Verdaderamente, al paso que tocaba, le iba pareciendo
que era el pájaro el que lo hacía bien.
-Si
sigues haciendo una estupidez como esta te vas a convertir en
pájaro-, se dijo a sí mismo Goshu, dejando al instante de tocar. Al
mismo tiempo el cuco, lo mismo que si lo hubieran golpeado en la
cabeza, se balanceaba aturdido, lanzando sus últimos cucús y
terminó parándose. Entonces, mirando a Goshu le dijo:
-¿Por
qué para? Nosotros, hasta el más pusilanime, no dejaríamos de
cantar hasta que nos saliera sangre por la garganta.
-¿Qué
dices, impertinente? ¿Qué crees, que puedo estar siempre haciendo
tamaña tontería? Véte ya, ¿no ves que está amaneciendo-, le
replicó, señalándole la ventana.
Desde
el este empezaba a platearse el firmamento, yéndose las negras nubes
hacia el norte, a toda velocidad.
-Entonces,
por favor, otra vez hasta que salga el Sol. Ya falta poco-, volvió a
inclinarse el cuco ante Goshu.
-Cállate
insolente... Pájaro asqueroso, como no te vayas pronto te desplumo y
te zampo en el desayuno-, le replicó Goshu al tiempo que daba un
zapatazo en el suelo.
El
cuco pareció asustarse y se avalanzó a toda prisa hacia la ventana.
Se pegó fuertemente contra el cristal de la ventana y cayó
pesadamente al suelo.
-¿Qué
haces lanzándote contra el cristal? ¡Sí que eres tonto!
Goshu
se dirigió rápidamente a abrir la ventana, pero aquello no era una
ventana que se abriera tan rápido. Mientras Goshu movía el marco de
la ventana para abrirla, el cuco volvió a lanzarse contra ella y a
caer de nuevo al suelo. Lo miró y vió como del pico le salía un
poco de sangre.
-Enseguida
te abro, espera un poco-. No había abierto diez centímetros la
ventana cuando el pájaro se levantó y mirando hacia el este se
lanzó hacia la ventana con toda la fuerza que le quedaba, como si
fuera lo único que le importara. Por supuesto, esta vez el porrazo
fue aún más terrible, quedándose un buen rato tirado en el suelo
sin moverse. Goshu pensó cogerlo en la mano y lanzarlo por la puerta
a la calle, pero el cuco abrió los ojos y huyó de él, amagando de
nuevo con lanzarse hacia la ventana. Goshu, sin pensarlo dos veces le
pegó una patada a la ventana, de la que se rompieron dos o tres
cristales cayendo hacia afuera, con un ruido estrepitoso, marco
incluido. A través del vacío de la ventana, el cuco se lanzó como
una flecha hacia fuera. Voló y voló todo recto hasta que terminó
desapareciendo de la vista.
Goshu
se quedó un buen rato con la boca abierta del asombro tirándose tal
y como estaba en un rincón de la habitación, quedándose dormido.
La
noche siguiente también estuvo tocando el chelo hasta muy adentrada
la madrugada. Cansado ya, se estaba tomando un vaso de agua cuando,
lo mismo que las noches anteriores, alguien llamó a la puerta
suavemente.
Esa
noche, viniese lo que viniese, pensaba asustarlo y salir tras él
desde el principio. Estaba preparado con el vaso en la mano cuando se
entreabrió la puerta y entró un tejoncito. Entonces, Goshu,
entreabriendo un poco más la puerta y pegando un zapatazo en el
suelo, gritó:
-Tú,
tejón, ¿sabes qué es la sopa de tejón?-. Este, con su aspecto un
tanto ausente, se sentó correctamente en el suelo y, como no
entendiendo muy bien, dobló la cabeza a un lado con cara de estar
pensando, tras lo cual respondió con una voz apocada:
-Yo
no sé lo que es la sopa de tejón.
Goshu,
al mirarlo a la cara estuvo a punto de echarse a reir, pero
esforzándose en poner expresión terrible, le dijo finalmente:
-Pues
entonces te lo voy a explicar. La sopa de tejón es una cosa en la
que se mezcla un tejón como tú con col y sal, después se cuece
lentamente para que se lo coma una persona como yo-, a lo que el
tejón respondió bastante extrañado.
