RITOS
(AÑO NUEVO)
Alguien comentaba una vez que siempre
que llegaba a cierta ciudad nunca sabía dónde se encontraba. Por relaciones
amistosas y familiares la traían y la llevaban. No había tenido ocasión de
aprender el mapa, el terreno físico de la ciudad pateado por sí misma.
Estoy totalmente de acuerdo con esa
afirmación. Aunque ya hace un tiempo que habito en esta megalópolis que es
Tokyo, nunca sé dónde estoy.
Si bien muchas veces pienso que es algo
que ni siquiera los habitantes autóctonos conocen. Lo mismo que no se aprende
el terreno cuando se va acompañado, tampoco se aprende el paisanaje. El hecho
de verse más o menos forzado a atender preguntas y comentarios del otro no deja
demasiado tiempo para la observación lenta, pausada, deleitosa de lo que se
tiene ante los ojos.
Muchos primero de enero he pasado ya en
esta ciudad. Y sé que la gente va a los templos y compra esto y aquello y come
acá y allá y le pide a tal “dios” o a cual “santón” de turno. Lo sé, lo he
visto. La televisión lo repite hasta el hartazgo durante unos días. Como la
Navidad en Europa etc., pero en versión japonesa.
Sin embargo hoy he preferido quedarme
solo y andar un poco, tampoco se puede demasiado, la ciudad de las maravillas
que es Tokyo.
Mañana gris, filtradas las nubes por
algún que otro rayo de sol. Media mañana, galopando hacia mediodía, y como en
las noticias de las grandes ciudades europeas y del mundo en general, en la
calle no hay nadie. Algún que otro despistado se ve dirigirse hacia el andén
nuestro de cada día.
¿Sigue la gente al amor del brasero
ritualizando los saludos de principio de año, tomando los platos y bebidas
cargados de ruegos por la buena salud personal y familiar o ya ha traspuesto
los límites del sueño y se dirige hacia la casa de su dios familiar?
En el gélido y cortante frío de la
mañana, a la sombra de los edificios estacionales, alguna que otra pareja
joven, algún que otro abuelo con sus nietos, algún que otro, se nota, copa de
más...
A pesar de la hora el público escasea.
El andén casi vacío, el tren casi vacío. Es el mismo tren familiar que a esa
hora suele rebosar de los distintos estratos de la edad que surca la sociedad.
Pero hoy.... ¿qué pasa?
Incluso
algún que otro soñoliento se permite el lujo de tumbarse a la bartola en los
asientos para siete. Vacío del año que comienza.
¿Qué pasa hoy? Siguiendo el mismo camino
que lleva al trabajo, la elegancia del vestido parece caída a los trapillos de
andar por casa. Relajación total ¿o será que la abundancia ha dado paso a que
se pueda elegir con mayor posibilidad? Es de recordar la infancia en la que en
los primeros días del año se estrenaba ropa. Hoy en día, no todos los días,
pero...
El perfecto trazado de los rostros
maquillados parece parado en los primeros estadios de la operación. Pomulos
caidos. ¿Cansancio? ¿Es el cansancio de un año preñado de angustias el que
aparece en el rostro o es simplemente que durante la noche no se ha dormido
demasiado?
No, también el rostro y el porte
acicalado, versión revista o fotografía de grandes almacenes, se pasea por el
vagón. De todas formas se diría que no parece el aspecto que se exige,
¿exigía?, para presentarse en la casa del padre. Más bien da la impresión de
que se va al campo a tumbarse al fresco y mejor llevar un porte cómodo y
desgarbado.
El color negro impera. Al ojo la
sensación de pobreza y cansancio no se
le escapa. La tela es posible que sea de primera calidad. El gorro andino
condona el frío de la cabeza, no se puede dejar congelar las ideas, y las
orejitas evitan los sabañones.
Metro. Más vacío que un estómago con
tres meses de ayuno. Soledad de soledades.
