En una
zona del mundo la mañana. Una mañana clara con un cielo azul profundo, pero el
aire que se respiraba era frío, tan frío que al pasar por los canales
respiratorios producían dolor en el pecho.
El paisaje de invierno, los árboles
desnudos, en su primigenia figura, no guardaban nada, era su verdad. Como las
personas cuando están en el baño, cuando están enlazadas. La ropa, las hojas,
el follaje esconde y valora lo que el mundo quiere. Tantas veces máscara de
teatro que desaparece cuando la función termina.
Hacía frío, desnudez, ciertamente, con
un aire de patetismo pero también hermosa en su tristeza. Como la vida.Juventud
florida, aún verde, madurez frutal, ancianidad marcando el camino hacia la
recta final, ejemplo para el que viene detrás, aceptación sin crueldad, sin
necesidad de sentir que se cumple lo que los altos jerarcas dicen, sino
simplemente el ciclo de la vida.
Los árboles, en su tristeza invernal ya
están preparando los brotes. El ser humano, los animales, se prolongan en los
retoños o en el sentir de los allegados hasta la consumación del tiempo o el
próximo reencuentro. ¿Todo desaparece o queda flotando en el viento?
En la otra parte del mundo, ya la noche,
la vida lucha con las sombras, los cuerpos se relajan y las miasmas florecen no
dejando a veces descansar. Pácíficos sueños y almas que salen de su cárcel para
encontrarse en el éxtasis celeste. Almas que miran el mundo terrestre y se
prometen que al amanecer será mejor, a todo se le irá poniendo freno en sus
desvíos y será dirigido hacia un buen final.
Ellos, principio del amor, se
encontraron bajo las mantas de la noche. ¿Qué haces aquí? Estoy mal y te vas a
resfriar. Yo soy el Rey de oriente y vengo al virus viroso matar. ¡Vaya
palabra! Si lo prefieres, de tu ser a limpiar. Pégate a mí, transmíteme tu
calor, en esta noche en que el frío parece haber calado hasta lo más profundo
del costado. Para serviros vengo. Pegado estoy.
Por dentro sintieron que el calor los
invadía, todo su ser interno al calorcillo de los primeros sones de la
primavera se rendía. Parecían gatitos tomando el sol, sentados y acurrucados
contra una pared. Y el calor de las frentes a fluir comenzó. Mútuamente con un
pañuelo o con una toallita se quitaban el sudor de la frente. Bajo las mantas
los cuerpos ardían, las sábanas a empaparse empezaron cuando la luz de un nuevo
día empezó a filtrarse por los costados del ventanal. Una luz ténue todavía
como la vista de los ojos entre el sueño, el soñar y el despertar de la mente.
Estaban frente a frente. Fue ella la
primera en besar los labios levemente. Buenos días, amor. Buenos días mi miel,
en este mundo de hiel. ¿Cómo te encuentras? ¡Perfectamente! Con ganas de
morderte. Tranquila fierilla no sea que recaigas por actuar de manera tan
impaciente. Mi cuerpo palpita, mis entrañas te necesitan. Si estás segura, ya,
comienza, alimenta tu alma, tu ser con la sangre mía.
Empezó la fiesta, empezó la orgía.
Cualquiera que supiera lo que la noche anterior el virus fue, no creería que
con el nuevo día los cuerpos podrían dar tanto placer. Por los dioses dioseros,
cuerpos y sábanas estaban empapados. Levantáronse, lavaron el cuerpo y las
sábanas también. Una vez se vistieron a la cafetería a desayunar se fueron. Qué
perezosos, ni el desayuno pueden hacer. No, pardiez, simplemente en el frigo
friguero no hay nada, tanto y tanto la semana fue de trajín trajinero, sin
tiempo siquiera para llenar la despensa. Amen.
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