AURORA
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos
¡La
besé tantas veces bajo el cielo infinito!
Pablo Neruda
Noble
estatura, la cabeza altiva,
Impetu
brusco y lentitud de celo,
Tierna
hasta el llanto, caprichosa, fuerte.
Avida,
humilde.
Jorge Guillén
Joaquín
alargó la mano y enseguida encontró el paquete de tabaco y las cerillas. Tenía
la boca seca pero necesitaba prolongar en el humo del cigarro aquella noche que
tocaba a su fin.
Hace
frío, pensó mientras su mirada se perdía en la cabeza de Aurora. Aurora. Bonito
nombre. Si te miraras cuando duermes te ibas a divertir muchísimo. Hay poemas
que se escriben en el aire. Este es uno de ellos. Si yo intentara escribir algo
sobre este instante, sobre esta noche, el papel que gastaría iba a ser
increible. Sí, a veces el silencio es el mejor poema.
Se
levantó como pudo y al ver como en el hueco de las sábanas quedaba impresa su
figura, un profundo escalofrío recorrió su cuerpo.
¡Ay, Helena! No puedo por menos que pensar
en ti. ¿Recuerdas? Tantas veces hemos hablado de la
libertad del amor, de la naturalidad de las personas que, una vez las cosas
ocurren como deben ocurrir, se siente uno extraño. Tú y yo sabemos que algo
como lo que ha ocurrido estos días es lo más hermoso que puede ocurrir, pero
hasta los más inteligentes se sienten incapaces de reaccionar a plenitud cuando
el asunto va con ellos.
Y
tenía que ser ahora, ahora que, en alguna medida, mi vida puede cambiar. ¿Será esta mujer una premonición de ese cambio? ¡Aurora!
Amor en año nuevo, unos brazos que se abren y un camino por recorrer.
Sí,
este es el nombre, este es el camino. ¡Uf! Se está muy
bien a tu lado, pequeña.
Joaquín
acabó el cigarrillo y se acurrucó junto al cuerpo de la muchacha.
¿Cómo eres, Aurora, cómo eres? Ayer,
mientras tomábamos aquella cerveza me hablabas de tu cansancio. No, tú lo
sabes, el cansancio del cuerpo es siempre accidental. Cada vez que te miro, veo
tus ojos plantados de campos inmensos de tristeza. Sí, de tristeza y dolor que rasgan
las vestiduras del alma. Porque tú tienes enferma el alma. No sé cuál es la
causa. Celosamente la callas porque no quieres recordar. No tengo derecho a
arrancarte tu secreto. Sé que algún día,cuando todo sea recuerdo y pasado,
quizás me digas el por qué de tu silencio.
Tú
no la conoces, Helena,pero si algún día llegaras a conocerla, comprenderías la
inmensa ternura que derrama cuando habla. Es fuerte y al tiempo tan tierna que
cualquier cosa le puede traspasar su cansado corazón. Algunas veces me acuerdo
de ti a través de ella. ¿Pero cómo llegó? Hay personas a
las que a veces no sabes si pedirles perdón o darles las gracias. Fue Pedro
quien me la presentó, la llevó a casa a tomar café. Cuando me acuerdo de él no
sé si me siento culpable o agradecido. Sólo te puedo decir que cuando estos
días le he visto me he sentido un poco avergonzado.
Posiblemente
sea una tontería, pero es así. Y sé que ha hecho un gran esfuerzo por
mantenerse a la altura de las circunstancias. Es un gran hombre.
Con
una sonrisa estentórea y contagiosa, los clásicos y los modernos pasaron por la
pluma. Serán sus compañeros durante mucho tiempo en los remansos de paz por su
alma.
Aurora
removió su cuerpo por entre las sábanas y al abrir los ojos se encontró con los
de Joaquín besándole tiernamente la mejilla.
- Qu´est-ce que tu fait?
-
Contemplo tu forma de dormir.
-¿Y es bonito?
-
Todo un poema.
Aurora
sacó los brazos de las sábanas y los enredó en el cuellos de Joaquín.
-
Tonto
-
Sí. Mucho.
Un
beso profundo y largo rompió las vestiduras de la niebla. Aurora se recogió
sobre sí misma y volvió a quedarse dormida.
Dios
mío. Hay momentos en la vida que adquieren la sublimidad de una obra de arte. ¡Cuánto aprendí aquellos días! ¡Qué forma
de ver patente la estupidez de los hombres! ¡Como si la
mujer no fuera una persona! ¡Como si fuera un animal que
se utiliza y cuando no sirve se le mata o se le vende! ¡Siento
vergüenza ajena!
Sí,
Helena, esta mujer ha sufrido mucho y lo lleva clavado en los ojos. No puedo
por menos que recordar lo que ocurrió hace unas noches con Ofelia. Ya conocía a
Aurora. Ofelia había recibido una carta de Rafael, un amigo mío. Vino a
despedirme desde el pueblo y cuando estaba en casa de Ofelia para leer la carta
me llamó por teléfono. Rafael había llegado. ¡Qué alegría
la nuestra! Lo llevé a casa de Ofelia y estuvimos hablando de la representación
de su cuento en el Instituto de su pueblo. La muchacha estaba resplandeciente.
Alguien desconocido totalmente para ella iba a hacer más por su arte y su
persona que lo que habían hecho sus padres. Mientras su padre paseaba por la
habitación, Ofelia nos leía unas páginas llenas de arte y amargura.
