FRENTE
AL MAR
Una
mujer contempla el mar, la mar. Un mar de colores, como su
vestimenta. ¿Lo contempla en masculino o en femenino? No es una
pregunta capciosa. El mar siempre ha sido percibido como algo brusco,
incluso brutal, en masculino, en femenino, la dulzura de la mujer, la
dulzura de la madre. ¿Cómo la contemplará?
Tal
vez lo contempla como la Vida, así, con mayúscula. Como la mar de
diversos colores. La vida, agónica, la vida que se muere porque no
tiene salida, cual pozoz lorquianos, pero también mar verde
esperanza, esperanza de presente, de futuro. Te miro a los ojos, te
miro en profundidad y veo la lenta agonía del mar, escribí hace ya
más de cuarenta años. Recordando, era mi edad agónica.
Mirad
su figura, y especialmente su vestimenta. Elegante equilibrio de
colores. Mar, arena grisácea con mechas blancas de agua,. Sus
piernas morenas, se supone que toda ella es morena. Pantalón blanco
inmaculado y camisa rosa, proyectado sobre la gama del verde-azul del
mar para terminar con un azul celeste mediterráneo. ¿Al hacer la
fotografía se pensó en ese equilibrio? Tal vez sí, tal vez no,
pero es perfecto. La vida en equilibrio. Y el mar, como la vida
misma, rugiendo en sus entrañas.
Sobre
el moreno de sus carnes , la Biblia, en el Cantar de los Cantares,
habla de la morenita que pide no ser despreciada por serlo, y los
cantos populares españoles dicen algo así como, yo me soy la
morenica, yo me soy la morená...
Carnes
morenas de mujer mediterránea, con vestido blanco que habla de la
pureza de su alma. Si alguna vez ese alma ha sido, ha estado oscura,
será el mar, la profundidad del mar, la causa. No forma parte de su
esencia. Es una mujer que ama y perdona el daño cuando se viste de
blanco.
Y
sobre el blanco el rosa. Sí, esperanza, esperanza para ella y para
todo lo que le rodea. Ha conseguido el equilibrio frente al mar,
frente a la vida que contempla ya con serenidad. Ya no teme. El temor
va quedando atrás. El temor ha quedado atrás. El equilibrio en el
vestir dice más que mucho.
Contempladla
de nuevo y, de paso, contemplad el mar de vuestra vida.
LA
NIÑA Y EL AGUA
Son
las dos de la tarde. Hace calor, pero ya no es el calor agobiante que
ha asolado ciudades y corazones.
Voy
con un conocido de la zona en la que descansaba unos días. Vamos
costeando la playa y de pronto veo a una jovencita que parece querer
mojarse los pies, refrescárselos tal vez.
Por
su forma de vestir se diría un elegante helado de tres colores.
Chocolate de su piel, vainilla de su pantalón corto y fresa de su
camiseta, aunque dado el revoltillo de nombres de las prendas
femeninas , quién sabe cómo se llama.
Miro
hacia el conocido y le comento la belleza y elegancia de la bella
joven desconocida. El hombre, persona del lugar y conocedor de todo o
casi todo el mundo, se sorprende.
Qué
jovencita, ni qué niño muerto, y me dice un número. ¿Cómo? , le
suelto, pero si es casi de mi edad. Pues eso. No, no, eso es
imposible, no diré que veinte , pero ni aún acercándose mucho se
diría que parece mayor de veinticinco. Que bien, que como me
parezca. Sí, la primera impresión es de una enigmática y bella
juventud. Pero eso no es lo más importante de todo . Ya centrada en
mi corazón con tal edad , la observo. Va desnuda de pies, bonitas
piernas y linda figura. La contemplo entre absorto y divertido.
Despacio, muy despacio, se dirige hacia el agua. Se dijera una
temerosa niña de seis, siete años, todavía, con poca o ninguna
experiencia del agua marina.
Se
agacha, toca la arena que acaba de ser barrida por una ola, no muy
grande, tal vez olita es más justo. Uf, parece que el agua está más
fría de lo que esperaba. Se para, duda, volver hacia atrás o seguir
hasta que el agua le llegue hasta la mitad entre el suelo y la
rodilla. Parada, medita, mira al frente. Tal vez en su mente se
dibuja algo que no está, pero que habita su sentimiento, La mirada
se profundiza y decide seguir adelante.
Vuelve
a agacharse y esta vez la olita es mayor. Sí, fría, a pesar del sol
en las alturas o quizás por eso, por contraste, la la siente así.
Avanza, el agua supera ya el empeine del pie y sigue avanzando. De
pronto otra ola choca contra sus piernas y le alcanza un poco más
alto de las rodillas. ¡Qué fría!, parece gritar su cara. Un mohín
entre enfado y diversión es el colofón de la aventura, pero no se
retira de la batalla. Se queda plantada, frente al mar, viendo sus
sueños o sus pesadillas. Ha dominado el frío, ha dominado su
corazón, todo el dolor que pueda producirle lo que venga de fuera,
ya no será dolor, ella será capaz de convertirlo en fuerza
positiva, gracias a vencer el temor al agua marina que inunda sus
pies. Tiene un aspecto feliz
21
septiembre 2013
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