Leía un libro,
una novela, situada la acción en su tierra natal hacía ya bastante
tiempo. Era interesante, incluso emocionante. Miró el reloj, las
6:15 de la tarde. Ah, dentro de quince minutos me llamará. Cerró el
libro. Quiso volver a abrirlo. No pudo, había empezado ese estado
tan conocido de nerviosismo casi incontrolable. Había aún gente en
la sala. Estaban preparándose para marcharse pero no acababan de
marcharse. Los nervios se le agarraban al estómago haciendo que éste
rugiera. Había como una inesperada fabricación de gases en el
estómago. Gases que luchaban por salir pero que en la mente eran
controlados por la buena educación. No era cuestión de orquestar
sus interioridades sin más ni más.
Por
fin la gente empezó a marcharse. Fue escuchar cerrarse la puerta y
una orquesta trombónica parecía desatarse en un interior.
Faltaban
diez minutos y aún el estómago no se había serenado. Poco a poco
se fue descargando de tan ingrata compañía. Cuando eso ya había
sucedido se dio cuenta de que le temblaban las manos. A su edad y
parecía un chiquilín recién enamorado que no sabía como
comportarse delante de una chica. La verdad es que nunca había
sabido. Desde pequeño lo que oía sobre cómo debía ser el hombre,
el macho frente a la hembra, no lo entendía y, cuando lo entendió,
simplemente le repugnaba. Por otra parte veía que muchas veces su,
no sabía como llamarlo, intento de ser dulce, de ser amable, tampoco
era bien entendido por las chicas. Era, había sido, su vida en ese
terreno pura confusión, puro complejo. Lo mismo él había gustado a
muchas chicas y no se había enterado . A veces era muy agudo, otras
de lo más romo que podía echarse a la cara. La relación con la
mujer en general, le había supuesto un verdadero calvario.
Pero
ahora no. Aunque poco, antes del teléfono era puro nervio y pura
tensión. Una vez éste sonara, una tenue tranquilidad se le venía
encima. Ni él mismo se entendía.
Aún
no podía comprender cómo en tan poquísimo tiempo habían podido
llegar en todos o en casi todos los aspectos a tan alto grado de
intimidad. Al menos por su parte, dadas las excepcionales
circunstancias de su relación, lo único que podía sostener ese
sentimiento hacia ella era la sinceridad y era sincero hasta el
dolor, como una vez le dijera.
A
veces hubiera querido decir groserías, gritar lo que de dolor
llevaba dentro , pero consideraba que no tenía sentido. Había que
canalizar esos sentimientos haciéndolos positivos, efectivos y en el
menor tiempo y espacio posibles. No se podía decir todo, tal vez no
se debía decir todo, pero se iba llevando a efecto, claramente era
un proyecto a largo plazo en el que se tendrían que desbrozar
demasiadas cosas.
No
tenían quince ni veinte años,pero la pasión los había desbordado.
Al menos para él era como recuperar un tiempo no vivido. A pesar de
las dificultades, de la locura de vivir de tal manera, se sentía
vivir.
¿Había
amado? ¿Había sido amado? Comparándolo con lo que sentía en estos
momentos, definitivamente , no.
Se
podría decir que había sido una serie de vivencias desperdiciadas,
pero no, veía que había sido un tiempo largo, penoso, duro,
terrible, pero tiempo de preparación para vivir la dulzura, la
alegría, el calor de la mujer que lo amaba, que, no lo acababa de
entender, se había colado por él hasta la médula.
¿Qué
había pasado? ¿Qué sentía él hacia ella? Como dicen las novelas
televisivas, dulce veneno que se mete en la sangre sin darse cuenta y
que ya no puede salir.
Pero
aunque no podía tocarla, palparla, abrazarla, manosearla, poniéndose
un poco fuera de orden, la sentía ahí pegada a su piel y la sentía
con una seguridad , con un sentimiento nunca sentido hasta ahora.
En
una conversación “normal” era una locura hablar de reencuentro
tras muchas vidas, no ya tras muchos años. El universo de la mente,
del corazón encerrado en la estrecha
caja
de la vida, había abierto una ventana hacia la luz, había dejado
ver que eran almas gemelas que se habían amado y que se volvían a
encontrar para volverse a amar aunque de manera tan peculiar.
Dentro
de un momento sonaría el teléfono. ¿Qué decir, qué hablar, quién
llevaría la voz cantante? Era una comprobación de que seguían
vivos, de que la palabra escrita era verdad.
¡Cómo
se hubiera colado por la línea y aparecido en el otro extremo!
Hubiera empezado por besarla de tal manera que casi hubiera llegado a
asfixiarla.
Sonó
el teléfono y toda la tensión desapareció. ¿Cuál fue la
conversación? Como suele ocurrir, un diálogo confirmativo de lo
tantas veces dicho a través de la escritura. Pero lo importante no
era el contenido del diálogo, la palabra, la voz, dulce , corriente
de los sentimientos, les iba llenando del otro mútuamente.
Por
palabra se diría un hombre y una mujer en plana madurez sexual en la
que ambos se iban sintiendo llenos. Un te siento dentro de mí, un
gracias por el placer que me das, un me voy hacia la cumbre del
éxtasis. Gracias amor por estos instantes tan irrepetibles.
Cuando
esa tensión de la palabra había llegado al culmen, el vacío mental
se hacía, se habían vaciado, fundido cual chocolate uno en el otro.
Con
fruición se habían devorado, con pasión se habían absorbido
mútuamente. Sólo quedaba el descanso y el silencio, y un gracias
por estos instantes que quedarán grabados en nuestras almas por la
eternidad de los siglos.
La
tensión, el temblar de piernas habían desaparecido. Eran dos
personas maduras planamente abrazadas, fundidas en medio del universo
y rodeadas de estrellas.
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