La
tarde se presentó fastuosa. Pedro, Ofelia, Aurora, Rafa y yo. ¡Vaya
cinco! La cita que anteriormente yo había programado no resultó y nos fuimos a
tomar vino. ¡Qué mezcla, dios! Yo no sé si estábamos
borrachos, pero la alegría y el amor resplandecía en los ojos. Mientras los
demás continuábamos nuestra alegría. Ofelia volvía a recibir otra bofetada
moral en su alma sensible. De allí salieron dos páginas relatando su visión de
aquella noche que me hicieron saltar las lágrimas. El imbécil de su padre la
castigó, a sus veintidos años, a estar todos los días a las diez de la noche en
casa. ¡Dios mío! ¿Cómo se puede
querer a gente así? Comprendo su odio, su dolor y espero poder hacer algún día
algo porque salga de esa situación. Pero confío en ella, confío en ella y sé
que sabrá remontarse sobre la estupidez del mundo. ¡Mira
que amenazarla con partirle la cabeza! ¿Comprendes mi
vergüenza?
El
cuerpo nervioso de Aurora se removía en la cama. Un grito ininteligible se
escapó de su boca y asustó a Joaquín.
-
Calla, calla...,que como se levante el fiera este verás. Yo lo siento por Pepín
y por tu madre. Bastante con que aguanta la situación.
Las
palabras de Joaquín tranquilizaron a la chica, que se pegó, hermosa, al costado
del hombre.
Desde
luego que hay noches que por lo trágicas o lo divertidas se recordarán mucho
tiempo. El año se nos escapaba por los dedos de la lluvia. Los cinco elementos
nos encontramos en una bodega de esas que hay en la ciudad. Nos encontramos con
el silencioso. Pedro ,ya sabes como es, se sentía desplazado del alma de
Aurora, mientras ,Rafa no paraba de beber y charlar. El Amor de los hombres
reinaba en aquel grupo. No sé si la gente comprendía nuestra alegría , pero la
verdad es que estaba presente en todos, cada uno a un nivel, pero presente.
Mientras
Manolo se iba y Ofelia recibía sus bofetadas morales, los demás, Pedro, Aurora,
Rafa y yo seguíamos la ronda. No puedo decir a cuántos sitios nos dirigimos ,
pero sí que la mona era hermosa. Al final acabamos en casa de Aurora. Antes de
llegar habíamos decidido darnos un baño juntos. Situación que aprovechamos para
amarnos con toda la fuerza de Dionisos. Sí, Dionisos hizo de las suyas aquella
noche. Rafa dormía, Pedro comía almendras. Mientras, el agua de la bañera
rebosaba y mojaba la ropa sobre la que nos amamos. Emilia, la madre de Aurora,
entraba en el cuarto de baño y se ponía a hacer pis.
-
Pero estais locos. Por vosotros no es, es por ese bestia que duerme en la otra
habitación. Si se levanta a orinar nos echa a patadas.
Joaquín
acarició el cuerpo de Aurora mientras encendía un cigarrillo. El humo
prolongaba el inefable recuerdo.
La
risa solapada fue unánime. Nos miramos y no podíamos dejar de reir.
-
Sí, estais preciosos así, decía Emília, pero tú ya sabes, Aurora, lo que pasa
con el hermano de Pepín.
Salió
Emilia y mientras Aurora se metía en una toalla y salía a la habitación en que
estaban Rafa y Pedro, yo me vestía con parsimonia toda la ropa pingando de
agua. El momento era divertido.
Rafa
dormía, Pedro comía almendras y Aurora se escondía en el pijama. Cuando por fin
salimos de allí, la carcajada fue estruendosa.
Pedro
nos alargó a casa bajo una lluvia pertinaz y hermosa. Cuando me acosté , el
recuerdo de aquella noche, la resaca y la risa no me dejaron dormir.
Joaquín
se sentó en la cama. Aurora dormía plácidamente a su lado. La estuvo
contemplando con minuciosidad, intentando adivinar los sueños que cruzaban por
su mente. Mientras contraía la nariz, cogía con fuerza el borde de la sábana y
se frotaba por encima del labio superior. Unas veces sonreía, otras fruncía el
ceño en un gesto de reprimido dolor.
Aurora,
¿qué secretos escondes? No te conozco, es verdad. Pero te
conozco. Te adivino en el gesto dolorido de tus ojos, te adivino hasta saber
que alguna vez intentaste escaparde este mundo absurdo. Te adivino cuando te
hablo en mi mal francés y tus ojos reprimen las lágrimas. ¡Dios
mío! ¡Cuánto sufrimiento para unas horas de felicidad!
Joaquín
alargó la mano hacia la mesa y miró la hora. Comprobó que aún era temprano y se
enfundó junto al cuerpo agradecido de su amante.
Como
adivinarás, Helena, al día siguiente casi no me tenía en pie. Mi mamá, como
siempre, pretendía hacerme sentir culpable de su terrible dolor de cabeza. ¡Claro! No había dormido en toda la noche porque yo había
llegado a casa a las tres de la mañana. ¡Qué absurdo! ¡Y eso que soy un hombre! Pero parece que cuando las cosas van
bien, todo se pone de cara. Aquella noche loca del niño se iba a ver superada
por la siguiente, por ésta que está finalizando. Supongo que adivinan donde
estoy, lo que pensarán de esta mujer, pero sus bocas, hasta ahora, han sido
sepulcros entreabiertos por los gestos y las miradas. No sabe uno exactamente
qué hace más daño.
Si
supieran lo que he aprendido esta noche, si supieran lo que es el respeto, el
diálogo, la comprensión, el aliento de un cuerpo junto a otro, diciendo
verdades como casas sin necesidad de apareamiento, si ellas y todas las que son
como ellas comprendieran alguna vez estas cosas, entonces una nueva Aurora
empezaría a iluminar la estúpida vida del Hombre.
Córdoba 4 de enero de 1982
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