Salió
a la calle. El día era soleado, espléndido. En los lugares en que
el sol daba tenía la sensación de estar siendo abrigado por los
brazos de un tierno amor. Daban ganas de quedarse sentado en algún
banco
, en algún escalón y, como aquel gato de antaño, esperar que los
acariciantes rayos del sol acabaran de calentarle la sangre.
No
era un animal de sangre fría, pero la tochura de años quizás le
había llevado ya a ese estado en que si el sol no calienta el
cuerpo, el cuerpo por si mismo carecía de la potencia necesaria para
moverse.
Salió
a la calle. La fauna humana era variada. El mes de marzo daba un
aspecto diferente a esa fauna de familias jóvenes que con sus
cachorritos caminaban, unas veces con el carrito, otras el renacuajo
quería caminar y agarradito de las manos de los progenitores daban
pasitos y pasitos.
La
sonrisa le afloraba a los labios. No tendrían prisa, seguro. Por
otra parte, las damas, ya provectas, los carritos de viaje abundaban.
Sin duda estaban haciendo uso de los grandes descuentos económicos
que se hacía al gallinero.
Era
bueno mover la economía y que las personas no cayeran en la
postración de la edad. La pregunta era dónde se encontraban los
damos. Seguro que ya estaban golfando, de golf, o dormían aún la
melopea de la noche anterior.
Tras
la mascarilla la cháchara no dejaba de fluir como si de un río con
abundante agua del deshielo se tratara.
Mascarilla,
¿ah?, ¿cómo? De pronto se hubiera dicho que la calle se había
convertido en el campo de acción de una banda de ladrones.
Mascarilla blanca cubriendo la boca, la nariz y llegando hasta el
límite de los ojos.
Sobre
estas máscaras un colorido gaferío. Negras, marrones, algunas con
colores de los años sicodélicos. Algunas normales, otras que se
dirían casi gafas submarinas sin tubo de respiración.
Aquí
o allí se escuchaba a veces el estornudo de un elefante. ¿Los
elefantes estornudan? Al menos la potencia del mismo daba esa
sensación, tan fuerte era el picor de la nariz, habría sido
imposible detenerlo.
En
el tren, buena parte de la gente se sorbía, no los mocos, el
moquillo que producía una especie de resfriado. Había quien sacaba
las gotas de los ojos lacrimosos ella, rojos él. ¿De lloros? No, no
parecía ya en provectas personas haber sufrido algún desastre
amoroso a esas horas de la mañana. Esa imagen la daban más las
jovencitas, que a veces no podían contener el llanto desbordado de
su corazón aunque hubiera gente. Pero, ¿quién sabe?, la
sensibilidad humana a flor de piel nadie sabe en dónde va a
estallar.
En
fin, cada cual. Pero al margen de eso, aquella parte del rostro que
no había sido protegida por las gafas..... ¿Qué color era aquél?
¡Ah, polen! ¡Claro, claro!
Se
había levantado, tenía que ir a trabajar el sábado 16 de marzo,
pero aún no se le había caido el velo del sueño del cerebro. Ahora
sí, de golpe.
Las
clases de las escuelas habían terminado, el tiempo era bueno,
empezaba un tiempo de asueto. La familia, los mayores, los jóvenes,
renacuajos y demás podrían viajar juntos. Pero el tiempo, la época
del año no perdonaba. La mayoría iba preparada para no sufrir los
efectos devastadores del polen. Era eso, la polinosis.
Marzo
con su polen daba a la ciudad un aspecto de ciudad del oeste
americano invadida por ladrones de bancos, pero no, eran las
protecciones necesarias por cuestión de salud.
Ese
año aumentadas por el peligro amarillo de la arena que arrastraba el
viento desde los desiertos del continente más esa pequeña cosa
llamada pm 2.5, producto de la polución que estaba haciendo estragos
en el país del centro.
La primavera
ha venido,
nadie sabe
como ha sido
dijo
aquel andaluz de pro llamado Antonio Machado.
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