Conforme van pasando las estaciones se
calienta el ambiente como el estómago que se llena de sopa cálida. Parejas a la
moda, a su modo elegantes. Ellas más.
Familias, padre incluso encorbatado,
madre con el traje que sólo se pone en las solemnidades oficiales, niños, como
niños, juguetones y chillones. Algún que otro bolso de la felicidad de regalo
que el crío, la cría, escudriña para saber qué lleva.
A veces, junto a los hijos, la pareja de
ancianos, más o menos estirados, más o menos encorvados. No es igual el
comerciante siempre soldado frente al cliente que el campesino que mira hacia
la tierra.
Encuentro una, dos veces al año. ¿Los
padres de él, de ella? Generalmente de él. Los niños, salvo, muerte
intempestiva, tienen dos abuelos y dos abuelas, pero... ¿qué pasa por otros
lares? En Navidad en casa de uno, en Año Nuevo en casa de otro. Y en medio
todas las variantes posibles. El abuelo, la abuela mira con ternura al nieto, a
la nieta, sangre que prolonga la sangre... ( A veces le sacan los ojos, pero al
parecer no duele).
Reunión familiar, anual. Dirección, la
casa de los dioses penates, la casa del protector de los estudios, de la salud.
¿Pura petición? Pero, vox populi dixit,
si por aquí no hay religión...
“Como X es un país católico.... En Japón
no hay religión, por eso....”
Cantilena
que se repite ante el foráneo.
Mucho habría que discutir sobre el
significado de esta frase hecha pero valga sólo una pregunta : ¿Si usted no
tiene religión, por qué va al templo, por qué va a pedir por la buena salud,
por la prosperidad del negocio y todos los etcs. posibles? ¿Es sólo una frase o
un laberinto para no explicar lo que no se sabe explicar?
No es el ánimo de la discusión teológica
lo que impera. Hoy es el rito, la forma, el sentir o no sentir algo pisoteando
la ciudad lo que manda.
Bajo del metro. En el lugar del trabajo
no hay nadie. Pero no impide para entrar y revisar las tarjetas de ¿Navidad?
No, estamos en Japón. Tarjetas de Felicitación del Año Nuevo.
Pregunta que se repite con cada año que
termina. ¿Cómo pasan el Año Nuevo? Respuesta que se repite, como el ritual del
“ozoni” de las “tarjetas” de “soba” para pasar el año.
En realidad Japón es ajeno a la Navidad.
Que se celebre, especialmente los cristianos, que haberlos hailos, con ciertos
sentido religioso por su parte resulta lógico. El resto, mero divertimento y
negocio.
No
se lean con reticencia mis palabras. Por eso termina el 25 de diciembre y el japonés
vuelve a sus raices, la música se shamizeniza o se kotiza y las abuelas y menos
abuelas sacan sus kimonos tradicionales para volver a ser
lo
que fueron.
El corte es tan radical que, siempre a
los ojos del foráneo, diera la impresión de que el traje anual, corte
cosmopolita, molestara. De esta fecha a esta fecha soy japonés, a partir de
aquí.... ni yo mismo lo sé.
No critico, no justifico, sólo cuento
mis impresiones.
No, la Navidad y el Año Nuevo, se montan
sobre ancestrales costumbres judías y forman un todo, tiempo de invierno en que
lo que muere se intenta olvidar y la mirada se prolonga hacia lo que nace...
No es necesario que la tarjeta navideña
llegue con el nacimiento de Cristo, pero es mejor que llegue en el tiempo de
Navidad, es un todo...
Miro el correo, preparo cosas para unos
días después, días de vuelta al trabajo. A pesar de todo es hoy y media lo que
tardo. Y salgo a la calle.
Como es día de expansión y observación
se impone la lentitud, la espaciosidad del ojo y del espíritu. Y como el
estómago no es de piedra hay que apaciguarlo en cualquier cafetería. Café y
bocadillo. Gente que entra, gente que sale.