-Pero
mi madre me ha dicho que eres una persona muy buena y muy amable y
que venga a estudiar contigo-. Goshu finalmente terminó riéndose.
-¿Qué
te ha dicho que aprendas? Yo estoy muy ocupado, y además tengo mucho
sueño.
El
tejoncito, como si hubiera tomado confianza en sí mismo, adelantó
un paso.
-Yo
soy el encargado de tocar el tambor. Me dijo que aprendiera a tocarlo
acompañado del violonchelo.
-Pero
aquí no hay ningún tambor en ningún sitio.
-Mira,
aquí está-, respondió el tejón sacándose de la espalda dos
palillos.
-¿Y
qué haces con eso?
-Toca
“El feliz cochero”, por favor.
-¿Qué
es eso? ¿Jazz?
-Así
es, aquí están las partituras-, dijo el tejón sacándose de la
espalda la partitura en esta ocasión. Goshu la cogió y se sonrió.
-Sí
que es una obra extraña. Bien, toquemos-. Goshu se preguntaba qué
era lo que iba a hacer el tejón, por lo que, echándole una ojeada
de vez en cuando, empezó a tocar.
-¿Tú
tocas el tambor?
El
tejón cogió los palillos y empezó a tocar en la parte baja del
chelo. Lo hacía bastante bien, por lo que también Goshu se estuvo
divirtiendo al tiempo que tocaba.
Tocaron
hasta el final, tras lo que el tejón, moviendo la cabeza
dubitativamente, parecía haber llegado a una conclusión.
-Goshu,
parece que la segunda cuerda se retrasa al tocarla, ¿no? Tengo la
impresión de quedarme siempre colgado.
Goshu
se sorprendió al escuchar aquello. Ciertamente él también se había
dado cuenta de que por muy rápido que tocara las cuerdas no
producían ningún sonido hasta pasado un rato. Goshu, muy
entristecido,comentó:
-Lo
que ocurre es que este violonchelo es bastante malo -. Entonces el
tejoncito, tras volver a pensar un rato con aire penoso, le dijo:
-¿Dónde
fallará? ¿Te importa volver a tocar una vez más?
-¡Por
supuesto que quiero tocar!-, dijo Goshu volviendo a hacerlo.
El
tejoncito volvió a golpear el chelo con los palillos y aunque de vez
en cuando meneaba la cabeza en señal de duda, procuraba pegar el
oido. Al final, una vez terminado, por el este, como la noche
anterior, volvía a aclarar el día.
-Ah,
ya viene el día. Muchísimas gracias.
El
tejón, rápidamente, se echó a la espalda la partitura y los
palillos, sujetándolos con cinta aislante. A toda prisa saludó
varias veces y se fue.
Goshu,
con una vaga expresión en el rostro, estuvo respirando el aire que
entraba por la rota ventana de la noche anterior y se fue rápidamente
a la cama para recuperarse antes de volver a salir a la calle.
La
noche siguiente también la pasó Goshu en blanco tocando su
instrumento. Cerca ya de la madrugada, estaba muy cansado y cuando se
encontraba medio adormilado con las partituras en la mano, alguien,
de nuevo, volvía a llamar a la puerta. Tocaron tan despacio que
realmente resultaría difícil de dilucidar si habían llamado o no,
pero como se trataba de una cosa ya corriente, Goshu, oyéndolo,
mandó entrar al que llamaba.
Por
la rendija de la puerta entró un ratón de campo que, llevando
consigo un niñito muy pequeño, se acercó hasta donde estaba Goshu
que, al verlo acompañado del hijo, no más grande que una goma de
borrar, se echó a reir. El ratón, muy preocupado, acompañó al
niñito hasta delante de Goshu y puso delante de él una castaña aún
verde, saludando con una inclinación varias veces seguidas.
-Maestro,
a este niño le duele tanto el estómago que parece que se va a
morir. Por favor, se lo ruego, cúremelo.
-¿Pretendes
que haga de médico?-, preguntó Goshu con el gesto fruncido. La mamá
ratón, bajando la cabeza, estuvo callada un rato y después soltó,
tal como pensaba:
-Maestro,
por favor, no mienta. ¿No está usted curando estupendamente de sus
enfermedades a todo el mundo por la noche?
-¿Qué
dices, no entiendo una patata?
