MILLENARIUM,
MILLONARIO
En
aquel invierno en que parecía, o se decía , que el mundo se iba a
acabar al colapsarse toda la maquinaria que nos mueve, fue cuando el
planeta Tierra se enchufó a sus mejores luces. Cuando iba llegando
la media noche, esa hora bruja en que ya se pierde la noción del
tiempo, una explosión de luces de colores hacía presencia en todas
las calles del mundo avanzado, alimentado, documentado,
económicamente megumerizado,
o sea, lleno de mercedes de los buenos dioses, gracias al sudor
nuestro de cada día.
El
chico entonces andaba por las Españas iluminadas y derrochonas. El
país, los militares dirían la Patria, entraba ya en la categoría
de los que no necesitaban cenar a dos velas.
A
través de la caja digitopuntualmenteatontadora iba viendo como todo
Cristo, Buda, Mahoma o santo viviente iba echando casa por la ventana
y encendiendo luminarias. Pasaba totalmente de ello.
Incluso
en un país tan iluminado como el País del Sol Naciente se colocaron
las arcadas luminosas del Millenarium, Millonario.
Aunque
el caso que hizo fues más bien escaso, el martirio chino
publicitario acaba derrotando las más férreas defensas. Es como el
diablo, pero en sutil, porque gusta y no se va al infierno, aunque
depende, se puede ir de cabeza al de los números rojos.
El
caso es que allá por las vísperas del cuarto centenario del
Quijote, en un día de Navidad resplandeciente, aunque frío...,
bueno, era el día siguiente, pero para los efectos da más o menos
igual, se encasquetó los pies y marchó a meterse en la cola del
Millenarium, Millonario.
Los
trenes iban abrigados como de invierno. Rascaba de lo lindo. El que
más, el que menos, lucía traje oscuro, casi negro, y gorrito típico
de no se sabía qué escondido rincón del planeta. Unos figurines.
Alguna vez una figura más castiza miraba por la ventana hacia la
noche ya cerrada. Eran ellas dos, tres kimonos, sobrios, bellos,
realzando las menudas siluetas elegantemente engalanadas. El
colorido, se daría cuenta después, el adorno, iba en consonancia
con los dibujos florales de las luces. A pesar de todo quedaba
elegancia.
El
centro del universo estaba allí, en aquel monstruo llamado estación
de Tokyo.
Mucha
gente bajó del tren. También las bellas. Claramente iban a iluminar
sus conciencias o sus corazones en tiempos tan oscuros. La luz era el
último recurso de las mariposas. Padres, madres, abuelos, abuelas,
jovencitas, jovencitos, casados, solteros, amantes, amados.... Hasta
el guardia de la esquina estaba en aquel barullo de gente.
Todo
muy bien controlado, como siempre. Era mejor seguir al rebaño. Así
se tendría un camino seguro y sin dificultades. Pitidos por aquí,
pitidos por allá. Niños que gritan, abuelos renqueantes, foráneos
contra corriente, jovencitas escasas de tela bajo el abrigo que
sacudían frenéticamente los dientes uno contra otro, como para no
mirarlas, ( por supuesto después se quejarían en secreto o en
público diciendo que las miraban fíjamente los señores), como para
lanzarle algún improperio, pero
cuidado
que eso podía ser violencia o acoso sssss..... Gente que ha salido
no se sabe de qué escondida aldea de provincias y ha acudido como
mosca a la miel, como mariposa a la luz ¡Dios, que no se
achicharren!
“CLIK-CLAK-PATACLIK-PATACLAK”
¿Y
ese ruido? Ah, ya. Los locos móvilteléfonofotagráficaemilianense.
Una
foto por aquí, otra foto por allá. El chico que encañona a la
chica. ¡No! ¡Que estoy muy fea! ( Sí, hija, que la cámara no hace
milagros) El pequeño que quiere ver y no puede en medio de tanto
gigante. ¡Papá! ¿Qué? ¡En hombros que no veo! Bueno, vale. El
maduro que explica y protesta ante su respetable colgada babacaida
ante tan elocuente acompañante. Seguro que en casa es un buho, pero
aquí tiene que demostrar que es un hombre de lucha y que exige, y
que....., podría callarse ya. Me está machacando los meninges con
tanta exigencia de rapidez en una cola paquidérmica. ¡So capullo!
¡Que esto no es la guerra! ¡Que aquí se viene con calma o no se
viene! Menos mal que se fue hacia el centro del infierno y no se oye.
Pero llega el otro, ¿sólo o acompañado?, empujando. La nariz dice
que ha tomado una copa de más. Y empujando. Y la chica del kimono,
la que había visto en el tren, se vuelve y lo fulmina con la mirada.
¡Jiji de mierda!, parecía decir. Pero educadamente se calló y lo
siguió asesinando con los ojos.
Y
la otra CLAK,
CATACLAK,CATACHIN, PLAF
, con esos zapatos que ponen de los nervios.
La
fila, para recorrer doscientos metros casi una hora, llega a la
entrada del matadero. A la derecha, antes de la curva, dos grandes
edificios, de esos que producen un viento infernal en verano. Por la
derecha una corriente humana, por la izquierda otra. Dos ríos que se
unen en una sóla dirección. Dos ríos humanos, o
fotogramicoemilianenses. ¡Voy a mandar una foto a mamá!
¡Por
fin! ¡Guau! No, no es ninguna ni ninguno despampanante. Es una
arcada de luces como para deslumbrar a cualquiera. Arco entre moro y
renacentista. Floristería oriental con arte occidental. Bello,
bello, bello, como una noche de amor enamorada, de esas que no se dan
dos veces en la vida, de esas bellezas que redimen por completo el
aburrimiento del consumir de los días.
Todos
iguales y todos distintos. Trecientos metros y un millón de
Millnarium de murmullos. ¡Cuando es tan bonito el silencio ante la
belleza! ¡Cuánta simpleza para explicar lo inexplicable!
Y
una corriente de zombis fotografiando, y una carga de energúmenos
metiendo prisa y diciendo que nadie se parara porque era peligroso y
que también era peligroso hacer fotos, y altavoces por aquí, y
altavoces por allá.
El
que tenga capacidad de concentrarse ante tanta gente y ante tanto
energúmeno parlante podrá disfrutar de cualquier cosa en el mundo.
Pero el que no pueda abstraerse en tales circunstancias se podrá
ganar el cielo porque esos lugares se parecen más a la Calle del
Infierno de una feria española que a otra cosa.
La
luz era bella, pero las mariposas acabaron quemándose.
Antonio
Duque Lara
(2-1-2005)
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