El ojo se arruja, el entrecejo también.
Barrio popular, barrio, antiguamente, de menestrales a las órdenes de la
aristocracia de la sangre o de las armas.... Lo mismo que se arruga el
entrecejo se ven arrugadas las caras. En la cafetería escasea la juventud.
Salgo, caliente el estómago y levantado
el ánimo y me dirijo al templo, ya sintoista, ya budista, cercanos. No voy a
dar nada, no voy a pedir nada. Hoy, no sé por qué, tenía necesidad de meterme
en este tumulto, tantas veces evitado. Seguir los mismos pasos, no sé si
comprender algo, pero al menos comprobar qué se siente , o al menos que siento.
A veces, ir acompañado es ir mediatizado.
Estrechez. Gente que va, gente que
viene. Ganas de escapar. Seguramente no es exclusivo de Asia, pero la sensación
de estrechez, tumultuoso paisanaje, puestos a un lado y a otro, asfixia. Salir
corriendo o aguantar. Yo siento la imposibilidad de ver, comprobar
tranquilamente para comprar. Necesito más espacio. No digo que sea engaño, pero
al sentir la necesidad de huir parece como si se comprara sin mirar demasiado y
al llegar a casa, decepción... ¿Será sólo mi impresión?
¿Había junto a las catedrales, a las
iglesias, en días de fiesta tal cantidad de puestos? Quizás la distribución del
espacio, de la ciudad, al ser diferente haga sentir que allá no existen, pero
sí existen, de otra manera. Confusión total.
Esto me recuerda más bien las ferias.
Originadas alrededor del Santo Patrón, el acto religioso va por una parte y el
gran público se recrea en lo lúdico únicamente. Estrecheces del camino, casetas
acá y allá. Gritos, música. Sí, esto es una feria, una romería. ¿Fervor? No
conociendo el corazón de cada uno, mejor no tener opinión.
Siguen apareciendo caras flácidas, más
jóvenes ya. No hay maquillaje. Verdadero corazón. Cansancio, espero que sólo
sea del trabajo y del ajetreo, no de la vida. Días de relax. Otra explicación
podría darse a esta vestimenta de cada día, para estar por casa. Nos vamos a
encontrar con el protector familiar, no son necesarias las formalidades
demasiado rigurosas... Estamos en familia. De ser así, se entiende y se
comparte. Es como llamarle de tú a Pedro, a Juan, a Andrés o al mismo niño
chiquito recién nacido.
No hay kimonos.... Sí, alguno se ve.
Mujeres mayores, las jóvenes, alguna niña, cinco, seis años, ¿kimono? ¿Indica
esto pobreza? ¿Ahorro? ¿Sencillez? ¿Por qué en televisión? aparecen a veces,
especialmente jóvenes, muy enquimonadas? ¿Carácter regional? pregunta al aire
que surgen en el deambular por las estrecheces de las aceras.
Templo sintoista, templo budista. Dos
templos, cerca uno del otro, pero no juntos.... Sorprende ver una catedral
cristiana incrustrada en un templo islámico. O saber que un templo tiene
cimientos romanos, estructura judía, paredes islámicas y consagración
cristiana. Aquí no, se respetan, pero la pureza es la pureza.
Siguen las filas. Niños que gritan,
abuelos que regalan, alguna joven con kimono y algún peludo más o menos bien
puesto.
¡Cuánta gente! ¡Qué horror!
¿Y usted por qué viene?, dan ganas de
gritar al que tal dice. No hay religión, viene y molesta, contradicción tras
contradicción.
Una gran pantalla refleja el caminar
cansino del público.
Mira, mira, allí estoy. Papá,
¿te ves? ¡Qué bien!
Feria completa. Se suben las escaleras y
se llega al saludo ritual. Unas monedas y una petición. ¿Oración mental? ¿Sólo
se piensa en los dioses hoy? ¿Religión o negocio de supersticiones? Nadie se
salva. Ni los de aquí, ni los de allí. Ni los viejos, ni los nuevos.