-Pero
maestro, ha curado usted a la abuela del señor conejo, al padre del
tejón, a la desagradable lechuza y ahora se niega a curar a mi
hijito. No tiene usted compasión.
-Oye,
oye, debes estar en un error, porque yo no he curado a la lechuza de
ninguna enfermedad. Además el tejoncito vino anoche sólo para
ensayar la música de las partituras.¡Habrase visto!
Goshu,
un tanto boquiabierto, fijó la mirada en el ratón y se sonrió. La
madre del ratoncillo empezó a llorar.
-En
verdad que si se tenía que haber puesto enfermo, se debería haber
puesto antes. Estuvo tocando hasta el momento justo de caer malo,
parándose cuando le asaltó la enfermedad. Y ahora por mucho que se
lo ruegue no vuelve a tocar, lo que demuestra es lo desgraciado que
es mi hijo.
-¿Qué
quieres decir? ¿Que cuando yo toco la lechuza y el conejo se curan?
¿Qué significa eso? -. El ratoncillo respondió restregándose los
ojos:
-Eso
es. Todos los animalitos, cuando se enferman, se meten debajo del
entarimado de su casa y se curan.
-¿Y
se curan de verdad?
-Sí,
la circulación de la sangre mejora y hay algunos que se curan
rápidamente de manera muy agradable, y otros que se curan cuando
llegan a casa.
-Ah,
comprendo. Cuando yo toco el chelo es como si el sonido del chelo os
hiciera un masaje y os curara de vuestras enfermedades. Entiendo,
enseguida todo.
Goshu
juntó la cuerdas del chelo y cogiendo al ratoncito lo metió dentro
a través de la boca del mismo.
-Yo
voy también. Es algo que hacen en todos los hospitales-, dijo la
madre ratón que, como loca, se lanzó hacia dentro del chelo.
-¿Tú
también quieres entrar?-. Goshu intentó meter a la madre por debajo
de las cuerdas, pero no entraba más que la cabeza. La madre,
agitando las patas, le gritó a su hijo:
-¿Estás
bien? ¿Has caido como siempre te he explicado, con los pies juntos?
-Muy
bien, he caido muy bien-, respondió el hijito desde el fondo del
chelo con una voz parecida a la de un mosquito.
-No
existe ningún problema-, dijo Goshu cogiendo a la madre ratón y
poniéndola en el suelo. Después tensó el arco y tocó una conocida
rapsodia.
La
madre, con aspecto preocupado, escuchaba atentamente la melodía del
chelo hasta que, no pudiendo aguantar más, gritó:
-Ya
está bien, por favor, sáquelo ya.
-¿Sólo
este poquito?
Goshu
puso el chelo bocabajo y colocó la mano debajo de la boca del mismo,
esperando. Al poco salía el ratoncito que, con los ojos cerrados,
temblaba contínuamente. Goshu, en silencio, lo bajó al suelo.
-¿Cómo
estás? ¿Te encuentras bien?-. El ratoncito estuvo un rato en
silencio con los ojos cerrados y temblando. De pronto se levantó y
echó a correr.
-Ah,
ya está mejor. Muchas gracias, muchísimas gracias. La madre también
echó a correr y, al poco, trayéndolo ante Goshu, estuvo dándole
las gracias por un buen espacio de tiempo haciendo contínuas
flexiones de cabeza. Goshu se sintió bastante apenado y les
preguntó:
-¿Coméis
pan?-, a lo que los ratones, como asustados, después de mirar
inquietos a un lado y a otro, dijeron:
-No.
Hemos oido que es una cosa esponjosa y muy buena que se hace
mezclando agua y harina de trigo, amasándolo después. En el caso de
que no fuera tampoco así, nosotros no hemos venido a cogerlo a las
repisas. Además, ¿cómo es posible que después de haber sido tan
bien tratados nos llevemos también el pan?
-No,
no es eso. Lo único que he preguntado es que si queréis comer pan.
Entonces es que coméis. Un momento que le doy al enfermito.
Goshu
colocó el chelo en el suelo y cortó un pedazo del pan de la
estantería poniéndolo delante de los ratones. La madre, loca de
alegría, llorando, riendo, inclinando la cabeza, metiéndose el pan
entre los dientes con mucho cuidado, haciendo salir delante al hijo,
salió de casa.