La cristalización del sentimiento lleva
hacia la ritualización lo que está dentro de uno mismo. En última instancia seguir
lo que llevamos dentro al margen de grandes grupos de presión, opinión.
Salida del laberinto. Cerca hay otro
templo. Hay menos gente. Ni idea de quién es el Santón presente. Mezcla de lo
nuevo y lo antiguo. Y la venta de cachibaches para regalar a los dioses. Nadie
tiene derecho a criticar a nadie, pero un comentario curioso se filtra en mi
oido.
- ¿Esto qué es? ¿Otera, Yinya?
- Otera.
- ¿Y donde estuvimos antes?
- Yinya.
No es un crío, una cría quien pregunta.
Un bombón apetecible de alrededor de la treintena. Perdón por la impertinencia.
Pregunta al que parece marido, o padre. Peina canas. No importa.
¿Refleja la pregunta la realidad del
conocimiento de la propia cultura o es un caso aislado? Preferiría pensar lo
segundo porque de ser general el montaje del negocio de los templos en estas fechas
sería demasiado evidente.
Notas, anécdotas que se cruzan en el
camino. ¿Y ahora? No demasiado lejos, en metro, por supuesto, uno de los
grandes templos de Tokyo: Asakusa.
Por la mañana la ausencia de gente era
notable. Se diría que en días como éste el público se junta en islas
hormiguero. ¿Cuántos miles de personas habría en estos espacios que dejo atrás?
No sé, pero rompieron de pronto el primer golpe del vacío de la mañana.
Buscando, buscando, el metro me lleva a
una estación en la que hay que salir a flor de tierra para cambiar.... Como
dice el refrán: Preguntando se llega a Roma. Versión ad hoc: Preguntando se
llega a Asakusa.
El número de hormigas aumenta. Perdón.
El número de personas aumenta. Pero es que, ciertamente, entrar en una estación
de tren con tanta gente y, culpa de la estación del año, vestida de oscuro, la
sensción de entrar en un hormiguero no es extraña.
Pero hay, se ven, los primeros foráneos.
Por algo es uno de los lugares sitos en las guías turísticas tokiotas. Con niños
chicos a cuestas, pensar que son matrimonios, ingleses, franceses, no alcanza
el oido, no es una locura.
Arriba de nuevo, paraiso del peatón.
Gente, gente, gente... ¿Es toda ésta la gente que por la mañana no se
encontraba ni con lupa? ¡Madre, qué estrecheces! Ha cambiado el paisaje y el
paisanaje. Mezclados con los mayores se ven hombres y mujeres de mediana edad,
jovencitos y jovencitas saliendo del huevo, estrafalarias faldas, pantalones y
pelos más estrafalarios todavía, móvil en ristre, foto agua de tifón y riadas
de pies que se dirigen hacia la puerta del “Dios del Trueno”. Gente, gente,
gente. Gente del país y gente de visita, estirados como girafas. Pieles
blancas, oscuras, oliváceas, se dice que amarillas, pero prefiero llamarlas
aterciopeladas, y alguna piel café solo, vestida de inmaculado blanco.
El ropaje cambia. Junto a la oscuridad
que impone la estación en el vestir, ¿o es sólo la primera capa?, el colorido
cambia.
Pastel, beige, algún azulado, rosado,
blanco ,dependiendo de la edad y del sexo.
El pelo cambia, desde el estrafalario
punk impenitente hasta el retro edíco peinado, kimono incluido, y ese peinado a
chorros del despertar diario de las jovencitas que, en su estilo, no queda del
todo mal, hasta el más clásico cayendo por los hombros. Sombreros y
desombrados. De todo, como en botica.
Pasada la puerta, tiendas, tiendas,
tiendas. No pienso, miento, pienso comprar un palillero en forma de mono.
Estamos en el año del mono. Si lo encuentro. Me arrimo a la izquierda y voy
mirando lo que puedo. Peinetas tradicionales, telas de época, “guetas”, espadas
de plástico, dulces tradionales, campanillas, monitos, kimonos y kimonitos....
Todo un guirigai de color aderezado con música ¿rock? ¿medio orquestal? No
suena el enérico “koto” ni el “shamizen”. Y vamos camino del altar.
Me recuerda, con menos ruido, pero con
el mismo bullicio: “Irashai, irashai” (Vengan, vengan, lo tengo bonito, bueno y
barato. Aquí, vengan, vengan, vengan...”, la Calle del Infierno de las ferias
andaluzas.
Esto es una feria. ¿Es esto lo que el
japonés quiere señalar con que no hay religión? ¿Es el hecho de que los ritos
tradicionales han perdido su sabor y valor para quedarse en mero hedonismo? No
seré yo quien lo critique. Sólo quiero entender. Entender es el primer paso
para comprender, es el primer paso para aceptar y aceptar el primer paso para
cambiar.
Mozos y mozas que rompen el régimen que
les impone su ropa butifarra, engullen buenas albondiguillas de arroz asado,
tostado como pinchito moruno y embadurnado de ¿dulce?. En todos sitios cuecen
habas. Cuando terminen estos días a pan y agua. ....
El demasiado barullo me marea. Me salgo
por una de las callejas laterales. Gentes, tiendas y trastiendas. Zapatos,
bolsos, telas, kimonos... De todo, como en cacharrería vieja. Y gente guapa,
bella, elegante y menos bella y elegante...
En esas tiendas laterales una cosa me
llama la atención. Es el color de las telas de los kimonos. Salvando mi
ignorancia de la relación color-estación
del año, uno siente que el colorido del kimono es más bello y elegante que el
democrático y práctico vestir actual.
Acostumbrado el ojo, confesemos, a
estampas, dibujos, fotografías, films con temas de otros tiempos, al menos
formalmente, el cubre todo que es el abrigo actual o el impermeable moderno,
resulta pobre de color, de hechura. También se podría considerar que esas
estampas antiguas presentan los días de fiesta en que se estrenaba ropa, una
dos veces al año, y no la realidad cotidiana. La vida actual exige elegancia
constante en el vestir, estreno más frecuente, ropero renovado continuamente, y
el día de descanso, ropilla de estar por casa. Producto lógico de la
abundancia, que diría el economista de turno. Tal vez.
El colorido de las ropas estampadas, de
los diseños del kimono, aún en negro, es , espero que no sea prejuicio de
foráneo, resulta más bello. En fin, la época es la época.
Por las callejas laterales se llega a la
entrada principal del templo. Subir las escaleras, palmotear, echar un óbolo en
el cajón, orar, pedir y salir por otra puerta para molestar lo menos
posible....., y hasta el año próximo....
Vuelta atrás. La espalda de uno de los
portones tiene unas zapatillas de pajas de arroz decorando. Se diría una
hamburguesa grande. ¿Hamburguesas? Escucho ruidos de trompetas en el estómago.
Hay que salir de ese remolino de gente.... Me topo con mi mono palillero de
dientes, calle amplia y un grupo de cristianos altavocea sobre, Cristo, Dios y
la salvación del alma. ¿Oportunismo, crítica a lo que la gente del lugar está celebrando,
contraste no buscado de una misma idea llamada religión? No sé, pero la
situación resulta al menos curiosa.
Salgo de la calle peatonal donde un
hombre tira de un carricoche con dos personas montadas. Busco la boca del
hormiguero-metro y bajo en otra estación.... Necesito tomar algo, un café, un
bocado y un poco de agua. Serenidad. Tranquilidad de espíritu y de cuerpo. La
planta de los pies están hechas añicos, pero el día ha sido interesante. Es la
hora de volver... La noche ya está encima. A pesar de ser invierno el día uno
de enero no ha sido demasiado frío.
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