-Ah...Sí
que cansa hablar con los ratones....-. Goshu se cayó de un golpe
sobre la cama y rápidamente se quedó profundamente dormido.
Seis
noches más tarde, todos los componentes de la Orquesta Venus habían
vuelto, uno tras otro, cada uno con su instrumento en las manos, de
la sala de conciertos al camerino que había detrás del hall del
teatro del pueblo.
En
la sala de espectáculos todavía sonaban los aplausos, como si de
una tormenta se tratara. El director se metió las manos en los
bolsillos como si no le importasen en absoluto los aplausos, dando
una vuelta por entre los miembros de la orquesta.
La
verdad es que estaba muy contento. Los miembros de la orquesta cogían
el tabaco, encendían las cerillas y metían los instrumentos en sus
respectivas cajas.
El
público seguía aplaudiendo, pero no sólo eso, sino que los
aplausos arreciaron convirtiéndose en algo terrible y amenazante.
Con su gran lazo blanco en el pecho, entró el maestro de ceremonias.
-Están
pidiendo otra composición. ¿Podrían ofrecernos algo aunque fuera
cortito?
-No
puede ser. Tras una obra como ésta, se ofrezca lo que se ofrezca, no
nos dejaría en absoluto tranquilos, respondió desabridamente el
director.
-Entonces,
señor director, salga usted y salude al público, se lo ruego.
-No
quiero. Goshu, sal tú y toca algo.
-¿Yo?-,
preguntó Goshu atónito.
-Sí,
tú,tú-, se apresuró a decir el primer violín.
-Venga,
sal y toca-, insistió el director.
Entre
todos obligaron a Goshu a coger el chelo, le abrieron la puerta y lo
lanzaron al escenario.
Goshu
cogió su rasgado violonchelo y salió al escenario terriblemente
apurado. Mientras tanto, todo el mundo tocaba las palmas
estrepitosamente. Alguien, incluso, lanzó un tremendo chillido.
-¿Hasta
dónde es lícito reirse así de la gente? De acuerdo. Prepárense
que les voy a tocar “La Caza del Tigre en la India”-, respondió
Goshu, saliendo tranquilo y situándose en medio del escenario. En
ese trance se puso a tocar al modo como lo hiciera la noche en que lo
visitó el gato, lo mismo que si de un terrible elefante se tratara.
El
público se quedó en un profundo silencio mientras tocaba. Goshu
tocaba y tocaba pasando contínuamente hasta que pasó el punto donde
el gato empezó a echar chispas del cuerpo.
Cuando
terminó cogió el chelo y, lo mismo que el gato, sin mirar hacia el
público huyó rápidamente de la sala. En el camerino, empezando por
el director, todo el mundo estaba sentado en silencio y con los ojos
clavados en el vacío, lo mismo que si cada cual acabara de ser
espectador del incendio de su propia casa o algo parecido y aún no
se hubiera recuperado del golpe.
Goshu,
importándole ya un comino el resultado, pasó entre los miembros de
la orquesta y se dirigió hacia una de las sillas que había al otro
lado de la habitación. Se sentó y cruzó los pies. Los compañeros
de la orquesta dirigieron hacia él la mirada muy seriamente, sin
ápice de burla ni en boca ni en ojos.
-¡Qué
noche más extraña!-, pensó Goshu, pero el director se levantó y
se dirigió hacia él.
-¡Goshu,
maravilloso! Aunque se trataba de aquella melodía, todo el mundo te
ha escuchado. En esta semana o diez días has avanzado muchísimo.
Comparado con hace diez días se diría que hubieras sido un niño
que de pronto se convierte en soldado. Si se quiere, se puede.
¿O
no es así?-, todo el mundo se levantó dirigiéndose hacia él.
-¡Maravilloso!
-Gracias
a que estás fuerte es posible realizar algo así. Una persona normal
se hubiera quedado en el intento-, comentó entretanto el director al
otro lado de la sala.
Esa
noche, Goshu volvió tarde a casa. Volvió a beber agua ansiosamente,
abrió la ventana, y mirando hacia el firmamento creyó ver pasar al
cuco volando.
-Cuco,
perdóname por lo de la otra noche. No, no estaba enfadado-, susurró
casi imperceptiblemente.
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